lunes, 14 de enero de 2013

Sara Veiras reseña, y sobre todo reflexiona, sobre nuestra pasada reunión dedicada a "La Condena", de Franz Kafka





en Liter-a-tulia tiramos las chancletas. 



Tirar las chancletas: 

Sacarse las chancletas, ponerse los tacones, 

e irse de rumba. 





Cuando los allegados -personas ajenas a este conocimiento- me preguntan por el psicoanálisis acostumbro decir que trata sobre los agujeros del cuerpo, y compruebo, para mi sorpresa, que mi respuesta impacta y que da mucho juego, porque, sin gran esfuerzo, los preguntones reconocen que comen o fuman o hablan demasiado, o que escuchan mal, o que envidian y sufren por los ojos, o que padecen estreñimiento. 

Podría continuar hablando de otros agujeros, esos que provocan los lapsus, los sueños, o los síntomas, pero me he vuelto perezosa. ¡Qué trabajos pasé con estos asuntos en otros tiempos! 

Quizás por eso disfruto tanto de Liter-a-tulia, aquí los agujeros cuanto más agujereados más interesan. 

Perplejidad, sinsentido, inmovilidad; lo que se puede llegar a ver cuando, aunque sea por un segundo, se despierta... He aquí parte del despliegue que se realiza hoy Viernes 11 de Enero del 2013 en el café Este o Este en torno al texto “La condena” de Franz Kafka. 

¿Realismo, sueño, desdoblamiento del personaje? Mentiras y más mentiras son denunciadas por algunas contertulias que parecen necesitar rebelarse contra ese mundo que llamamos kafkiano en honor a un autor que consiguió bordear el vacío. 

Se habló también de lo ineludible: el padre, las cartas al padre, la ley, la culpa, el castigo, temas neurálgicos en la obra de Kafka. 

Locura, odio y condena a no vivir la propia vida en toda su plenitud –dentro de un matrimonio feliz y con descendencia-, ocuparon parte de un debate digno de la genialidad del autor convocado. 

También circuló un separador de páginas maravilloso con una cita de William Faulkner: 

“Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar la obra.” 

Alguien agregó, o yo creí escuchar: “Yo soy capaz de matar por mi obra...” 

En cuanto a mí no dejé de pensar en el amor, en la potencia del amor que se requiere para sustentar la obra de un creador de la envergadura de Franz Kafka. 

¿Necesitó Kafka mendigar, pedir prestado o despojar a otros? Intuyo que sí, es una bella metáfora. 

En cuanto a los demonios, es obvio que el padre fantaseado por Kafka, el único accesible para él, indica que en esto se equivoca Faulkner: Es el propio artista quien elige a su demonio y no al revés. 

¿Se podría escribir como Kafka sin entregarse -como una condena-, al demonio de esta elección problemática que es vivir al borde de un río que terminará ahogándote? 

Creo que esta posición creativa tiene algo de ese enigmático “Dar lo que no se tiene a quien no lo es” que plantea Lacan al referirse al amor. 

Repito, no dejé de pensar en el amor durante esta inspiradora tertulia. Asunto complicado y que tiene bastante menos de bonito de lo que cabría esperar del matrimonio, pues -y pensándolo desde la perspectiva que señala Lacan- el amor es un asunto kafkiano. Es decir impregnado de sinsentido, perplejidad, absurdo, y de todos esos in-significables que acompañan a los raros matrimonios. 

Hablé de esto, más bien balbuceé algo en presencia de un amigo, y él propuso el significante locura. A partir de esta sugerencia pienso en el enamoramiento, que según Freud “es un estado de locura transitoria”; y se me ocurre decir que el estado de creación, el momento en el cual la vida se entrega a la obra, es un estado de enamoramiento. Además agrego -es mi hipótesis- que el creador vive en un estado de enamoramiento permanente. 

En mi imaginación el escritor Franz Kafka es un hombre enamorado. Cuando leo y releo “La metamorfosis”, uno de mis textos preferidos, no dejo de pensar en ello porque provoca en mí un estado recíproco. Juro que estoy enamorada de esa mano, de esa obra, de ese despropósito, y que lo disfruto. 

Sigue resonando en mí la frase de Faulkner, ese párrafo que habla de la falta de tiempo del artista -demasiado ocupado-. 

Me pregunto por el tiempo para ser feliz -en el sentido convencional-. ¿Le deja al artista su vocación un tiempo libre para emplearlo así. Es más, quiere hacerlo, es decir, ocuparlo en recibir la visita de un cuñado? 

Incluso voy más allá: ¿Después de haber bebido en las aguas del Nilo -el regocijo de crear-, pueden interesarle las aguas de otro río? 

Un artista hace lo que sea por su obra: inventarse un padre, una culpa, una condena, el horror de despertar en el cuerpo de un insecto... Pero, ¿qué hace de ese invento un Don para otros? 

Así como el inconsciente se conoce por sus manifestaciones, el amor se conoce por sus efectos. Por eso no he dejado de pensar en el amor durante esta tertulia. En la potencia del amor que sustenta la obra de nuestro inestimable Franz Kafka.

Sara Veiras

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