jueves, 18 de febrero de 2010

Comentario de Miguel Ángel Alonso sobre el relato de J.M. Coetzee, El proyecto Vietnam, incluido en su novela Tierras de poniente.

Soy el súbdito de un cuerpo en rebelión

Cuanto más arraigado y universal sea un mito, más difícil de combatir resulta

Tierras de ponienteEstamos ante un texto erudito y lúcido. Es mucho lo que enseña acerca de ciertas esencias que estructuran la subjetividad. Es asombrosa la puesta en escena de tantos y tan precisos resortes que operan esa estructura, lo cual sugiere, de parte del autor, un conocimiento que no puede adscribirse únicamente a lo intuitivo, lo cual, por otra parte, constituye una forma privilegiada de encuentro con nuestra verdad. Desde luego, parece imposible disponer del saber que enseña Tierras de Poniente, si no tiene que ver con algún tipo de experiencia particular y profunda que el autor sabe trasladar a la ficción con indudable maestría. El hecho mismo de situarse en el texto como interlocutor del otro, solicita, al menos, la “aventura” de un comentario mínimo. Digo aventura porque no es seguro que ese Coetzee sea el propio autor. Y es que la misma estructura del relato sugiere una división subjetiva y la consiguiente confrontación entre diferentes espacios de la subjetividad. Coetzee es nombrado en tercera persona, como autoridad y como conciencia moral del protagonista Eugene, supeditado de forma extrema e inamovible a sus juicios y a sus exigencias, y atrapado en las redes de la obediencia suprema, y de un cierto masoquismo moral.

El trayecto está jalonado, además, por otros elementos tales como el poder del lenguaje, la potencia del mito, la ambivalencia en la relación con el padre –representado aquí, de forma simbólica, por la autoridad de Coetzee—, y la puesta en escena del orden y la obediencia en un continuo hostigamiento por parte de esa feroz conciencia moral que, por un lado, impone la ley obligando a la renuncia, pero a la vez, se satisface en el protagonista con su insaciabilidad, exigiendo más y más renuncia. Así lo experimenta Eugene Dawn.

Las primeras palabras del relato son: “Me llamo Eugene Dawn. No puedo hacer nada al respecto”. Creo que muestran, de entrada, una esencia del relato: su determinismo ineludible, y el carácter marginal de la conciencia. Antes de ese principio no hay otra cosa que un inescrutable silencio, el protagonista nada posee que le pertenezca, todo es del Otro. En el principio no hay decisión, el deseo del Otro –encarnado en los padres— se impone en el mismo momento en que lo nombran. También podríamos decir que en el final, “tengo grandes esperanzas de averiguar de quién soy culpa” tampoco hay decisión, sólo puede invocar difusas esperanzas en la aridez de un secreto que no se le revela.

Ese sería el escenario donde se juega la partida de una existencia, la de Eugene Dawn, que sólo puede sostenerse en el marco del orden y la obediencia, instalado en un cuerpo que no responde a su voluntad, porque está signado, de una forma muy singular, por un deseo que no puede comprender.

Es importante el tratamiento que hace del cuerpo. Lo diferencia con claridad precisa del organismo. El cuerpo es algo construido, sintomático, que dentro de su patología le traiciona, es un enemigo que no hace caso de las disciplinas que se le quieren imponer, ni hace caso a ningún tipo de psicología del gesto. Aquellos síntomas a los que la psicología pretende hacer entrar por la puerta del cuarto oscuro, los descubrimos prestos saliendo hacia la claridad por la ventana. Lo dice de forma emocionante: “soy el súbdito de un cuerpo en rebelión”. Un cuerpo que no responde al pensamiento, a la estrategia que Eugene desea imponerle para luchar contra la autoridad insensata. Podemos ver, entonces, cómo en el ser humano, el cuerpo no es lo mismo que el organismo. El organismo sería una parte natural, biológica, por lo tanto, no sintomática, esos órganos que responden a sus funciones naturales: “Solamente los órganos de mi abdomen conservan su libertad ciega: el hígado, el páncreas, las tripas y por supuesto el corazón, chapoteando apiñados como octillizos no nacidos”. Habría que añadir que, muchas veces, ni las vísceras se libran de ser cuerpo.

Como decía, la conciencia es, en este relato, algo marginal. Ella sólo puede registrar una proyección patológica, el extremado afán de orden, de obediencia, y de evitar el conflicto con los superiores por parte de Eugene, sin que ningún elemento simbólico pueda rescatarlo de la inmovilidad férrea de su posición subjetiva. Estamos, por tanto, en el interior de un intrincado laberinto, de una historia personal atormentada, atrapada en un destino trágico, condenada, y sin posibilidad de conciliarse con ninguna identidad.

Creo pertinente hacer una referencia al extraordinario tratamiento que hace del lenguaje en el encuentro con Coetzee. Las primeras palabras que Eugene pronuncia en relación con él, son impecables, tanto en su forma como en el fondo, tienen tal plasticidad, tal fuerza expresiva, que nos arrastran en su narración agitada, a la vez que trasmiten la esencia de la relación. Respecto a la forma, son palabras que van de aquí para allá, en un catálogo de frases cortas, aforísticas, como sentencias que tratan de vestirse con una verdad que no encuentra nunca el lugar donde posarse, lo cual va conformando su fondo, un flujo de pensamiento, un monólogo interior que nos ofrece emociones, afectos, sentimientos, sospechas, fantasmas, estrategias, razones, cargado todo de tal dramatismo, que nos hace sentir en la superficie de esas palabras la intimidad de un sujeto atormentado por un conflicto de ambivalencia, amor/odio respecto a la autoridad.

Podemos localizar a continuación lo que el texto nos hace sentir como la profundidad de una nueva determinación del lenguaje, el poder de la ficción mitológica, en una escritura que fluye densa y plena de reflexión. La ficción pura de la primera parte del relato se muda en ensayo para articularse, como anillo al dedo, al drama vital de Eugene Dawn. Resulta difícil sostenerse a flote ante tamaña erudición mitológica que nos muestra los fundamentos de los lazos sociales en la vida pasada, pero que nos hace dudar de la vida futura. No es seguro que, tras la batalla entre las mitologías tradicionales y las nuevas, éstas últimas garanticen la vida de los seres humanos. Las nuevas mitologías, más que preocuparse por anudar y hacer consistentes los lazos sociales, tal como hacían las tradicionales, parecen destinadas a vehicular el mal.

La techné clásica, esa inteligencia creadora, tradicionalmente empleada para relacionarse con lo ente y encontrar una conciliación del sujeto con el mundo, es tomada de forma perversa por la tecnología para satisfacer las exigencias del mal, es decir, llevar a cabo el sometimiento del mundo y la destrucción de las mitologías tradicionales para sustituirlas por la nueva y abyecta “mitología” del poder: la voz del mal sin culpa, es decir, del padre omnipotente que no se somete a ninguna ley.

La tecnología sería el soporte material de esa nueva y analfabeta mitología, la que impone la obediencia plena e incondicional a una autoridad infalible que no tiene que convencer, sino simplemente ordenar. Mitología que, de forma casi total, es asumida por los herederos de la contienda de Vietnam, los que conformamos el mundo actual.

Esta es una lección que podemos extraer del relato, una lección que nos puede permitir posicionarnos para evitar que se apoderen, de forma definitiva, de todo pensamiento, de nuestra capacidad para crear ficciones y sostener en ellas los lazos sociales. Creo que, más que nunca, se hace precisa una nueva ficción, para ello hay que encontrar la vulnerabilidad, el Talón de Aquiles del padre omnipotente para asesinarlo, aunque tengamos que soportar por ello una culpa indeleble. Si no es así, sus determinaciones nos conducirán a una derrota final, de la cual nos ilustra también el relato.

La enfermedad mental decanta el devenir del protagonista hacia un casi fatal desenlace, muy revelador en relación a la inconsciencia, a la falta de sentido último de nuestros actos, para los cuales, las interpretaciones psicológicas de tipo fenomenológico que se construyen para dar sentido a la acción subjetiva, son simplezas que no tienen la más mínima relevancia, y no pueden llevar a cabo ninguna rectificación subjetiva porque son incapaces de acceder al secreto que ella encierra.

El conflicto real que surge con la autoridad, borra a Eugene como sujeto, ya no puede sostenerse en esa construcción mitológica de la obediencia que lo sostiene en el mundo. Todo su entramado simbólico sobre la obediencia se viene abajo, y acomete una acción inconsciente que lo sitúa en los límites del crimen.

Eugene acepta finalmente el orden impuesto de la institución mental. Está conforme en ese escenario que le permite reencontrarse con un orden vital que le resulta imprescindible para sostenerse. Aquí se revela el carácter analfabeto de la nueva mitología que llega a abarcar, no sólo el espacio de la tierra madre, sino también el de la enfermedad mental, el de las instituciones mentales. Todo lo que ocurre en el ser humano, la locura, los síntomas, la enfermedad mental, las angustias, las divisiones, todo lo refieren a lo fenomenológico, lo cual no puede llevar más que a que reconozcan su impotencia porque lo fenomenológico les dice poco. Es decir, la psicosis de Eugene, dice poco. Están desorientados. Todo su malestar lo suponen consecuencia de su relación con la guerra. Es la deriva simplista y fácil del padre omnipotente, siempre dispuesto a dotar a la institución mental de la pastilla que silencie lo que el sujeto sabe.

¿No estamos permitiendo que este analfabetismo ponga el punto final a la historia del ser humano?

Miguel Ángel Alonso

Comentario de Silvia Lagouarde sobre el libro Tierras de Poniente, de J.M. Coetzee

Parece que en esta ocasión todos leímos el mismo libro. Hay una gran coincidencia en las intervenciones. Yo me identifico con ellas. Es un libro que, cuando empecé a leerlo, me compenetré con él a fondo, no me había pasado nunca con un texto, tenía que dejar de leerlo porque estaba totalmente dentro de la cabeza de este personaje. Incluso tenía la sensación de que me iba a psicotizar asistiendo a ese monólogo tan particular.

Quiero decir, en primer lugar, que no me identifico con Alberto en la simpatía que le generó el personaje. Coetzee escribe de una manera extraordinaria, y pocas veces he leído algo tan perfecto en relación a lo que es la mente de un psicótico, en relación a la locura. Es perfecto. Lo es tanto que, ese personaje, justamente porque no entra en ningún tipo de responsabilidad subjetiva, en mí no provoca ningún tipo de emoción, me provoca casi un sentimiento psicotizante, y entiendo que es imposible de ser amado.

Y creo que Coetzee pretende hablar de cuando hay o no responsabilidad en el hombre y en la historia. En ese sentido, en esta obra lo que observamos es la parte opuesta de su otra obra Desgracia. Porque allí plantea que las atrocidades que hace el hombre blanco en Sudáfrica –pero que se pueden extender a la historia del ser humano desde que somos tales— sí repercuten en una responsabilidad subjetiva. Y a veces, el precio que hay que pagar para ser redimido, es aceptar que esa violencia no se perdona solamente porque se haga un partido de fútbol, tal como ocurre en la película Invictus, que cuenta las peripecias de la vida de Nelson Mandela. Lo que plantea en Desgracia es durísimo, y a mí también me dejó mal.

Coetzee es un hombre que expresa de tal manera las cosas, que hace que me compenetre con lo que plantea sobre la violencia. Por ejemplo, lo que plantea es que hay una responsabilidad absoluta en Sudáfrica en lo que se ha realizado a nivel histórico.

Yo me pregunté el porqué este texto, qué intencionalidad puede tener hablar tan perfectamente de la locura. Me dejó intrigada. Quiero indagar en esta intuición que tengo sobre la intencionalidad de Coetzee, si es verdad que el tema que trata es el de la responsabilidad, que cada acto tiene consecuencias, y que no se puede perdonar sólo a través de la palabra perdón.

Silvia Lagouarde

Comentario de Graciela Kasanetz sobre el libro Tierras de Poniente, de J.M. Coetzee

Quería hacer un comentario sobre dos intervenciones que se han hecho, lo que ha tomado Miguel y el tema del cuerpo que mencionó Alberto.

Creo que en este libro están expuestos varios cuerpos, el cuerpo social norteamericano, el cuerpo de este sujeto y los cuerpos de aquellos que él no considera sujetos, y que son, para el cuerpo social norteamericano, un cáncer que hay que eliminar, los vietnamitas.

En psicoanálisis hablamos que no es lo mismo ser un cuerpo que tener un cuerpo. Que se llega a tener un cuerpo en el mejor de los casos, y que se parte siempre de un organismo. Y que de los actos –no del comportamiento, eso que nos quieren hacer creer que son comportamientos, incluso este sujeto se ampara en sus comportamientos no tomando ninguno de sus comportamientos como un acto—, de los actos es responsable un sujeto. Y hay una diferencia ética abismal entre el comportamiento, del que se ocupa la psicología cognitiva y la psiquiatría centrada en los fármacos, y los actos que son actos de sujetos humanos, por tanto éticos, y sobre los que cada uno tiene responsabilidad. Sobre el tema del cuerpo, hay que decir que este sujeto no llega a tener un cuerpo.

Sin embargo, hay una cuestión que no quisiera que quedara en paralelo. Y es que la psicosis, la locura, puede arrasar muchas cosas, pero la locura no arrebata per se, la vertiente ética de un sujeto. Hay locos que, aun cometiendo el mismo tipo de acto, o parecido, sin embargo siguen reclamando la humanidad de su acto, la responsabilidad sobre él. Recuerdo, tal vez debe ser algo que se repite mucho, a Althusser. Era un psicótico que mató a su esposa y se le exoneró jurídicamente de responsabilidad, y él, en el libro El porvenir es largo, reivindica el derecho a ser responsable de su acto. Porque si le quitan la responsabilidad de su acto, le quitan su humanidad.

Por todo esto, como todos los libros de Coetzee, este del que hoy hablamos me parece un libro extraordinario. El segundo ensayo del libro abunda en la misma línea, en no asumir en absoluto la responsabilidad del acto. Me ha sorprendido la madurez de este texto, no lo veo menos maduro que sus textos siguientes. Y creo que es una crítica que, igual que El porqué de la guerra de Freud, tiene hoy la misma actualidad en otros conflictos provocados por potencias dominantes, que en última instancia siguen siendo económicas, sobre pueblos enteros arrasando la cualidad humana de los integrantes de esos pueblos. Podemos pensar hoy mismo en Haití.

Me parece, entonces, un relato extraordinario.

Y tampoco puedo compartir ninguna simpatía por el personaje. Porque este personaje no considera que el otro tenga más existencia que la de ser culpable de los actos que él mismo realiza. Y en esto léanse sus padres, léase su jefe, léase su mismo hijo, su mujer. Creo que no es un personaje con el que yo pueda simpatizar ni sentir la más mínima ternura. Porque respecto a la locura, para mí, que me dedico al psicoanálisis y a la clínica, hay muchos psicóticos con una posición ética realmente de responsabilidad de sus actos, aun cuando no sean dueños de ellos, aun cuando una voz les haya ordenado determinada cosa, no dejan de reconocer que el otro es un semejante. En ese punto me parece magistral el relato.

Graciela Kasanetz

Comentario de Carmen Peces sobre el libro Tierras de Poniente, de J.M. Coetzee

Más allá de estas cuestiones que a veces se plantean en la literatura, sobre la simpatía o no de los personajes, comparto lo que se ha dicho sobre la maestría del escritor. Tiene una habilidad de maestro. Se hablaba de Desgracia, pero hay otra obra suya donde relata lo que es una patología, En medio de ninguna parte, su primer escrito. El personaje protagonista es una mujer, y parece mentira que un escritor pueda plasmarlo de tal manera que hasta parece que está vivo.

Respecto al relato que nos ocupa hoy, me parece en su conjunto conmovedor, y por momentos inquietante. Me ha interesado mucho lo que se ha dicho sobre la cuestión de la psicosis porque me costaba ver la armonía con la que escribe el informe, con una cuestión que tenía que ver con su estructura psíquica. Me daba por pensar que ese tipo de informe lo podía escribir cualquiera que no fuese necesariamente psicótico.

Y ahí lo asociaba con lo que escribe Anna Arendt en Sobre la violencia, y la cuestión de la banalidad del mal. Porque hay algo de lo peor del ser humano ahí presente, la parte más oscura en cuanto a que queda deshumanizado, en cuanto a su materialidad. Cuando describe el contenido de las fotografías, es espeluznante, pero cuando hay párrafos en los que habla que hay masacres que no se pueden demostrar en relación a las aldeas que no están en el mapa, aun es más espeluznantes.

Me pareció impresionante esta cuestión de la banalidad del mal.

Carmen Peces

Comentario de Rosa López sobre el libro Tierras de Poniente, de J.M. Coetzee

Quería comentar el acto concreto de clavar el cuchillo a su propio hijo. Todo el libro tiene varias lecturas, pero hay una que tiene que ver con la paternidad. ¿Cómo entender el acto homicida con respecto a su propio hijo?

En ese sentido, el personaje dice que el estrés no explica nada, y se pregunta por qué el acto fue contra su propio hijo, carne de su carne, y por qué no fue suicida. Lo que ocurre es que es lo mismo. Esa carne de su carne también es el cuerpo que a él se le degrada, se le deteriora. Ese mismo acto era reversible, tanto podía ser homicida como suicida, porque en esa desesperación del psicótico hay un punto en el que tiene que erradicar, el objeto malo, interno, lo tiene que matar, lo tiene que aniquilar, ya sea fuera, ya sea dentro, porque no hay una topología exterior entre el hijo y su propia carne. Es lo mismo. Clavando ese cuchillo en la carne del hijo se lo está clavando a él mismo, no hay una diferencia.

Y de hecho, hay toda una cuestión sobre la paternidad. Está él como hijo frente a Coetzee, y éste como su padre. Y no sé si se dan cuenta de que la primera vez que menciona al hijo, dice que los únicos momentos que tiene de relax son por las mañanas, cuando su mente está un poco más calmada, momentos que son perturbados por Marilyn y por su hijo. Cuando leí esa frase pensé de quién sería el hijo. Más bien pensé que era de Marilyn, que lo había tenido con otra persona.

Lo que demuestra el psicoanálisis es que hay una diferencia entre ser padre desde el punto de vista biológico que desde el punto de vista humano. Cualquiera puede reproducirse biológicamente. Pero para asumir un hijo, amarle e integrarle en el deseo de uno, cuidarlo y reconocerlo como el objeto más preciado, hay que tener un aparato mental que los psicóticos no tienen. Y se ve muy claramente en este relato, como el hijo es un objeto en el cual el protagonista no ve una relación de continuidad.

Esto es un caso clínico que encierra una buena parte de la teoría analítica. Podríamos estar horas hablando página por página, frase por frase. Los psicoanalistas lacanianos decimos que el ser humano necesita simbolizar los hechos de la vida como el nacimiento, la muerte, la procreación, el sexo, etc., todo eso hay que simbolizarlo. Todo eso acontece, pero si uno no lo registra y no sabe como integrarlo, sólo nos podemos encontrar con aberraciones. Este hombre tiene una confusión enorme en todo, por ejemplo en la sexualidad. El pene y el falo, no es lo mismo tener un cartílago que cuelga al final del espinazo, que tener un órgano fálico que permite un goce fálico. Él lo dice muy bien cuando sostiene que en la literatura dicen que se goza de esto, esa felicidad –sexual podríamos decir— los ha eludido. Lo dice claramente. Tiene eso que cuelga, dice que clava la reja de mi arado. El sexo se degrada completamente y la procreación es un acto puramente orgánico y biológico: “Mi semilla se derrama como orina en las fútiles cloacas de los trazos reproductivos de Marilyn”. Es un acto de procreación degradado completamente a lo más orgánico y biológico.

Y luego aparece ese episodio de fuga. De pronto se va con el hijo. Pero el hijo no es más que un correlato de sí mismo. Y hay un momento en el que sale a caminar con él, donde dice que el hijo está orgulloso de su padre, quiere ser como él. Es toda una respuesta. Él intentando estar del lado del padre como ideal para ese hijo que es criado por una madre histérica, pero a la vez el hijo es ese objeto que le corroe, tengo un hijo dentro que me corroe, que fue el primero, y luego tengo un hijo mogol y no se quiere marchar. Está preñado de un hijo que hay que matar. Hay que matar fuera o dentro, da lo mismo, no hay una topología. Es el sentido que tiene el acto desde el punto clínico, no es un acto homicida.

Rosa López

Comentario de Miriam Chorne sobre el libro Tierras de Poniente, de J.M. Coetzee

Retomando la discusión de si era o no un personaje que despertaba simpatías. Me parece que puede despertar las dos cosas al mismo tiempo. Porque es verdad que ese aspecto al que Gustavo aludía: “frío cristal”, espanta cuando describía lo que es el encuentro con su mujer. Y al mismo tiempo está la descripción tan fina que hace sobre lo que es la vida de este personaje, te transmite perfectamente lo trabajoso que es la vida para un psicótico. Porque dice que cuando está con la gente, piensan todos que no se desenvuelve bien. En realidad está controlando no tener el tic tal o el tic cual, no hacer una mueca, y va describiendo la tensión tan grande que muestra lo difícil que le resulta estar. Simplemente eso, estar, es complicado para él. Y cada acción es como un acto de voluntad. Para hacer las cosas corrientes que en la vida hace cualquiera, él tiene que buscarlas casi conscientemente. En ese sentido, es muy conmovedor. Tiene un aspecto que, no sé si es cuestión de ternura, pero si desierta compasión, conmueve y se puede sentir perfectamente lo difícil que es la vida para ese hombre.

Por tomar la primera frase, cuando habla de su nombre, dice que no puede hacer nada al respecto. La cosa que para nosotros es más obvia y evidente, de que somos tal o cual, para este hombre, el hecho de no poder hacer nada con eso quiere decir que no tiene ninguna identidad con ese nombre. No hay ninguna confluencia entre el nombre y él mismo. Y para uno, justamente, el nombre es una de las cosas a las que se siente más identificado.

Miriam Chorne

Comentario de Concha Miralles sobre el libro Tierras de Poniente, de J.M. Coetzee

Este libro me ha suscitado muchas preguntas durante toda su lectura. Se me hizo una lectura difícil y densa. Sobre el primer relato, comparto lo que decís, me parece una magnífica descripción de un delirio, de una locura. Pero también me pregunté por la cuestión literaria del texto, la estructura, se habla de que es un informe, parece ser que se está construyendo un ensayo, también se habla de una novela, cuando tiene este encuentro con Coetzee le habla de investigación y de que está haciendo una novela. Ahí me preguntaba qué es esto, cuando también parece un diario de su propia locura. Yo me preguntaba desde dónde habla, si habla después del acto con su hijo, si cuando está en el manicomio, desde dónde construye ese informe Vietnam. También me pregunto por el propio Coetzee, es muy curiosa su posición.
Incluso en el segundo relato, que también me leí, me he cuestionado qué unión podía haber entre los dos relatos, porque la novela son dos relatos, y se supone que tiene que haber un nexo entre ellas. Hay un momento que, en el primer relato, creí encontrar esa conexión. Es cuando hace referencia a la publicación de su trabajo en tal editorial, y que a partir de ahí se dedicará a otra cosa porque él es un explorador, y pensaba que si hubiera vivido hace doscientos años hubiera descubierto otros territorios. Es un punto donde parece que conecta con el otro relato.
Y ese Coetzee que no sé si es real o es un antepasado del propio autor. Es otra de las preguntas que me hago. Si esto es así, si realmente es un antepasado del autor, tiene un hilo importante que quizá no he sabido interpretar y llegar a descubrir. Sería interesante discutirlo.
Concha Miralles

Comentarios y diálogos suscitados tras las intervenciones, en el final de la tertulia de El Proyecto Vietnam

Miriam Chorne
Respecto a lo que plantea Concha Miralles, yo pensaba, mientras leía, que llamar Coetzee al superior, hace que uno no identifique narrador y autor. Eso por un lado. Y por otro lado, cuando los escuchaba, pensaba que el personaje de Coetzee no se sabe si es el autor, su abuelo, alguien que se llama Coetzee. En realidad, estamos haciendo una suposición. Pero es cierto que en el siguiente relato, inmediatamente, habla de que hay tres Coetzee, y éste es el que ha hecho la traducción, porque pone los nombres. J.M. Coetzee es éste. Pero puede llamarse Coetzee y que no tenga nada que ver con su familia siquiera, o ser un antepasado. De momento uno puede jugar con todas estas variantes. En todo caso, que el narrador no se llama Coetzee.

Silvia Lagouarde
Es verdad, como decía Gustavo, que todo buen escritor es un filósofo. Cuando dije que me suscitó el deseo de leer más libros suyos para descubrir algo de su intencionalidad en este texto, tenía que ver con su filosofía, no con su psicología.

Y otra cosa que me parece importante de este texto, es la certeza psicótica y de inocencia. Porque yo a este personaje lo veo absolutamente inocente. Jamás le pondría la pena de muerte. Sin embargo, creo que en Desgracia, siguiendo el interés que me generó su literatura por ver qué quiere, o qué tiene en el fondo algo de la filosofía de este hombre, es que él está muy enfadado por lo que sería la falta de responsabilidad del poder del primer mundo, que no hay perdón ante las enormes tragedias humanas que se llevaron a cabo durante el siglo XX, y que hay algo de la posición política, en este momento, que no merece el perdón. Por ejemplo, en Europa, donde hay una desintegración absoluta de políticos, de partidos y una posición de estupidez y falta de responsabilidad.

Creo que de Desgracia se puede inferir un mensaje, o se toman cartas en el asunto, o se viene la venganza más atroz, de manera que los que tienen hoy poder y riqueza en este primer mundo, preparaos para lo que puede ser el futuro. Creo que está haciendo una advertencia y me conmociona la manera extraordinaria de contarlo, verdaderamente merece el Premio Nóbel, escribe de forma extraordinaria. Ha sido muy acertado haber elegido a este autor.

Graciela Kasanetz
Quiero retomar la cuestión del apellido, Coetzee, que aparece en los dos relatos. Voy a hacer una alusión mínima al segundo relato, pero primero quiero decir que, en el primero, Coetzee es el jefe que ocupa el lugar de un padre tomado desde la perspectiva del hijo. Porque Coetzee no es el protagonista.

En el segundo relato, el protagonista es el colono Coetzee. Y podríamos decir que está también del lado de la voz, la atronadora voz vengadora del dios padre a quien han desobedecido y osado ir contra su ley.

No solamente cualquiera puede ser padre biológicamente hablando, y puede reproducirse, sino que hay una condición que compartimos todos, y es una condición que también hay que adquirir, aunque sea una condición biológica, y es que todos somos hijos. También hay que hacerse hijo. Porque, precisamente, en el primer relato, el protagonista busca la culpa y la responsabilidad de los actos en esta genealogía paterna, él busca ser hijo de alguien, busca alguna subjetivación. Y en el segundo relato, lo que no hace este padre terrible es reconocer la humanidad en el sentido de este cuidado por los hijos. Me parece que también en eso es magistral.

Yo leí estos dos relatos y debo confesar que aparté el libro porque me resultaba demasiado terrible. Creo que la crudeza de estos dos elementos llevados al límite de los asesinatos, aúnan lo mismo que Gustavo señalaba en el protagonista del primer relato, la certeza y la inocencia también están en el protagonista del segundo relato.

Rosa López
Quiero preguntarle a Graciela. No sé como tomamos lo de investigar su infancia. ¿Qué valor le das a que él comience a investigar su infancia y sobre qué deseo le ha traído al mundo? El camino se lo sugieren los psiquiatras. El protagonista dice que el argumento de los psiquiatras es que para su tratamiento tendría que empezar en los inicios del pasado remoto y avanzar de forma gradual hasta el presente. Es un argumento razonable, así que por ahora está hablando no de la infancia de Martin, sino de la suya. Es como un proceso de análisis.

¿Tú ves que cuando busca la culpa él se está eximiendo?

Graciela Kasanetz
Respecto a ser hijo, siempre el deseo de los padres es una interpretación de los hijos, y en ese punto cada sujeto tiene la oportunidad de esa oscura e insondable decisión, de poder interpretarlo de una manera y no de otra, y no quiero decir que no haya condiciones para los sujetos, condiciones de su nacimiento y de su infancia, que puedan ser más determinantes que otras, pero siempre está la posición del sujeto.

Rosa López

Yo estoy de acuerdo con Alberto, la posición del sujeto es que él lleva toda la vida intentando ordenar el mundo para que no se le eche encima, porque es amenazador, todo es amenazador para él, cualquier gesto del otro lo es. Entonces, el hombre hace lo que puede, no veo que tenga una posición de Bella Alma.

Graciela Kasanetz
Las certezas de que ninguna otra cosa se puede hacer, y de que haya intentado hacerlo de la mejor manera posible, creo que forma parte de una metáfora entre el proyecto Vietnam, que no es el proyecto de una persona, y la implacabilidad del proyecto, y cómo lo justifica. Me parece que hay ahí una cierta metáfora. Yo no lo tomo únicamente como un caso clínico, pero además pienso que no puede ser un caso clínico porque el único caso clínico es del que habla. Aquí vuelvo a pensar que a pesar de todas las precisiones, hay que tener cuidado.

Rosa López
Efectivamente. Esto es un poco un abuso. Es un caramelo desde el punto de vista clínico.

Alberto Estévez
El Proyecto Vietnam, tiene un título muy sugerente: Vida nueva. No es cualquier título.

Gustavo Dessal
Por eso es importante que él se llame Dawn, amanecer.

Miriam Chorne

Hay una frase que cuenta Primo Levi, que cuando llegan al campo de concentración, hay una autoridad del campo que les dice que nunca se sabrá lo que aquí va a pasar. Si alguno de llega a escaparse, aunque quiera testimoniar, vamos a hacer desaparecer todo, los hornos. Si alguno llegara a escapar nadie va a creer que semejantes barbaridades hayan sido cometidas. Es una vida nueva errando hasta el fondo.

María José Sánchez

Cuando dice “Coetzee me pide que revise mi ensayo” es curioso como el autor se mete en el texto en la primera frase. El autor nos complica la vida en este sentido, porque el personaje se desdobla en dos, uno que quiere agradar a Coetzee, haciendo el ensayo acomodaticio para conformar esa idea de la nueva mitología, y el otro que no quiere hacerlo. Esta dualidad le lleva a la locura. Esto sería un resumen rápido. Y al final pide que le dejen algo de su malestar para no tener esa mente tan vacía de contenidos.

Liter-a-tulia

lunes, 15 de febrero de 2010

La librería Eléctrico Ardor invita a la presentación del libro de Rodolfo Walsh: ¿Quién mató a Rosendo?





















La librería Eléctrico Ardor


te invita a la presentación del libro

¿Quién mató a Rosendo?

de Rodolfo Walsh

que tendrá lugar hoy

lunes 15 de Febrero a las 20 horas
- c/ Pelayo 62 -


Constantino Bértolo, editor y crítico literario, y Virginia Rodríguez, editora de 451 Editores, charlarán sobre la obra del escritor argentino.

-Al finalizar se servirá un vino-