La primera vez que me topé con este cuento y finalicé su lectura tuve una sensación que quizá pueda compartir con algunos de ustedes; a veces experimento la impresión de no poder dar cuenta de lo que he leído sin un pequeño lapso de tiempo para digerirlo, o pienso que no he comprendido con exactitud lo que el cuento pretende transmitir, pero nada de esto es óbice para ser consciente de que acabo de leer algo extraordinario.
El psicoanálisis muestra la diferencia entre lo manifiesto y lo inconsciente, y es una diferenciación útil porque permite pensar este tipo de sensaciones; a la satisfacción consciente que la lectura del relato dejó hay que sumarle las resonancias amortiguadas por la barrera que interpone esa misma conciencia que no permite que se experimenten como sensaciones plenamente conscientes.
Kafka, y en concreto este cuento, son proclives a que ocurra esto, porque si de lo que hablamos es de nuestra conciencia moral, también en ella podemos diferenciar dos registros; sus manifestaciones son totalmente accesibles para nosotros, muchas de las veces, y podemos recitarlas al dictado que dicha voz de la conciencia ejerce, pero sus raíces se hunden muy profundamente en nuestro inconsciente y no resulta sencillo, ni siquiera en un psicoanálisis, adentrarse por el intrincado camino por el que dichas raíces nos conducen.
La facilidad con la que los cuentos se adaptan a nuestro formato de tertulia se debe a que representan una unidad de lectura, unidad que no comparte de la misma manera la novela, pero se da la coincidencia que en este cuento además se suma un recorte temporal muy conciso, un tiempo muy corto: ¿pensaron el tiempo que transcurre en la narración? Sorprendemos al protagonista acodado en su escritorio, acaba de terminar una carta y reflexiona abstraído con la mirada perdida por la ventana, se dirige a la habitación de su padre, intercambian unas cuantas frases e inmediatamente el padre sentencia provocando el desenlace. ¿Cuánto tiempo es eso, 30 minutos, menos? Es algo del instante lo que está en juego. ¿Pero un instante, no siendo una contingencia, algo del orden de un accidente, puede producir por sí mismo unas consecuencias tan devastadoras? Me parece que esto es lo que consigue dejarnos perplejos en el relato, nos falta tiempo para comprender lo que ocurre y nos precipitan hacia la conclusión en un salto al vacío acompañando a Georg, nuestro protagonista.
Hablar de unidad de lectura y de salto al vacío respecto de un mismo relato parece contradictorio, lo es en alguna medida, pero detengámonos oportunamente en ello.
Imaginen que vamos a hacer un ejercicio, se trata de emular el supuesto absurdo de la literatura kafkiana tratando de escribir algo con una línea argumental que inesperadamente sufre una ruptura absoluta e inexplicable. Salvo excepciones que nos acompañan hoy, lo que conseguiremos en la mayor parte de los casos será un verdadero absurdo, un relato que pierde su hilo y provoca el rechazo en el lector, cuando no una lectura inacabada.
El cuento “La Condena” no pierde su hilo nunca, lo pretendidamente absurdo en la literatura kafkiana en realidad es un falso absurdo, es algo perfectamente lógico, argumentado en los entresijos de la condición humana, pese a que el efecto sea una sacudida y algo irrumpa, algo se imponga aparentemente sin motivo, o como en nuestro relato, un instante de una fuerza inusitada, instante en el que vemos aparecer palabras, algunas muy duras, pero no se trata de lo dicho sino más bien de lo que dichas palabras convocan e inevitablemente hacen presente, algo que en realidad ya estaba. Pensado así nos vemos llevados a transitar la senda que conduce del absurdo kafkiano a la lógica kafkiana, no es útil desarrollarlo aquí, sí considerarlo, porque permite atravesar algunos velos que encubren lo fecundo del cuento.
Pero considerarlo hace al Kafka pensador, al Kafka filósofo, o al sujeto Kafka y su posición ante la vida y su manera de entenderla. Eso, por sí solo, que es muchísimo, sin embargo no hace un escritor, porque para ser escritor, además de tener una particular relación con la escritura, hay que contar con ciertas habilidades que le son propias al acto que supone escribir, no me refiero ahora solo a la excelencia de una prosa. Si recuerdan nuestra primera reunión del curso, se acordarán de la esmeradísima estructura del relato de Claudel, El Informe de Brodeck, un verdadero trabajo de artesanía, pero es solo un ejemplo de las habilidades del escritor, que en ningún caso son las mismas como no puede serlo el deseo que las inspira, pero que permiten, otro ejemplo, pintar un cuadro de nuestro mundo actual a través de la obra de un artista y sus mapas, o configurar los límites de la locura de un personaje a través del viaje por las piscinas de las residencias de sus vecinos.
¿Dónde encontramos al escritor Kafka, más allá del pensador? Para que la historia de este relato no resulte un ofuscamiento hay que ser no solo muy sutil, además muy habilidoso, y al igual que comprobamos en otras ocasiones, recuerdo ahora la reunión dedicada a Salinger, o a Nabokov, también el “Desvelo” de Gustavo Dessal, hay que abstenerse de comprender y tratar de leer muy pegado al texto, porque éste va entregando las claves aunque estén dichas como al pasar, solapadas, o encubiertas dije antes; a veces son pequeños apuntes, exquisitos, para los que no hace falta ir muy lejos en este relato, al contrario, les leo un fragmento de la primera frase con la que comienza el texto: “… una de esas casas bajas y mal construidas que se elevaban a lo largo del río…”. Esto es el oficio en un escritor, lo vimos también en la vetusta casa de la Emily de Faulkner, no podemos permitirnos despreciar un dato como la casa en la que el personaje vive, una casa mal construida.
El oficio de escritor es algo que Kafka maneja en toda su amplitud proveyendo su escritura de innumerables recursos. Otro ejemplo, la narración en tercera persona; a saber, el narrador llamado omnisciente resulta una voz narrativa que favorece la objetividad, pero Kafka la traiciona, la traiciona deliberadamente para provocar en el lector la conmoción que supone ese final del relato, que de otra manera podría convertirse en la crónica de una muerte anunciada, y eso no es lo que pretende aquí. ¿De qué manera entonces traiciona la objetividad? Permitiendo que la narración se contagie de la propia historia, como si la voz del narrador hubiera vivido la historia desde dentro y fuera parte del mundo relatado, como si pasara de narrar en tercera persona a hacerlo en primera persona con la carga subjetiva que conlleva, aunque formalmente no lo haga y todo el cuento esté contado con esa voz narrativa exterior. Teniendo en cuenta este dato abordamos un suceso central del cuento en otras condiciones, me refiero a la muerte de la madre.
Pienso que es un suceso central porque marca un antes y un después en nuestro protagonista. Ahí no hay truco, los hechos testimonian de una mayor dedicación de Georg al negocio familiar, en ese sentido ha dado un paso al frente mientras que su padre parece haberlo dado atrás permitiendo al hijo dirigir la empresa, y con gran éxito por cierto. Este hecho, que ya de por sí es un efecto considerable en la vida de cualquiera, se acompaña de un segundo y no menos importante resultado: su compromiso con la señorita Frieda Brandenfeld. Tampoco hay truco aquí, o se tiene un compromiso o no se tiene, sin embargo sí debemos mostrarnos más cautos a la hora de las consideraciones, es ahí donde el narrador en tercera persona amaga su fusión con la persona de Georg y ve el mundo por sus ojos, ahí es donde sí hay truco y es fácil que resultemos engañados cuando nos pretenden convencer que todos estos cambios en la realidad de Georg se acompañan de un padre que se habría vuelto menos tiránico.
¿La carta que acaba de escribir Georg para su amigo es realmente a él a quién se la escribe? No pongo en duda, como sagazmente hace el padre, la existencia de la persona de su amigo emigrante, limito mi planteamiento a quién es el verdadero destinatario de esta carta, ¿es el amigo o es el padre? Que vaya a consultarle a éste la oportunidad de su envío ya es harto significativo, pero además el cuento marca claramente el primer punto de inquietud de Georg antes, al finalizar la misiva, inquietud que comprobaremos no tiene tanto que ver con el amigo, una intervención de su prometida liquida la cuestión, más bien se trata del padre. Dice el texto: “¿Qué se podría escribir a una persona así, que evidentemente había errado el camino, y a quién se podía compadecer, pero no ayudar? Este comentario puede recibirlo indistintamente su amigo o su padre, y el texto es generoso en este tipo de tribulaciones en Georg, “no querer importunarlo” o “mantener nuestra relación como siempre” son solo algunos ejemplos.
La muerte de la madre de Georg desvela la errancia en la que se encuentra sumido ese padre, que se aferra desesperadamente a la cadena del reloj de su hijo, pero que no significa en ningún caso que sea menos tiránico, probablemente dicha tiranía se haya multiplicado. Está ese detalle elocuente en que el autor hace decir al padre “Desde la muerte de nuestra querida madre…” a lo que Georg hubiera podido contestar: ¿pero cómo que nuestra? ¿Es que acaso somos hermanos? ¿Qué versión de la ley es esa que el padre encarna?
Para amar a una dama, un hombre debe hacer cesar en buena medida su amor al padre, cuando la fe en el padre es absoluta no hay lugar para ninguna mujer. Como para que luego se nos acuse a los hombres de falta de sacrificios por amor.
En el cuento “La Condena” se trata de aquellas palabras que nos guían y de las que no comprendemos nada, de cuál es el peso de estas palabras en nuestra vida. No dejemos que el relato confunda la palabra sentencia con la palabra condena; la declaración que la primera resuelve no es exactamente lo mismo que la obligación que la segunda supone, obligación pretérita para Georg, que, víctima de una ley perversa, paradójicamente estaba condenado mucho antes de que el juez pronunciara su veredicto.
Alberto Estévez
No hay comentarios:
Publicar un comentario