jueves, 20 de marzo de 2014

LITER-a-TULIA; reunión de Abril

LITER-a-TULIA dedicará la reunión del mes de Abril
a comentar el cuento del autor bonaerense Adolfo Bioy Casares

En memoria de Paulina



Bioy Casares ha sido reconocido como uno de los más importantes escritores argentinos,
no solo por su gran amigo Jorge Luis Borges, 
también de forma unánime por la crítica internacional.
En su estilo clásico tiene cabida todo su mundo imaginario
que ofrece la posibilidad de asomarse a  lo fantástico e inexplicable.
Recibió el premio Miguel de Cervantes en 1990

El relato se encuentra disponible en Internet en el siguiente enlace:


Viernes 11 de Abril, 18 horas
Este o Este
Manuela Malasaña 9
Metro Bilbao

miércoles, 19 de marzo de 2014

La Literatura y lo real. Texto de la intervención de Miguel Ángel Alonso en el espacio Noches de la Escuela, de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis de Madrid.

Quiero dar las gracias a la comisión organizadora del espacio Noches de la Escuela por invitarme a producir una reflexión acerca de lo real en la Literatura, algo que para uno resultó, sin duda, enriquecedor. También espero que los que asistís al encuentro podáis sacar provecho de ella, sólo entonces habrá merecido la pena haberse hecho cargo de la tarea.     

En principio, quisiera justificar el sentido que tiene mi presencia en esta mesa para hablar de Literatura. Soy una persona que, como tantos otros, llevó a cabo un largo psicoanálisis, pero no soy psicoanalista. Sin embargo, sentí la necesidad de hacer algo con esa transformación subjetiva tan potente que el análisis produjo. Se me impuso, sobre todo, mantenerla vigente y operativa. Consideré entonces que la Literatura podía ser el contexto adecuado para dar continuidad a mi compromiso con el Psicoanálisis, sabiendo, además, de la articulación que tradicionalmente se había establecido entre ambas disciplinas. Ya en el final de mi análisis comenzó a configurarse la idea de constituir un espacio literario abierto a todo tipo de público, y que tuviese como finalidad impulsar y desarrollar ese vínculo histórico. Comenzamos entonces a celebrar reuniones de trabajo entre Gustavo Dessal, Alberto Estévez y yo mismo, para establecer el formato del espacio, que finalmente, y por sugerencia de Gustavo Dessal, se decantó hacia la forma de tertulia. Por su parte, Alberto Estévez produjo el hallazgo afortunado del nombre: Liter-a-tulia. Un título que, por sí mismo, sugiere el enlace entre Psicoanálisis, Literatura y real, con esa vocal a situada entre la letra y la palabra. Nos posicionamos, de esa manera, dentro del dominio de la ética, en el cual ubica Jacques Lacan a la Literatura en el Seminario 7. Con esto quiero significar que ese lugar de experiencia literaria que llamamos Liter-a-tulia no es un espacio lúdico, sino que se trata allí de un compromiso con el Psicoanálisis, convencidos de que la Literatura, como planteaba Ernesto Sábato:

“... no es un pasatiempo ni una evasión, sino una forma –quizá la más completa y profunda— de examinar la condición humana”. (Sábato, El escritor y sus fantasmas,  Ed, C, de L, Pág. 9).

Suscribo estas palabras de Ernesto Sábato considerando que en la Literatura estamos todos escritos de muy diversas maneras, por eso me parece imprescindible e irreemplazable como lugar de encuentro para todos los que, de una u otra forma, nos asentamos en el marco del Psicoanálisis. Creo que la ficción es vida, y la vida, en gran parte al menos, es ficción, pues nosotros también somos personajes de un drama infinito signado por un real que, al igual que ocurre en la Literatura, no cesa de no escribirse.

Por tanto, no va a ser desde el lugar del maestro experto en Literatura desde donde voy a hablar, sino desde ese compromiso con el Psicoanálisis y desde la práctica y costumbre que da una tertulia que tiene ya un desarrollo de casi seis años. Mi exposición consistirá en mostrar, en primer término, una serie de consideraciones sobre el vínculo fundamental entre real y Literatura, consideraciones fundadas en alguna cita del Psicoanálisis y en otras de escritores. Con ello trataré de establecer un punto de arranque de la Literatura en relación a lo real. A continuación pasaré a evocar algunos comentarios y fragmentos referidos a las obras literarias trabajadas en Liter-a-tulia, con el fin de producir, de forma más concreta, el señalamiento de lo real dentro del mismo texto. 

Y ya que estamos en la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, quiero comenzar citando a Jacques Lacan:

No hay ningún verdadero sujeto que se sostenga, salvo el que habla en nombre de la palabra”     

Esta cita me parece sugerente para expresar una noción general de partida de la Literatura en relación a lo real. Noción que afecta a la terna constituida por escritor, lector y sujetos protagonistas del texto literario. En una primera vertiente, la cita tendría que ver con la idea de que cualquier palabra, cualquier gramática, cualquier orden de lenguaje que se digne de pertenecer a lo que llamamos Literatura, desborda toda conciencia, razón y lógica. Por ejemplo, y según dice el mismo Sábato, Dostoievsky se propuso escribir un folletín didáctico contra el alcoholismo en Rusia, que se llamaría "Los borrachos" y terminó por salirle "Crimen y castigo". En esta misma línea plantea Borges:

Si un escritor escribe lo que se propone escribir, no ha escrito nada, conviene que escriba algo más de lo que se ha propuesto escribir. Es decir, conviene que la obra exceda los propósitos del escritor”.

Esta sería la primera consecuencia del hecho de hablar en nombre de la palabra, el establecimiento de un texto que se conforma independientemente de la voluntad y de la razón del autor. Pero hablar en nombre de la palabra entiendo que nos lleva a una segunda vertiente de la cita. Consistiría en adoptar una posición singular en relación al lenguaje. Además de asumir que uno no es amo de ninguna palabra, de ninguna gramática, de ningún orden, de ninguna escritura, a la vez es operado por el lenguaje, operación que, de entrada, cuesta al sujeto la entrega de un trozo de carne que deja en su ser un vacío irremediable y real. Es a partir de esa herida real del ser, de esa falta real que, entiendo, se genera todo lo que se digne en llamar Literatura.  

Para dar fundamento a lo que acabo de plantear sobre este agujero real, veamos lo dice Alberto Estévez en su comentario sobre El ruletista de Mircea Cartarescu, en el que toma también como fuente la entrevista que unos días antes de la tertulia realizamos al autor y que podéis encontrar publicada en el blog Liter-a-tulia:

La relación que cada autor tiene con la escritura es fundamental. La ficción de que se trate siempre estará preñada de la relación del autor con el acto de escribir. En el caso de Cartarescu, la Literatura es la forma de indagar en su propio ser. Si este ser es considerado en su condición de falta, escribir suele constituirse como forma de rellenar un vacío doloroso. Y aquí el autor es meridiano en la diferenciación de lo que constituye el arte y lo que no lo alcanza, al decirnos que no hay arte sin una herida interior. En su caso la escritura es un intento de suturarla. Dice Cartarescu: “por eso escribo a mano, esa forma de escribir mantiene una relación esencial con el hilo que parte de esa herida”. Lo cual sugiere que el brazo sería una especie de prolongación a través del cual la herida se manifiesta, y es curioso que utilice la palabra “hilo” porque éste justamente se utiliza para suturar heridas abiertas”.

Es un comentario genial para establecer, con todo su peso, lo real en el mismo punto de arranque del texto literario.   

Añado, por mi parte, una cita tomada de José Ángel Valente, Elogio del Calígrafo, que tiene resonancias con este comentario de Alberto:

Uno empieza a ser escritor cuando tiene una relación carnal con las palabras

En resumen, hablar –podemos decir escribir— en nombre de la palabra supone que toda gramática excede a los protagonistas de la terna literaria, y tiene vocación de situarse en las proximidades de lo real para resonar en el vacío del ser. Sólo así será digna de pertenecer a la Literatura. Al respecto, creo pertinente evocar una frase del escritor portugués Fernando Pessoa tomada del Libro del desasosiego. No me cabe duda de que todos los que practicamos el Psicoanálisis podríamos reconocernos en ella:  

Obedezca a la gramática quien no sabe decir lo que siente

Podemos reconocernos en ella porque se trataría de una misma desobediencia, tanto la que ponemos en juego en el análisis, como la que opera, de múltiples maneras, en la configuración del texto literario. Al igual que ocurre en la narración que construimos en la sesión analítica, sólo desde la desobediencia a los cánones gramaticales convencionales puede transitarse un bien-decir que tenga la vocación de apuntar a lo real.    

El segundo punto de la relación entre Literatura y real exige a la terna autor, lector y texto literario, situarse en otro límite problemático, incluso en el cauce de “los ríos infernales del alma(F. Pessoa. Libro del Desasosiego), si se quiere escuchar, al menos, un eco de la verdad. Un límite donde ya no podremos encontrar terreno abonado para ninguna seguridad, para ninguna felicidad, incluso para ninguna sutura. Dentro de esta perspectiva voy a evocar una cita de Borges cuando comentaba lo siguiente en las entrevistas radiofónicas que sostuvo con Osvaldo Ferrari y que fueron recogidas en el libro Diálogos:

A la larga, todo es materia para el arte. Sobre todo la desdicha. La felicidad no, la felicidad ya tiene su fin en sí mismo, por eso casi no hay poetas de la felicidad”.

La desdicha es una de las palabras donde escuchamos el peso de lo real. Desdicha, des-dicha, como el destino roto de las cosas del decir, o des-dicha como silencio real. Dos vertientes de la des-dicha que, por el lado del destino roto de las cosas del decir apunta al trauma, la muerte, la pérdida, la angustia, la caída estrepitosa de unos ideales de referencia, etc.; por el lado del silencio real apuntaría a la imposibilidad de ubicarse en una escritura que dé consistencia a aquello de lo que se trate, por ejemplo, la sexualidad, La mujer, la misma muerte, es decir, la imposibilidad de nombrar algo, un aspecto de lo real que nunca permite un asentamiento inequívoco del sujeto. Reconocemos en todos estos escenarios excesos de lo real, sin duda presentes a lo largo y ancho de la Literatura.

Para finalizar esta parte de la reflexión voy a tomar unas palabras de Juan Carlos Onetti sacadas de su novela El Pozo, unas palabras que, sacadas de su contexto, podrían sintetizar perfectamente la íntima vinculación entre Literatura y real, a la vez que sugiere la magia de aquélla:     

Un universo saliendo del fondo negro de un sombrero de copa(Onetti. El Pozo)

Desde estas premisas que acabo de establecer como principio de lo literario, voy ahora a trazar un pequeño recorrido por algunas obras que fueron objeto de debate en nuestros coloquios de Liter-a-tulia. Vamos a abrir, entonces, diversos libros, novelas, cuentos, etc., para tratar de señalar lo real, rodearlo, empujarlo, importunarlo, tironear esas fronteras que, por ejemplo, quedan señaladas en el nudo borromeo cercando la letra a.  

Y hablando de nudo borromeo, un buen ejemplo de importunar esas fronteras y de apuntar a lo real surgió en la lectura de La puerta, de Magda Szabó. Una obra literaria que, lógicamente, se puede analizar desde diversos lugares. Pero me gustaría destacar un momento especial. Aquél en que nos encontramos con una puerta que resguardaba el tesoro más íntimo de la protagonista Emerence. Yo leí esa puerta como metáfora de la piel, una piel que resguardaba un tesoro que nosotros podríamos referir al Agalma, pues ese valor parecía tomar para sus vecinos, tanto por el poder que tenía como resorte de un movimiento hacia él, como por el supuesto valor del mismo. Es un perfecto ejemplo de encuentro con lo real que nos habita. Pues los lugareños, no soportando el misterio, derribaron la puerta que hacía de frontera, de barrera, de resguardo. Podríamos decir que rompieron la piel de la mujer para encontrar nada, simples virutas de madera podrida. La des-dicha, a partir de entonces, se apoderó de nuestra protagonista rota. Un ejemplo perfecto de perversión, de ese acto que rompe la piel para encontrar el supuesto tesoro que ella esconde, pero que se topa de lleno con el vacío. En esta interpretación me hizo recordar El perfume de Süskind. Es un ejemplo de encuentro con lo real como vacío del ser.

En esta misma línea de importunar los límites de lo real, otra obra que tiene que ver con La mujer. Recuerdo que en una ocasión, Gustavo Dessal, Alberto Estévez y yo presentamos en una librería de Madrid el libro de relatos de Remy de Gourmont, Relatos sombríos. Historias mágicas. Además de mostrar un compendio de perversiones que estremece los cimientos de toda moral, al estilo del marqués de Sade, rompiendo la barrera imaginaria de la piel para encontrar el supuesto tesoro escondido tras ella, en el extremo de esas fantasías todo derivaba hacia lo poético, hacia la ausencia, convirtiendo a La mujer en excelencia inasible e indefinida. Dice en uno de los relatos llamados Visión:

Carne de Custodia... Soy la Intocable, es decir, la Mujer”.

Siguiendo con la imposibilidad de escribir La mujer, hace apenas un mes merodeamos en Liter-a-tulia alrededor de ese imposible. Hablo aquí de mi lectura particular de la novela Seda, de Baricco. Una mujer que recordaba a la del amor cortés, imposible de abordar, resguardada por su soberano señor, una mujer imposible de tocar, desprovista de escritura para convertirse en mirada, en mancha, y de la cual, todas las demás mujeres eran remedo. Allí también se imponía al protagonista Hervé Joncour la asunción de una imposibilidad, la de alcanzar La mujer. Desde esa imposición, Joncour necesitó un saber hacer con la imposibilidad, y comprendió que ese saber hacer incluía, entre otras cosas, cultivar el amor hacia su mujer.

Uno de las cuestiones que no podía faltar en nuestro coloquio literario en relación con lo real, tuvo que ver con la imposibilidad de escribir la relación sexual. Alrededor de esa página blanca se habló cuando leímos, en la primera tertulia, Chesil Beach de Ian McEwan. Una novela que nos enseña de forma muy clara la pericia de los literatos para introducir magistralmente lo real, en este caso lo real de la sexualidad, en apenas dos renglones. Dice sobre los protagonistas:

Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible. Pero nunca es fácil”.  

Lo magistral, decía allí Gustavo Dessal, es que ese deslizamiento, mínimo en palabras, de la época al nunca, daría en el centro de la cuestión. Que el problema, así, no remite a las condiciones particulares de una época, en tal caso, ella agudizaría una problemática esencial que trasciende las épocas: el siempre difícil encuentro entre un hombre y una mujer. Vemos aquí un claro ejemplo de lo real en la Literatura.

Vamos con otra nominación en la que se proyecta lo real: Soledad. Un día le escuché decir al padre de un amigo mío la siguiente frase:

Cuando los seres humanos callan sólo se oyen sus gritos

Una frase que no sé si era suya, pero que me impactó por las circunstancias cargadas de nostalgia en que fue pronunciada. Esta frase recuerdo que me ayudó a introducir otra de las lecturas que hicimos en Liter-a-tulia, era Un hombre en la oscuridad, de Paul Auster. Allí encontré la Soledad, como dije, uno de los nombres donde sentimos el peso de lo real. Los protagonistas des-dichean soportando lo real de la muerte y de los múltiples traumas que les acaecen. Pero una de las particularidades de esta novela radica en que nos ofrece un tratamiento de ese real tal como lo sugiere el arte, si tomamos como referencia el Seminario 7 de Lacan: Un tratamiento de lo real por lo simbólico. Allí lo simbólico aparece en su función de autoridad encarnado por August Brill, aglutinador de los vacíos y de las soledades de todos, hasta de la suya propia, proponiendo escritura, fantasía, cine, para aliviar el peso de lo real manifestado en la des-dicha y en la soledad. Es, me parece, una propuesta de saber hacer con lo imposible.

Hablando de lo real, imposible resulta no citar La carretera de Comarc McCarthy. Supongo que muchos, además de haber leído la novela, habréis visto la película. Impactante novela que nos dejó conmocionados. Horror y belleza –difícil hablar de belleza en esta novela— terror y ternura, fuego y frío, bondad y maldad, pulsión de vida y pulsión de muerte, Eros y Thanatos. Un lenguaje lacónico entre padre e hijo recordaba el poder de la poesía en la alusión a una belleza y a un amor susceptible de instalarse como fundamento de nuestra existencia si no fuese por el desequilibrio abismal a favor de un exceso de lo real. Allí encontramos el inevitable desarrollo de una pulsión de muerte sin control, el desvarío de un goce psicótico, y también la radical maldad en la relación entre los seres humanos. Ello daría lugar un interrogante sobre el oscuro lugar del alma donde radica el mal, pues la catástrofe no es obra de la naturaleza, es la expresión de una intervención humana, de tal manera que el paisaje devastado revelaría la irresponsabilidad de los sujetos frente a su condición de tales. Leemos en La Carretera:

Como si el mundo se encogiera en torno a un núcleo no procesado de entidades desglosables… El sagrado idioma desprovisto de sus referentes y por tanto de su realidad… A tiempo para desaparecer para siempre en un abrir y cerrar de ojos.”

Son palabras que nos hacen temblar si nos detenemos a analizar el mundo que se está conformando ante nuestros ojos.

Otra forma de evocar lo real. La estética de la deformidad, decía Gustavo Dessal, refiriéndose a Los siete locos de Roberto Arlt. Locos que ilustran la locura del mundo. Por mi parte, recuerdo que tuve noticia de Los siete locos, por primera vez, con motivo de la proyección en Casa América de Madrid de la película de Leopoldo Torre Nilsson del mismo nombre. Quedé bastante impresionado por la convicción que trasmitía la marginalidad de sus personajes, la angustia fría y el delirio en que se sostenían. Digo angustia fría porque estaba llena de indiferencia vital –caso del protagonista Erdosain, que parecía no poseer ni siquiera un cuerpo— y delirio porque es imposible encontrar en estos personajes vacíos y desnudos de referencias simbólicas, algún tipo de consideraciones morales o éticas que los implicaran con lo social. Lo real vendría a ser considerado aquí como ese goce psicótico que no encuentra contención en ninguna ley simbólica.

Alberto Estévez nos recordaba el legado del alma rusa cuando presentábamos Amorcito o Un Ángel, de Chejov. Además del coloquio desarrollado sobre el cuento, Alberto contaba una anécdota para hacer referencia a las perlas, voy a decir reales, de sus relatos, y a la asunción, por parte del autor, del nombre que le damos al real más radical: la muerte. En el momento final de su vida se desarrolló este diálogo entre Chejov y sus asistentes:

“Chéjov deliraba, hablaba del Japón y de un marinero: Ella le colocó una bolsa de hielo sobre el pecho. Y de pronto, recuperada la lucidez, él le preguntó: “¿Para qué poner hielo sobre un corazón vacío?”
El doctor Schwöhrer llegó a las dos de la mañana. “Ich sterbe –le dijo Chéjov-. Me muero” El médico le puso una inyección de alcanfor. Luego quiso mandar a buscar un tubo de oxígeno. Chéjov le dijo: “Es inútil. Cuando lo traigan me habré muerto.” Entonces, el médico mandó que le subieran una botella de champán.
Chéjov aceptó la copa que le ofrecieron y dijo: “Hacía mucho que no bebía champán”. Vació la copa y se acostó de lado. Poco después dejó de respirar. Era el 2 de Julio de 1904.
Se tomaron las medidas necesarias para trasladar el cuerpo a Moscú. No se sabe por qué llegó en un tren destinado también al transporte de ostras. Los amigos y familiares que esperaban vieron llegar un tren de color verde, uno de cuyos vagones llevaba un cartel con la palabra “Ostras”. El ataúd viajaba en aquel tren. (Del texto de Natalia Ginzburg titulado Antón Chéjov de la editorial Acantilado)

Decía Alberto que la perla que mostraba el relato Amorcito de Chejov era real. Yo diría que resuena con estruendo el silencio de lo real cuando el relato escribe:  

“¡… qué horroroso es no tener ninguna opinión!” 

Alberto había leído que Ólenka, la protagonista del relato, muestra su alienación al Otro de forma extrema, hasta el punto de que su vida parece quedar congelada si ese Otro sale de la escena y desaparece. Ella se queda sin palabras. Lo cual indicaría lo determinante que resulta para la subjetividad la inclusión en ese Otro, so pena de parálisis real. Para nuestra protagonista, el supuesto amor que sentía por sus maridos era capaz de convertirla, ora en una experta defensora del teatro como arte, sin el cual la vida no tendría sentido alguno, ora como embajadora de las cualidades de la madera y profunda religiosa practicante, haciendo de los pensamientos de sus maridos algo propio, como también de sus gustos y devociones. A tal punto que la desaparición de estos por culpa de la muerte, socavaba un vacío en ella imposible de soportar.

Los muertos de James Joyce me parece una conmovedora deconstrucción yoica y especular puntuada con la Imposibilidad. En el final del relato vemos que ninguna palabra de Gabriel Conroy podrá situar en la muerte el saber que no hay. Pero sitúa palabras a su alrededor de forma portentosa. Paradójicamente, el protagonista comprende que es desde esa frontera real, desde ese vacío real, desde donde puede conformar la pasión de amar y vivir. Gabriel recita una prodigiosa y espeluznante epifanía para rodear su vacío, versificándolo, cubriéndolo de nieve y proyectando su palabra poética, de forma universal, sobre el poniente existencial y real de todas las vidas. Sin duda, nos hace evocar a Rilke en la Elegía I. Elegías de Duino, cuando planteaba:

Lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible

En Los muertos, la belleza y el trágico sentido de lo humano se reúnen para configurar la esencia misma del arte. Gabriel Conroy, a la vez que produce su creación artística al modo de una epifanía, la escribe alrededor de lo real, despreciando la vulgaridad prosaica de los fútiles discursos, de las identidades impostoras y de las convenciones encarnadas en la vanidad del yo.

Acabamos de hacer un recorrido por diversos nombres de lo real, soledad, sexualidad, muerte, etc., y también por lugares como la belleza y lo simbólico, alivios para el dolor que supone soportar la evanescencia de nuestro ser. Resaltamos a la vez la importancia de una posición del sujeto ante el lenguaje, con el fin de evocar algo que tuviese que ver con nuestra verdad. Hablamos de la des-dicha como tema de la Literatura. Pero quisiera plantear una cuestión. Que la Literatura se ocupe de la des-dicha más que de la felicidad, por supuesto que tiene que ver con el “no hay”, ese real tan propio de la verdad. Sin embargo, y paradójicamente, sabemos que el mayor grado de libertad que un ser humano puede alcanzar lo obtiene acercándose a ese núcleo de imposibilidad que nos proyecta hacia la necesidad de constituir un saber hacer singular y único en relación a ese real.  

Quedan por analizar múltiples facetas acerca de lo real en la Literatura. El tiempo no da para más. Los remito entonces a esas cincuenta y una tertulias transcriptas en el blog Liter-a-tulia, donde podremos apreciar la proverbial capacidad y destreza de los verdaderos literatos a la hora de producir el señalamiento de lo real, de traerlo a escena, destapando, de esa manera, algún eco de la verdad que nos atañe como sujetos sin tapujos.

Muchas gracias.   


Miguel Ángel Alonso