Hay algo obvio: hay historias y vidas que son
contadas. Y hay una relación entre psicoanálisis y literatura, tiene que ver
con las historias, con las vidas que son contadas con palabras. Me emocionó
mucho leer este cuento porque me remitió a una historia muy cercana. Es una
historia que ocurre en 1901. Mi abuelo, en ese momento, tenía 19 años, y era
alférez de la marina Argentina. Un barco noruego que hacía una expedición al Polo
Sur, paró en Buenos Aires para abastecerse, y retomó su viaje con los 150
suecos y noruegos que viajaban en él, y mi abuelo. Este barco se llamaba
Antartic. Los viajeros eran todos científicos que iban al polo a poner una
caseta de investigación. Luego el barco daría una vuelta por la zona y volvería
para recoger a los científicos y hacer el viaje de regreso. Pero está la
naturaleza, el frío, el hielo, y eso no ocurrió así. El barco se hundió, y sus
viajeros no pudieron volver en el momento previsto. De los 151 –los 150 suecos
y noruegos más mi abuelo— sólo sobrevivieron 6, entre ellos mi abuelo. Éste
murió posteriormente, cuando yo tenía 5 años, pero he participado toda la vida
en actos que conmemoran esa epopeya. Porque él fue un héroe nacional. Entonces,
a raíz de la lectura del cuento de Jack London, volví a releer el libro de mi
abuelo Dos años entre los hielos.
Era como si en La hoguera, yo estuviera ahí, haciendo el camino con ese hombre
necio. Lo que vive es tremendo. Uno de los méritos del cuento es que te sitúa en
la piel del protagonista. Y desde la perspectiva de éste es tan verídico, lo
que cuenta es tan real, que tiene las características de la omnipotencia y la
necedad en relación con la naturaleza. En la relación con el animal, no se
trata de que quererlos, sino de usarlos, lo cual no quiere decir maltratarlos. Eventualmente
se los comían, si no tenían otra cosa para comer.
Por tanto, le debo a Jack London haberme
vuelto a acercar al libro de mi abuelo. Y si pudiera decir algo desde la
perspectiva de este cuento, diría que hay que estar despierto. Si te duermes te
mueres. Te mueres congelado. Es muy impresionante. Como digo, estos relatos los
he oído muchas veces. Me gusta como introduce lo subjetivo en la naturaleza. Mi
abuelo contaba que estos hombres se quedan congelados a medida que se dormían, y
que esa era la muerte más dulce, muerte en la que uno, poco a poco, va
desapareciendo.
Quería hacer un homenaje emocionado a estos
hombres a través del relato de Jack London y del libro de mi abuelo, los dos
muy creíbles en cuanto a la forma de afrontar esas expediciones con su puro
coraje. Eran vidas que se vivían en esa época, historias donde todavía había un
mundo hostil por conquistar y descubrir.
Graciela Sobral
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