María José Martínez: Leí en algún lado que Jack London, en este cuento, se
dedica a estudiar al hombre moderno, ese hombre que ya no piensa como se debe
pensar. Es el hombre que se dirige únicamente a lo mercantil. Es la
desarticulación de todo su pensamiento, lo que le hace fallar en el hecho
fundamental de mantener la hoguera encendida. Creo que este hombre es el
paradigma de la estupidez encarnada en el hombre moderno y mercantilista, menos
atento a lo que pueda decir la experiencia de los otros. Y ello porque se cree
poderoso, de manera que no contempla contingencias que puedan surgir en su contra.
Alberto Estévez: Es un hombre desconectado del saber, incluso
despreciativo con el saber. London hace una reflexión acerca del hombre, en el
sentido de que ninguno que se precie de serlo, puede sobrevivir solo.
Creo que lo heroico pasa por la asunción de
cierta debilidad. Este personaje inicia el viaje subiendo una cuesta, y para
negar su debilidad hace el gesto de mirar el reloj ante sí mismo, pues no hay
nadie más que el perro. Es una relación muy particular con su propia debilidad.
Graciela Sobral: Es un hombre que no sabe nada, que inicia una aventura
sin respetar ningún saber. Pregunta cómo atravesar esa naturaleza, y le
responden, le aconsejan, le advierten. Y si le dan consejos es porque él no
sabe, no detenta el saber suficiente, pero tampoco escucha a los que saben, de
ahí su omnipotencia y necedad. Va a la muerte queriendo desafiar no se sabe qué
cosa.
Miriam Chorne: El momento que señalaba María José me parece que tiene
la forma de un acto fallido, colocar la hoguera en el lugar donde está
destinada a apagarse.
María José Martínez: Un acto fallido dirigido a una mentalidad necia.
Esperanza: He llegado a la conclusión de que, seamos quien seamos,
estemos donde estemos, necesitamos de la sabiduría, de la compañía de los
demás, no podemos hacer la vida solos. No podemos tener la soberbia de este
personaje. Necesitamos a los demás.
Miguel Alonso: Se planteó que toda muerte era un suicidio. No lo sé,
pero creo que en algún lugar oí que uno elige su forma de morir. En este relato
encontramos, posiblemente, las dos vertientes. Todos los personajes que no son
capaces de acotar la pulsión de muerte –cuestión que aparece tanto en el relato
como en la vida del mismo autor, no está claro si se suicidó o no— están
irremisiblemente empujados a padecer el tremendismo de situaciones similares,
en esencia, a la que bien describe el texto de London. El personaje parece
buscar lo que le ocurre, animado por esa pulsión de muerte. Estaríamos ante una
especie de suicidio, aunque inconsciente. Pero cuando habla de querer morir con
dignidad, está expresando una elección, es decir, morir de una forma
determinada. Encontramos entonces las dos vertientes, pulsión de muerte como
empuje a una especie de suicidio, y elección en la forma de morir.
Pero quisiera decir también que estos
personajes no me parecen sin inconsciente. El sueño final es una formación del
inconsciente, situada de forma maestra por el autor.
Antonio:
Si la esencia es contar como se produce la muerte de un hombre que se encuentra
atrapado por unas condiciones cada vez más negativas impuestas por la
naturaleza, creo que, en definitiva, es lo que nos ocurre a todos a lo largo de
la vida. La vejez es eso, una lucha continua por sobrevivir a una naturaleza
que se muestra cada vez más despiadada y terrible. Es el paralelismo que hace
atractivo al relato y que pueda identificarme con él.
Liter-a-tulia
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