jueves, 25 de noviembre de 2010

¿Fue él? de Stephan Zweig. Comentario de Luis Seguí

Me parece muy relevante el título. Es una forma que tiene el escritor de enganchar al público. Ahí demuestra su maestría. La maestría de un autor, tanto si escribe cuentos como relatos cortos, está en la primera frase. Ella es la que engancha. Hace referencia a un asesinato y a quién fue el autor. Es como cuando García Márquez escribe Crónica de una muerte anunciada. En la primera frase dice “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana...”. Ya se sabe el final, a Santiago Nasar lo iban a matar. A partir de ahí hay una continuidad que nos conduce al desenlace. La maestría de Stephan Zweig, en este texto, también empieza por la primera frase.

Estamos ante un texto que trata de la relación de objeto. El objeto perro y el objeto niña. Y estamos ante una metáfora sobre la responsabilidad. Hay una cadena causal que empieza con el regalo del perro, hecho con las mejores intenciones, pero que desencadena la relación de objeto.

En el momento en que Stephan Zweig escribió el texto, no era noticia, o no se conocía, lo que ahora podemos ver en la prensa sobre los perros que atacan a niños. Lo que tiene que soportar el protagonista canino de esta historia es el sentimiento de exclusión. Los animales padecen este sentimiento igual que los humanos. No es infrecuente que los perros ataquen al niño que causó su desplazamiento como objeto privilegiado en una casa. Stephan Zweig se anticipó en esta cuestión.

No hay que olvidar la relación entre animales y humanos. Gerald Durrell escribió un texto que se llama Mi familia y otros animales. En este texto hace referencia a que en esa relación hay un punto tangencial en donde el comportamiento humano y el animal doméstico pueden encontrarse si se dan determinadas circunstancias. Y otro escritor, en este caso checoslovaco, Jaroslav Hasek, pone en boca de uno de los protagonistas la siguiente frase:

“El día en que los hombres se dediquen a hacer el bien, empezarán a matarse unos a otros sin descanso”

Encontramos el deseo de hacer el bien por parte de Betsy, al comprar el perro y regalarlo; también en el vecino con su generosidad exultante. Pero en un momento determinado se produce un desplazamiento. La hija pasa a ocupar el lugar de amor y privilegio que ocupaba el perro. Esa es la anécdota, lo que se nos cuenta. Y hay mucha habilidad por parte del autor, en poner en boca de la vecina, Betsy, la interpretación de lo que se supone que el perro piensa. El perro lo expresa a su manera. Cuando se produce el desplazamiento y busca a la vecina con la pata, está buscando un lugar de reconocimiento porque no puede soportar la postergación de la que ha sido objeto.

El texto es mucho más profundo de lo que parece en su corto número de páginas. Está presente todo lo que acabo de señalar, la relación de objeto y la bondad que conduce a la tragedia. Por eso insiste en la pregunta ¿Fue él? Todo el relato conduce a creer que sí, pero lo que importa es el deslizamiento que produce el autor, deslizamiento que tiene que ver con los comportamientos de los personajes, animales, y humanos.

Luis Seguí

miércoles, 24 de noviembre de 2010

¿Fue él? de Stephan Zweig. Comentario de Silvia Lagouarde

Stephan Zweig es un autor que sabe de la existencia del inconsciente. Lo podemos ver en todos sus relatos y en sus libros de no ficción. En estos últimos, lo que hace es contar el hecho histórico en su forma real, tal como sucedió, pero desde la subjetividad del personaje.

Stephan Zweig tenía una extraordinaria perspectiva del poder, de la maldad del poder, así como del odio que puede generar un narcisismo humillado, como en pocos autores pude observar. Para él, era tal la infalibilidad que tiene el poder cuando está encarnado en el odio y la certeza, que no estaríamos ante otra cosa que ante la locura del poder. Para ese tipo de poder, todo sujeto inocente que no forme parte de la verdad fundamentalista, no tiene otro destino que la muerte.

A partir de estas ideas, comencé a pensar que este texto iba más allá del relato. También me detuve en tratar de comprender por qué un hombre de tanto éxito, con una relación con el arte como poquísimos han tenido, ¿cómo decide suicidarse con 61 años? Y llegué a la conclusión de que este texto tiene que ver con la percepción que Zweig comienza a tener acerca de lo que va a ser su final como judío. Y no sólo su final, sino el final de la humanidad que atisba en el surgimiento del nazismo y el Holocausto dirigido contra seres inocentes.

Por lo tanto, el nazismo tiene que ver con este texto en la medida en que evoca el poder y el odio. Zweig empieza a vislumbrar la locura del poder encarnado en este buldog, la locura de un poder que arruinará a todo un pueblo. En definitiva, me parece que el relato está conectado con esta parte de la historia y con la decisión de Stephan Zweig de perder la vida antes de terminar como ese bebé.
Silvia Lagouarde

lunes, 22 de noviembre de 2010

¿Fue él? de Stephan Zweig. Comentario de Gustavo Dessal, enviado desde Buenos Aires y leído en la tertulia

Es una suerte que gracias a este ingenio cibernético yo pueda acercarme esta tarde a todos vosotros, y no dejar de participar en nuestro encuentro mensual.
Más allá de las obras que las contienen, existen escenas en la historia de la literatura que por sí mismas poseen una fuerza y una elocuencia que las convierten en paradigmas imperecederos, momentos donde la verdad nos deja sin aliento. Evoco aquí, a propósito de esta pequeña novela que hoy nos convoca, el instante que pertenece a otra, cuando Robinson Crusoe, amalgamado a su resignada soledad, descubre la pisada de Viernes, el inequívoco signo de una presencia que no había contemplado.
Muchas son las páginas que se han dedicado a esta

escena, que reúne con gran intensidad dramática algo que el sentido común nos presenta como un
a experiencia natural y corriente, y que sin embargo está cargada de múltiples vivencias encontradas, complejas líneas de fuerza que se atraen y se repelen, creando una tensión por siempre latente y de inacabada resolución. Querríamos creer que la vivencia del semejante es un hecho sencillo y feliz, como si la Naturaleza o la Providencia nos hubiesen dotado de una tendencia consustancial a la idea del prójimo, de la comunión armónica de los hombres. Bien sabemos que tal ilusión es de inmediato derribada por la observación real de que nada nos predestina a un buen entendimiento y que, por el contrario, la aceptación de la existencia del otro es un hecho que nos conmueve en la raíz misma de nuestro ser. Los celos, esa pasión que abarca el amplio espectro de la comicidad y la tragedia, tienen allí su origen, en esa vivencia de intrusión a la que todo ser humano se confronta. Nadie, ni siquiera aquel que ha elegido una vida retirada, puede evitar por completo la sensación, al menos ocasional, de ver amenazado el pequeño reino personal que cada uno construye secretamente, y del que a toda costa querría preservar de huéspedes indeseables. De entre todas las experiencias intrusivas a las que estamos expuestos, posiblemente no haya ninguna comparable con la que supone la irrupción de la presencia fraterna. El hermano, prototipo de nuestro doble, nuestro semejante, prolongación viva de nuestra carne y nuestro espíritu, es ante todo el signo de una perturbación, de una incómoda ajenidad que irrumpe en nuestra vida, y que sin duda nos arrebata una porción de nuestro goce, una parcela de nuestro territorio, causándonos un daño considerable en el ejercicio del poder que creíamos detentar hasta entonces.
La extraordinaria penetración de S. Zweig en esta obrita que leí por primera vez en mi infancia por expresa indicación de mi abuela, es capaz de alcanzar los resortes últimos de lo humano, y hacerlos vibrar con la preciosa perfección de su lenguaje. Se vale en esta ocasión del extraño y magistral recurso de plasmar en un animal, el prototipo de la fidelidad y la nobleza, el terrible y

envenenado dolor que puede despertar el nacimiento de un hermano. Logra, de modo marcadamente convincente, situar en la conducta del perro el conflicto atroz cuyo resultado fatal nos va anticipando poco a poco, puesto que incluso la presunción del desenlace no nos ahorra ni un solo momento la angustia que nos invade como lectores.
¿Por qué transfigurar los celos infantiles en la figura sustitutiva del perro, en vez de expresarlos en el lugar originario, es decir, en el niño que, tomado por la confusión y el sufrimiento, ve peligrar el suelo sobre el que hasta entonces se alzaba la ilusión de una garantía inmutable? Tal vez porque el animal, y en particular el perro, que con tanta frecuencia ocupa en la vida real y para muchas personas el sustituto de un hijo, es un ser propicio para proyectar en él toda la indefensión y la desolación del alma humana. Podríamos entrar aquí en un largo y complejo debate sobre el alma de los animales, y del mismo modo en que que siglos atrás se discutió sobre la humanidad de los pueblos primitivos, proseguir la reflexión sobre la dignidad del animal, una polémica en la que grandes filósofos y pensadores se han comprometido, en un sentido u otro. No lo haré por varios motivos, pero al menos quiero concluir estas pocas líneas haciendo notar que en la metáfora del perro Zweig ha sabido mostrarnos la infancia en todas sus manifestaciones: en la ternura de su inermidad, en el ciego egoísmo de su irrenunciable narcisismo, en su devoradora obstinación a apoderarse de todo, y también en la ferocidad de sus deseos, en el fantasma criminal con el que es capaz de despachar todo aquello que se interpone en sus caprichos. Tanto el niño como el perro, si acaso envilecidos por el amor de los padres o los dueños, pueden convertirse en criaturas tiránicas, consumidas por el letal veneno de la omnipotencia. Zweig, lector y amigo personal de Freud, conocía tan bien como él, y lo vivió en su propia vida, que en la infancia habita ya el hombre, y que el hombre es esa extraña mezcla de nobleza y sinrazón que tanto el psicoanálisis como la realidad misma nos descubren sin cesar.

Gustavo Dessal