Quería destacar lo que me ha trasmitido de la conducta del hijo con la madre. En ella deja muy patente su dificultad para aceptar la falta en la madre. Se refleja bastante bien en algunas frases y en la incapacidad que tiene para llevar a cabo la separación. Es incapaz de aceptar que esta mujer tiene su falta, en el sentido de que ha tenido sus dificultades en la vida. La madre no es tan terriblemente fuerte como él pretende verla. Lo deja patente en frases concretas:
“Somos terriblemente fuertes, ella lo es, yo también lo soy”.
O también otra frase que he subrayado:
“Si ella se rindiese se volvería despreciable, lo que supondría un descenso definitivo en la estima de mi odio”.
Su desprecio tiene que ver con los indicios de debilidad y rendimiento. No podría soportar su rendición, necesita su fortaleza. De hecho, expresa claramente que ella va a ganar, y lo hace porque necesita creer ello.
En la misma línea podemos pensar que tampoco podía aceptar los signos de debilidad del padre. Porque cuando el padre se muestra débil y demanda ser escuchado, demanda ser tendio en cuenta, el hijo no se presta al juego, y no lo hace porque no puede aceptar la debilidad.
“Yo me escudaba en su pudor, temeroso ante la idea de que me pidiese ayuda”.
Vemos lo que le resulta imposible de soportar, la debilidad en la misma línea que lo hace con la madre.
Y tengo la impresión de que esta noche que nos describe tiene algo distinto de otras noches. Y es que el hijo introduce el tema de la culpa. A partir de ahí se produce un cambio, ella se tambalea en relación a esa fortaleza que muestra todas las noches. El hijo señala algo que va más allá de lo que silenció en el trascurso de las otras noches, algo que se pone se pone en palabras por la vertiente de la culpa. Y creo que ese grito ambiguo que se escucha, no sé si en la madre o en el hijo, o quizá en los dos, tiene que ver con esa culpa que, al menos a ella, la ha podido tocar y la ha podido derrumbar.
Pilar Sánchez Durán
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