miércoles, 27 de enero de 2010

Comentario de MªJosé Martínez Sánchez sobre el libro del escritor y psicoanalista Gabriel Hernández: "La Infidelidad Femenina en la Literatura"

Nos encontramos hoy ante el interesantísimo libro de Gabriel Hernández en el que, a través de cuatro obras literarias y desde el saber psicoanalítico, nos va a explicar los complicados mecanismos del amor humano en donde cabe perfectamente, en el caso de esta obra, la infidelidad femenina.

Helen E. Fisher (1), famosa antropóloga norteamericana, al hablarnos de nuestros antepasados Cromagnon, nos dice que todos sabían lo que era el amor porque en el fondo de sus corazones tenían grabada una vieja inscripción, el patrón que rige los vínculos humanos, tal como lo describió Thomas Hardy (2); y nos transcribe: “Ese aire de familia, lo eterno en el hombre que no atiende a la llamada de la muerte”. La frase me parece bellísima, y ella nos sigue contando como desde que acabó la edad de hielo hubo numerosos bosques donde las familias se asentaron y se encontraron ante sí con dos cosas fundamentales en sus vidas: el enamoramiento dentro del amor sexuado, y el apego.

Sobre estos dos aspectos nos informa, junto con la medicina, que cuando un ser humano se enamora, la secreción de unas sustancias semejantes a las anfetaminas inunda su cerebro, de tal forma, que esa persona se mantiene enajenada pensando solo en el amado hasta el punto de poder pasarse varias noches sin dormir. Luego, cuando ese deseo tan acuciante se hace insostenible o cuando se consuma, aparecen otras sustancias, las endorfinas, dando lugar a la apacible calma amorosa, al descanso y al apego consiguiente. Esta última situación facilita la conservación de la especie y nos lleva a lo doméstico del amor. Pero el ser humano se cansa pronto, o se satura de calma y endorfinas, y vuelven a aparecer el deseo y las anfetaminas, en esa producción simultánea entre sustancias materiales y espirituales que se pondrían al servicio del hombre y del amor. Se trata pues de cómplices biológicos, la famosa química del amor que no será nunca la razón por la cual el amor exista. Se trata de la fisiología cerebral subyacente. Nada más.

Pero es en su novela “El pobre y la dama”, y en las siguientes, donde Hardy nos presenta a sus personajes como seres gobernados absolutamente por las fuerzas de la Naturaleza y por los mecanismos sociales de la férrea sociedad victoriana, en aquella época en la que se admitía el determinismo biológico, del que hemos dado explicación, dentro del cual el sexo era una categoría.

Y son precisamente estas dos fuerzas las que aparecen en las novelas que Gabriel Hernández analiza en su libro: La fuerza natural del amor, y el amor vivido al estilo de la época correspondiente.

De entre las novelas analizadas, Madame Bovary, La Regenta, y Ana Karenina, se escribieron en el XIX, El amante de Lady Chaterley a principios del XX, y Los diarios de Anais Nin, algo más adelante, en ese particular periodo de entreguerras en el que se generó un cambio y una rotura en el pensamiento del mundo occidental.

Las tres primeras, pues, tienen sus argumentos elaborados dentro del movimiento romántico en el que los plebeyos y pequeño-burgueses acceden a la categoría de personajes literarios, y donde tiene cabida lo natural y lo violento del amor. Así mismo aparecen muy claros el ímpetu amoroso, el sufrimiento, la ambigüedad, la melancolía, el narcisismo y la muerte, como características propias de ese movimiento que empieza cuando la religión y sus normas sufren cambios muy serios, con Enrique VIII, en Inglaterra, y con Lutero, en Alemania, por ejemplo. Añadir que el Romanticismo fue el movimiento que hizo avanzar la idea del yo, antes estancado, en la vida y en la literatura, sin ser condicionado ni por lo religioso ni por la razón.

Y Gabriel Hernández encuentra un espacio formal, un lugar dentro del conocimiento analítico desde donde poder mirar y dilucidar la verdad oculta en la vida de esas heroínas de las novelas citadas, para comprender las motivaciones íntimas de sus decisiones, avances y retrocesos en el amor, hasta llegar a la infidelidad, el divorcio y la muerte. Lo hace estudiando el círculo social próximo a la pareja donde habita el seductor de turno, junto a un marido siempre incapaz y despistado. De forma muy esclarecedora viene a decirnos, que aquellas fuerzas de la Naturaleza que en la obra del novelista inglés dominaban a sus desprotegidos protagonistas, no son sino productos elaborados en sus mentes a partir de una educación y unos resúmenes muy particulares que ellos hacen del ambiente y del parentesco en el que se criaron.

Amor e infidelidad vividos de la manera en la que vivían esas mujeres que se nos presentan como prototipos de ese tiempo en el que los personajes masculinos tampoco salen muy bien parados. Todos ellos protagonizan el resumen político y sociológico de una época a través de la forma de amar que plasman los autores, en la que hasta los triángulos pudieran tener cuatro lados, y en la que los amores son tan tergiversados, que al final no sirven para nadie y se pierden. Y todo sin olvidar, precisamente, y más que nunca, que la novela es ficción.

Excelente la comparación hecha de las tres novelas primeras. Igualmente el sutilísimo análisis del circuito amoroso en Mdme. Bovary y La Regenta, en los que todos hemos recordado, con más claridad que nunca, aquellos pecados de amor y los enredos de sus protagonistas, concretamente en esa obra de Clarín tan vasta y compleja como una catedral. Es el estudio de ésta donde encontramos una excelente trasposición de la novela al análisis, en un encaje magnífico, que nos hace disfrutar tanto o más que cuando leímos la novela por primera vez.

Igualmente bueno el análisis de El amante de Lady Chatterley. Aquí ya se percibe el cambio de siglo en ese relatar del sexo más explícito, tomado con naturalidad por parte del guardabosques que admira ya un cuerpo real de mujer en manos de un hombre también real, rebelde frente al maquinismo, en tanto que otros personajes continúan con los prejuicios sociales decimonónicos. Y aunque la trama es aún artificiosa, los protagonistas ya parecen controlar sus emociones y avanzan dando algún sentido a sus vidas. Es curioso ver aquí, ya muy consolidada, la figura del amante que no ya no quiere ser sólo amante sino que ya se puede hacer cargo de la realidad de un matrimonio. El Romanticismo, pues, inicia su declive, pero la vida y el amor siguen siendo complicados. Gabriel Hernández nos lo aclara perfectamente, para luego seguir con los Diarios de Anais Nin.

En esta obra, cuyos personajes no veo totalmente representativos de la época, el panorama cambia por completo por varias razones. Primera, porque un diario ya no es una ficción, y aquí, autor, narrador y protagonista se confunden sin haber crítico que pueda separarlos; y segunda, porque los personajes femeninos ya no son necesariamente casados, y ese vínculo parece tener menos fuerza que en las obras anteriores.

Anaís Nin, June, Henrry Miller, etc., son personajes especiales, élite intelectual de una Norteamérica complaciente consigo misma, en los que esas personas, libres de problemas, se permiten aventurar, investigar, experimentar sobre sí mismos partiendo de unas condiciones de vida y estatus que no son los más comunes dentro de esa sociedad, pero que sí pueden ser el reflejo, tal vez exagerado, de un pensamiento en el que tanto hombres como mujeres ya no se corresponden, en nada, con el cliché anterior.

Los diarios de Anais empiezan siendo una serie de cartas que ésta escribe a su padre, y que cuando se van transformando en diario íntimo, incluyen al padre dentro de la historia que poco a poco se va perfilando. La historia cuenta una serie de relaciones que se unen por un lógico razonamiento que ella misma explica, como si de alguna manera quisiera entenderse. La trama es compleja, y en ella aparece claramente ese cuarto personaje que en alguna de las anteriores novelas se vislumbraba. También aparece más explícito el consentimiento del marido, y la infidelidad ya no necesita la justificación de traer un hijo al mundo, sino que cuenta con el elemento consciente de Anais que nos dice saber por qué hace lo que hace. Pero si bien en las novelas anteriores el matrimonio y el amor aparecían por separado, pero siempre con cierta justificación, en los diarios de Anais las relaciones amorosas parecen no tener límites, y aunque nunca se relatan escenas físicas, sí se dan las claves para entender como todo se convierte en un alegre juego colectivo que hasta ahora no conocíamos precisamente por estar tan claro. Juego exclusivo de personas muy especiales que se permiten la pasión pura desprovista de amor sensible, despegados del suelo que pisan otros mortales, para explicar a los demás los efectos que el deseo produce en sus ánimos. Pero el suelo está ahí esperándolos en la caída que todos provocan, por dedicarse solamente al ocioso y atrevido juego de construir un complejo puzzle de relaciones más atrevido que necesario.

El estupendo análisis del autor nos aclara que no puede calcularse el deseo de otras personas implicadas en el juego. También advierte de la inutilidad de jugar dentro de un esquema, tan complejo y sofisticado, en el que ni el propio marido de Anais, que conoce algunas de sus excentricidades, quiere conocer en su totalidad.

“Me niego a vivir en un mundo ordinario como una mujer ordinaria”, nos había confesado ella.
Perversidad más o menos oculta en alguna de las novelas analizadas, y manifiesta en estos diarios que parecen contarnos el ensayo de lo posible, el atrevimiento de un pensamiento evolucionado dentro de una sociedad que avanzaba con la euforia del cambio de siglo sin saber muy bien a dónde iba, como si la dirigiera una fuerza centrífuga que la aparta de su centro, el centro que Thomas Hardy enunció.

Así, pues, nos hemos asomado a una manera muy especial de imaginar el goce, para encontrarnos al final con la degeneración del amor en unas relaciones en las que no pueden distinguirse padre, marido y amante, totalmente intercambiables, en la búsqueda incesante de un goce que parecía no tener límites.

Excelente libro digno de estar en todas las bibliotecas

Mª José Martínez Sánchez

(1) Helen Fisher "Anatomía del amor" Historia natural de la monogamia, el adulterio y el divorcio. Editorial Anagrama 1994, pág. 266.-
(2) Thomas Hardy, escritor y poeta inglés, 1840 - 1928.-