lunes, 21 de mayo de 2012

Obscenidad, perversión y grito en Desvelo. Comentario de Graciela Kasanetz

Desvelo es un relato que me pareció obsceno por la apuesta tan decidida de goce que hacen los dos personajes, y el hecho de que nosotros tengamos que presenciarlo. En este sentido, el relato me molestó en su perversidad, porque causa angustia en nosotros, que tenemos que leerlo. A cada uno nos ha hecho resonar palabras de otro, a mí me trae las de Borges: 



No nos unió el amor sino el espanto, será por eso que la quise tanto


El párrafo final me parece lo mejor del cuento. Ahí aparece ese grito ahogado que se rompe en pedazos, porque ya no escucho más nada. Mi pregunta es: ¿el grito de quién? Si es producto de la imaginación del hijo, o es el grito de la madre. Quizá no importe, porque el escenario es tan claustrofóbico, que podemos tomarlo como un grito ahogado. Los dos se ahogan, cada uno en su odio. 


Hubo algo que me llamó la atención. En todo lo que el hijo espeta de su odio, tanto en lo que dice como en lo que piensa, expresa la repugnancia que le produce tener que ocuparse, por primera vez en su vida, de alguien. Habla de la enfermedad del padre. Pero él es el hijo. Quién, sino la madre, tiene que ocuparse de alguien. Es decir, el reproche no iría sólo con esta formulación: “no te ocupaste del padre”, sino que “no te ocupaste de mi, el hijo”. En definitiva: “No te ocupaste de nadie que no fueras tú”.

Madre e hijo están en una completa soledad, pero el odio no circula exclusivamente entre ellos dos, sino que se dirige también hacia el padre, al que se le reprocha que los haya dejado completamente a solas. Es un padre al que él no quiso asistir, sentía perfectamente que le solicitaba hablar, pero el hijo no quería escuchar su palabra, y se parapetaba en el pudor del padre. Pero ninguno de los dos, ni hijo ni madre, escucharon la palabra del padre en tanto tal. 

En relación al hijo, hay que decir que no ha podido ser más que hijo, es decir, no ha podido ser hombre. El relato no nos dice mucho sobre los personajes, pero es evidente que estamos ante la presencia de un hombre adulto viviendo con su madre y esperando que ella vaya todas las noches a su cama, esperando los pasos como un niño escucha los ruidos que se producen en la alcoba de sus padres. Recuerdo unos niños de tres años en una escuela infantil comentando por qué hacen tanto ruido los papás por la noche. 

Desvelo me recordó una pintura. El grito, de Munch, que lamentablemente se convirtió el objeto de consumo más caro de la historia del Arte. Me parece que todo el tiempo escuchamos un grito ahogado, lo que las palabras no pueden llegar a decir.

Verdaderamente, podemos darnos cuenta de que el odio es lo que más toca al ser. El amor no llega a tocar como el odio. Incluso creo que los dos protagonistas van a seguir en ese mismo juego, porque hay algo que no deja de no escribirse. Ese es el problema.

Desvelo tiene dos sentidos. Por un lado, es lo que impide dormir, o mejor, soñar, porque los dos duermen. Duermen una pesadilla, pero duermen. Y por otro lado, el desvelo siempre será respecto de un velo. Y nunca es posible que caiga el último velo. Esto me evoca el cuento que cita Lacan, ese cuento donde el visir se aburría, y llama a una bailarina que le gustaba mucho. Tras la caída de cada velo que se desprendía del cuerpo de la bailarina, el visir decía más, hasta que cae el último velo y sigue diciendo más. Sus súbditos le entienden y empiezan a arrancar la piel de la bailarina.

Precisamente, los dos están en ese juego, queriendo arrancar el último velo del otro, sabiendo los dos de qué gozan. Finalmente, lo que no pueden hacer es conocer al otro. Ambos están en el total desconocimiento. Me pareció que, psicopatológicamente, no estamos ante una locura a dos, sino en la pura perversión en tanto tratan de inscribir algo que no se inscribe, porque para ninguno de los dos la palabra del padre ha tenido valor.
Graciela Kasanetz

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