El mundo de Kafka es un mundo descompuesto, regido por leyes
inapreciables para la mirada corriente. Un mundo donde la perplejidad se adueña
tanto del lector como de los personajes, obligados a asumir el absurdo y la extrañeza
como parte de una inquietante normalidad que se impone gradualmente hasta
volverse inevitable. Pero no se trata de un mundo mágico o alegórico, un
escenario de fantasía en el que tendrían lugar acciones imaginarias. No es
tampoco un territorio sembrado de simbolismos, ni siquiera de metáforas. El
insecto en el que se ha convertido Gregor Samsa, protagonista de La metamorfosis, no es una metáfora o un
símbolo. Es el nombre del ser de Gregorio Samsa, que una mañana descubre lo que
es, lo que ha sido siempre. Por ese motivo el mundo de Kafka es el mundo real,
el de todos nosotros, pero que él puede ver, mientras que nosotros no lo
percibimos, o mejor dicho, lo percibimos cuando ya es demasiado tarde.
¿Qué ha
visto la espantada criatura que Munch pintó en su obra “El grito”? No lo
sabemos, no podemos verlo. La criatura nos mira, y ve algo espantoso. Para
cuando nosotros lo sepamos, ya no se podrá hacer nada.
Es muy
difícil separar la obra de Kafka de su vida. Los Diarios y la célebre Carta al
padre son indispensables para alcanzar un mínimo de comprensión, y empleo
aquí esta palabra con mucha cautela, porque creo que la obra de Kafka solo
puede leerse si uno admite renunciar a su comprensión. Por supuesto, todos sus
cuentos y sus novelas poseen una trama argumental, en muchos casos
aparentemente ordenada. Pero al mismo tiempo el carácter inacabado de sus
textos, las extrañas torsiones de las tramas, marcadas por suspensiones súbitas
del sentido, nos impiden saber lo que Kafka nos dice, aunque igualmente logre
conmovernos más allá de lo que somos capaces de comprender.
Su Castillo puede interpretarse de muchas
formas distintas, al igual que su Proceso.
Ninguna interpretación es mejor que otra, ni más válida, y probablemente
ninguna coincida con lo que K. trató de decirnos. Pero aún así ha logrado
transmitirnos el sentimiento de haber entrevisto algo terrible, algo que se
cierne sobre nuestras vidas. Por eso sus personajes son frágiles, están
amenazados, respiran con dificultad, porque viven en una atmósfera donde parece
reinar el sentido y la lógica, pero ellos intuyen que eso es solo una
apariencia engañosa. Son seres que sufren la desgracia de ser más sensibles que
las personas corrientes.
Insisto en
que la obra de Kafka, a pesar de estar atravesada por su singular visión del
padre imaginario, atroz y diabólico, identificado a lo más esencialmente brutal
y cruel de la ley, un padre que reúne los rasgos terribles del Dios del Antiguo
Testamento, a pesar de eso, nos habla de algo que nos concierne a todos. Su
vivencia, marcada por el terror a la figura paterna, fue el instrumento que le
permitió asomarse a lo que se nos oculta, o no estamos dispuestos a admitir.
Kafka no es un visionario porque describa el futuro. Lo es porque puede ver el
presente.
Es muy difícil
afirmar con entera sinceridad que comprendemos el argumento de La Condena. Personalmente no acabo de
entenderlo. Trato de asir el sentido comenzando por el final. ¿Por qué Georg
Bendeman acepta la condena del padre? Es la misma pregunta que nos hacemos
cuando acabamos de leer El proceso.
¿Por qué finalmente el protagonista admite su ejecución y se entrega? Tal vez
sea un error formularse esa pregunta, porque preguntar supone el intento de
alcanzar una explicación. ¿Y si no la hubiese? Unas palabras dichas por un
padre, bajo la forma de sentencia, empujan al hijo al vacío. ¿Cuál ha sido la
causa? ¿La condena paterna o la culpabilidad del hijo? ¿Qué significa “Queridos
padres, pese a todo, nunca os he dejado de amar”. Ese “pese a todo”, ¿se
refiere a lo que los padres le han hecho, o lo que Georg le ha hecho a sus
padres? Yo no consigo encontrar nada en el relato que me permita resolver estos
interrogantes. Más aún, la trama está elaborada de tal manera que no es posible
distinguir si la realidad está del lado del hijo o del padre. En un principio
el padre afirma que el amigo del hijo es inexistente, que ha sido inventado.
Luego, para nuestro asombro, el argumento se invierte. El amigo no solo existe,
sino que el padre es su legítimo representante comercial. El diálogo se
desbarata hasta que el hijo se ve conducido a asumir (y simultáneamente el
lector) dos cosas. En primer lugar, que la inexistencia está de su lado, y en
segundo lugar, que en tanto no puede oponerse a esta declaración de
inexistencia, no hay más remedio que desaparecer.
Kafka es
extraordinariamente hábil para mostrar el contraste entre el padre gigantesco
al que Georg mira con su mirada infantil, y el padre desamparado al que puede
cargar en brazos hasta la cama. Presentado en las primeras páginas como un ser
desvalido y casi sin fuerzas, el padre “se destapa”, dejando ver una ferocidad
de la que el hijo no se puede defender.
“Conozco
perfectamente bien a tu amigo. Podría haber sido para mí un hijo preferido”,
exclama el padre. ¿Quién es ese amigo que se ha marchado a Rusia, que por
momentos existe y por momentos no, que a ratos ha triunfado y a rato se nos
sugiere como al borde de la muerte? El diálogo lo va indicando como una suerte
de doble de Georg Bendeman, un espejo mortífero que primero refleja la
superioridad de quien se mira en él, y al final devuelve la imagen del fracaso
vital, de la ausencia absoluta de todo rescate. La defensa de Georg es tan
débil, que se limita a dos pensamientos:
1)
El padre tiene bolsillos
hasta en la camisa.
2)
El padre se va a caer de
la cama y se va a romper los huesos.
Georg es
incapaz de argumentar su defensa. Se aferra a esos dos pensamientos ridículos,
pero sus manos resbalan. ¿Qué es lo que más nos impresiona? Que la culpabilidad
no requiera una explicación fundamentada. Que la necesidad de castigo pueda
imponerse en ausencia de cualquier motivo reconocible. Que exista en la ley un
fondo de inhumanidad esencial y pavorosa.
Es siempre
tentador ver en muchos rincones de la obra de Kafka el preámbulo de la tragedia
que sobrevendría pocos años después, el enigma de la asunción sacrificial
colectiva. Sin duda, es una interpretación que puede recorrerse. Hay, en el
fondo de la vida y la obra de Kafka, una profunda religiosidad, la que resulta
de su convicción de que Dios nos ha dado la espalda, nos ha abandonado a
nuestra suerte, sin que podamos aspirar a ninguna salvación. Pero al mismo
tiempo en esa resignación no hay un verdadero resentimiento, sino el signo de
que se ha comprendido la esencia absoluta y fatal de la ley. Por ello,
“queridos padres, pese a todo, nunca os he dejado de amar”
Gustavo
Dessal
5 comentarios:
El único buen artículo de interpretación propia en toda la internet...
Dificil de comprender. A tal punto que me ha dejado dudando y hace temblar esa imagen de 'buen escritor' que tengo sobre Kafka.
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PARTE ESENCIAL DE LA NOVELA EL PROCES0, DE FRANZ KAFKA:
El pintor habla con K de tres tipos de "absolución": la absolución real, la absolución aparente, y el aplazamiento. Para conseguirse la absolución real, se necesita mucha influencia y conocer al juez principal, lo que implicaría mucho de corrupción, lo que supondría que habría una anulación absoluta de toda la causa, y hasta su desaparición; para conseguir la absolución aparente es necesario conocer a muchos de los jueces secundarios y tener, también con ellos, mucha influencia; esto llevaría tiempo, pero garantizaría la puesta en libertad. Y el aplazamiento, sería una especie de prolongación del juicio, pues sería un volver a comenzar sin nunca terminar, y sería estar siempre comenzando y nunca acabando el proceso. Tal vez, en esta parte de la novela se encuentre su esencia y lo intrincado de la misma, para generar una postura Kafkiana de un proceso, que no se sabe cuál es, ni el por qué, ni el cómo. Quizás ahí sea y esté lo principal de esta obra, que por demás es complicada, ya que pareciera que fuese un proceso imaginario e irreal, del que se busca fundamentos para defenderse, pero que es y no es, al mismo tiempo, ya que no hay ni juez, ni juzgado, ni acusadores, ni defensores, ni causa; aunque si hay presencia policial, también aparente, ya que tampoco los gendarmes y policías, tampoco usan vestimenta oficial que los identifique y los acredite como tales. Tal vez, ahí radique el gran aporte del autor en esta novela.
FINAL DE LA NOVELA:
La novela termina como comienza: dos gendarmes que van a notificarle a K, que queda sometido a la ley, y que ante las razones que K quiere saber, no saben qué decir, porque ellos no lo saben. Se lo notificarán a su debido tiempo. Y nunca se lo dicen, ni el juez, ni el abogado, ni nadie. Así mismo termina: dos gendarmes vestidos de gabardina negra se lo llevan a las afueras de la ciudad, a la orilla del río, y "después de quitarse los sombreros de copa y secarse el sudor de sus frentes y después de ciertas cortesías de quien ejecutaría las acciones subsiguientes” (repugnantes cortesías)… alguien abre unas ventanas, como para presenciar y ser testigo de lo que iba a suceder. Tal vez, sería un testigo, o alguien pidiendo clemencia, de uno o todos, de un proceso que no tuvo ni motivo, ni acusación, ni defensa, ni conocimiento, ni juez. Un proceso que terminaba, y que no tuvo razón de ser un proceso, porque no se supo ni el por qué, ni el cómo ni su desarrollo. Pareciera encontrarse justo ahí mucha ironía a un proceso no habido, sino en la creatividad del autor. Tal vez, ahí esté el aporte de esta novela, que no es sino una justificación del hecho mismo de la creatividad y de la inventiva, independientemente de la trama como tal. Tal vez, sea esa la gran contribución de Kafka al arte como tal, en donde no importa el desenlace, sino el hecho mismo de la creatividad, en el que un proceso no habido sino solamente en la mente del autor y del lector, como ejercicio creativo de la imaginación, llevan a enriquecer al arte mismo. Es evidente que esta obra, ciertamente, no tiene sentido aparente. Pero conlleva una gran contribución en el arte mismo de la creatividad, que es la tarea del arte.
Maravillosa interpretación
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