Estoy desbordado. Pensaba que ésta iba a ser
una reunión pequeña, como suelen ser las tertulias literarias, de media docena
de personas, y veo que tengo que hacer un giro de 180 grados para verlos a
todos. Gracias por invitarme a participar, a integrar parte de este núcleo y,
sobre todo, para una ocasión como Kafka, lo cual me parece muy especial. Pertenezco
a una organización que se llama Hotel Kafka, de gestión cultural, y trabajo en
Diario Kafka, la sección cultural de eldiario.es, con lo cual mi vida tiene
algo de kafkiana.
Me van a permitir una digresión. Cuando
estuve leyendo el cuento, me vino a la cabeza otro cuento del escritor Julio
Cortázar, La salud de los enfermos.
Me imagino que muchos de ustedes lo tendrán en mente, si no es así, yo les
recuerdo en cuatro frases el argumento. Gira en torno a un núcleo familiar en
el cual el eje es una mujer, la madre, con ella aparecen sus hermanos y los
hijos. En un momento determinado, muere su hijo Alejando en un accidente, hijo
que vivía en el extranjero. El grupo familiar, temiendo por la salud de su
madre, decide ocultárselo. Comienzan a escribirle cartas, cartas falsas,
escritas por los integrantes de la familia cartas reenviadas por un amigo que
vive en Brasil. Son cartas donde el hijo, supuestamente Alejandro, le va
contando a su madre lo que va siendo de su vida. Este engaño va convirtiéndose
cada vez en una bola más grande, y se le pregunta al hijo por qué razones no
vuelve a casa a reunirse con el grupo. Esto lleva a que se inventen falsos
desencuentros y tensiones diplomáticas entre Argentina y Brasil, razones por
las que no puede viajar y volver. A todo esto, muere una tía, una hermana de la
madre, a la que también siguen manteniendo viva a través de evasivas. Hasta que
llega el punto final de esta mujer, la madre, ya en el umbral de la muerte,
donde, aparentemente, agradece a la familia todo el trabajo, el aporte, el
esfuerzo, dando a entender que, de algún modo, es consciente de todo el
montaje, y fallece. A los pocos días llega la última carta. Uno de los hermanos
de Alejandro la abre y dice, alguien tendría que escribir una carta a
Alejandro, contándole que mamá está bien.
¿Por qué me acordé de esto? Porque estuve
pensando largo rato y no le encontraba el hilo a este cruce inconsciente.
Llegué a la conclusión de que recurrimos a lo kafkiano como una imagen que
utilizamos cotidianamente para explicarnos lo que no tiene sentido. Kafka es el
relator del sinsentido. Barthes decía que Kafka escribe por alusión, su técnica
es alusiva porque no puede enunciar, porque el sentido del mundo no tiene
posibilidad de ser enunciado. Se hace sólo por alusión. Entonces, Kafka escribe
sobre el sinsentido.
El cuento de Cortázar es un cuento de la
sinrazón y el absurdo también. Pero Kafka ordena el absurdo de manera perfecta.
Si tenemos que buscar al lector del cuento de Kafka, lo vamos encontrar en esa
mamá, la señora mamá que va recibiendo cartas, alrededor de la cual se va
construyendo todo un sinsentido, y que tiene que leer todo eso. Al final del
cuento, aparentemente, se da cuenta de lo que ha pasado, ha sabido leerlo.
Nosotros, como lectores, somos esa mamá. Y Kafka escribe desde el lugar de esa
mujer, contándonos la vida como la cuenta en el cuento La condena.
George se levanta una mañana tranquilamente
mirando por la ventana. Probablemente está contemplando Praga y el río Moldava,
y lo que ve enfrente será Malá, el barrio alto, porque lo describe con las casa
bonitas. Él vivía del otro lado, en la Ciudad Vieja. Acaba de terminar una
carta, es un día perfecto, y empieza todo lo extraño. La culpa de sentirse
bien, de mirar el río, la culpa en relación a su amigo, al que le va mal, que
no tiene éxito, y la culpa con esa chica que le llega a decir que no se tenía
que haber comprometido con ella si no era capaz de traer al amigo, y la culpa
sigue con el papá, pasa de la claridad, de la luz de la ventana, a la zona
oscura, ominosa donde está el padre, y donde aparece, de alguna manera, la
madre ausente. Bendemann dice una frase fantástica:
“Mi
padre sigue siendo un gigante”
Y lo dice Kafka. Él puede levantarlo con sus
brazos y trasladarlo, pero no es consciente de eso, siente culpa hacia ese
padre.
No me quiero poner psicoanalista porque estoy
en territorio Comanche, así que perdonadme las incursiones en vuestro
territorio, enseguida vuelvo a mi trinchera. Me resulta muy curioso cuando coge
el reloj y juega con el tiempo. Está jugando con el pasaje, que también tiene
que ver con el sinsentido, con el tránsito, con el nacer para morir, con el
absurdo total que es imposible relatar y construir. El cuento avanza hasta que
la culpa se resuelve prácticamente en un suicidio, que es la orden paternal,
que el personaje realiza en un ejercicio de redención. Esta sería toda la
vuelta.
Pero lo que hay en todo el cuento, como lo
hay en casi toda la narrativa de Kafka, es una inmovilidad absoluta. Aquí
traigo a cuenta la observación de Bloom, que es muy pertinente. Dice que no hay
culpa religiosa en Kafka, lo que hay es una culpa dubitativa, que viene de
Shakesperare, de Hamlet, de la postergación permanente de la acción a través de
la duda. Es decir, lo que hay en Kafka es inmovilidad. Ésta es frente al
fenómeno de la vida, frente a este absurdo que no hay manera de explicar.
Kafka dice, refiriéndose a este cuento, que
lo escribe en siete horas, entre las 23 h. de la noche y las 6 h. de la mañana,
y que no lo entiende, que es extraño, pero que le resulta totalmente
pertinente, que cree que ahí hay cosas. Lo que está mirando Kafka es la vida,
esa vida extraña en la que, sin embargo, encontramos cosas. Y dice que escribe
este cuento en un domingo desgraciadísimo. Usa esta figura. Y cuando uno busca
en el Diario por qué es un domingo
desgraciado, cuenta que es porque vino el cuñado a la casa. Utiliza esta
imagen. Es lo que lo llevó a escribir este cuento.
No recuerdo quien era, pero comparto
absolutamente la visión que dijo que el problema con Kafka, frente a otros
autores, por ejemplo Cortázar, es que te obliga a releer. No se entiende cuando
se le lee. Hay que volver a leer. Estás todo el día mirando tu vida y hay que
volver a mirarla porque no se entiende. Ese espanto es el que escribe Kafka, es
el que está en La condena. Hay que
volver a bañarse nuevamente en el río, como hacía Heráclito. Éste decía que no
era el mismo, pero yo no estoy tan seguro. Como decía Silvio Rodríguez, no es
lo mismo pero es igual.
Pregunta realizada por Iona Zlotescu a Miguel Roig: Kafka dice en una carta a Max Brod que para él el relato más conseguido sería La condena. Quiero hacerte la siguiente pregunta: ¿Cómo se puede entender esta afirmación de Kafka? En una carta a otro amigo, Wolff, pide que se haga un volumen con La condena, La metamorfosis y El fogonero bajo el título Los hijos (Die Söhne). Me gustaría que Miguel Roig nos hiciese una aclaración sobre estas cuestiones.
Miguel Roig: Yo, en realidad, soy kafkiano por mi vida,
no por lectura. No sé si es el relato más logrado de Kafka. Lo que podríamos es
jugar a imaginarnos por qué, que es la única herramienta que tenemos. A mí me
parece que el relato empieza como el relato ideal que nos hacemos todos, una
especie de relato aristotélico de nuestra propia vida, con un plantel
iniciático, con un umbral, con un desarrollo agradable, y con un desenlace lo
más leve posible. Y se convierte en pesadilla antes de llegar al desarrollo. Es
lo que pasa con los relatos de Kafka. En La
metamorfosis, Gregorio se acuesta y al despertar ya es cucaracha. Pero en La condena está ese planteo idílico del
comienzo para luego irrumpir el sinsentido. Tenemos muchos elementos, uno que
me llama la atención es un tema de Kafka, cuando le llama comediante al padre. En
América tenemos ese gran teatro de Oklahoma, que recluta actores que, lo único
que tienen que hacer es de sí mismos. Para Kafka, un comediante es eso. Yo creo
que al personaje le dice comediante, y le está diciendo papá. Uno de los
atributos que tiene este cuento, es que, de alguna manera, es una especie de
Aleph de Kafka. Creo que desde la condena se puede ver todo Kafka, pero no sé
si es el mejor. Se puede ver todo el universo Kafkiano con todos sus matices. Y
con respecto a ese tríptico, me parece que sí, que no es un mal tríptico del
siglo XX, que tiene una vigencia radical en el instante en que digo esto.
Miguel Roig
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