viernes, 19 de noviembre de 2010

¿Fue él? de Stephan Zweig. Comentario de Miguel Ángel Alonso


Texto muy cuidado, pausado y rítmico, impecable en su escritura, y pautado por ideas de gran relevancia en relación a nuestra compleja constitución como seres hablantes. Además de mostrarnos el tema bien aparente de los celos, este cuento de Stephen Zweig parece un buen lugar para pensar cuestiones que tienen que ver con la estructura lenguaje. Por un lado, se nos propone una coyuntura trascendental: situarse dentro o fuera de la dialéctica que impone el lenguaje, lo cual, como veremos, tiene consecuencias de diferente sino. Por otro lado, nos muestra, de forma implícita, una cuestión muy importante, la relativa a la constitución y a la función de los objetos en el terreno de lo humano.

Para dar cuenta de la posición dentro/fuera del lenguaje, el texto sitúa el lugar donde se encarnan los celos, una animalidad ambigua que convoca en un mismo lugar al animal y al ser que habla. Ello nos permite hacer más visibles las diferencias entre ellos.En Ponto reconocemos escenarios propios de lo humano y de lo animal.

1º. Sus estrategias con respecto al otro, Limpley, al que esclaviza con un proceder que el relato muestra tan consciente como pudiera ser el de un comportamiento humano.
2º. El corazón del relato está constituido por algo muy familiar, los celos, que tienen que ver con el desalojo de una posición de privilegio en la que fuimos receptores de atenciones que se nos prodigaban en exclusividad.3º. En Ponto concurre el instinto animal, imperioso, marcando el camino inequívoco, primario, sin capacidad para asumir la palabra, esa legalidad que, en un contrato simbólico, puede sublimar los impulsos hostiles y la agresividad que dicta el instinto.
El llamado y la palabra
Se podría establecer la siguiente hipótesis. Ponto es un animal doméstico, por lo tanto, está en el lenguaje,
y es por ello que puede llevar a cabo estrategias muy humanas en su relación con el otro. Pero, aunque Ponto vive en un escenario de lenguaje, no puede asumir la estructura que implica ese lenguaje. Es necesario hacer una distinción entre dos cuestiones: el llamado y la palabra.
El llamado puede ser común a lo animal y a lo humano, pero no asume, necesariamente, la palabra. Ponto puede realizar llamados como los que dirige a su dueño o a la Señora Betsy en el momento de su destitución, llamados en los que manifiesta su angustia. Pero ahí no hay ninguna dialéctica. No ha lugar para ningún trato que posibilite la delimitación de los espacios de Ponto y de los humanos.
Por su parte, la palabra sólo es algo propio de lo humano. Exige el establecimiento de una dialéctica para formalizar un contrato simbólico, un acuerdo en el que quede delimitado el espacio de cada uno. Es claro que Ponto no puede entrar en esa dialéctica. Respecto al llamado leemos en la página 48 del relato algo que abunda en esta hipótesis:

Jamás olvidaré la mirada de súplica, apremiante, con la que me contempló. La mirada de un animal en momentos de extrema necesidad, puede ser mucho más penetrante, casi podría decir, más expresiva que la de los seres humanos, pues nosotros comunicamos la mayor parte de nuestras emociones, de nuestros pensamientos, por medio de la palabra, que hace las veces de intermediaria, mientras que un animal, que no es capaz de hablar, se ve obligado a comprimir en sus pupilas todo lo que quiere transmitir. Nunca he visto la desorientación expresada de modo tan conmovedor y desesperado como entonces en aquella mirada indescriptible de Ponto

Y para clarificar aún más esta cuestión, para sumar a lo esencial de lo que dice la Señora Betsy, traigo un pequeño párrafo de Jacques Lacan correspondiente al Seminario 3, Las psicosis, página 135:
Al llamado humano le está reservado un desarrollo ulterior, más rico, precisamente porque se produce en un ser que ya adquirió el nivel del lenguaje

Sin duda, el nivel de lenguaje no es alcanzado por Ponto. En la página 47 de ¿Fue él? podemos leer:
“¿Qué significaba todo aquello? ¿Y por qué se veía él excluido y desposeído de sus derechos?... Lo que distingue el entendimiento animal del humano es que se limita exclusivamente al pasado y al presente, y no es capaz de imaginar algo futuro o de contar con ello. Y así, esto lo sintió aquel obtuso animal con una angustia desesperante
De este párrafo se deduce una vertiente del lenguaje. La que tiene que ver con un cierto nivel de la comprensión, del sentido. Estar desprovisto de futuro no es otra cosa que estar desprovisto de un tiempo lógico de elaboración, es decir, un tiempo para comprender.
Los celos y el objeto
Para adentrarse en el terreno de los celos es conveniente considerar la cuestión del objeto. ¿Cómo se interesa Ponto por él? En tanto es objeto del deseo del otro. Esto es relevante porque ilustra la constitución primitiva del objeto en lo humano. En el mundo de Ponto se conforma un objeto –el bebé— única y exclusivamente porque es objeto del deseo de su amo Limpley. Esta condición, bien reflejada en el texto, moviliza la estructura delos celos y sus tiempos lógicos.

Por lo tanto, la estructura de los celos siempre tendrá que ver con el deseo del otro. Limpley desea el objeto, ello implica que ese objeto se conforma en el mundo de Ponto como el adversario hacia el que dirige la animadversión y el odio.
Encuanto a los tiempos, podemos distinguir dos. En un primer tiempo, cuando surge el objeto, se lleva a cabo una inscripción imborrable, la marca del deseo del otro queda inscripta como alteridad primitiva: El otro desea más allá de mí. Podemos decir que ese tiempo es el de la perplejidad de Ponto. Pero esa marca es susceptible de surgir en un segundo tiempo de la vida: e
l del arrebato de los celos. En lo humano, cualquiera que encarne el primitivo deseo del otro, puede hacer resurgir la rivalidad y la competencia. En el animal, Ponto, ese segundo momento es el del acto.
Esta forma de constitución del objeto es lo que Lacan señala en el Seminario 3, Las psicosis, como “el conocimiento paranoico instaurado en la rivalidad de los celos”. Lo importante es que, en el ser humano, después de esta constitución del objeto aparece la mediación del lenguaje, lo cual permite otras posibilidades más allá de la absoluta agresividad. Para Ponto todo se queda en el estatuto de lo imaginario, de la imagen del otro, lo cual implica rivalidad y agresividad.

Los objetos como fijación del goce
Encontramos un cierto infantilismo en la posición de Limpley. Lleva a cabo un grado de fijación muy intenso con los objetos. Nos damos cuenta de que en cada renovación del objeto, produce una sustitución total y plena del anterior. Pero siempre encontramos la misma signatura, un exceso de goce que detiene la metonimia del deseo, hasta el punto de que olvidó el deseo de ser padre. Este detalle nos permite deshacer cualquier posible confusión entre goce y deseo. No estamos ante objetos que permiten el deslizamiento del deseo, sino ante objetos de goce en donde se produce una fijación.
Por otro lado, es tanto el goce que encuentra en cada fijación, que nos invita a la especulación. Se podría pensar que su juego con los objetos tiene algo que ver con lo puramente carnal y erótico. Cada fijación es como un éxito, como un encuentro pleno. Lo cual no puede sino indicar que tras ellos hay algo problemático que el texto no revela. Me inclino a pensar que esos objetos de goce, en realidad, pueden estar tomados para realizar una sustitución. Es importante ver que en ellos, Limpley no arriesga nada, al contrario, muchas veces parecen servirle para alejarlo de la relación con su mujer. Es una de las vertientes del problema. Los objetos, de esta manera, serían la metáfora de esa relación. Pero reitero, que esto sólo puede constituir una especulación basada en la evocación carnal que sugiere esa fijación plena de goce a los objetos.

Otra de las vertientes de estas fijaciones la muestra el texto de forma evidente. Es la vertiente que tiene que ver con su narcisismo, es decir, nuevamente con la completitud. Lo expresa Limpley en cada momento. Todo lo que hace, todo lo que toca, todo lo que es suyo, es lo primero en la escala de valores. Su yo no hace otra cosa que fabricar lo excelso. Parece un hombre cuya única finalidad es realizar lo pleno.

Y finalmente, todo se desvela de forma trágica en el desastre final. Si en el objeto se fija un goce completo, ello nos lleva a pensar que ese objeto está ahí para velar algo. Cuando al final, el objeto desaparece, deja al descubierto lo que obturaba, un vacío por el que se precipitan los protagonistas. La felicidad nunca más fue posible.

En ese contraste tan radical entre la plenitud y el vacío, vemos la función que cumple el objeto en el terreno de lo humano, la de velar una hiancia consustancial a lo humano. La falta por
excelencia.
Y es curiosa la articulación que se produce entre la posición de Limpley y el argumento general de esta reflexión sobre el lenguaje. También en Limpley encontramos una relación problemática con el lenguaje. Cada fijación produce una dificultad dialéctica, Limpley abandona casi la relación con los otros para dedicarse al objeto. De tal manera, en su objetivación, en su forma de identificarse a los objetos, no podemos evocar otra cosa que una muestra de su terror. La apuesta por el deseo es demasiado arriesgada para él.
Conclusión
¿Fue él? nos sitúa ante el reconocimiento o no de una alteridad: el Otro con mayúsculas, el lenguaje. Sin él no hay humanidad. Para quien no lo reconoce, Ponto o cualquier ser humano, no hay futuro que pueda establecer un tiempo de comprender. De tal manera, si el acontecimiento de la angustia promueve en el ser humano el encuentro con elementos simbólicos que nos permiten encontrar nuestro lugar en el mundo, en el animal, esa angustia promueve la acción específica, siempre directa, el acto, de tal manera que sólo la agresividad sin límites puede restituir el lugar de cada objeto.

Miguel Ángel Alonso

domingo, 14 de noviembre de 2010

La Y griega. Un artículo de Juan Serrano publicado en su blog "Blao"

La Y griega

Con las ínfulas independentistas ¡qué ganas nos entraron de no parecernos a nadie!


¿Cuáles son las razones de la R.A.E para que a la y griega a partir de ahora llamemos ye?

Si nos quitan la y griega ¿por qué no nos quitan también la latina? Al fin y al cabo las dos fueron importaciones, extranjerismos. Presentadme una sola letra de nuestra exclusiva paternidad y os prometo daros todos los reinos del mundo y la gloria de ellos. Todo lo que tenemos, y no me refiero sólo al lenguaje, nos es ajeno. Nuestra casa, del banco. La receta, de la abuela. La deuda pública, del FMI. El cero, de los mayas. Un roto, del calcetín. El dolor de muelas, de los carbohidratos de la tarta. De Rumanía, los gitanos de Las Galias. Y mi santa, de su querida mamá. En este mundo global y multiétnico no queremos que nos confundan con nadie, ¡y menos con los griegos! que ahora andan al borde de la quiebra. ¡Así nos va de sobrados!

Hasta hoy yo me pavoneé de la estirpe helénica, olímpica y casi mitológica de nuestra penúltima letra. ¡Ay cómo me alegraba su cadencia final y desatada en el canto del abecedario allá en la escuela mixta y unitaria!

A este paso, cristianizando, españolizando, marroquizando, americanizando como propio todas nuestras conquistas seculares, nos quedaremos sin nada. Nosotros, sin Perejil y sin la Alhambra, Gibraltar sin su Peñón, Mohamed sin el Aaiún, el Papa sin audiencia, el rabo sin su sartén. Porque nada es nuestro que anteriormente no haya sido de otros. Todo es de todos. Y si patentizamos la y llamándola en román palatino ye como quien llama de manera indeterminada a quien no conoce (¡¡o-ye!!), no sé si esta buena letra nos responderá como hasta ahora. Que cuando yo llamo a mi perro por un nombre que no es el suyo, el can me mira desconfiado y vuelve la cabeza para otro lado.

Antes cuando yo intentaba ligar mi nombre con otro nombre acudía a la y griega, copulativa y amable. Ahora cuando tenga que recurrir a la ye para enamorar a alguien, no sé si resultará.

Juan Serrano