jueves, 12 de diciembre de 2013

Mª José Martínez nos envía su reseña del cuento de Munro, "Amistad de Juventud"

En esta fría tarde de diciembre, tarde de viernes literario, nos encontramos con Alice Munro en nuestros lugares comunes de la tertulia habitual, observando la casi inexistente tradición oral entre madres e hijas, acerca de los misteriosos caminos del amor. Será a partir del relato Amistad de Juventud, donde veremos cómo la hija quiso entender a la madre y también aprender algo de la vida a través de lo que ella misma le contó. 

Parece ser que la madre había muerto cuando ella tenía veintidós años y como quería seguir hablando con ella y pedirle disculpas por no haberla atendido demasiado, la soñaba en un sueño tan bello que el sueño se interrumpía. Tal vez el sueño era inexacto porque contenía mucho de sus buenos deseos y también algo de realidad, ya que a veces la madre aparecía en un hotel muy elegante y ajeno a lo que fue su vida, cambiando aquella realidad por una ficción que no sabemos muy bien hasta donde alcanza. Tal vez la hija quería recuperar a la madre idealizada pero observa que precisamente ha olvidado lo más bello de ella, quedándose su memoria consciente con lo mas oscuro e inútil. Y es que la chica retiene lo más dañino que es de lo que se queja, lo que rechaza y lo que le causa problemas, deseando resolver todo aquello por pura necesidad de supervivencia. Desde este punto de vista, desde esta perspectiva negativa, es desde donde se nos habla. 

Su madre había ido a trabajar de profesora a la escuela de Grieves en el valle de Otawa y según la costumbre, la maestra debía alojarse en la granja a la que la escuela pertenecía. Y para hacernos ver que allí todo era raro, su madre decía que la madera vieja se volvía negra, el jarabe de arce sabía rarísimo y los osos deambulaban a sus anchas por delante de las casas. Y si había conductas extrañas, su madre las achacaba a la religión cameroniana de sus habitantes; el caso es que, en aquella extraña familia compuesta finalmente por dos hermanas y un hombre, todo se desarrollaba alrededor de la frase ...”él le hizo eso a”... , frase elemental con la que los niños, siempre ignorantes de la relación hombre-mujer, tratan de explicarse. Y el hecho al que alude esta frase, pasa en el relato con cierta facilidad de una a otra hermana, de forma que la boda de Flora, la que se suponía enamorada del hombre siempre mudo, queda pospuesta por los raros manejos de la hermana que parecía más ajena al tema pero que acaba quedándose embarazada y teniendo que casarse por obligación. Flora seguirá en la casa en el absurdo papel de postergada, pero a causa de la enfermedad de su hermana, que ha perdido al niño, estará muy cerca del hombre en los trabajos diarios de la granja, en tanto le lee a la hermana unos horribles libros que son el rencor oculto. Y entonces se me ocurrió pensar en Bette Davis, porque alguna de las dos hermanas, o las dos, actuará como malvada en la sombra, cosa que la Davis hacía de maravilla. Pero, cines aparte, si cualquiera de las dos hermanas se nos antoja rara, comprenderemos algo su actitud a través de la superstición, la docilidad y silencio que aquella religión y las rancias costumbres enseñaban, o bien a partir de la necesidad física de cada una que, como en La casa de Bernarda Alba, vemos que existe entre las mujeres. En todo caso nos dice la autora, “los elegidos están ocultos bajo la paciencia y la humildad, e iluminados por una certeza que los acontecimientos no pueden perturbar”. Y esto, amigos, es lo más grave, esa certeza que nunca cede a la tentación de dudar y a la tentación de saber. Tal vez porque eso sería una “tentación”, precisamente. 

La curiosidad es muy mala, nos decía un jesuíta en los “retiros espirituales” que nos daban en el Instituto Femenino de Enseñanza Media de La Coruña. ¿Sería mejor la ignorancia?, pensaba yo desconfiando mucho de aquellos consejos. Eva fue curiosa –seguía el cura-, quiso saber qué era aquello del árbol de la Ciencia, y así pasó lo que paso. Y bueno, pensaba yo con algo de risa, alguien se comió una manzana. Pero seguramente el cura hablaba de otro tema y así, en una absurda ignorancia de las cosas y de las personas, pasaba la vida de aquellas dos mujeres del relato siempre girando alrededor de un hombre, acechándolo en la oscuridad, en la más absoluta oscuridad de las palabras que no de los sentidos. Y es que cuando el ideal religioso o las convecciones sociales se imponen frente a la Vida, alguien rompe esas reglas y sale por donde puede. Entonces todo se vuelve mucho más siniestro y oscuro de lo que debería ser. 

Más tarde aparece en la historia la tercera mujer, la estirada enfermera Atkinson, mujer decidida, moderna y calculadora que ya conduce el coche y su propia vida. Ella será la segunda esposa del hombre que no opina, del que no habla, del que sólo hace “eso”, el que se aprovecha de ellas en tanto que la hermana más dispuesta y virtuosa, porque según la madre rechazaba el sexo, sigue girando alrededor del hombre que pinta y ordena la casa a las órdenes de las mujeres, según la ocasión, porque todas ellas querían estrenar algo. 

Pero aparte de esta “virtud” tan dañina en la que cree la madre y que lleva a Flora a la soltería más atroz, yo pregunto a la concurrencia: ¿es realmente así como las mujeres influyen en la vida de los hombres? ¿No toman ellos alguna decisión? ¿O es que son ellas las que siempre deciden con quién quieren acostarse y cuándo quieren hacerlo? Tal vez haya algo de eso y aún así es curioso observar cómo este hombre es un D. Juan al revés, el hombre que, rodeado de un halo de misterio y oscurantismo, se deja caer en las redes que le tienden las mujeres. Quién sabe: quizá la hermana más virtuosa disfruto del hombre muchos años sin pasar por las molestias de una boda. 

La heroína de esta historia nos comenta lo que su madre le había querido aclarar sobre Flora de la cual realmente no sabe nada. Tampoco pudo sacar las consecuencias que deseaba y a la hermana que su madre ve como una “dama soltera”, ella llama bruja presbiterana. Ella pone el foco de su incredulidad en ese hombre asombrosamente mudo al que parece que cualquier mujer le vale y que sólo se deja llevar. Y están bien puestas las dudas y las preguntas, no en vano la hija pertenece a otra generación y no acepta aquellas explicaciones tan convencionales de la madre, porque en realidad ya necesita “otro hombre”. Ella quiere recuperar la madre idealizada y también rebelarse y romper con su mensaje, pero no puede. La hija está dentro de un sueño que sumado al normal apego materno no es fácil de abandonar, el mismo sueño en que su madre le dice que no estaba tan enferma y que ella no era acreedora de tanta culpa. Terrible dilema desconcertante y somnoliento que deja triste a la chica y a nosotros con más dudas que antes. 

Todos los hijos desean que sus padres sean para ellos una plataforma muy alta desde donde lanzarse al mundo, pero esto es imposible porque todos somos hijos. Tal vez ella repita, en parte, el antiguo esquema de su madre, porque en el relato el padre también está ausente. Y volvemos a formularnos la pregunta: ¿es que los hombres no deciden nada en la vida de las mujeres? 

Ella, que ya notaba en sí otras tendencias vitales, deseaba un mejor conocimiento sobre las personas, algo que le aclarase aquellos hechos consumados porque lo que las hijas desean conocer, son las auténticas razones, las razones de fondo para ver si es posible el encuentro, para poder conocer al “otro” de nuestra vida y acceder al misterioso recorrido convergente sin perderse, si es que ello es posible. Y como parece que sobre eso no hay palabras, al menos en el texto, la chica se rebela aunque sea con palabrotas, como ella misma dice, pues aquí, más que nunca, faltaron las buenas palabras que casi nunca se manejan tal vez por un raro pudor, las bellas y hermosas palabras que habrían de guiarla por los difíciles caminos del entendimiento humano.

Mª José Martínez

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Recordatorio cita LITER-a-TULIA diciembre 2013

Este próximo viernes, día 13 de Diciembre,
LITER-a-TULIA despide el año con la reunión dedicada a
Alice Munro
de la que tomaremos su relato
Amistad de Juventud

Su hija Jenny recogiendo el Nobel en la ceremonia celebrada ayer.

"Si lees muchas obras de Alice Munro con atención
antes o después en alguno de sus relatos te verás cara a cara contigo mismo;
ese es un encuentro que siempre te deja zarandeado,
con frecuencia transformado, pero nunca destrozado."
(Peter Englund, secretario de la Academia Sueca)

Restaurante Este o Este
Manuela Malasaña 9, 18 horas
-Metro Bilbao-