jueves, 1 de octubre de 2009

Eco de Borges y Joyce. Por Sergio Larriera

Umberto Eco ha hablado de Borges y Joyce. Fue en el discurso pronunciado en la Universidad de Castilla La Mancha el día en que fue investido “Doctor Honoris Causa” (Diario “El País”, 31 de mayo de 1997).

Eco empezó comparando dos bibliotecas. Una, la del Quijote, "de la que se sale"; otra, la de Borges, "de la que no se sale". Si el primero quería que el mundo fuese como su biblioteca, el otro decidió que su biblioteca era como el universo.

"La idea de la Biblioteca de Babel se ha unido a la también vertiginosa noción de la pluralidad de mundos posibles, y la fantasía de Borges ha inspirado en parte el cálculo formal de los lógicos modales (...) Hay otra historia que, inventada por un artista, ha influido también en la imaginación de los científicos, si no de los lógicos, ciertamente de los físicos y de los cosmólogos, y es el Finnegans Wake de Joyce".

Más adelante, Eco pasa a interrogarse sobre los paralelismos y las diferencias de estos dos escritores "que han hecho del lenguaje y de la cultura universal su terreno de juego". Una lengua tiene dos caras: el significante y el significado. Si el significante organiza sonidos, el significado por su parte aparece organizando ideas. "Joyce ha jugado con las palabras; Borges con las ideas. Y al llegar a este punto se delinea una concepción distinta de la infinita capacidad de segmentación del propio objeto de manipulación. Los elementos atómicos de la palabra son las raíces, las sílabas, los fonemas. Se pueden, como mucho, hacer nuevas combinaciones de sonidos, y se tiene entonces el neologismo o el “pun “(juego de palabras), o combinar letras, y se obtiene el anagrama, procedimiento cabalístico del que Borges conocía la magia. El elemento atómico de las ideas, o de los significados, en cambio, es siempre una idea u otro significado. Se puede descomponer hombre en "animal humano macho" y rosa en "flor de pétalos carnosos", se podrán encadenar idas para interpretar otras ideas, pero no se va más allá. Podríamos decir que el trabajo sobre el significante actúa en el nivel subatómico, mientras que el trabajo sobre el significado actúa sobre átomos que no se pueden descomponer más para formar nuevas moléculas. Borges optó por esta segunda elección, que no es la de Joyce, pero que es igualmente rigurosa, absoluta, y conducida al límite de lo posible y de lo pensable".

Para Domingo García Sabell, desde sus comienzos de artista Joyce va apartando fantasmas. Avanza por los retorcidos caminos de la vida -el laberinto- para llegar al ombligo del mundo, para llegar a la gran explicación final: "Una explicación elevada en epifanías y sumergida en fonemas" [i].

El laberinto, el dédalo, dan nombre a Stephen Daedalus, protagonista del Retrato del artista adolescente y del Ulises. "James Joyce tuvo la sensación, a lo largo de su vida, de que la existencia era un laberinto inextricable, un dédalo confuso y desorientador (...) En la existencia no hay más que estrechos caminos inexplicables en medio de revueltos campos y de huertos sin límites. No hay más que laberintos parciales cuyo inmenso conjunto constituye el inabarcable laberinto del universo". Así, el laberinto llega a ser el protagonista de Finnegans Wake, texto en el cual "toda la red argumental, el desarrollo de las acciones y el lenguaje empleado, son ya un puro dédalo".

Sabemos que en la topología borgeana hay dos figuras esenciales a la construcción de su espacio: el patio y el laberinto. Laberinto que se potencia mediante esa otra palabra, dédalo. Dédalo y laberinto; Borges escribió acerca de un poeta de un siglo lejano:

"¿Habrá sentido que no estaba sólo
y que el arcano, el increible Apolo
le había revelado un arquetipo,
un ávido cristal que apresaría
cuanto la noche cierra o abre el día:
dédalo, laberinto, enigma, Edipo?" [ii]

Tal vez sea el laberinto el que justifique nuestro neologismo: Joycenborg. Más allá de cualquier adhesión o rechazo de Borges por Joyce, y lejos de sugerir cualquier clase de influencia temática, hipotético fruto de tempranas lecturas, digamos simplemente que son dos escritores laberínticos, cada uno a su manera. Si el texto de Joyce siempre aspira a constituir un laberinto argumental y lingüístico, hasta su logro final, Borges, por su parte, con un lenguaje cada vez más claro y preciso, va tejiendo una obra laberíntica. Mientras Borges, valiéndose del sentido conduce al extrañamiento desrealizante, a la paradoja, a la perplejidad, Joyce, a través del sin sentido, arrastra al lector por su escritura laberíntica hasta confrontarlo al sentido último de la existencia.

[i] García Sabell, Domingo. Tres síntomas de Europa. Joyce-Van Gogh-Sartre. Ed. Revista de Occidente. Madrid 1968.
[ii] Borges, J.L. “Un poeta del siglo XIII”. En “El otro, el mismo”. O.C. Emecé, tomo... Buenos Aires.Aquí escribes el contenido.
Aquí escribes el resto del contenido que no se vera.

Sergio Larriera