jueves, 24 de octubre de 2013

Apertura de la tertulia sobre Los siete locos de Roberto Arlt. El contexto histórico y los personajes. Por Luis Seguí

Muchas gracias a los organizadores por haberme invitado a abrir los comentarios en esta tertulia. Es un privilegio inaugurar el nuevo curso, además por el hecho de tratarse de Roberto Arlt, autor al que he leído hace muchos años en Argentina y que me resulta extremadamente interesante. Hay literatura, cuentos, novelas, etc., en las que el contexto histórico en el que se desenvolvieron no tiene gran relevancia. Sin embargo, el caso de Roberto Arlt es, justamente, el contrario. Su literatura no puede ser entendida y disfrutada en toda su magnitud, si no se tiene en cuenta la Argentina en la que nació y murió (1900-42). Etapa inmediatamente anterior a la emergencia del peronismo.

Argentina y Estados Unidos tienen algunas cosas en común y muchas diferencias. Más diferencias que cosas en común. Éstas se refieren a que ambos países se formaron y construyeron sobre la base de la emigración europea. La segunda coincidencia es que, en ambos países, la violencia ha jugado históricamente un papel determinante en la construcción nacional.

Roberto Arlt era hijo de un emigrante alemán muy severo, lo que motivó que se marchase de de casa con 16 años. La madre era de Trieste. Peculiaridad muy interesante, porque Trieste era una ciudad muy especial, de frontera, que perteneció al Imperio Austro-Húngaro, después a Yugoslavia y que actualmente es italiana, lo que le confiere un carácter extraordinariamente cosmopolita, acaso por eso elegida por James Joyce para su exilio literario. La madre de Roberto Arlt era una mujer que, aunque no hubiera cursado estudios, leía poesías y diversa literatura, lo cual, sin duda, tuvo en Arlt una influencia determinante. Él fue autodidacta, se nutrió en los textos de Dostoievski, algunos de los cuales están muy presentes en sus obras. También están presentes Nietzsche, Salgari, Kipling, Gorki. Es decir, como todo autodidacta, tenía una formación muy dispersa, poco sistematizada, pero muy bien aprovechada, especialmente para sus novelas y para el teatro. Sus obras teatrales tuvieron mucho éxito en su momento en Argentina. También fue un escritor de cuentos.

Su primera novela fue El juguete rabioso, 1926, que para Borges era su obra más lograda. Luego, en 1929, viene el texto que vamos a comentar hoy, Los siete locos. Y ya en 1931 aparece Los lanzallamas, anunciado al final de Los siete locos, cuando plantea que los personajes van a continuar.

En el texto de Los siete locos –en los demás también, aunque de otra manera— está presente una escritura algo caótica, lo cual fue muy criticado en su momento. Una escritura, decían, con una sintaxis endiablada, con neologismos, con construcciones difíciles de comprender, con metáforas bastante delirantes. Decían que era una escritura desprolija, pero que fue valorizada después de su fallecimiento, como suele ocurrir con muchos autores, que son póstumamente elogiados cuando ya no lo pueden disfrutar.

Conocemos la gran literatura que se inicia a comienzos del siglo pasado en Argentina, tuvo su máximo exponente en Jorge Luis Borges, que pertenecía al grupo Florida, mientras que Roberto Arlt estaba identificado con el Grupo Boedo. Florida es una de las principales calles de Buenos Aires, y Boedo es un barrio, proletario en esa época. Borges tenía gran respecto por Arlt, igual que Ricardo Güiraldes, que fue su mentor y a quien Arlt dedicó El juguete rabioso.

En la obra de Roberto Arlt está presente la Argentina de la época, una Argentina caótica, un país en construcción, pues entre 1857 y 1914 habían entrado seis millones de emigrantes europeos, fundamentalmente italianos y españoles, pero también franceses, alemanes, judíos de centro Europa, sirio-libaneses, etc. Es una de las coincidencias que tiene con Estados Unidos, un territorio vacío también, sólo poblado por los indígenas, los auténticos y verdaderos americanos, que fueron exterminados. Ese territorio vacío se llenó igualmente con la emigración europea.

En Argentina hay otra peculiaridad, y es que, a diferencia del resto de América Latina, fue una sociedad que se urbanizó de forma muy rápida. La población urbana llegó a ser mayoritaria con respecto a la rural. ¿Por qué? Porque esos emigrantes que llegaban, a diferencia de lo que ocurrió en Estados Unidos con las granjas, que se entregaban a los colonos que iban ocupando tierra, en Argentina la oligarquía se había ya repartido la tierra entre ellos, de manera que los inmigrantes que llegaban no tenían dónde instalarse para generar una sociedad rural. Era el motivo por el que esos inmigrantes se agrupaban en las ciudades, principalmente en la de Buenos Aires, que es la ciudad que describe Arlt a través de sus personajes. Y varios de los lugares descritos en la novela, son nombres de localidades que hoy existen alrededor de la Capital Federal de Buenos Aires.

Hay otro autor de la época, Raúl Scalabrini Ortiz, un nacionalista en el buen sentido, un hombre preocupado porque Argentina disfrutara de su propia riqueza, de su propia cultura. En 1933 escribió un libro, El hombre que está solo y espera. Arlt y Scalabrini Ortiz escribieron sobre los mismos personajes desde distintas perspectivas, desde distintos ángulos. Scalabrini Ortiz, en ese libro significativamente titulado El hombre que está solo y espera, hace una descripción del hombre medio de Buenos Aires y de esa capital, de la cual, en un momento dado, se llegó a decir que era la Nueva York de América del Sur, una ciudad que estaba creciendo sobre la base de la inmigración y de un cierto desarrollo industrial.

La violencia que está implantada en la obra de Roberto Arlt, no hace más que trasladar a la literatura lo que ocurría en la sociedad argentina de la época, especialmente en Buenos Aires. En 1909 hubo una manifestación obrera en Buenos Aires fue durísimamente reprimida por la policía, que dirigía el coronel del ejército Ramón Falcón, con una cantidad de muertos que algunas informaciones cifraban en más de cuarenta, y decenas de heridos. El coronel Falcón justificó la represión diciendo que se trataba de "elementos anónimos, generalmente extranjeros, detritus arrojados por otros países, se refugian en nuestro seno constituyendo un factor exótico no asimilable a nuestra sociabilidad. Unos meses después, un joven de 18 años, Simón Radowitzky, nacido en Ucrania y de origen judío, arrojó una bomba al paso del carruaje de Falcón, matando a este y a su secretario. Por cierto, después de pasar en la cárcel más de veinte años y ser finalmente indultado, Radowitzky luchó en el bando republicano en la Guerra Civil, para exiliarse después en México donde murió.

Las corrientes anarquistas en Argentina, también las socialistas, pero fundamentalmente la anarquistas y anarcosindicalistas, eran muy fuertes en esa época, muy poderosas, y eran las que motorizaban la lucha obrera. En 1919, diez años antes de la edición de este libro, hubo una huelga en la Capital Federal de Buenos Aires, con más de 70 obreros muertos por la policía y por una banda fascista que se llamaba la Liga Patriótica. Es lo que se conoce como Semana Trágica. No sólo en Barcelona tuvimos una semana trágica, sino que en Argentina, en Buenos Aires, en enero de 1919, también hubo una semana trágica.

Estoy tratando de describir el contexto para entender por qué los personajes de Arlt son, no sujetos pasivos, sino sujetos activos de esa sociedad en construcción. Ellos están instalados en sus respectivos delirios, de hecho, el título es Los siete locos, pero en realidad son muchos más con distintos grados de locura. El personaje central de la novela es Augusto Erdosain, al que, en general, se le cita por su apellido. A mi modo de ver es el menos loco de todos, al menos en relación al Astrólogo, sujeto instalado en un delirio perfectamente construido.

Hay un capítulo del libro que se llama Discurso del Astrólogo. La palabra discurso no está utilizada como en psicoanálisis, donde se usa para describir una forma de lazo social. El del Astrólogo es un discurso en el sentido de pieza oratoria, porque da lugar a una pieza oratoria en la que expresa su delirio, por el cual todos se dejan seducir, incluso Erdosain, a pesar de que, insisto, me parece el menos loco. Y ello por una razón muy sencilla, Erdosain, a lo largo de toda la obra insiste con sus interrogantes sobre sí mismo, quién soy, qué estoy haciendo con mi vida, qué puedo hacer. Es la duda constante sobre su existencia. En los monólogos de Erdosain hay una conciencia de la fragmentación del cuerpo. Eso aparece en la novela con profusión, cuando habla de ser sólo un hombre con un envase que carga con setenta kilos. Hay distintas formas con las que Roberto Arlt expresa esa fragmentación del cuerpo y el deambular de Erdosain.

Creo que la clave fundamental del personaje, y de la obra en general, está en las primeras páginas de Los siete locos. Erdosain sabe que es un estafador que ha estafado a la Compañía Azucarera para la que trabaja, motivo por el cual va arrastrando su sentimiento de culpa, dándose cuenta de que el horizonte de la cárcel no está lejos. Hasta que un personaje le entrega el dinero para reponerlo y devolverlo a la empresa. Cuando empieza la obra, y él va arrastrando su carga de culpa, dice el texto:

Esta atmósfera de sueño y de inquietud que lo hacía circular a través de los días como un sonámbulo, la denominada Erdosain la zona de la angustia.
Erdosain se imaginaba que dicha zona existía sobre el nivel de las ciudades, a dos metros de altura, y se le representaba gráficamente bajo esa forma de salinas o desiertos que en los mapas están reveladas por óvalos de puntos, tan espesos como las ovas de un arenque.
Esta zona de angustia era la consecuencia del sufrimiento de los hombres…”.

Porque la angustia que aparece en este sujeto lo va a acompañar a lo largo de toda la obra. Y a esa angustia le atribuye la causa de otros acontecimientos, por ejemplo, el hecho de que su mujer lo abandone por un militar, el hecho de que se someta al delirio del Astrólogo, y que acepte el dinero que le ofrece un personaje significativo, nada menos que El Rufián Melancólico.

El Rufián Melancólico era un explotador de prostitutas. Más que un personaje delirante, es un escéptico, un rufián que ha intentado suicidarse pero que había fracasado en el intento. Como digo, tiene un absoluto y radical escepticismo. Él está con el Astrólogo, no porque crea en su proyecto, sino porque el Astrólogo le ha propuesto que, por su experiencia profesional, monte una cadena de prostíbulos con los cuales puedan financiar la colonia que van a crear entre el Astrólogo y los otros delirantes. La finalidad sería lo que, en términos del Che Guevara, se llamaría la creación de un hombre nuevo. Era la época en la que también se hablaba del súper hombre. Es decir, influencia nietzscheana, porque en el texto se habla del superhombre. El Rufián Melancólico está allí, entonces, dispuesto para aportar el dinero a través de la explotación de mujeres en una cadena de prostíbulos.

Hay otro personaje, también delirante, el Buscador de Oro. Es tan delirante como el Astrólogo. Luego aparece otro, el mayor, presentado por el Astrólogo en una de las reuniones. Su intervención es de un carácter profético extraordinario. Porque éste, en 1929, un año antes de que en Argentina se produzca el primer golpe de Estado militar contra un gobierno democrático, en su intervención, prácticamente despliega el programa de corte militar. Está diciendo que los políticos son unos inútiles, incompetentes, los militares sabemos hacer las cosas, vamos a convertir la producción. Suena bastante actual. Como digo, Roberto Arlt lo escribió en 1929, poco antes del golpe de estado militar.

El personaje de Hipólita me parece muy tierno. Es la prostituta que se ha casado con el farmacéutico Ergueta. Éste tiene toda una teoría sobre metafísica, y es el único que en el libro acaba en un manicomio. Efectivamente, todos los demás, a pesar de sus delirios, siguen con sus proyectos mientras Ergueta termina en un manicomio. Y la coja Hipólita, la ramera –que por cierto, nos es coja— termina con un diálogo desopilante con el propio Erdosain. Este personaje central recorre los prostíbulos sin acostarse con las prostitutas, a pesar de que su mujer reniega de él y le dice que le produce repugnancia.

Oscar Masotta escribió en 1965 un ensayo sobre Roberto Arlt que se llama Sexo y traición en Roberto Arlt. Oscar Masotta, como ustedes saben, fue precursor del psicoanálisis lacaniano en Argentina y posteriormente en España. Muchos otros autores y críticos conocidos han opinado sobre la obra de Roberto Arlt, entre otros Ricardo Piglia, que ha señalado lo siguiente:

El estilo de Arlt es un conglomerado de restos. Estilo alquímico, perverso, marginal, una trasposición verbal estilística del tema de sus novelas. Esa marea de jergas y voces, masa en ebullición de vidas indignas y rabiosas

Solamente un comentario final para que mis compañeros puedan continuar la tertulia. Insisto, la obra de Roberto Arlt fue valorada y revalorizada cuando ya había fallecido, al igual que ocurrió con tantos otros autores. Fue retomada en su verdadero valor literario a partir de 1950, es decir, ocho o nueve años después de su muerte. David Viñas –escritor, crítico y periodista argentino— el mismo Masotta, Jorge Luis Borges lo tuvieron muy en cuenta. Éste último sentía un profundo respecto por Roberto Arlt, aunque siendo quien era, lógicamente le criticaba su estilo, pero le reconocía una fuerza literaria inusual.

Doy el turno, entonces, a mis compañeros, a los que, una vez más, expreso mi agradecimiento por haberme permitido realizar estos comentarios sobre el contexto histórico en el que escribió Roberto Arlt.


Luis Seguí

miércoles, 23 de octubre de 2013

La locura como alternativa; Alberto Estévez comenta "Los siete locos" de Roberto Arlt

El siete no es un número cualquiera, es condición matemática que ningún número sea un número cualquiera, cierto, pero el siete marca especialmente algunos hitos de la humanidad. Piensen en los días de la semana, que caprichosamente resultan ser siete, el mismo número que el de notas musicales, también siete. ¿Y los colores del arco iris? Efectivamente son siete, como los pecados capitales, el mismo número que se le asigna a los inseparables amiguitos de Blancanieves, también ellos aportan su pequeña contribución para hacer del siete un número con un cierto carácter mítico e incluso mágico.

Caprichosamente o no, el siete es el número que eligió Roberto Arlt para titular esta novela que hoy nos ocupa, e ignoro si hay alguna intención cabalística en su elección, lo cierto es que en su acepción literal invita a buscar en sus páginas la identidad de los locos hasta formar el conjunto de siete: Erdosain, el Astrólogo, el hombre que vio a la partera, el rufián melancólico, etc… En mi cuenta al final siempre me salen más de siete, en realidad muchos más de siete, Arlt parece decirse: por locos que no quede, hasta el punto de que no sé si sería muy exagerado asignar esa categoría clínica a cada personaje que aparece en sus páginas, en las que no parece salvarse nadie.

De ello se desprende una primera pregunta, ¿Arlt quiere decirnos que estamos todos locos? Opino que sí, que ese es parte del mensaje, estamos locos y además no tiene remedio, pero para poder decir eso sin arrugarse, para poder escribir una obra que una modesta tertulia psicoanalítica elija casi 90 años después para trabajarla, para conseguir que sus páginas formen parte de la posteridad, no basta con un argumento por otra parte tan manido y que ni siquiera le pertenece a este autor. Para hacer de Los siete locos una referencia en la literatura universal hay que hacer mucho más que eso, y en ese mucho más ya no encuentran su sitio procedimientos de corta y pega, collages de ingeniosas reflexiones de los clásicos remozadas y adaptadas a la modernidad, o incluso haber leído y estudiado mucho, que está muy bien para convertirse en intelectual, o en sabio, pero solo con el saber tampoco desembocamos en el lugar hasta el que esta obra nos lleva. Hay que jugarse uno, es la propia herida la que toma la palabra, hablo del término con el que comenzamos y que privilegia el título, es la propia locura del autor la que consigue dar a esta obra un cierto carácter de testimonio, es la vivencia de la propia angustia que se nos pega mientras leemos y que producirá ese efecto que tan habitualmente producen las grandes novelas, o nos cautiva o no podemos seguir leyéndola por el rechazo que nos causa, pero en ningún caso este tipo de obras dejan al lector indiferente.

A la hora de plantearme transmitirles lo que ha sido mi lectura me parece que la mejor manera de entrar en una obra que toca tantos palos tan fundamentales en el sujeto es intentar vertebrar dos ejes, dos ejes que no resulta muy difícil diferenciar a tenor de lo que la novela nos presta. Por un lado se hace patente la preocupación del autor por los dramas de la condición humana considerados en su individualidad, y ahí el protagonista Erdosain, él será el vehículo que transporte todas estas reflexiones al lector. Por otro lado y no menos evidente, hay otro grupo de reflexiones que viran hacia lo que podríamos llamar la civilización, la inmersión del sujeto en una sociedad, visto así es una obra de un marcado carácter sociológico, pero no en una sociología al uso. Ignoro si Roberto Arlt había leído la “Psicología de las masas” de Sigmund Freud, publicada unos pocos años antes, pero la verdad es que lo parece. Lo que es seguro es que no pudo leer la otra obra freudiana titulada “El Malestar en la Cultura” ya que es posterior, aunque tal vez el propio Freud, lector impenitente, pudo echar un ojo a los locos de Arlt para inspirarse.

Si se dirigen a ambas obras freudianas que decididamente les recomiendo, entenderán, descubrirán cómo el inventor del psicoanálisis introduce el único elemento desde el que podemos pensar alguna sociología que no es otro que el sujeto en su individualidad. Esto está en la obra de Arlt de forma palmaria, porque ambos ejes, sujeto y sociedad, están en constante remisión el uno respecto del otro, y el autor va y viene sobre un fondo existencialista que le sirve como canal de transmisión tanto de ida como de vuelta, la pregunta por la existencia está formulada insistentemente en el protagonista así como en clave de sociedad y civilización.

Unas palabras acerca de lo que me cautivó en cada eje. Trataré de no extenderme demasiado.

Desde el eje que llamé sujeto, desde el cual Erdosain acapara toda nuestra atención, el núcleo duro, la tesis central que aislé, insisto que en mi lectura, se resume en una frase: la vida es sinsentido. Creo que estas cuatro palabras conforman la mejor manera para expresar su drama subjetivo. Drama que es verdad que merece que nos detengamos por la exquisitez con la que se ha narrado, ya que esta falta de sentido es expresada con una genial lucidez en una vida dedicada a esperar, la espera de algo que va a llegar y cambiará definitivamente las cosas. ¿Puede haber algo más absurdo, más desprovisto de sentido que la certeza de un cambio del que ignoramos sus claves, su procedencia, sus implicaciones, y del que solo imaginamos sus efectos? Pero ya saben que la espera desespera y encontramos un sujeto que es pura angustia, bueno, angustia y reproche por gastar su vida esperando en lugar de tomar el volante.

Pues claro que le falta vida, qué bien nos lo dice, y seguro que percibieron un elemento capital que en cualquier sujeto da testimonio de su enganche personal con dicha vida. Efectivamente, el amor, que aparentemente goza de una exaltación sin límite, promovido en aquella pureza que no manchará deseo alguno, pero que a efectos prácticos es un valor absolutamente devaluado en su vida como demuestra su matrimonio. A la vez que defiendo esto reconozco que la marcha de Elsa, harta de un tipo que no la desea en absoluto, tiene efectos casi inmediatos en la vida de Erdosain, bueno, eso, y la bofetada de Barsut, esa bofetada que reedita las palizas del padre, aquellas palizas que siendo niño se limitaba a esperar, de nuevo esperar. ¿A esperar qué? Ya lo ven en toda la obra, la compasión, que el otro lo compadezca. ¿Pero en realidad qué se encuentra? Se encuentra con el goce, el otro goza de pegar, el otro goza de follar, el otro goza en suma, y el goce no entiende de miserias, lo único que busca es satisfacerse.

Me atrevo a proponerles la siguiente hipótesis edípica para cerrar el capítulo de nuestro sujeto. La bofetada seguida de la paliza que le propina Barsut es la señal, es el acontecimiento que le permitirá reafirmar su existencia, y ¿cómo lo hará? Asesinando a Barsut. Creo que es inevitable leer ahí que dicho asesinato que provocará romper con Dios definitivamente, es en realidad el asesinato del padre, es ahí dónde nos revela la clave de su ansiada liberación. Matando al padre seré libre.
Para el segundo eje, el que llamé eje social, podemos ensayar también el argumento del sinsentido, que efectivamente utiliza cuando se mofa de las películas de Hollywood y esos finales felices y plenos de sentido, pero no fue ésta la cuestión que más me interesó para comentarles a ustedes desde esta perspectiva sociológica.

En el dibujo de las individualidades que conforman nuestras sociedades, en el cual se percibe clara una primera diferenciación del autor, que es ni más ni menos que la diferencia sexual, la distinción entre hombres y mujeres, con los cuales no le tiembla el pulso a la hora de cantar las verdades, aunque suene hoy políticamente incorrecto decir que una mujer es tendente al sacrificio, mientras que en el caso del hombre lo que hay es más bien la burla de su aparente potencia fálica, que más pronto que tarde alcanza su límite convirtiéndolo en un ser ridículo y desvalorizando el estatuto viril.

Lo que me cautivó es más bien lo que llamaría la capacidad premonitoria del autor para adivinar lo que podía deparar la evolución de aquella sociedad de hace casi un siglo, en la que ya se escribían las claves de la sociedad que hoy nos toca vivir. Fíjense los puntos que va enumerando a lo largo de la novela y díganme que no se reconocen en el retrato de la actualidad: sujetos perdidos, los dioses y la fé caídos, las religiones pierden su batalla y el empuje a gozar del sujeto lo ocupa todo, en su lugar el único Dios es el dinero, una sociedad en la que la Ciencia tendrá un papel central, siempre al servicio del Capital, y los Gobiernos no serán más que comerciantes que venden el país al mejor postor. Mención especial merece la sagacidad de Arlt, hay que ver cómo intuye a su manera los miles de millones que mueve la pornografía hoy proponiendo los prostíbulos como la base económica de la nueva sociedad, en la que los ideales y los valores cotizan a la baja. Esto es extraordinario, señalar tan certeramente el triunfo del goce, que por cierto me gusta mucho el nombre que encuentra en la novela: lo llama ímpetu sordo.

Quiero compartir con ustedes una inquietud para terminar, inquietud que el texto me abrió. Recordarán cuando habla de las ciudades como cánceres del mundo, en las que el hombre es aniquilado, dice él: lo moldean cobarde, astuto, envidioso. Me parece una cuestión muy interesante ésta, se plantearía que mientras la vida en la naturaleza respetaría la condición genuina del hombre, la ciudad sin embargo lo somete, lo pervierte, lo civiliza en suma, y en ese proceso de civilización algo se pierde, él incluso lo extrema llegando a decir que el hombre es aniquilado, entiendo aquí la aniquilación como la renuncia pulsional que el sujeto debe hacer para formar parte de una sociedad. Pero ciertamente dicha renuncia no tiene marcha atrás, el hombre no se repondrá de ella jamás, y no sé si en ese sujeto que espera y espera, en ese Erdosain que somos todos, al menos un poco, podemos entender la civilización como domesticación, afortunadamente para perder parte de la agresividad y el odio, pero también para acatar mansamente lo que el amo dicta, el hombre enfermo de cobardía y cristianismo que Arlt nos propone.

¿Será al final la locura nuestra alternativa? Es maravilloso como la define: la descostumbre del pensamiento de los otros. Aquí les dejo.

Alberto Estévez

martes, 22 de octubre de 2013

La causalidad irresuelta. Comentario de Gustavo Dessal sobre Los siete locos, de Roberto Arlt

Voy a comentar la novela Los siete locos desde algunos elementos que me han impactado. Por ejemplo, he podido comprender, más allá de los elementos históricos, por qué Arlt necesitó tantos años para ocupar el lugar que hoy se le reconoce, ser uno de los grandes pilares de la literatura argentina del siglo XX, junto con Borges. Arlt y Borges son dos piezas angulares del edificio literario argentino del siglo XX, cada uno en su estilo, efectivamente, porque Borges utiliza el cultismo de la lengua para referirse a las mismas cosas que Arlt trata de una forma brutal. Es decir, no hay ninguna estética en Arlt, la única estética es la de la deformidad.

Una de las razones por las cuales necesitó tanto tiempo para encontrar un reconocimiento, es porque la mayoría de los lectores tuvo la sensación de que su obra es espantosa. Porque Los siete locos es un libro espantoso, entre otras cosas porque no hay absolutamente ni una frase, ni un personaje, ni una circunstancia, ni un hecho de los que aquí se relatan, que no sea real, que no haya existido, o que no pueda existir. Todo lo que cuenta la novela es posible. No hace falta ser psicoanalista, basta con abrir el periódico para darse cuenta de que no hay ningún acontecimiento que no haya sucedido ya. Lo único que produce Arlt es una concentración de todos esos hechos y una manera terrible de decirlo. Es decir, todos estos locos ilustran la locura del mundo.

Encuentro una comparación –no tratada en la crítica literaria, porque, efectivamente, son autores muy distintos— con Kafka. Tiene que ver con el carácter profético que todos encontramos en Los siete locos. Una capacidad profética que suelen tener aquellos sujetos que presienten el horror.

Y otra cuestión que me parece muy interesante. No sabemos los conocimientos que Arlt tenía del psicoanálisis, pero lo cierto es que en algunas cuestiones parece adelantarse al propio psicoanálisis. Es absolutamente sorprendente.

 Pero lo que más me ha interesado es una cuestión que produce un gran impacto en toda su obra, algo que yo llamaría la causalidad irresuelta. Es decir, siempre queda algo inexplicable. Como si el propósito de todas las obras de Arlt fuese mostrar que en la cadena causal que podemos reconstruir para tratar de entender una vida humana, un comportamiento humano, llegamos a un punto en que no se puede decir nada más, que hay algo verdaderamente inexplicable.

 Por ejemplo, en su primera novela, El juguete rabioso, nos encontramos con la historia de una traición. Es una novela que tiene una coherencia interna impresionante. Lo más terrible es que uno no consigue entender la razón de esa traición. Ni el lector la comprende, ni los personajes la comprenden. Es algo que queda inexplicado. Lo inexplicable es un elemento clave en la forma como Arlt se aproxima a lo real. 

Porque todos estos personajes existen en Argentina y en todas partes del mundo, lo que pasa es que aquí están bajo una lente de aumento  que los enfoca a todos, personajes entre la locura, la sinrazón y lo inexplicable. Es el juego que Arlt realiza permanentemente. Podemos decir cosas acerca de la autoafirmación de la existencia a través del mal, y uno puede avanzar en esta pregunta: ¿Por qué alguien  puede afirmar su existencia mediante el mal? Pero inexorablemente llegamos a un punto donde lo que Arlt plantea es que ya no se puede saber más. Hay algo inexplicable en la condición humana, y hay que aceptar eso para entender los resortes fundamentales que la animan. 


Gustavo Dessal

El odio. Comentario de Rosa López sobre Los siete locos, de Roberto Arlt

Quisiera tomar la cuestión del odio, muy presente en la novela. En ella no está el amor, no hay capacidad de amar, ni en Erdosain ni en los demás personajes. Sólo podemos observar la rabia y el odio y, particularmente un eje: el odio a lo femenino.

En efecto, en Los siete Locos hay muchas evocaciones literarias, entre ellas la ya mencionada a Dostoievski, pero hay tres páginas que son Hamlet. “Matar o no matar, esa es la cuestión”. Ahí encuentra la existencia un sujeto, en concreto Erdosain. Se trata de realización del ser. Dice lo siguiente:

No estoy loco, estoy muerto”.

No estoy loco, estoy muerto, soy un sujeto vacío, sin cuerpo. Esto se ha dicho varias veces a lo largo de la novela. Erdosain está desprendido del cuerpo, pero tiene que realizarse en su existencia. Y, como digo, desarrolla la cosa hamletiana: “matar o no matar, esa es la cuestión”, para llegar a decir: “mato ergo existo”. Erdosain sólo recuperaría la existencia si es capaz de matar. Esa sería la idea principal en su existencia. ¿Cómo intenta realizarla? Un párrafo de la novela es lo suficientemente explícito al respecto:

Yo soy la nada para todos. Y sin embargo, si mañana tiro una bomba, o asesino a Barsut, me convierto en el todo, en el hombre que existe, el hombre para quien infinitas generaciones de jurisconsultos prepararon castigos, cárceles y teorías. Yo, que soy la nada, de pronto pondré en movimiento ese terrible mecanismo de polizontes, secretarios, periodistas, abogados. Fiscales,… nadie verá en mí un desdichado sino el hombre antisocial, el enemigo que hay que separar de la sociedad”.

Erdosain es un psicótico.  En su psicosis muestra el odio a lo femenino. Dice que nunca fornicó, y se entrega a un oxímoron, el delicioso terror de la masturbación. Y el odio al ser femenino lo realiza en ese disparo que no sabemos si mata a la mujer. Luego delira en el bar acerca de un tipo que había matado a una chica. Es decir, sitúa el mal en lo femenino.

Quisiera hacer una precisión respecto al machismo. El machismo es un fantasma que puede ser generalizado, pero yo hablo aquí del odio de un psicótico que sitúa el mal en el objeto femenino. Porque no mata al padre. Es el odio psicótico hacia lo femenino. Lo cual nos introduce en un tema, el de las muertes de género, de la violencia de género, los asesinatos perpetrados por hombres hacia las mujeres. No es por machismo, sino porque ubican en ellas el mal que tienen que destruir.

Y como no puedo distanciarme de la clínica, quiero hacer una referencia a esos nombres tan maravillosos que ostentan los personajes. El rufián melancólico, el hombre que vio a la partera, nombres propios de casos clínicos freudianos, como El hombre de las ratas o El hombre de los lobos. Nosotros psicoanalistas, para un caso clínico, tenemos que encontrar una frase que designe al sujeto, una sola frase que designe el rasgo del sujeto. Entonces, El Rufián melancólico o El hombre que vio a la partera, podrían ser, perfectamente, títulos de casos clínicos que habrían dicho todo acerca de la posición de esos sujetos. 


Rosa López

Odio, locura y perversión. Comentario de Miguel Alonso sobre Los siete locos, de Roberto Arlt

Con carácter general, y atendiendo a circunstancias personales, familiares, sociales y políticas, pondría de
relieve algunas particularidades que contribuyen a conformar el estilo vital, literario y de crítica social de Roberto Arlt, ser un buen conocedor de la desventura humana, tener una posición decidida para atravesar la cáscara psicológica de los individuos, ser experimentado en la imposibilidad de sentir la naturalidad de un hogar propio, ser enemigo declarado de los estamentos políticos perversos que oprimían a los ciudadanos, y saber de la necesidad de una ficción para sostener el aparato social.   

Recuerdo que tuve noticia de Los siete locos, por primera vez, con motivo de la proyección en Casa América de Madrid de la película de Leopoldo Torre Nilsson del mismo nombre. Quedé bastante impresionado por la convicción que trasmitía la marginalidad de sus personajes y la angustia fría y el delirio en que se sostenían. Digo angustia fría porque estaba llena de indiferencia vital –caso de Erdosain, que parecía no poseer ni siquiera un cuerpo— y delirio porque es imposible encontrar en estos personajes vacíos y desnudos de referencias simbólicas, algún tipo de consideraciones morales o éticas que los implicaran con lo social.  

Yo había leído el primer libro que escribió Roberto Arlt, El juguete rabioso. Creo que es un buen ejercicio de lectura para afrontar Los siete locos. El juguete rabioso, a mi modo de ver, sería una matriz de Los siete locos, en el sentido de que desarrolla una curiosidad por experimentar el goce del mal. En Los siete locos encontraríamos lo mismo con una mayor complejidad en cuanto al tratamiento de la marginalidad, la miseria, el delirio, así como de los personajes y sus singulares locuras. Me parece que Roberto Arlt realiza, en ambas, un ensayo literario acerca del mal, la locura y la perversión: Dice en El juguete rabioso:

Yo no soy un perverso, soy un curioso de esa fuerza enorme que está en mí”. Y en Los siete locos: La curiosidad de ver cómo soy a través de un crimen”, (90)  

Es la experimentación de un deleite en las figuras de los fracasados, los marginados y apartados sociales, de los bandoleros, en los que Arlt veía cierta autenticidad.  ¿Cuál sería esa autenticidad? La inscrita en la cara más o menos oculta de lo humano, que nos impulsa a mirar hacia otro lado, que no queremos reconocer pero nos pertenece, a saber, la faz del odio, del mal, la locura y la perversión, en este caso proyectadas a través de la conspiración. Si hablábamos de la curiosidad de Arlt, por qué no, también, de su valentía literaria al afrontar esos elementos problemáticos de lo humano.                        

La miseria está en nosotros, es la miseria de adentro

Sabemos que sus circunstancias familiares fueron rigurosas y severas. Tuvo que sufrir a un padre sádico que lo sometía a castigos que llegaban, incluso, a una cierta sofisticación, lo cual no puede, sino, dejar en el autor un rastro insoslayable de afectos problemáticos. Pese a ello, Roberto Arlt pudo, al contrario que Erdosain, construir posiciones nobles y apasionadas. Por ejemplo, sus preocupaciones sociales volcadas como corresponsal del periódico El mundo de Buenos Aires, crónicas muy leídas a las que llamaba Aguafuertes porteñas, en las que analizaba, desde una posición ética, tanto la situación política como las miserias de sus conciudadanos. Quizá en Los siete locos realiza un ensayo de destrucción de un orden político perverso, pero también podemos pensar que realiza una catarsis personal en la que, a través de sus personajes, Arlt se desnuda de toda nobleza para dar rienda suelta, por medio de una ficción política, al acervo de aquellos afectos que bullían en su interior.  

Darle un giro inesperado a mi vida, destruir por completo el pasado, revelarme a mí mismo un hombre absolutamente distinto al que yo era”. (Pág. 128)

En esa catarsis, si la angustia fría está representada por Erdosain –quien me parece un trasunto de Arlt sin sus recursos simbólicos— la frialdad del mal absoluto está representada por el Astrólogo. A éste, incluso, podríamos aplicarle un cierto maquiavelismo, si tomamos el concepto en un sentido peyorativo, el uso de la astucia y el asesinato, sostenidos en la máxima de que el fin justifica los medios, y que procura la subordinación de todos los seres humanos a unos fines supuestamente más altos, pero perversos. Dice allí el astrólogo:

“¿Cuántos asesinatos cuesta el triunfo de Lenin o de Mussolini? Eso no interesa a nadie porque triunfaron. Eso es lo esencial, lo que justifica toda causa justa o injusta”    
Uno de los aspectos más considerable de Los siete locos es su carácter profético. Roberto Arlt supo ver con gran clarividencia el efecto que tendría en lo social la pérdida de los referentes ideales, religiosos, institucionales. Sería la conformación de un nuevo ídolo como sucedáneo de Dios, una Hidra de tres brazos, capitalismo, ciencia, tecnología. Lo que enseña Los siete locos es que cuando la ficción se diluye, la verdad científica que se propone como sustituto, el objeto empírico desnudo de palabras, no consuela de nada, no alcanza a sostener la vida del ser humano, para quien sólo queda la depresión, la locura, el suicidio, la miseria, etc. Arlt lo manifiesta de esta manera:

Usted siente que va cortando, una tras otra, las amarras que lo ataban a la civilización, que va a entrar en el oscuro mundo de la barbarie, que perderá el timón

La humanidad, las multitudes de las enormes tierras han perdido la religión... Entonces los hombres van a decir: Para qué queremos la vida... Nadie tendrá interés en conservar una existencia de carácter mecánico porque la ciencia ha cercenado toda fe. Y en el momento que se produzca tal fenómeno, reaparecerá sobre la Tierra una peste incurable... la peste del suicidio” (149)

En esta tertulia surgió muchas veces la cuestión de la ficción como estructura de la verdad. Sin ella, el ser humano no alcanza ni a posicionarse como animal, solo le queda el vacío como sustento:

La felicidad del hombre solo puede apoyarse en la mentira metafísica... Privándole de esa mentira recae en las ilusiones de carácter económico” (150).

En definitiva, pienso que los siete locos presentan al hombre desnudo de ficciones. Es como si sus personajes fuesen heterónimos que morasen en el mismo vacío de Roberto Arlt, desdichados sin remedio, locos angustiados, conspiradores viles y rastreros sin cáscara psicológica alguna y, por ello, profundamente humanos.    


Miguel Ángel Alonso

Comentario de Luis Teskiewicz sobre Los siete locos, de Roberto Arlt

En la tertulia se habló de Arlt y de Borges. Borges recordaba a menudo –pero siendo Borges es imposible saber si recordaba o inventaba— una declaración de Arlt en la que decía que había sido proletario y no había tenido tiempo de aprender lunfardo, que como saben era el argot porteño. Borges lo citaba para subrayar que el lunfardo era una creación intelectual más que un habla popular. Arlt no escribe en lunfardo, escribe en el idioma de los argentinos, el habla popular de Buenos Aires.

Una frase me dejó muy impresionado, no recuerdo ya si pertenece a Los siete locos o a Los lanzallamas

Dios se aburre, igual que el diablo”.

Leí Los siete locos en mi adolescencia, y hay que decir que es una novela inconclusa que continúa en Los lanzallamas. Dos libros separados por un punto y aparte que bien podría ser un punto y seguido. Recomiendo a los que no hayan leído Los lanzallamas que la lean, pues es una continuación que incluso me parece superior a Los siete locos.

En aquellos años –cuando era adolescente— yo tenía un amigo cuyo padre era un gran poeta argentino: Raúl González Tuñón. Raúl me preguntaba, con aquella humildad que lo caracterizaba, si no me parecía que Arlt estaba sobrevalorado. Con toda mi prepotencia adolescente, yo le contestaba que no.

Con todos mis respetos hacia González Tuñón, me sigue pareciendo que Arlt no está sobrevalorado. Es un lugar común decir que Arlt escribe mal. No sé qué quiere decir eso, porque lo importante es lo que trasmite una obra. Y lo que Arlt quería hacer, según sus propias palabras, era escribir novelas que fueran como un cross a la mandíbula. Y lo cierto es que, después de tantos años sin leer esta novela, tengo que decir que no recordaba la trama, pero recordaba perfectamente a los personajes, de nombres sonoros: Erdosain, Barsut, Ergueta, o representados por imágenes impactantes: el Astrólogo, la Coja –que no es coja—, el Rufián Melancólico, El hombre que vio a la partera, etc. 

Sobre este problema de lo que está bien o está mal escrito, Nabokov, cuando hizo su antología de la literatura rusa, no puso ninguna cita de Dostoievski. Cuando le preguntaron, dijo que no había encontrado ninguna página de Dostoievski que mereciera ser citada. Y Borges le contestó que debería haber leído alguna novela entera. Creo que algo parecido se puede decir de Arlt, no son páginas citables por su preciosismo en la escritura, sin embargo, son páginas de imágenes violentas y de un conjunto impactante de personajes.

Imposible resulta no recordar el sadismo del padre de Arlt, reflejado directamente en los recuerdos del personaje de Erdosain, tanto en una novela como en la otra. Es un padre humillación y del castigo postergado: el padre avisándole de que al día siguiente le pegaría, haciendo de la espera del castigo una tortura. Erdosain es objeto del goce horroroso del padre, lo cual lo conduce a la zona de la angustia y el horror de la vida. 

Se habló de la influencia de la literatura de Dostoievski en la novela de Arlt. El personaje del gran pecador de Dostoievski es aquí emulado por Erdosain. El Rufián Melancólico le dice que ha cometido un crimen imperdonable, inimaginable, no se sabe qué crimen es, sólo que no tiene perdón. El mismo Erdosain dice que ha cometido un pecado sin nombre, el pecado sin nombre que está en la Biblia. Precisamente, es importante que sea sin nombre. Hace pensar, aunque no fuese la intención consciente de Arlt, en el inconsciente, un lugar habitado por crímenes imperdonables y pecados innombrables. Quizá si el pecado de Arlt pudiera nombrarse no hablaríamos de goce del mal como ya se hizo en la tertulia, y si no tuviésemos en cuenta la cuestión del inconsciente, no podríamos hablar de la compulsión a la propia humillación buscada por Erdosain de forma permanente. Hay un goce en la humillación, la propia y aquella a la que Erdosain somete a las mujeres con las que se relaciona en la novela, que es una repetición del goce del padre. En definitiva, hay un crimen y un pecado que no se pueden nombrar. Esto es lo que me parece más significativo.

Para terminar, es una novela que nos habla de la muerte de Dios y del horror de la ciencia y del capitalismo, que vienen a reemplazar a Dios. El horror de la ciencia ha encontrado su culminación en la Primera Guerra Mundial. De tal manera, el tema de los gases va a ser fundamental en Los lanzallamas como realización de la ciencia y del horror de la ciencia. Lacan decía que los campos de concentración eran la culminación del discurso de la ciencia, no de la ciencia en sí misma sino del discurso de la ciencia.

Y encontramos también la vacuidad del superhombre en esta novela. Para estos personajes la única salida es la destrucción ante el horror capitalista, el propio horror de una revolución que no se sabe en qué consiste, cuya finalidad se desconoce más allá de la destrucción y el horror mismo que conlleva. Es la afirmación en el mal como afirmación de la propia existencia ante una sociedad que anula a todos los sujetos. Es otro de los horrores que encontramos en las páginas de Los siete locos, el de la vida capitalista, un horror sin paliativos, también ilustrado en ambas novelas. 


Luis Teskiewicz

Lo repulsivo del mal. Comentario de Graciela Kasanetz sobre Los siete locos, de Roberto Arlt

Voy a tomar una deriva respecto a los comentarios que se vienen expresando en la tertulia. Voy a tomar apoyo en dos hechos actuales. El primero de ellos trata de unos documentales que narra Oliver Stone en La 2 de TVE, acerca de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la invasión de Indochina, la guerra de Vietnam, y el papel que nos hicieron creer que jugaban Estados Unidos y otras potencias, haciendo especial énfasis en la bomba que se lanzó sobre Hiroshima y que los propios estrategas norteamericanos –creo que cinco de los siete generales consultados en Estados Unido—, se habían opuesto diciendo que era absolutamente innecesario lanzar la bomba, porque Japón se hubiera rendido una semana después. Es lo que oculta la propaganda.

Otro episodio acaba de suceder. Se ha fallado el premio Nobel de la Paz. Yo pensaba que iban a ser tan cerriles como la Unión Europea, que dio el Premio Sajarov a esta niña, Malala, que bregaba por la educación de las niñas respecto de los talibanes. Digo cerriles porque la Unión Europea, que es la que permite que ocurra lo que está pasando en esos países donde las niñas no pueden estudiar, que ha financiado de forma espuria, junto con Estados Unidos al movimiento talibán, pensé que después pretenderían lavar su imagen dándole el Premio Nobel de la Paz.

Pues bien, el Premio Nobel de la Paz fue otorgado hoy a una organización por la prohibición de las armas químicas, organización que acaba de denunciar que Estados Unidos y la Unión Soviética, especialmente, violan todos los tratados sobre destrucción de armas químicas.

Traigo a colación estos dos hechos porque el libro y la escritura de Arlt, que yo había leído en mi juventud, no por nada la había olvidad. Y es que me resulta una escritura desagradable. No es que no reconozca las virtudes de Arlt. Precisamente, una de sus virtudes es saber proyectar lo repulsivo del mal que se pega a la piel y del cual no puedes escapar.

Una de las cosas que me llama la atención es el nudo perverso que teje entre la religión, la tecnología y la ciencia, y agreguemos el discurso. No hay discurso que no pueda tapar el horror más profundo, y el astrólogo tenía su discurso, todos tenían su discurso muy coherente.

Por otro lado el rechazo de cada uno de los personajes por el otro en sí mismo. Freud, en Tótem y tabú, en concreto en el Tabú de la virginidad, ubica a la mujer como lo Otro, como cómo lo extraño y, acto seguido, lo enemigo. Una vez que se dan estos tres pasos, ya se puede considerar que el otro no es un semejante y, por tanto, no humano. Ese es el paso previo a la justificación de cualquier destrucción, porque se le ha quitado la categoría de humano. La misma categoría que ha quitado Sarkozy a los adolescentes hace unos años diciendo que ellos no son la juventud, o la nueva Ley de Vagos y Maleantes que se trata de implementar y que va a considerar a determinados sujetos humanos una escoria que hay que barrer de la calle y de todas partes.

Pues bien, cuando no se acepta lo extraño anidando en uno, se le puede extermina. De aquí la fascinación de Erdosain, del astrólogo, y de todos estos personajes, por el Ku Klux Klan y su espectáculo.

Otra cosa me impactó más que ninguna en esta novela, es una cuestión personal, y es que habla de la belleza de quemar viva a una persona. La fascinación por el espectáculo del mal, y pensé en Hannah Arendt, en la banalidad del mal. La organización que preconizada el astrólogo exonera a cualquiera de la responsabilidad frente al mal que puede producir.


Graciela Kasanetz

Lo real y el ser. Comentario de Ana Castaño sobre Los siete locos, de Roberto Arlt

Voy a contar mi experiencia subjetiva como lectora de Los siete Locos. Yo no conocía la novela ni al autor, viví en otra tierra diferente, atravesada por otras cosas, por otra historia. Lo conocí y lo leí guiada por el interés que me causa esta tertulia. Y cuando comienzo a leer, las primeras páginas me resultaban difíciles, una prosa complicada. El estilo no me era familiar. Hasta un momento en que se produce un giro en la lectura. Es en la escansión que se titula La sorpresa.

Pese a las críticas que Arlt pueda tener como escritor, creo que tiene un modo de hacer muy peculiar para acotar su propia prosa. Son esas escansiones que produce con los subtítulos. Puntuaciones muy interesantes que dan tiempo para tomar un respiro y continuar la lectura. Son como un ordenamiento del caos.

Lo que me parece es que estamos ante una novela sórdida pero incisiva e inquietante en tanto apunta a lo real. Tomando resonancias heideggerianas, si hablamos del impacto de tocar al ser, hay que decir que todos los sujetos ponen en juego su ser a través de la existencia o de la no existencia. Relata muy bien la cuestión del “cómo se goza”, o qué es lo que espanta del goce, lo cual es fuente de inquietud en la novela. Esta cuestión resulta interesante, sobre todo en personajes que parecen anodinos, sin embargo, tienen el efecto de producir una contingencia.

El encuentro entre Barsut y Erdosain en la casa de éste último, me parece un modo increíble de plantear lo pulsional. Barsut acude a la casa y le confiesa que iba para ver a su prima Elsa. En ese diálogo apunta muy bien a lo que cada sujeto se juega en la enunciación, lo mismo que ocurre, en general, con todos los diálogos, ya sea con el astrólogo, con el rufián melancólico, etc.  Pues bien, el diálogo al que hago referencia es la confesión de un fantasma de goce que muchos sujetos tardan mucho tiempo en poner encima de la mesa.


Ana Castaño

Reunión LITER-a-TULIA Noviembre 2013

En nuestra reunión del próximo mes de Noviembre
comentaremos un cuento del maestro del relato breve
Kjell Askildsen
titulado "Un vasto y desierto paisaje"


"Sobrio, conciso y claro como el hielo, pocos como el noruego Kjell Askildsen consiguen en muy pocas lineas retratar la llamada "sociedad del bienestar" como una aburrida estructura de consumidores que no consigue expresar ni un solo sentimiento".
 (José Luis Charcán, La Razón)

Viernes 8 de Noviembre, 18 horas
Este o Este
Manuela Malasaña 9
Metro Bilbao