miércoles, 29 de octubre de 2008

Desde Valencia, Concha Miralles nos envía la siguiente noticia


EL NADIR EDITA A FELISBERTO HERNÁNDEZ


POR LOS TIEMPOS DE CLEMENTE COLLING


NOVELA LA MEMORIA DEL ESCRITOR AL DESCUBRIR LA MÚSICA


El Nadir ha publicado la novela del escritor, músico y compositor uruguayo, Felisberto Hernández, (Montevideo 1902-1964), Por los tiempos de Clemente Colling. Con este texto, publicado por primera vez en 1942, Felisberto Hernández inicia un periodo de madurez que no cesará en hallazgos literarios hasta su muerte. Felisberto Hernández es una de las figuras más importantes de las letras latinoamericanas, porque sus cuentos se acercan a la poesía sin caer por ello en el abuso metafórico, ni en el lenguaje poético de recursos manidos. Además, también fue un excelente concertista de piano que recorría con su representante, todo el país en largas giras.


Vivió una vida compleja, con matrimonios desafortunados, uno de ellos, con la espía del KGB, África Heras, modista española que se casó con Felisberto para establecer una cabeza de puente de los intereses soviéticos en Montevideo. Al parecer Felisberto nunca llegó a conocer las andanzas de su esposa, aunque algunos comportamientos posteriores al divorcio, como su furibundo anticomunismo, podría hacer pensar que algo sabía. En cualquier caso, la enorme capacidad de este autor para llevar al relato su particular mirada de ojos “habituados a la penumbra”, que sabe distinguir lo que se escapa, captó la atención de Julio Cortázar, que lo tomó como maestro. No en vano Felisberto es un autor que percibe y plasma en su obra aquello que ve con la perspicacia de quien poseyera un don premonitorio. Su obra ha sido traducida a distintos idiomas y celebrada como el trabajo de un autor fascinante.


Por los tiempos de Clemente Colling trata de la memoria del niño que fue Felisberto en el tiempo en que descubrió la belleza y el misterio de la creación musical, su relación con el mundo de los adultos y en particular, la que mantuvo con su maestro de música, un genio loco, piojoso y maloliente al que el niño admira, respeta y a quien termina lavando un día los pies.


El Nadir, Valencia, octubre de 2008


www.editorialelnadir.com


martes, 28 de octubre de 2008

Gabriel Hernández García, psicoanalista, reflexiona, en clave de ironía y humor, sobre la lectura y los libros


Cuenta Baltasar Gracián en su Criticón, que el hombre, a pesar de que se veía en desventaja respecto a los animales en multitud de facultades y sentidos, como la agilidad, el olfato o la vista, no envidiaba ninguna de ellas, y sólo codició la del rumiar, por el regusto y máximo aprovechamiento que con esa facultad se obtenía de lo engullido. De modo que suplicó al “soberano Hazedor” lo dotase de tan extraordinario mecanismo. Revisada la petición en el consistorio divino, le fue respondido que aquel don ya le había sido concedido desde el momento de su nacimiento.


Semejante respuesta dejó al hombre sumamente desconcertado, “pues nunca tal cosa había experimentado en sí ni platicado”. La divina aclaración le llegó en estos términos: “que el saber era su comer y las nobles noticias su alimento; que fuese sacando de los senos de la memoria las cosas y pasándolas al entendimiento; que rumiase bien lo que sin averiguar ni discurrir había tragado; que repasase muy de espacio lo que de ligero concibió”.

Supongo que este personaje, que nunca había “platicado” la rumiación y que incluso ignoraba poseer dicha facultad, si hubiese sido dado a la lectura, no lo sería, en cambio, a la relectura, ya que ésta es una forma de rumiar aquélla.


Y ya metidos en el terreno de la fauna lectora, lo siguiente que se me ocurre es contraponer la lectura rumiante a la lectura del tragalopavo, la lectura que se toma su tiempo, a esa otra que hace de un libro comida rápida y se deja fascinar por el brillo de los escaparates y las relucientes portadas, sin volver casi nunca la vista hacia esos otros libros ya pasados de moda, deslucidos por el paso del tiempo, faltos de la iluminación artificial que acompaña a todo lo novedoso, pero llenos aún de substancias que apenas han podido ser digeridas.


El libro va dejando de ser un objeto de culto para convertirse en un objeto de consumo. Con ello el lector es cada vez menos culto, menos cultivador y más consumidor –supuestamente de cultura. El problema es que la cultura no se puede consumir, sólo se puede cultivar, porque si se consume sólo nos quedará la incultura. A medida que el consumismo invade la actividad lectora, la pitanza literaria parece presentarse cada vez más escuálida y falta de molla.


Baltasar Gracián no nos dice cómo acabó la historia del hombre que no sabía rumiar. Pero si la contase en nuestros días, despojándose por un momento de su pesimismo barroco para darle un final feliz, imagino que habría hecho de aquel primer hombre iniciado en los secretos de la rumiación, el guía de todas las tribus de los rumiantes lectores habidas sobre la tierra, los bovinos, ovinos, caprinos, camélidos y cérvidos, a los cuales, una vez reunidos, conduciría hacia los fértiles valles y jugosos pastos de la literatura universal, lejos de las granjas urbanas y de los piensos compuestos teledigeridos.


Gabriel Hernández García

Psicoanalista