sábado, 25 de octubre de 2008

Convocatoria para la segunda tertulia literaria

LITER-a-TULIA

2ª TERTULIA

El viernes 14 de Noviembre, celebraremos la segunda tertulia literaria. Tendrá lugar a partir de las seis de la tarde en el Café Unión, situado en la Calle de la Unión nº 1 (Madrid, metro Ópera) . Es una tertulia abierta a todos los amantes de la literatura, sea cual sea el ámbito del que procedan. Para esta segunda sesión proponemos la lectura de Un hombre en la oscuridad de Paul Auster.

No queremos dejar pasar la oportunidad de agradecer la respuesta masiva que le disteis a la primera convocatoria, más de cincuenta personas nos dimos cita para constituir una sesión muy viva, de la cual podéis encontrar una reseña en el archivo de este mismo blog La tertulia 1.

Esperamos contar de nuevo con vuestra presencia en esta segunda celebración de liter-a-tulia. Recibid un cordial saludo.

Fecha: 14-Noviembre-2008.
Hora: 18 h.
Lugar: Café Unión
Dirección: Calle de la Unión nº 1 (Madrid)
Libro: Un hombre en la oscuridad. (Paul Auster)

Para cualquier consulta dirigirse a Miguel Ángel Alonso o a Alberto Estévez:
E-mail: miguelangelalonso56@telefonica.net




viernes, 24 de octubre de 2008

Demasiada Literatura. Un artículo de Graciela Musachi acerca de narrativa, literatura y psicoanálisis

En una novela que difícilmente entre en lo que considero literatura (“Pensamientos secretos”), David Lodge encarna en dos personajes el abismo que Charles P. Snow describió en 1959 como “Las dos culturas”, abismo que encontró en el ejercicio de su campo específico, el de la educación universitaria en Inglaterra y que se describe así: los que se dedican a las ciencias llamadas duras no saben nada (ni quieren saber) del campo de las letras y viceversa. Aunque años más tarde, él mismo y otros (el último en llegar es un tal John Brockman) han pretendido zanjar este abismo de distintos modos, la imposibilidad persiste y es lo que pone en escena Lodge cuando enfrenta a Ralph Messenger (su apellido alude, es sabido, al programa para mensajes de texto, en tanto que su profesión es la investigacion en Ciencias Cognitivas) con Helen Read (su apellido es “Leer” y su profesión es la enseñanza de las letras siendo, además, novelista). El abismo pretende zanjarse con la alegoría de la seducción mutua pero una amenaza de muerte que se cierne sobre uno de ellos termina volviendo a separar a los efímeros amantes.


Una reflexión de Helen Read (en la página 106) nos resulta sorprendente por venir de una novelista y nos da pie para decir lo que queremos decir:


“...me hizo pensar en la prolífica producción de narrativa de nuestra cultura. ¿Es una producción excesiva? ¿Corremos el peligro de acumular una montaña de ficción, un inmenso excedente de novelas, como las montañas de mantequilla y los lagos de leche de la CEE? Recuerdo el seco comentario de Ralph Messenger: ‘Es discutible que el mundo necesite más novelistas’


Claro que se puede argumentar que existe una necesidad humana básica de narrativa: es una de las herramientas fundamentales para entender la experiencia; lo ha sido hasta ahora, hasta lo más lejos que podemos remontarnos en la historia. Pero me pregunto: ¿esto entraña necesariamente la multiplicación infinita de relatos nuevos? Antes del auge de la novela no existía la misma obligación por parte del narrador; las viejas historias conocidas podían contarse centenares de veces, la historia de Troya, la de Roma, la de Gran Bretaña... dándoles un nuevo sesgo a medida que los tiempos cambiaban. Pero, a lo largo de los tres últimos siglos a los escritores se les ha exigido que inventen una historia nueva cada vez. (...) parece extraordinario y hasta malsano, que nos tomemos la molestia de inventar todas esas vidas ficticias adicionales.”


Sus preguntas son muy pertinentes: ¿qué es esa necesidad?, ¿por qué los últimos tres siglos?, ¿por qué hay algo malsano y excesivo en la literatura?


Hay una respuesta freudiana que, en este contexto, es ineludible y es que “la ciencia queda vencida por la creación del poeta”. Aquí Sigmund Freud usa la palabra del poeta como sinónimo de literatura pues está hablando de la novela “La Gradiva” de Jensen. Freud llega a decir que los poetas son aliados del psicoanálisis ya que ninguna ciencia ha podido decir mejor que la literatura algo verdadero sobre lo que German García llama “serdicentes”, para traducir en algo la palabra de Lacan “parlettre”.


En cuanto a los “tres siglos”, se ha podido decir que la modernidad, consecuencia del nacimiento de la ciencia moderna en el Siglo XVIII, avanza con una prosa que mortifica a la poesía del serdicente, Jacques-Alain Miller muestra que los siglos XIX y XX son, en este sentido, efecto de ese siglo XVIII y resultan un esfuerzo para que “la modernidad entregue algunas gotas de poesía”. En el momento de la revolución industrial y sus efectos, toma consistencia el escribir bien ya que los poetas captaron rápidamente que el discurso de la utilidad quitaba encanto al mundo. Pero la literatura implica algo más que el encantamiento del mundo. Ralph Messenger, que pretende registrar sus más íntimos pensamientos escribiendo todo lo que se le viene a la mente para alimentar sus hipótesis cognitivas, llega a una conclusión sorprendente: “Yo no intentaba crear un ilusión, yo buscaba lo real. Pero es difícil. Imposible, en realidad”.


Y Helen cita la tesis de Virginia Woolf sobre la literatura: “Grabemos los átomos en la mente a medida que caen en la mente y en el orden que caen”.


Sin embargo, aunque ambos pretender situar algo real no buscan lo mismo. Ralph busca la utilidad, Woolf busca otro valor que el de la utilidad, algo que no sirve para nada pero es tan real como el de la ciencia.



Algo pasa al leer, algo al escribir, algo al hablar a un analista



Rabelais hacía –hace- reír y aliviaba de las grandilocuencias de su tiempo. Jacques Lacan se aburre al leer a Sade. Romain Rolland (poeta cercano al misticismo hindú) producía exaltación y goce a Sigmund Freud, el racionalista extremo, según su autodefinición. Según Borges, como ningún otro texto de su tiempo, el “Martín Fierro” produjo un dispendio de inutilidades entre los críticos. Lo que pasa al leer es, entre otras cosas, algo del orden de la inutilidad (risa, exaltación, alivio, angustia...).


Osvaldo Lamborguini se reía al escribir alguno de sus textos en el que ponía en escena lo que llamaba “el dispositivo del contínuo” que consistía en volverse loco al hacer el gesto del dedo índice girando en la sien. James Joyce gozaba escribiendo el “Ulises” ya que imaginaba que iba a hacer trabajar a los universitarios durante 300 años. Mal que le pese a David Lodge o a su alter ego Helen Read, esa necesidad de narrativa, ese exceso que conlleva, lo malsano que la empuja resulta ser goce… goce del cuerpo que se exalta, se angustia, se sacude de risa, se alivia de dolores. Ese goce está alojado por la escritura, en la escritura y no es producto del significado de la historia (o no solamente) sino de la letra, no por la significación sino por lo que se escribe o se lee y esto no lo llega a captar David Lodge. La letra y el goce que produce es algo bien real ya que es satisfacción del que escribe pero también del que lee dado que está también su satisfacción. Ambas testimonian de lo que de la letra resuena en el cuerpo y va del placer al sufrimiento, del horror al alivio, de la risa al llanto, de la indignación al embeleso, de la autosuficiencia al síntoma en una línea que, sin pasar ningún borde, es el goce del serdicente y algo por completo inútil.


¿Sueño, juego, deseo? Paradojas de la satisfacción que vale como goce del cuerpo.



Singularidad del psicoanálisis.



Si bien el psicoanálisis es un esfuerzo por decir bien, no se asimila a una cuestión de pura retórica sino que en él, se trata de decir el goce propio de un modo que haga que el dolor de existir se convierta en soportable justamente por acercarse lo más posible a esa singularidad del propio goce habiendo logrado cierto saber sobre él. En suma, si bien el psicoanálisis toma el relevo de la poesía, hay diferencias. Un analizado se orienta respecto de su goce y sabe hacer uso de él. En un poeta lo primero no sucede necesariamente aunque el uso que haga de él tenga resultados sublimes. El caso típico es el de Rilke, el gran poeta que escribía con sus entrañas al desnudo lo que le hacía la vida insoportable. Contrariamente a lo que creía Rilke (apoyado en esto por su amiga Lou Andreas Salomé) un psicoanálisis le hubiera permitido quizás una relación a su vida, a su goce, menos insoportable y no le hubiera sacado nada de su don para crear poesía.


El psicoanálisis se sitúa, en el campo de las dos culturas en un lugar paradójico de autoatravesamiento: no es una ciencia pero la tiene en su horizonte. No hace poesía pero su ambición es el biendecir.


Graciela Musachi

miércoles, 22 de octubre de 2008

Esmeralda Miras, miembro de EOL Buenos Aires, Centro Descartes, AMP, escribe, desde la literatura, un breve ensayo sobre el amor.


Versiones del amor. Dante, Victoria, y Ortega.


Victoria Ocampo le comenta a Virginia Wolf su deseo: escribir, bien o mal, pero, como una mujer. ¿Cuál es el cómo?


Busquemos en su primer ensayo, sus apuntes sobre un pasaje de la Divina Comedia. "De Francesca a Beatrice", lectura que hace entre dos mujeres. Siendo joven y formal, escribe en su libreta de apuntes sus impresiones, lo que consuena con ella de esos versos.


Nos cuenta que subió la escalera de la Biblioteca Nacional, temblando, asustada, cuando le llevaba estos escritos a su maestro Paul Groussac. Él le recomienda abandonarlos, le sugiere que se dedique a algo menos dantesco y pedantesco, que escriba algo más personal, sobre ella misma, por ejemplo.


Victoria nos dirá: "No se percataba que sobre ese asunto, carecía yo de informaciones fidedignas


Oscuramente como a tientas, buscaba en esos versos respuestas para sí. Se va entonces desmoralizada, desorientada, desilusionada. ¿Cómo abandonar lo que la abarcaba, lo que no la abandonaba, lo que al leer la leía? Sus informaciones sobre lo que le pasaba las estaba buscando en el Dante.


A pesar de esto guarda sus escritos y poco después aparecen en Babel, un apartado de la Nación en 1921. Más tarde, Ortega y Gasset los rescata y los publica en la Revista de Occidente.


¿Qué es el amor Francesca?


Estamos en El Infierno, en el canto V desde el verso 100.


Francesa y Paolo juntos en el viento como sombras, a las que Dante se acerca asombrado. Actitud que generalmente mantiene en todo su recorrido, no se privaba de preguntar, a la manera socrática, uno por uno, qué los había llevado a habitar tal o cuál lugar en los círculos de su universo. Dante, aquí, quiere saber quiénes son y cómo fue que se enamoraron. Pero es a ella, a Francesca a quién se dirige. ¿Qué es el amor Francesca? y ella le dice: " amor no perdona" a la manera que podemos ver en los versos del Canto V de El Infierno, desde el verso 100


Victoria escribe los sucesos que se producen a partir de su lectura de estos versos en el tercer tomo de su biografía, que según María Esther Vázquez, es una novela de amor. Francesca y Paolo le permiten acercarse a lo que estaba viviendo en ese momento, su amor prohibido con el primo de su marido.


"Empecé a encontrar en el poema una revelación de estados de ánimo, que aclaraban aspectos de mi propio ser".


Amor clandestino que se prolongará durante 13 años y que termina con su matrimonio, amor reconocido por ella como el amor más importante de toda su vida. Amor, pasión, que pretende describir en su ópera prima. Dice:


"Cuesta trabajo comprender cuando se empieza a vivir y a leer, en qué consiste el suplicio de los dos amantes del Canto V.

Es verdad que son arrebatados de la vida pero van eternamente unidos el uno al otro, se siente uno inclinado a imaginar que el ser llevado sin tregua por un huracán no ha de ser tormento muy terrible si se comparte con el ser amado, el sentido profundo de esta búfera infernal no aparece enseguida y los versos permanecen inexpugnables mientras el dolor de vivir no ha abierto la brecha por donde manan su belleza, su sentido y nuestra sangre."

Francesca y Paolo van juntos, sí, pero… adónde. A ninguna parte. Giran, solamente. Francesca y Paolo están juntos, sí,… pero cómo. Envueltos en huracán y tinieblas, enceguecidos por la noche, asordados por el clamor del viento, no pueden verse, no pueden hablarse.

El huracán apaga el sonido de sus voces y sus miradas no encuentran sino tinieblas.

Van abrazados el uno al otro pero ciegos y sordos el uno del otro.

Prisioneros solitarios de la tempestad y de la noche.

Prisioneros de su propia tempestad y de su propia noche, prisioneros de sus sentidos.

Y aquello mismo que los mantiene asidos uno al otro, los mantiene separados, son los viajeros errabundos de su amor, esclavos del vórtice que los arrastra, sin jamás poder hacer alto y gustar el uno del otro porque para poder gustar de una cosa hay que hacer el silencio en torno suyo, hay que morar en ella.

Así tantos seres van inseparables y no obstante aislados.

Es el jamás mas absoluto, más desesperado que haya arrancado el arte a la vida”.


Creo que Victoria, en su consonancia, en su resonancia, capta la estructura de la imposibilidad de la relación, los amores difíciles, el silencio estructural aún en el ruido, silencio de lo indecible, que se alude mejor desde una posición femenina, el vacío que limita con el amor. Los versos que el " jamás" produce.


Es interesante, en este sentido, lo que produce en Ortega y Gasset, quién escribe un prólogo extenso para esta obra, donde ubica a Victoria en el Ideal, desarrolla el lugar de la dama y del amor, casi como un compendio del amor cortés. Victoria rechaza ese lugar de "La Señora”, y trata a Ortega como la dama al caballero. Desdén y causa.


Este juego de cajas chinas, de espejos, estas puestas de erastés, en Lanzarote, Francesca, Victoria, Ortega, me pareció un buen ejemplo de lo que para Lacan es la estructura del amor, un vacío significante. Encontré algunas referencias a Dante y su poesía del amor que, como Victoria, las llama la bufonada y como es que con el significante amor, se crea la comedia. Algo de verdad.


Victoria en este juego es una alusión a lo que ella llama una mujer escritora, finalmente, de estos encuentros y desencuentros, Victoria Ocampo obtiene un nombre: “Sur”, sugerido por Ortega para su editorial.


Esmeralda Miras.

martes, 21 de octubre de 2008

Concha Miralles hace una reflexión sobre la escritura y la lectura, partiendo de un hermoso cuento

¿QUÉ FUE ANTES, LA LECTURA O LA ESCRITURA?


Ésta, que parecería una pregunta más sencilla de responder que la del huevo y la gallina, si nos detenemos un poco a pensar, se encuentra en el mismo orden de retos del razonamiento. Si entendemos que leer consiste en descifrar el mensaje que encierran determinados signos y nos remontamos a la prehistoria, los hombres de aquellos tiempos, aún no iniciados en grafías de ningún tipo, observaban con curiosidad el cielo, sus movimientos y misterios. La naturaleza y sus ciclos han despertado desde antiguo enigmas que se han querido comprender e interpretar. Signos escritos, mucho antes de que existiera el pergamino, en el cielo, en el vuelo de las aves, en la lluvia o en el fuego. Signos de algo, de otra cosa, de un saber oculto y secreto que sólo los iniciados podían revelar.


La lectura, en ese rango de misterio que se esconde en los signos escritos a través de los cuales surge el conocimiento, la cultura, y se nutre la imaginación, tiene, pues, su origen en el deseo de desvelar los grandes misterios del mundo, los mismos para los que aún, con toda la arrogancia tecnológica de nuestra época, no tenemos respuestas concluyentes. Y si la lectura surge por el deseo de interpretar, de desvelar, la escritura nace en el deseo de comunicar y trasmitir. Se trata de tiempos diferentes, ¿pero cuál de ellos antes? Acaso resulte lógico pensar que primero sea el deseo de conocer y luego el de trasmitir. En ese caso, la gallina o el huevo –según como se considere el principio de las cosas- sería la lectura.


Y, hablando de principios, hay un precioso cuento de Rudyard Kipling, incluido en Los cuentos de así fue, que se me viene al hilo de todo esto. Lleva por título “Cómo se escribió la primera carta”, y narra las peripecias de Tegumai Bopsulai y su hija Taffi. Estos fueron un día a pescar carpas al río Wagen, cuando se encontraron con el arpón roto y muy lejos de su hogar. A la niña, para ayudar a su padre, se le ocurrió hacer unos dibujitos en una hoja de abedul representando a su padre en el río, triste, con el arpón roto. También dibujó a su madre, la cueva donde vivían y el arpón de repuesto que allí tenían. Le pidió a un extranjero de piernas largas que casualmente pasaba por allí que llevara corriendo la misiva a su madre, confiando en que ella sabría interpretarla y le entregaría el arpón de repuesto. No contó Taffi con el susto que se llevaría su neolítica señora madre al leer la carta, pues de los dibujos concluyó que el extranjero había dado muerte con un arpón a su marido y que venía a vanagloriarse de ello delante de todos.


Según el cuento de Kipling, la primera carta que se escribió en el mundo tuvo una lectura equivocada, con la consecuente paliza descomunal en los lomos del primer cartero de la historia.


Valga este relato para argumentar que la lectura –sobre todo si se trata de asuntos literarios- tiene la virtud y el peligro de aquella primera misiva: poder ser interpretada de tantos modos diferentes como lecturas se hagan de ella, porque pasa sin remedio por el filtro de lo subjetivo, y éste suele conectar mucho más con las emociones que con la razón. Eso hace que la escritura pueda multiplicarse infinitamente en el ámbito de lo personal e intransferible y que cobre dimensiones absolutamente desconocidas a las intenciones originarias del autor, porque, como puede decirse, hay mil lecturas distintas y un solo escrito verdadero.


Concha M. Miralles