sábado, 15 de noviembre de 2008

Comentario de María José Martínez Sánchez sobre Un hombre en la oscuridad de Paul Auster


En el libro que comentamos, el autor crea un personaje, Brill, viudo de 72 años y protagonista de la novela, que por causa de su enfermedad no puede dormir. Este personaje cree que todo lo que piensa se realiza, y durante su insomnio inventa historias para sí mismo.
“Estoy solo en la oscuridad dándole vueltas al mundo en la cabeza mientras paso otra noche de insomnio, otra noche en blanco en la gran desolación americana”.
No se puede seguir la lectura sin fijarnos en esta frase que pudiera señalar lo que el autor quiere comunicar, o bien que tomará esa idea como telón de fondo de una historia.
En la novela hay dos personajes. El primero es August Brill, que va a contarnos su historia. El segundo es Owen Brick, un mago que vive dentro de una de las historias que Brill imagina. Veamos lo qué nos cuentan y si esas dos historias se relacionan entre si.
Brill confiesa que a veces se pierde contándose esas historias a sí mismo.
Esto hace saltar todas las alarmas, porque habrá que ver si ese perderse juega un papel en la novela, o si se trata de la disculpa inconsciente de un autor que también se pierde.
El anciano vive rodeado de mujeres, su esposa, en el recuerdo, su hija separada, y su nieta, a la que mataron el novio en la guerra de Irak. Ésta ve muchas películas junto a su abuelo, algunas con historias y detalles deliciosos, y Auster nos las cuenta, tal vez como simple acompañamiento de la historia, o para resaltar la idea de la mujer, fundamental en la historia de Brill.
En una de estas historias que el anciano Brill se inventa por las noches —ficción dentro de la ficción—, un hombre, Brick, un mago, ha caído en un hoyo. Este hoyo es el sistema que utiliza Auster para pasar del mundo de Brill al mundo de Brick.
Brill y Brick son nombres muy parecidos y más adelante se nos dirá que, en realidad, son el mismo personaje.
El hecho de que el personaje de la 2ª ficción sea un mago, en cualquier novela tendría un significado. Veremos si aquí ocurre así.
Dicho mago caído, en el hoyo, parece que hubiera perdido la memoria, y cuando busca en su bolsillo encuentra una cartera con la documentación que fija su identidad: Se trata de un soldado, el cabo Owen Brick.
Cuando este personaje pide ayuda para salir del hoyo se desatan, ante sus ojos y oídos, unos sonidos y unas trazas de algo que no existía antes y que ahora es una nueva realidad.
Es la guerra —deduce el personaje—. La guerra que parece estar presente en el imaginario americano.
Fuera aparece un sargento que le habla y lo convence para salir de allí:
“Cabo —dice el desconocido—, cabo Brick, es hora de marcharse”.
Auster es un autor brillante, de prosa sencilla, clara y sin ataduras, que no ofrece dificultades, que dice lo que quiere; sencillamente, lo cuenta y punto. Todo un arte. Este arranque de la novela es de lo más prometedor.
Y empezamos a encontrar una serie de simbolismos que nos remiten a la frase de “la gran desolación americana”
En la conversación, cuando Brick pregunta cómo apareció allí, el sargento le aclara que no esa no es la guerra de Irak, que eso no existe, (ni tampoco el 11 S, nos dicen más adelante), que lo que ocurre es que hay una 2ª guerra civil “en la que nadie se alista”, que todos los reclutas aparecen así, a través del hoyo, y que, “cuando estás tan tranquilo viviendo tu vida de pronto te encuentras metido en la guerra”.
La denuncia de Auster sobre la guerra y el ejército parece muy clara. Lo hace por medio de esa historia en la que nos habla de una 2ª guerra civil, de unos estados confederados y de otros que se quieren independizar, en clara alusión a las distintas formas de ver la vida y la guerra en esa Norteamérica con un estado de opinión muy dividido.
Y el sargento acaba asegurándole que la guerra “va a acabar gracias a tí”. Nos encontramos con el mecanismo de la creación de un héroe, haciéndole ver su importancia, y “que sólo acabará si mata al responsable de haberla inventado”, que es precisamente el hombre que lo inventó a él, el hombre que no puede dormir. Pero el sargento añade que, “tu eres el imbécil...”, con lo que parece que lo va a desengañar, pero como le sigue diciendo ser “el elegido para una gran tarea”, el personaje, aunque lo insulten, sigue oyendo los cantos de sirena del heroísmo que el ejército le promete.
También le dice que si no lleva a cabo esa muerte, ellos, unos militares miembros de una sociedad secreta que tiene poder sobre él, lo matarán.
Todo aparece confuso.
La guerra —dice el autor más adelante—, está fuera del pozo en que ha caído el mago, pero también está en el mundo del primer personaje, su creador, aunque él no lo sepa.
Esta aclaración de Auster suena rara, suena a justificación descolocada.
Pero ya tenemos dos mundos y dos personajes enlazados entre sí por la orden de matar.
Y el primer personaje creado por Auster que, dado el símil de su nombre con el del mago parece que escribe esa historia para ser él mismo dentro de ella, aunque no lo expresa en la novela, parece que quisiera suicidarse.
El sargento, con esa orden, quiere convertir a Brick en un asesino, pero también puede decirse —añade—, “liberador” o “artífice de la paz”, y vemos las palabras que, al igual que, “salvador de la patria” y otras similares se usan eufemísticamente en las guerras.
Entonces Brick pregunta a quién tiene que matar, pregunta por su nombre, y le contestan que eso es lo de menos, puesto que el “quién”, no importa. Esta es una idea terrible porque el hombre es usado por el ejército, por la CIA tal vez, por esa organización misteriosa en la novela, como algo “anónimo”.
El sargento le asegura a Brick que la guerra existe por ser un producto de la imaginación de esa persona que la piensa, y que, “si ese cabrón tuviera cojones para volarse la tapa de los sesos, no estaríamos hablando de esto ahora”.
Aquí se elude toda responsabilidad. Se nos describe a una persona que parece no controlar su imaginación y a la que el ejército obedece. Bien pudiéramos encontrarnos ante el símil de un gobernante que imagina lo que quiere y hace lo que quiere: perfecto retrato de Bush.
Por tanto, a esa persona que no controla su imaginación y que no se suicida, no queda más remedio que matarlo. Cosa exagerada, extraña, cuando menos, dentro de esa historia dentro de la historia.
Brill nos sigue contando su historia junto a sueños, recuerdos y muchas historias más, demasiadas para mi gusto, posible muestra de la vida norteamericana, y también recurso para mostrarnos, en esa intrahistoria, la vida de un hombre viejo y enfermo a través de sus recuerdos.
En un momento él apela a una frase acerca de una poetisa sobre la que su hija escribe. La frase es:
Mientras el peregrino mundo sigue girando.
Esta frase, junto a la de “la gran desolación americana”, pudiera ser otra de las claves, el “leitmotiv” para aglutinar esta novela que me parece muy dispersa en sus intenciones, y que tal vez pudieran ser dos novelas. Pienso que el creador de una historia es muy dueño de decir unas cosas y ocultar otras, hacer aparecer y desaparecer personajes, crear mundos ficticios, desde luego, pero esto ha de hacerlo con una intención bien definida.
Auster nos desvela en el libro sus ideas sobre una América diferente, una nación más independiente, con servicios sociales dignos, y tal vez sin televisión. También nos dice que cree en Dios. Esto podría traslucir la idiosincrasia del autor, pero no queda claro si esa es su intención. Mas adelante añade que, “cada mundo es la creación mental de un individuo”.
Hay un momento en que el mago dice que le han robado la cabeza, que alguien lo controla, como si estuviese en un mundo dentro de otro de los infinitos mundos posibles creados por un Dios infinito en su concepción de historias y argumentos también infinitos. Y en ese ámbito, que nos remite a Giordano Bruno, todo es posible.
Y nos asalta la terrible duda: Si somos producto de un creador, si toda explicación nos la dan las religiones, si no encontramos el hilo de una razón y si nosotros mismos creamos: ¿quiénes somos realmente? ¿Un capricho de un ser que nos imagina? Y, ¿por qué nos imagina mortales? Y, ¿con qué derecho?
Pero aparte de todas estas elucubraciones a las que la novela da pie, nos encontramos que el autor, por boca de Brill, confunde distintas realidades dentro de un mundo con distintos mundos físicos. Él mismo nos dice en la pág. 121,
esto se está convirtiendo en una broma más bien complicada, supongo, pero el caso es que el personaje Brill no entraba en mis planes originales. La mente que fraguó la guerra iba a ser la de otro... pero incluyéndome en la narración la historia se hace real.”
Y tenemos que el hoyo es una solución demasiado fácil y barata, junto con una inyección, para explicar ciertas transiciones geográficas. Y cuando ya ha vuelto Brick a su vida anterior junto a Flora, su mujer, resulta que, aparte de querer vivir en paz, no pueden ir a ver a Brill, a Vermont, por si acaso lo convencen de que deje de inventarse historias y acabe la guerra. Y como finalmente no van, vienen los federales y los matan.
Y con esta solución tan elemental y desconcertante, estoy convencida de que Auster ha estado jugando con la magia. Creo sinceramente que la historia se le ha ido de las manos.
Al final, Brill, que se reconoce anciano dice patéticamente, “que alguien me toque, que alguien me hable”, bellísimas y reveladoras palabras reflejo de una necesidad verdadera y real que nos hacen pensar.
Sigue luego contándonos su vida mientras se la cuenta a su nieta en unas páginas parecidas a una relación cronológica de hechos carentes de afectividad o fríamente contados, donde de alguna forma él se justifica y medita sobre las decisiones que pueden cambiar la vida de una persona. Termina hablando con su hija mayor para volver a la frase: “Mientras el peregrino mundo sigue girando”, tal vez buscando un cierre.
Las dos tramas, pues, ¿se han unido para algo o podían haber ido por separado?
Creo que la novela carece de ese nexo, de un tono general o una cierta cadencia que, mantenida a lo largo de toda la obra, es lo que nos hace recordar, afectivamente, una novela.
Sea como sea, la historia ha terminado.
En una ocasión leí en “El Cultural”, del periódico “El Mundo”, una crítica de Germán Gullón sobre una de las obras de Auster, “Viajes por el Scriptorium”, en la que sus personajes van a pedirle cuentas sobre lo escrito. Es ahí cuando uno de ellos, el doctor, le dice que se concentre en la tarea presente, que tenga en cuenta que hay que, Imaginar razonando.
Y ya que Auster, que ha escrito cosas maravillosas, se recomienda esto a sí mismo, no podemos por menos que recordárselo, disculparlo, y volver a disfrutar de su prosa tan clara en otras de sus obras.

María José Martínez Sánchez