sábado, 16 de enero de 2010

Desarrollo de la tertulia nº 13 sobre la novela Tengo 15 años y no quiero morir de Christine Arnothy en la traducción de Paula Emilia Sanz.



Comentario de Alberto Estévez:

José Ortega y Gasset decía “mientras el tigre no puede dejar de ser tigre, no puede destigrarse, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse” Nuestro filósofo madrileño sabía bien de qué hablaba, no por nada los acontecimientos que le habían tocado vivir, me refiero a la guerra civil española, le costaron el exilio, pero además fue testigo de la segunda guerra mundial, esa misma guerra que ocupa las páginas del libro que hoy comentamos.

“Tengo 15 años y no quiero morir” es la obra más importante de su autora, la franco-húngara Christine Arnothy, nacida en 1930, en Budapest, llegó a Francia con las hojas arrancadas a su diario en los bolsillos de sus ropas, pero no fue inmediato a su llegada el acto de escribir y publicar, le llevó 10 años encarar sus notas sobre el sitio de Budapest, enfrentar los traumáticos hechos de su infancia. Aquellas notas escritas en francés, en húngaro y con algunas expresiones del alemán que con ayuda del Larousse pudo reescribir. Será París el lugar en el que la autora se asiente y posteriormente contraiga matrimonio, aunque actualmente vive en Ginebra.

Su viaje continúa pues, desde donde nos deja el libro, en la indefensión e impotencia que la familia experimenta cuando se sabe estafada a la hora de pagar la cuenta en aquel café vienés, prosigue su periplo y encuentra refugio en Bélgica, finalmente en París. “No es tan fácil vivir” es el título del libro que recoge esta parte del viaje que no está descrita ni aludida en la obra que comentamos hoy pero que hace a un modo de continuación. No es un libro tan reconocido pero nos permite comprobar que su experiencia con aquel horror dio para la publicación de al menos dos obras, y parece ser que no sólo, ya que en una entrevista publicada por el diario El País en Julio de este recién terminado 2009, Arnothy comenta que fue finalista al prestigioso premio Goncourt, ese premio cuyo reconocimiento es sólo nominal, la dotación económica consiste en 10€, pero el ganador tiene garantizado el éxito de ventas de su novela. Ella concursaba con “Dios llega tarde”, una obra sobre la opresión soviética en Hungría, y denuncia que no le dieron el premio porque osó llamar ocupantes a los rusos, igual que a los alemanes, porque para ella ambos compartían la misma crueldad. Por lo tanto, al menos son tres las obras de esta autora sobre este acontecimiento que recorre su infancia y marca indudablemente su vida a través de estos tres títulos ya de por sí muy elocuentes.

La que elegimos para hoy traerá para muchos el recuerdo de “El diario de Ana Frank”, uno de los libros más leídos en todo el mundo. Esto le valió el apelativo de la Ana Frank húngara, pero no hay nada de esto en palabras de la autora, porque ella no es judía, no se reconoce húngara más que por accidente y además está viva, eso sí, de milagro. Esta novela es considerada por diversos escritores como una de las obras cumbre de la literatura sobre la guerra y ha obtenido elogios de muchos autores, entre ellos del mismo Sándor Màrai, además de haber vendido sólo en Francia más de tres millones de ejemplares. Y esto es algo que consigue el diario de una adolescente de 15 años recién cumplidos, ¿qué tiene esta novela?

No hay duda que ante cualquier novela sería deseable siempre poder hacer, al menos, dos lecturas. El discurso manifiesto que la narración nos pone ante los ojos, personajes, momentos y lugares, situaciones, desenlaces, etc… Y paralelo a este, otro discurso, ya no tan manifiesto, un hilo tejido entre líneas, en el que laten las verdaderas cuestiones, esas que nos hacen recordar su lectura, las que nos evocan sentimientos y nos dejan pensativos en mitad de un párrafo. Si bien parte de la grandeza de la literatura se demuestra en el hecho de que una misma obra no consigue evocar este segundo discurso más comprometido en todo lector, bien lo sabemos nosotros cada vez que Liter-a-tulia se reúne, comprobamos en cada cual el calado de la novela que tratemos, nunca es el mismo, también es cierto que la literatura porta otra característica, yo diría su característica fundamental; es una forma privilegiada de examinar la condición humana. Es aquí en mi opinión donde el testimonio de esta adolescente cobra su verdadero valor.

Erik Fosse es un cirujano noruego de 59 años. Fue uno de los médicos extranjeros que logró
entrar en la franja de Gaza durante la ofensiva israelí, operaba día y noche sin descanso y contempló escenas muy difíciles de asimilar para un ser humano. Junto con su compañero, Mads Gilbert, ambos médicos han escrito “Ojos en Gaza”; en él nos cuentan la terrible crónica diaria del hospital de Shifa de Gaza, y la descripción incluye además fotografías. Publicado hace un par de meses, se ha convertido en un best seller en su país. Pendiente de traducirse en varias lenguas, desconozco si entre ellas estará el castellano. Fosse comentaba en la entrevista de la que era objeto: “la mejor terapia es hablar, sacarlo fuera, por eso escribí el libro y por eso esta vez no ha sido tan traumática como otras”

El dolor de la guerra, ese dolor que muchos tenemos la suerte de desconocer y que simplemente imaginando es seguro que ni nos acercamos a lo que debe representar, encuentra algún tipo de alivio, encuentra su mejor terapia pudiendo hablar. Esta es la condición humana en todo su esplendor, la condición de sujetos del lenguaje, con todas sus consecuencias, en este caso para bien, porque esa niña de 15 años lo sabe sin saberlo; hay algo en ella que la empuja a escribir y comprobamos que al menos hasta tres libros, para intentar procesar tanta barbarie, destrucción y muerte. Haber podido escribir y haber logrado hacer algo con lo escrito nos tiene hoy convocados aquí décadas después.

Pero si el libro se limitase a la descripción detallada de los pormenores de una guerra se vería privado del valor que contiene; efectivamente página por página hemos de leer las consecuencias del horror en todos los personajes y en sus relaciones, todo lo que acarrea e impone una guerra a la fuerza, nunca mejor dicho, pero el tormento está expresado en la referencia obstinada a lo que debería ser una infancia y una adolescencia en condiciones de paz, que pudiesen ser vividas de manera menos traumática, con los elementos propios de esas etapas de la vida. Quiero decir, que las continuas referencias al sótano mugriento, aquel en el que le parece mentira haber crecido, se hacen también, veladamente, en relación al piso del que la familia disponía y en el que llevaba a cabo su día a día, el destrozo del piano es la consecuencia de una guerra, pero es también el instrumento que marca la infancia de nuestra protagonista, la imaginamos tomando sus lecciones sentada ante el teclado, y a la vez la vemos ahora con sus 15 años y contemplando la posibilidad de su muerte, la muerte de ninguna niña, más bien la de una persona mayor.

Encontramos en el libro en este mismo sentido un pasaje muy descriptivo, algo que nuestra protagonista llama los sueños extravagantes, que explica mucho mejor que mi intento lo que pretendo dilucidar. Se trata de tres sueños que ella juzga extravagantes porque los considera chocantes y extraños, incluso inapropiados para la circunstancia que le toca. En ellos podemos apreciar muy claramente un intento de realización de deseos, pero al mismo tiempo el propio sueño introduce las trabas que impiden su consumación, nada extraño, algo de lo que todos podemos dar testimonio, es ese despertarse en el mejor momento. Pues bien, el arte de la escritora nos permite mirar un poco más acá y en su narración trasluce otro tipo de imposibilidad además de la que lleva aparejada el deseo humano, es la que impone el conflicto bélico, y que encontramos en los tres sueños, en ese agradable paseo bajo las palmeras del brazo del joven, esto es el deseo, pero que no vuelve su rostro hacia ella, el signo de imposibilidad que produce el propio sueño. Cuando viaja en el tren expreso y el mozo del vagón restaurante hace sonar la campanilla, anunciando un delicioso manjar que el propio sueño finalmente se encarga de escamotear; o la salida al teatro, muy apetecible para una muchacha dadas sus inquietudes culturales, pero en la que no consigue escuchar nada cuando los actores declaman en el escenario, como si su sueño estuviera intentando decirle: efectivamente, ¿cómo se te ocurre tener estos sueños extravagantes pasando por lo que estamos pasando? ¿Es que no te has enterado? Estamos en guerra.

Sí se ha enterado, ya lo creo, pero algo porfía en ella, insiste, no puede aceptar tanto desastre y tanta muerte, no puede soportar la mirada de los muertos que le reprochan que siga viva, el espectáculo de una ciudad en ruinas que evoca la ruina de cada uno, una ruina moral, el vicio y la virtud han perdido sus fronteras y serán los más duros los que puedan sobrevivir a tanta desolación. La posibilidad de morir ya no implica tristeza sino una turbación para la que no encuentra palabras, incluso parece haber establecido cierta conexión diferente con su cuerpo y puede diferenciar un miedo físico de otras sensaciones. Todo esto encuentra su resumen en la confesión al religioso, que tiene lugar bien avanzado el libro, da cuenta en un par de párrafos del tono narrativo, en él se entroncan el miedo a la muerte y el terror por la propia desaparición, a su vez la sensación de injusticia por todo aquello perdido, lo que pudiera haber sido una vida rodeada de una circunstancia diferente y donde soñar no hubiera sido necesariamente juzgado como algo extravagante. La confesión al sacerdote da cuenta de que se ha enterado perfectamente que estamos en guerra, y no sólo eso, sino que los efectos de la misma parecen no acabarse nunca, resulta dramático verla frustrarse una y otra vez e incluso se aprecia cierta tentación de ceder al desaliento, porque ni la salida del sótano, ni el dificultoso traslado a la casa de campo, ni la anhelada llegada a Viena, consiguen dar comienzo a la nueva vida, aún así siempre su esperanza se renueva, como la oportunidad de que pudiera volver a nacer.

Hay un momento entre todos estos que tiene un acento diferente, aquel en el que cruzan la frontera y ella descubre que no hay ningún muro, que se trata simplemente de atravesar la negra hierba bajo la luz de la luna, y en ese atravesamiento acude el recuerdo de Pista ofreciéndole su mano, como en aquella ocasión que tuvo que cruzar la tabla sobre el muerto; la luna alumbra toda la escena en un momento poético de la novela, la prosa casi se convierte en poesía, porque esa luz tan intensa de luna ha conseguido bañar de blanco sus manos, sus cabellos, incluso su corazón, desembarazándola por unos instantes de la negrura de aquel sótano mortífero.

Hay un proceso de maduración en el relato que me lleva a diferenciar una primera y una segunda parte que no podría exactamente delimitar; si bien la primera parte parece más del orden de una descripción de acontecimientos que se suceden, con algunos brochazos sueltos de las sensaciones que nuestra protagonista comparte con el lector, estos brochazos van haciéndose más consistentes y la narrativa dedica decididamente más espacio a todo lo que nuestra sujeto elabora y siente. Entonces, el efecto original que me prendió de la novela y pretendo transmitir consiste en que los acontecimientos que suceden van llevando a Christine a la pérdida de su actitud ingenua e inocente, y esta se va tornando, como decía, en madurez, y esto ocurre en una obra de ciento y pocas páginas, somos testigos de cómo deja atrás su inocencia, casi me atrevería a decir que nos hace cómplices de ello, pero no hay ni una sola referencia a esto en concreto, por eso decía que se desliza entre líneas, es ese otro discurso que subyace, que de manera latente va dejando un saldo, el mismo que deja la buena escritura.

Ella nos dice que en aquel sótano murió una niña, ahora deberá seguir viviendo como una persona mayor. Yo sin embargo pienso que esa niña siguió muy viva en la persona de Christine Arnothy, y las coordenadas que marcaron el rumbo de su existencia encuentran su código en los acontecimientos terribles que rodearon aquella infancia. De ello ha dado cumplida cuenta su escritura, que en esta ocasión como en tanta otras en la historia, ha sido un intento de humanizar el horror, de no sucumbir a la desesperación, de resistir ante lo más siniestro. Desde luego, es una escritura que nos hace reflexionar, quizá no estemos tan en riesgo de deshumanizarnos como creía el filósofo, sino, más bien, tengamos que considerar todas esas atrocidades formando parte del conjunto que representa nuestra condición humana.

Comentario de Miguel Alonso:

Habiéndole escuchado a Alberto el comentario de Marai en el que sostenía que estamos ante una de las novelas más importantes escrita sobre la ocupación soviética de Hungría, uno se siente desamparado y siente vértigo ante lo que va a decir, pues va en sentido contrario a lo expresado por Marai. A mi el relato me parece un auténtico despropósito literario, lo cual me hace dudar hasta de la existencia de ese diario.
Cuando un lector aborda este tipo de literatura, se sitúa con una predisposición especial, pues conoce, de antemano, los horrendos acontecimientos acaecidos durante la segunda guerra mundial. Da por supuesto el atroz sufrimiento, el dolor fuera de todo tiempo, la angustia y la muerte. Todo ello aparece reflejado en la obra que hoy analizamos. Sabe, asimismo, del heroísmo que supuso soportar ese destiempo que atrapó a los individuos en un abismo espacial. No se duda, en principio, ni de la sinceridad de la voz autorial, ni de la sinceridad del relato. Pero una crónica de hechos reales, por sí mismo, no crea literatura. Convertir esas vivencias en literatura exige una invención retórica que sea capaz de, además de hacerlos creíbles, proyectar los sentimientos, las sensaciones, los afectos angustiosos, hacia el ánimo del lector, para conmoverlo y, de esa manera, posibilitar algún tipo de identificación con los personajes. En este sentido, Tengo 15 años y no quiero morir está tan plagado de incongruencias, que acaban difuminándose, en gran medida, los efectos que debería de producir, lo cual me impide situarla dentro del estatus de buena literatura.

Son diversos los lugares en los que quiero justificar esta opinión.

No me parece del todo justificable aceptar la sugerencia que se nos hace en la nota de la contraportada, la de agarrarse al argumento de que la novela es obra de una ingenua adolescente, pues la novela es posterior, en casi diez años, al diario que se dice escrito durante el cautiverio –por cierto, sólo en la segunda parte, casi al final del relato, se hace referencia a la escritura de ese diario, y nunca en la parte del cautiverio, lo cual no favorece creer en su existencia—. Es decir, quien lo convierte en novela ya no es la adolescente ingenua, sino alguien con unos años más de experiencia para haberse tomado el trabajo de cuidar el lenguaje de una escritura espontánea como la de un diario, y ofrecer un lenguaje que, aun conservando su esencia de adolescente, hiciese más creíble la situación vivida.

Y es que el comienzo del relato produce una extraordinaria decepción literaria. El lenguaje es utilizado sin el más mínimo cuidado, de forma caótica, disolviendo, así, los efectos que podrían conmocionar a los lectores. La palabra “enterrados”, que pretende situar al lector e informarlo acerca de la posición en que se encuentran los personajes, encierra una potencia literaria que, efectivamente, se amplía con la frase “no sabíamos cuando era de día y cuando de noche”. Pero esta construcción, sin tiempo y sin espacio, pierde toda su fuerza de inmediato y se derrumba. A su lado, casi rozándose unas palabras con otras, podemos leer: “casi había anochecido”; “que llegara Pista durante aquella tarde”; “Pista llegó al anochecer”, “Pista salió al amanecer”; “el reloj seguía marcando las horas”; “Los tres primeros días pasaron deprisa”; Y más adelante: “A los alemanes los observábamos desde la entrada del sótano” (25) (57); “ese cañoncito montado sobre un camión” (10); “la ciudad ardía a su alrededor” (11); “el tragaluz por el que habitualmente se filtraba una pálida claridad” (27); “íbamos a buscar agua a la calle Canard”. Y para rematar la cuestión leemos en la página 45: “... a la mañana siguiente se celebraría misa en nuestro sótano. (Se hacía verdaderamente extraño oír esas palabras: mañana, tarde, noche, pues en la oscuridad perpetua del sótano... el único punto fijo era el bombardeo nocturno..., ha nevado durante la noche...”. Verdaderamente, no es extraño oír las palabras mañana, tarde o noche, las está pronunciando continuamente, desde el principio hasta el final del cautiverio en el sótano, como si supiera, todo el tiempo, cuando amanece y cuando se pone el sol.

Es imposible sentir la lobreguez de un enterramiento, y en ningún momento tenemos la sensación de que los personajes estén apartados del fragor de la batalla, sino más bien, parece que son espectadores directos de los acontecimientos. Se dejaban ver, cualquiera entraba de improviso en su enterramiento, no se resguardaban del contacto con los soldados (57), hablaban con ellos, iban en procesión a buscar agua, salían del sótano para contemplar los destrozos de la guerra.

Por otro lado, la entrada de Pista es de una frialdad y de una simpleza insuperable. “Buenas noches, les deseo buenas noches”. Silbando, como Pedro por su casa, cuando, en realidad, suponemos que llega a un lugar recóndito, a un lugar en el que los protagonistas están “enterrados”, separados y preservados del mundo. Todo lo que se escribe desvirtúa la extraterritorialidad y el efecto de la palabra “enterrados”. Y mayor aún es la simpleza del diálogo –como casi todos los que suceden en el relato— que en dos palabras sella la amistad con un desconocido en medio de una guerra terrible:

“. ¿Quién es usted?
. Istvan Nagy del condado de Somogy.
. Esta presentación selló nuestra amistad”.

Ni más ni menos.

Además, Pista tiene el privilegio de ser el personaje que ocupa la primera frase que introduce a la lectura, lo cual no suele carecer de importancia en un relato. Si es el salvador, tal como se le nombra, su pasaje efímero por el texto –muere en la página 51— no parece justificar, ni esa posición de privilegio que supone encabezar el relato, ni el calificativo de salvador. Es un personaje del que no conservamos, al final de la lectura, ningún recuerdo trascendente pese a que la autora trata de rescatarlo en su recuerdo durante la huída, eso sí, otra vez como “salvador”.

En cuanto al título, si se supone que forma parte de la novela, sus connotaciones sugieren una promesa de intensidad que se ve defraudada. En lugar de orientarnos, lo único que consigue es desorientarnos y desenfocar el relato. No existe una trama alrededor de él, se significa como una simple queja que se esparce discontinuamente por escasas líneas de alguna de las páginas, queja que se procura disolver en escenarios moralistas de esencia cristiana, en la petición de escucha al sacerdote correspondiente y en la oración, evitando cualquier tipo de reflexión ética al respecto. Religión y muerte se sitúan, así, en el mismo plano.

Lo religioso está tratado de una forma harto conocida y tópica. El moralismo cristiano, consolador, como testimonio de un orden celestial más allá de la barbarie terrenal, atraviesa toda la novela, desde que aparece el “salvador” Pista, que en la cena, haciendo gala del calificativo, “cortó doce partes iguales de su pan y de su tocino...” y “El alimento se deshacía en el hueco de nuestras bocas...”, pasando por esa especie de Judas que lo llama desertor, hasta llegar a la confesión con el padre en una iglesia que está ubicada, de forma perenne, en el pensamiento de la autora. Y un detalle resulta sospechoso, que sólo sean ella y sus padres, quienes encarnan los preceptos cristianos sin apenas fisuras. Todos los demás personajes son un poco malos, y uno es muy malo, casualmente el comunista que, para su mayor denigración –bien se encarga la autora de ponerla en evidencia— además de su falta de solidaridad, se acobarda y viste de gala para ir a misa. Además, piensa que puede ser vengativo cuando lleguen los rusos. Parece que para la autora, sólo los cristianos son capaces de ejercer la solidaridad.

Por momentos, la novela parece escrita para resaltar ciertos ideales o modelos ejemplares de orden moral y religioso y ponerlos en contraste con lo que la autora considera el mal, por ejemplo, el comunismo, el ejército ruso que todo lo destruye, y en el que hay violadores y mujeres soldados de anchas piernas y sujetadores antieróticos. Tópicos insufribles. Sólo le faltaba decir que los soldados alemanes eran rubios y guapos, ya que nos habla de que seguramente tenían familias esperándolos y era necesario ejercer la caridad con ellos cuando estaban en peligro de muerte. No hay un solo momento para la compasión, dirigida al soldado ruso.

El tratamiento de la muerte, lo mismo que el de la religión, se me antoja superfluo, pero sugerente de algo que, sin duda, no está en la intención de la autora trasmitir. Esa queja, “no quiero morir”, al encomendarse a lo trascendente, a lo divino y a la oración, se muestra egoísta, situando la muerte siempre en el otro y nunca en uno mismo. Es la comodidad de la redención encomendada siempre al otro, que estará velando por nosotros en ese más allá abstracto, pero que en la vida real sufrió y se murió de verdad. La autora no acepta nunca su muerte.

Nos dice la contraportada: “por las páginas de este libro transitan unos personajes que precisamente por su humanidad resultan entrañables” ¿Alguien es capaz de ver personajes entrañables en esta novela? Como mínimo permítaseme evocar la ambivalencia, pues alguna acción realizan que se pueda llamar solidaria. Pero es que, demás de que ninguno de ellos posee la más mínima intensidad literaria, son incapaces de salir de su propio goce, a saber, el afán de riquezas, la acumulación de alimentos, la posesión de valores materiales, y no les importa en absoluto la suerte de los otros, salvo raras excepciones en las que se ven muy acuciados por las necesidades vitales, y sabiendo que la muerte acecha en sus destinos. La novela es, sobre todo, un catálogo de egoísmos sin escrúpulos. ¿Personajes “entrañables”?

Y respecto a la palabra “Humanidad”, no parece adecuada para ligar a los personajes de esta novela. Pero no porque no sea humano el mal –en la novela vemos que es demasiado humano—sino por el contexto que estamos analizando, que pretende deslizarse, superficialmente, por connotaciones morales referidas al bien, a la razón, a la solidaridad, al amor, etc., y eso aparece contrarrestado por la fuerza del egoísmo.

Sólo la segunda parte de la novela, las peripecias de la huída y el engaño del que es objeto la familia, nos deja en la intemperie pensando cuál va a ser nuestra suerte. Sólo ahí me fue posible situarme en su lugar de sufrimiento, de identificación, ahí donde no había apelación a la divinidad, donde, verdaderamente, estaban tan solos ante su destino, que podemos palpar su incertidumbre y hacerlos terrenales, es decir, sentir su dolor, su soledad. Aún así, en el momento en que se encuentran en gran dificultad, cuando el guía no puede llevarlos hacia la frontera, la autora vuelve a tener a mano una iglesia donde pasar la noche.

Creo que estamos ante una novela, efectivamente, ingenua, desde luego muy irregular en lo afectivo, y sin pensamiento. Se limita a escribir una crónica de hechos y sucesos sobre los que no lanza ningún tipo de análisis, ni lleva a cabo ninguna elaboración ética. Nadie parece tener una verdadera vida interior salvo en relación al goce. Los personajes no tienen intensidad, algunos parecen auténticas caricaturas, y los diálogos son muy pobres. Hay un abismo entre los hechos que suceden y el lenguaje que se utiliza para cohesionar y dar fuerza a la experiencia. Es una novela que no convence, y hasta hace dudar de su sinceridad. No parece una decisión atinada la tomada por la autora a la hora de sugerir lo que nos va a contar, porque de repente nos encontramos divagando por escenarios insospechados tratando de encontrar algún tipo de pensamiento relacionado con su queja. Todo ello es el motivo por el que el sufrimiento de esa queja no puede elevarse a la altura emotiva que se le supone. Me resulta imposible compartirlo en la forma que nos lo ofrece la autora.

Comentario de Luis Seguí:

En primer lugar, me gustaría interrogarme e interrogar sobre el género literario del libro. No sé si es una novela, si es una autobiografía. Porque la parte de ficción que caracteriza a una obra literaria, a una novela, está ausente. Se trata aquí de unas notas. Y me gustaría referirme al momento en que fue escrito. Lo que ha señalado Miguel me parece muy pertinente, porque las notas que supuestamente tomó la autora se hicieron mientras estaba en el encierro, en una Budapest bombardeada. Y da la impresión, por la simpleza, por la escritura poco cuidada, literariamente hablando, que las contradicciones que se han señalado son muy evidentes. Efectivamente, parece que estuviesen escritas por una adolescente sin cultura literaria. Culta en otro sentido, pero no literariamente. Al final del libro, cuando se va a marchar de la casa de campo para huir hacia Austria, arranca unas páginas y las esconde en su ropa, son las notas que supuestamente tomó en el sótano, aunque durante el desarrollo del texto no hace referencia ninguna a que escribió ese diario en tales circunstancias, o que se escurrió en el sótano para dirigirse a un lugar donde hubiese luz para escribir. No hay la más mínima referencia a la escritura durante el desarrollo del relato, sólo aparece al final cuando dice que arranca las hojas. La simpleza, la falta de cuidado, como digo, dan la impresión de que es el texto de una adolescente. Es verdad que tuvo 10 años para perfeccionar el texto, revisarlo, y mejorarlo en sentido literario, pero parece que no lo ha hecho, que se quedó con las notas que tomó 10 años antes.

El libro me remite a dos referencias. Una es Sandor Marai. Tiene un libro autobiográfico que se llama ¡Tierra, Tierra!, donde describe la entrada del ejército rojo en Hungría. Los soviéticos van ocupando el terreno, y coincide Marai con una descripción que hace esta autora en relación a los rasgos mogólicos de los soldados soviéticos. Marai también los señala, e históricamente es así. Las tropas soviéticas llevaban un cuerpo de élite en el frente, que se componía de tártaros y mogoles. Y se caracterizaban, en primer lugar, porque no eran occidentales, eran personas de otra cultura, violaban y saqueaban como, generalmente, hacen los vencedores y los ocupantes de un territorio conquistado. Y la violación que sufre Ilus, la madre que después va a morir en la explosión de una mina en el Danubio, no parece que sea una cosa original ni novedosa, ni que obedezca a un sentimiento anticomunista que, por otra parte, existe en el libro. No causalmente, Hungría estaba ocupada por los alemanes, y había un movimiento pro nazi en Hungría muy importante y poderoso. Es decir, los sentimientos pro alemanes, cualquiera que vea la contraportada del libro, puede comprenderlos. La madre de la autora era germano-polaca, y el padre húngaro, es decir, la influencia germanófila en la ideología de la autora es evidente. También el anticomunismo, porque para un burgués húngaro, el ejército rojo estaba compuesto por salvajes que venían a desposeer a los burgueses, a comer a los niños crudos. Era todo lo que se decía de la maldad “innata” de los comunistas. Todo eso está presente, a veces subliminalmente, a veces muy directamente a lo largo de la obra. También Marai lo desarrolla, mucho mejor, en ¡Tierra, Tierra!

Otra referencia es a Jorge Semprún, que también vivió la guerra. Me parece una referencia muy pertinente porque observa algo que está en este libro. Semprún dice que en los campos de concentración coincidían, en ese lugar de horror, el mal absoluto por un lado, y la fraternidad por otro. Y en este libro aparece el mal absoluto, la guerra en primer lugar, los combatientes en su crueldad, pero, además, la fraternidad, que se patentiza en algunos comportamientos de la gente que está en el sótano. Esas doce personas, esos doce apóstoles, manifiestan actitudes de ternura, de solidaridad, Pista en primer lugar, un personaje muy esquemático, pero un personaje que atraviesa toda la primera mitad del libro como un ángel bueno frente al ángel exterminador de la muerte y de la guerra, el ángel salvador que viene con harina, que viene con raciones de comida, que los lleva a buscar agua. El mal absoluto por un lado y la fraternidad por el otro, la que le da la naranja a Ilus para el niño, gestos de ese orden acompañados por el egoísmo, por el sacrificio absurdo del judío, que cree que con su estrella de David amarilla, los soviéticos lo van a respetar y que los nazis lo van a asesinar. Lo asesinan los soviéticos. Son esas contradicciones, y esos encuentros trágicos que producen las situaciones límites, al igual que cuando ella va a los baños turcos y vuelve con el agua y se la da al caballo moribundo que está alrededor de ese sótano. Entonces, creo que el libro adolece de una gran cantidad de defectos, desde el punto de vista literario, que son remarcables.

Por otro lado, comparado este libro con el de de Irene Nemirovsky, El baile, que se comentó aquí también, ella lo escribió más o menos a la edad de 17 años, y sin embargo, tiene mucha más calidad literaria, hay una diferencia abismal. Hay algo que hecho en falta en este libro que comentamos hoy, y es la ausencia completa de profundidad psicológica. Ni siquiera describe a sus padres, ni con un afecto especial ni ninguna otra circunstancia. Están ahí simplemente. Con ellos cruza la frontera, pero hay algo de un distanciamiento afectivo, también, con todo el resto de los personajes que participan del relato. Hay un distanciamiento psicológico en el que ella padece, yo diría, un narcisismo muy manifiesto. Todo gira en torno a ella. Es comprensible desde el punto de vista de que “quiere vivir”, es decir, lo suyo es sobrevivir como pueda. Pero así como es minuciosa en algunas descripciones, echo mucho en falta lo que Nemirovsky sí hace en su libro El baile, donde hay una madurez personal, literaria, y una profundidad psicológica que aquí está, para mí, completamente ausente.

Comentario de Silvia Lagouarde

Luis me ha reducido enormemente lo que pensaba decir. De Vladimir Navokov se escribieron tres textos acerca de sus clases magistrales de literatura. Se publicaron, en todo el mundo occidental, Curso de Literatura europea, Curso de Literatura rusa, y Curso sobre El Quijote. En el segundo libro, de 1930, en la primera página, lo primero que dice es que la novela es ficción, y que si no hay ficción no hay novela. Yo me identifico mucho con esta frase de Navokov. Y cuando leí el texto que comentamos, en ningún momento pensé que era una novela. En absoluto. Creo firmemente que es un testimonio. Y puede ser que determinadas ideologías lo aprovechen, pero es el testimonio de una vida en lo real, de alguien a quien yo no considero escritora. Y desde el momento que no la considero escritora, tampoco me parece pertinente hacer, desde mi parte, una crítica como la que hizo Miguel. Me identifico con esa crítica, pero creo que tu enojo parte del hecho de que haces la crítica a una novela, pero esto no es una novela sino un testimonio. Y respecto al testimonio, uno puede decir que le conmueve, que no le conmueve, lo va a usar tal partido a su favor, tal otro al suyo, según lo que relata el testimonio. Es lo que generalmente sucede. Y, efectivamente, me identifico con lo que dijo Luis, tanto esta escritora, como Marai, son fervientes anticomunistas, y el relato tiene esa visión en relación a nuestros ideales. Eso es inevitable. Si yo hubiese estado en las mismas circunstancias y hubiera sido comunista, igual les habría perdonado en el testimonio.

Esta es una parte. La otra parte que quería comentar trae como referencia a Eugenio Trías. En Los límites del mundo dice que la ética, como concepto filosófico, se manifiesta solamente en las situaciones límites de la condición humana. Y nombra la guerra como una de las experiencias más notables para poner en juego la ética en todo ser humano. Y ello como un efecto en el que se pone en juego lo peor y lo mejor del ser humano. En este texto, que a mí no me resultó sorprendente, porque esas historias de horror ya las conocemos, pero tiene algunos elementos que puede ser interesante rescatar. Por ejemplo, me resultó muy conmovedora. Intentando defender la posición de testimonio, me pareció una cosa extremadamente interesante el tema de los caballos, porque ante tanta situación límite, ante tanta falta de agua, me sorprendió esa mirada, esa imagen de los ojos del caballo –que también estaba sufriendo— me pareció un relato de lo mejor que puede hacer el ser humano. Porque se piensa mucho en nosotros y no en los animales. Ese relato me pareció interesante.

Fundándome en lo que acabo de decir, pensaba que este libro no iba a dar para dos horas de debate porque, ¿qué se puede decir si no es una novela? En fin, quería plantear como pregunta dirigida a todos, si esto se puede considerar, o no, una novela.

Comentario de Pilar Berbén:

Según empecé a leer este libro, que se presenta como las vivencias de una chica de 15 años, como su diario, me empecé a sorprender. Una de esas sorpresas es que yo no me creo que eso haya sido lo que escribió. No digo que no haya escrito, pero no es creíble esa escritura a los 15 años. Pero, no porque esté bien o mal escrito, sino porque falta el sentimiento. Tenemos presente el Diario de Ana Frank, esas vivencias tan personales, y aquí lees y esperas que en algún momento aparezca algo más íntimo, más personal. Y no aparece. Eso es lo que menos me gusta de un relato que, en general, no me ha gustado. Pensaba que me había pasado a mí sola, veía un montón de contradicciones, pero ya veo que no me pasó a mi sola. Y sobre todo, repito, no me parece creíble por lo que acabo de decir.

Comentario de María Lizcano:
Tengo que decir que tampoco yo salí entusiasmada de la lectura de este relato, no me gustó mucho. La leí hasta el final tratando de encontrar algo y pensando que se había elegido esta novela por su calidad. Pero he visto que es muy complicado extraer de ella alguna cuestión. Pensaba que nos iba a poder trasmitir lo más sublime del ser humano, lo más mezquino, lo más deleznable, en estas situaciones de guerra, y creo que eso lo trasmite bien. Pero estuve buscando algo más personal, más íntimo, y no conseguí encontrarlo, lo cual me fue frustrando a lo largo de la lectura. Mientras tanto, me fui encontrando con esas incongruencias de las que hablaba Miguel. Pero la parte peor es cuando cruzan la frontera, y aunque la frase la dice el guía, ella, de alguna manera, también dice que no vuelve a correr más con dos viejos como esos, de casi sesenta años. Ahí ya me sentí verdaderamente molesta. En definitiva, el relato no consigue trasmitir nunca nada que tenga que ver con la cercanía, con el sentimiento, y encima nos encontramos con ese momento en el que se queja de la edad de los personajes, de los ancianos, de los padres. El libro se lee rápido y no deja ningún poso.

Comentario de Teresa:

A mí el libro me gustó. Yo la veo como una persona de quince años a la que le viene de golpe una situación que le resulta imposible de analizar y de asimilar. Por eso, solamente piensa en ella y no describe a sus padres, sino que describe la situación como una niña que, sólo finalmente, toma conciencia de que la situación es muy grave. El final me parece tremendo. Ella no describe a sus padres porque piensa que le van a resolver todo, y no se le ocurre pensar que pueden morir, y se dedica a pasar las horas. Quizá más que escribir un diario, en determinado momento escribió unas notas, y a los diez años, a partir de ellas, intentaría sacar el diario. A mí también me gustó más El Baile, pero esta también me gustó.

Comentario de Miguel Alonso:
Preguntaba Silvia si se puede considerar este libro una novela. Yo creo que, efectivamente, una vez leída, no se puede considerar propiamente una novela, sino una crónica de sucesos y acontecimientos. Por eso dije que la autora nos despista, porque el título sí es sugerente de una novela, es una queja subjetiva, lo cual invita a pensar que nos vamos a encontrar con un desarrollo que tiene que ver con la muerte. Y realmente, no hay ninguna reflexión sobre la muerte. Te refieres a Eugenio Trías diciendo que, para él, la ética se manifiesta en una situación límite. Y eso, seguramente es así. Pero aquí no hay ninguna posición ética, la hay, si acaso, moral. Me gusta distinguir la cuestión moral de la cuestión ética. La primera referida a preceptos, en este caso cristianos, a ideales, en cambio la ética está referida al hecho cierto de que nos morimos, a ese vacío que nos presenta la muerte, a esa falta de palabras en referencia a ella, de la cual la autora nunca hace la más mínima reflexión en los escasos momentos en los que se plantea la cuestión de la muerte propia. Siempre es la misma queja de que no quiere morir. Y como dije en mi comentario primero, hay un egoísmo en su posición, pues siempre ve la muerte en los otros y nunca en ella misma. Y se refiere a la otra vida, a la separación del alma del cuerpo, de tal manera que ve para sí la redención, ve que los otros van a estar velando por ella en el más allá. No hay ningún duelo de la autora respecto a la queja que propone, la cual es, como digo, sugerente de una novela al estar escrita en el título. Encontré, una vez que había acabado de trabajar la tertulia, una cita de Jorge Alemán en I Jornadas Cultura, Medicina y Psicoanálisis, Amor a la Literatura, página 67, un párrafo donde dice:

“La escritura es el procedimiento a través del cual lo insoportable se vuelve imposible. Con esto estoy diciendo que no hay jamás acceso a la plenitud de ser, que todos somos hijos de una falla incurable, de una fractura irresoluble, de una ruptura constitutiva de nosotros mismos que no encuentra jamás su equilibrio. El duelo es precisamente saber perder, no hay duelo si uno puede acceder a la plenitud. Duelo quiere decir saber perder y no identificarse con lo perdido. Pero el duelo es siempre un juego, una partida con respecto a la pérdida. Pero no respecto a la pérdida de esto o aquello, sino la pérdida que nos constituye como tal”

Lo insoportable es la muerte. Plenitud de ser es el lugar en el que se sitúa la autora, para ella no hay muerte, hay más allá. Ella siempre está accediendo a la plenitud, siempre tiene el más allá como posibilidad, lo cual no es otra cosa que velar la muerte. Nunca juega la partida, porque a ella no le va a afectar la muerte. El duelo no se realiza respecto a los muertos que vería por el camino, sino respecto a lo que ella nunca acepta, es la pérdida para ella misma.

Me parece que el título propone, sugiere una reflexión ética desde una queja subjetiva, desarrollo que no se encuentra ni aparece por ninguna parte.

Comentario de Silvia Lagouarde:
Yo creo firmemente que este texto es verdadero. Que esta chica, bien o mal, escribió el texto a los quince años. No sé si en España es un hábito escribir un diario con esa edad, yo lo hice. Y a los quince años escribí algo de lo que no me he olvidado. Hoy, si se lee, se diría que es imposible escribir así a los quince años. Hacía afirmaciones que hoy me conmueven por mi inocencia, por mi desconocimiento e ignorancia del mundo. Era una niña de 15 años que ahora podrá decir que perdió su inocencia. Es claro que no es una buena escritora, porque no tiene una sensibilidad que supere su propia subjetividad. Lo escribió tal cual y así lo dejó. Y yo no sé qué escribió después. Entonces, una niña de 15 años, perfectamente puede haber vivido las cosas así. Una niña de 15 años, realmente no puede tener una percepción de la subjetividad del otro, ya que ni siquiera se percibe a sí mismo. Creo que le exiges a esta escritura algo de un ser adulto, cuando esta mujer, en este testimonio, no es una persona adulta. Ella relata lo que ha vivido. Y cuando hablo de la ética, voy más allá de lo que ella quiere trasmitir. Es lo que percibo desde mi subjetividad.

Entonces, no es una novela, todos los personajes de una novela son de ficción, más allá de que uno pueda decir que es autobiográfica, que el escritor saque pautas de su abuela, pero absolutamente todo es ficción, si no, no es novela. Raskolnikov, de Crimen y castigo, es ficción, sin embargo, en la historia de la literatura, casi existe como ser. Eso es lo genial que tiene una novela bien escrita. Es lo que dice Navokov. Dedica medio libro a Flaubert, y analiza a Madame Bovary, y aunque casi creemos en la existencia de Madame Bovary, en realidad es pura ficción, y ahí lo demuestra, porque había dudas de si era autobiografía. Nada, ficción pura y dura. Por lo tanto, en este texto, dado que relata lo que le ocurrió a una niña en un sótano en tiempos de guerra, qué críticas se le pueden hacer. Este testimonio tiene valor como tal, porque el tema de la memoria de los pueblos y de los hombres, es algo que hay que rescatar en los seres humanos. Me puede gustar más o menos porque habla mal de los rusos, pero es verdad que los rusos no eran todos buenos... Que yo pensaba en mi idealismo de los 15 años que todos los rusos eran buenos, yo también pensaba eso, pero luego me dí cuenta que eso no era así. También me creía que ser católica era ser buena.

Comentario de Beatriz García:
En la línea de Silvia, la obra hay que enmarcarla en ese momento en que, tres años después de instalarse en la casa de campo, y ya impuesto el régimen soviético, el régimen comunista, aquello se les ha hecho insoportable para la vida, la gente muere a su alrededor, y tienen que marchar. Su tristeza tiene que ver con el inicio de un camino incierto, nuevamente. Y cuando se confiesa con un cura desconocido, en una iglesia lejos de su casa, cuando le cuenta todo, que se van a marchar, lo mal que se siente por estar sólo pensando en ella cuando están sucediendo terribles acontecimientos, lo que le dice el cura, que no la conoce, es que cuando vaya al otro lado tiene que contar lo que allí estaba sucediendo. Creo que ese es el marco en el que escribe la obra, y de ahí adquiere su valor.

Y, al margen de las consideraciones que habéis mencionado, a mí el libro me ha resultado muy conmovedor. Me parece que esas incongruencias que mencionáis no le dan calidad literaria, es verdad. Y al igual que Luis, yo también pensé en la novela de Nemirovsky, El baile, que es una obra de una chica joven. Esta novela es verdad que no alcanza su calidad literaria, pero tiene un estilo que, con una cierta austeridad, trasmite muy bien el clima de la situación que viven. Cuando la terminé, hice un comentario, era como si yo hubiese salido en aquel momento de un sótano bombardeado y quienes me esperaban estuviesen tranquilos en una sala. Me parece que trasmite muy bien la vivencia de espanto que en ciertos momentos narra muy bien. Por ejemplo, ese momento en el que salta por los aires la chica con el hijo. Todo parecía que iba a terminar bien, y lo contempla con los ojos secos, más allá del horror. Tiene un cierto estilo que, aunque no sea muy valioso literariamente, sí que es algo más que una simple crónica, creo que ha tenido una observación muy penetrante de los acontecimientos.

Comentario (En la audición no se puede reconocer el nombre de quien lo hace):

Respecto a la calidad literaria coincido absolutamente en que podemos darle una baja nota. Y en cuanto al tema de que es una adolescente de 15 años, yo creo que tiene mucho criterio para describir determinadas cosas. Hay unos personajes que, en su maldad, sí tiene una capacidad para describirlos. Sin embargo no la tiene en la bondad. Ni siquiera con sus propios conciudadanos, con lo cual ya le quito la validez de sus quince años. Quiero decir que los 15 años son para lo bueno y para lo malo. Si una persona no tiene capacidad para describir una bondad, tampoco puede tenerla para describir el mal. Tiene capacidad para, en un espacio muy corto, cuando está en su gran casa de su burguesía, va a describir a los rusos, que son terribles. Ha tenido, durante cinco minutos, capacidad para hacer un análisis fisiológico y psicológico de unos personajes, como iban vestidos, como son, como se comportan, y además, los desdobla y los usa a su propia voluntad. Respecto al judío, lógicamente, tendría que ayudar a los rusos porque cuando estos llegasen se iba a poner de su parte y los iba a salvar a todos, pero ella lo condena, porque ella lo dice, se niega a trabajar para los rusos y lo matan. Con lo cual, creo que todo es muy incoherente, quiere llevar el agua tanto a su molino, que le frustra sus proyectos.

Y desde luego, es terrible que no sienta compasión por ninguno de los personajes que la rodean, excepto por el caballo que se está muriendo. Que cuando la gente en guerra se está muriendo, lo que hace es comerse el caballo, lo mata y lo come, pero no le va a dar agua. Y luego hay otra incoherencia, están continuamente rodeados de nieve, y resulta que siempre están con frío, sudando, y con sed. No se puede entender. Y un niño de quince años, sí que sabe distinguir esos temas. No tendrá una valoración más amplia, pero distinguir determinados comportamientos que están ocurriendo a su lado, sí que tiene capacidad para discernir y describir. Entonces, creo que ha querido decir otra cosa con su diario, o como queramos llamarlo, porque es verdad que no tiene nada de novela. Ha recurrido a ese lenguaje para hacerlo más creíble, para decir que esto es real, pero en realidad, lo que creo es que quería llevar el agua a su molino. No me ha conmovido en absoluto el relato.

Comentario de Graciela Kasanetz:
No tuve tiempo para leer el libro, no pensaba intervenir por esa razón, pero quería hacerlo al hilo de alguna reflexión que hacéis respecto del valor literario y el valor de la posición ética, y, sobre todo, algo que a mí me escuece mucho, y es la mediación de Marai. Éste tiene dos libros autobiográficos, unos es ¡Tierra, Tierra!, y otro es Memorias de un burgués. Marai es un escritor que a mí me gusta mucho, pero me enfadé mucho con estos dos libros. Están extraordinariamente escritos, como suele ser, pero transmite un odio, disfrazado de argumentos éticos y literarios, hacia cualquiera que no proviniera de un cierto nivel de la burguesía. Y en ¡Tierra, Tierra! y en Memorias de un burgués, las descripciones que hace de los alemanes, los personajes que elige de los alemanes, y los que elige de los rusos, realmente constituyen una absoluta caricatura muy bien envuelta. Entonces, que Marai diga –yo no conozco a esta autora— pero que diga que es uno de los mejores libros sobre la guerra, habiendo los libros que hay sobre la guerra y sobre la condición humana en la guerra, me parece muy poco ético.

Pensaba, durante la exposición de Luis, en Irene Nemirovsky. Antes de El baile, tiene un libro que se publicó en un periódico, no recuerdo ahora su nombre. Y si en El baile ajusta cuentas con su madre, en el otro ajusta cuentas con su padre. Es una novela extraordinaria, a mi criterio, como todo lo que ha escrito Irene Nemirovsky. Y también era una chavalita muy joven, y había sido muy mimada por la vida hasta determinado momento. Pero es tal la cualidad literaria, y la calidad ética de la escritora, que sí me he atrevido a intervenir para plantear, ¿qué es lo que gobierna la publicación y la promoción de determinados escritores, o que se hacen llamar tales?, ¿qué es lo que hace que en determinados círculos se promocione a una escritora para formar opinión pública? Digo esto porque me acordaba de un escritor que para mí tiene mucha altura literaria, incluso en sus escritos literarios, mucha profundidad ética, y que, sin embargo, no me parece buena persona, es Vargas Llosa. Y por qué Vargas Llosa escribe en todos los periódicos y llegó a postularse políticamente como presidente de su país, al amparo de su calidad literaria. Entonces, esto del valor del testimonio para la memoria de los pueblos, aun en esta época en que supuestamente está tan democratizada la participación de cualquiera a través de los medios digitales, sin embargo, siguen siendo tan manipulados, y podría decirse nuevamente que la historia la escriben los vencedores, con otros medios, pero sigue siendo lo mismo. En este sentido, no rescato que se publique, aunque sea un testimonio de una chavala de 15 años, porque la palabra de cualquier persona es válida como testimonio. Pero, ¿por qué se eligen determinadas palabras? Pido disculpas porque estoy presuponiendo cosas de una autora y un libro que no conozco, y he tomado la palabra en relación a lo que voy escuchando.

Comentario de Carmen Peces:
La pregunta de Graciela me parece muy interesante y atemporal. Más allá de la tertulia de hoy, uno se pregunta por qué determinada editorial, y en determinado momento, publica lo que publica. Me parece muy pertinente ese apunte que haces aunque pidas disculpas por no haber leído el libro. Yo no sabía que estaba recién publicada, ni sabía quien estaba detrás de la editorial. Con lo cual, esa pregunta, como digo, me parece muy pertinente.

Y otra cosa que me ha sorprendido, los elogios de Marai. Lo que se me ocurre, al hilo de estas intervenciones últimas, es una identificación en lo ideológico, porque se trata de su país, Marai es un señor que se tuvo que exiliar, y está claro que los tiros van por ahí. Los afectos, ya sabemos, uno puede perder la perspectiva de la calidad literaria y estar hablando de otras cosas. Pero también quería decir, que ha estado bien el arranque de la tertulia y la polémica que se ha suscitado, pero que se ha matizado con las últimas intervenciones, algunas de las cuales suscribo. Yo creo que las exigencias que hacemos de calidad literaria, es porque no ignoramos que esta señora se puso a escribir a los veinticinco años, si no lo hubiéramos sabido, es muy posible que muchas de las cosas que aquí se han dicho, las hubiéramos visto de otro modo. Se estaban diciendo cosas respecto a la posición ética, cosas respecto a la posibilidad o imposibilidad de elaborar un duelo, pero es que, cuando se trata de la adolescencia, y los que trabajamos con adolescentes lo sabemos, hay una cantidad de cuestiones de la condición humana que, según a la luz de las edades a las que las tratamos, no es fácil hablar de ellas, el amor en la adolescencia, la violencia en adolescentes, y cuestiones tan importantes como elaborar un duelo en la adolescencia, pensar en la muerte. Hay que pensar en los límites. Desde esta perspectiva una es más benevolente.

Y a mí me ha conmovido a ratos. Me ha interesado lo que planteaban los presentadores de una primera parte y una segunda, que yo tampoco sabría donde situar, pero sé que la primera parte me estaba aburriendo, y es más, me preguntaba qué es lo que llevaba a elegir este texto, porque no le veo a dónde vamos a parar. Pero en la segunda parte algo pasa, pero no puedo situarla a partir de un suceso, de una página, pero es cierto que lo que digo que me ha conmovido tiene más que ver con la segunda parte. En ese sentido, la cuestión me parece bastante psicoanalítica. Hay libros que tratan de testimonios, donde además algo del horror está presente, la cuestión ideológica y el decir que los buenos están aquí y los malos allá, está muy presente en cantidad de escritos. A mí me hacía recordar los escritos de Freud sobre la guerra, cuando habla de los genocidios, de las masacres, las cartas que escribe con Einstein, en el sentido de que los personajes no estarán bien delimitados ni construidos, pero aparece algo de las luces y las sombras de los humanos, en el sentido de que hay generosidad y compasión, pero también hay mezquindad y mucha. Los que ocuparon la casa de campo son parientes, y la tía Julia, cuando los ve aparecer, hubiera preferido que estuviesen muertos.

En esta cuestión de la exigencia que hacíamos a la autora, me sumo a las opiniones que no ven al relato como literatura, pero sí es un testimonio. Y dado que se nombró a Marai, se nombró a Semprún, por qué una muchacha de 15 años tendría que dar testimonio como lo dio Primo Levi, como lo dio Semprún después de salir del campo de concentración. Un coetáneo de ella, un húngaro, Imre Kertesz, a lo largo de toda su obra, hable de lo que hable, está hablando de la guerra, del horror y de lo que pasó en su país. Entonces, esta muchacha escribió lo que pudo. Y estoy de acuerdo con esas incongruencias que manifestaste, pero lo vi desde el lado del testimonio de alguien que tiene 15 años.

Comentario de María José Sánchez:
Yo lo vi así también. Hay una ingenuidad y un egoísmo grandísimo y una inmadurez propia de los 15 años. La perspectiva de las contradicciones de luz, oscuridad, noche, etc., creo que son añadidos literarios que ella quiere hacer a los diez años. Como si quisiera expresarlo así, como el simbolismo de esa vida. Pero yo obviaría eso. Respecto a lo que decía Graciela, yo he leído que, parece ser, en Francia quisieron hacer este texto suyo, apropiárselo un poco, y algunas editoriales le dieron cierta importancia y la sacaron adelante, porque los horrores que narra los quisieron asumir como propios para darle empuje a lo que había sido su resistencia. En ese sentido, se publica lo que quieren algunos, y cómo quieren algunos. Y evidentemente, esto está trufado todo de un anticomunismo grande. Pero veo que es un testimonio como otros tantos que hay de la guerra, y el tema es tan serio, que te acaba conmoviendo igual, tanto si está bien hecho como si no lo está. A mí, estéticamente, el relato no me ha parecido muy malo. La estética del relato me llama siempre mucho la atención, si no me gusta no entro en él. Y yo encontré que, estéticamente, tiene esa pequeña distancia, pequeña claridad de la niña que ve, que dice, pero no entra en el tema. Y esa especie de distanciamiento, a mí no me ha estorbado, porque no es distanciamiento, sino una mala narración que va mejorando lentamente. Y luego, aunque quede esa distancia, entra en unos temas, de una manera muy singular. Por ejemplo, la casa de campo, el perro que tienen que abandonar, una serie de detalles que empiezan a conmoverme más. Y en el fondo, como está todo el horror y sufrimiento de una guerra, como de cualquier guerra, creo que es donde todos nos dejamos llevar por la emoción que el mismo tema suscita.

Comentario de Silvia Lagouarde:
Acerca de lo que decía Graciela, vemos con frecuencia las posiciones de derechas y de izquierda, y la manipulación que a veces se hace de las distintas posiciones a través del relato, de las novelas, del cine. A veces, la objetividad es bastante difícil de discernir. Sin embargo, el testimonio de una obra de arte, que no es el caso de este testimonio que estamos analizando, yo creo que una verdadera obra de arte está siempre absolutamente por encima de toda ideología. Un buen texto literario es absolutamente independiente. Podría ser el caso tan debatido de Borges. Un verdadero escritor que haya escrito una obra universal de la literatura, en su relato tiene que hacer de manera que, , la verdad, en el mismo momento en que se cuenta, ha de ser revolucionaria. Luego será el lector el que pueda tomar partido y se identifique con un ideal o con otro. Pero, respecto a la toma de partido del escritor, eso ha sucedido tanto en la literatura soviética como en la cubana, y también en su pintura. Entonces, cae la obra de arte y se convierte en un panfleto. En general, yo creo, como Gramsci, que si uno cuenta las cosas como son, tiene que ser el lector el que decida el ideal con el que se identifica.

Luego está el poder de las editoriales. Está claro que va a haber tendencias. Y también está el tema del dinero. El texto es absolutamente comercial, el nombre es comercial. Por eso no responde a lo que Miguel buscaba, está puesto por ser comercial.

Comentario (En la audición no se puede reconocer el nombre de quien lo hace):

Quería comentar que los testimonios que hay sobre la segunda guerra mundial, generalmente son de gente judía. Verdaderamente, sabían que iban a morir. Pero creo que la importancia que ha tenido este libro, por lo que se ha vendido tanto, es porque se trata de una niña que también ha vivido la guerra, no tan dramáticamente como los judíos, que esos sí que verdaderamente iban a morir, pero esta tenía posibilidad de morir también. Creo que el título lo dice. Se trata de contarlo como Ana Frank lo contó, pero es una niña que era cristiana que vivió también el tema de la guerra. Eso es lo que le está dando tanta importancia, por eso querían cogerlo como símbolo en Francia, como símbolo de la resistencia, porque todo el mundo vivió la guerra más allá de ser judío. Pienso que esa es la importancia y el horror lo vivió ella. Lo único que, “no quiero morir”, es ahí donde los judíos ya lo tenían muy claro, que iban a morir, y ella dice que no quiere morir. Quiero decir que ella vive las mismas cosas, no tanto como Ana Frank pero vive el dramatismo y el horror.

Comentario de Carmen Peces:
Nos estábamos preguntando por el título. Creo que está en relación con la frase del final cuando dice, qué bueno sería nacer. Con lo cual, ella se identifica con los muertos, con la muerte más allá de que no sepa describirlo.

Comentario de Pilar Berbén:
Recordad que la frase “Tengo 15 años y no quiero morir” aparece en la confesión que realiza con el segundo cura.

Comentario de Miguel Alonso:
Ese es uno de los detalles que más me hace dudar de la existencia del diario. Porque si se analizan las dos confesiones, la de la primera parte del libro con un sacerdote, y la segunda con otro sacerdote, algunas de las palabras son las mismas, lo cual me resulta muy sospechoso.

Comentario de Carmen Peces:
Efectivamente, nos hace preguntarnos si lo pudo escribir o no. Es toda una conjetura. Lo pudo escribir o no, tampoco es lo más importante. Pero si efectivamente no lo escribió y fue una elaboración posterior, todo lo que hablábamos respecto a todos los que han dado testimonio del horror, y no todos judíos... Semprún escribe La escritura o la vida, y es muy conmovedor en el sentido de que cuenta por qué lo tituló así. En un momento dice que en principio era La escritura o la muerte, y cuenta cómo tuvo los folios en la carpeta y había una inhibición, no podía dar testimonio del horror. Si efectivamente esto es un testimonio, la cosa es muy complicada, porque está la vida en juego, pero ahora nos planteamos que quizá no lo escribió.

Comentario de Alberto Estévez:
Yo creo que no sólo se ha producido esta división entre aquellos a los que le ha gustado y aquellos a los que no le ha gustado el testimonio, el relato, sino que se ha percibido que, entre los dos bandos, ha habido por un lado, la creencia de que aquello fuera un relato de una niña de 15 años, y los otros desconfiaban, absolutamente, de que aquello estaba corregido. A todos se nos ha pasado por la cabeza. Yo creo que alguna gente que no le ha gustado, ha puesto sus dudas acerca de la veracidad, de que el relato fuera verdaderamente el de una niña de 15 años. A mí, justamente, los fallos tan clamorosos que hay, me dan la clave de que son los de una niña de quince años, y es lo que verdaderamente me conmueve. Porque, realmente, sin ser ningún experto, hay cosas que no se escapan, se leen, y bueno, ya quedaron atrás los quince años, pero a través de los hijos y de los sobrinos, ves cosas, y con quince años hay una percepción del mundo realmente distinta.

Yo decía en la presentación que lo rico de este ejercicio es encontrar polémicas así tan vivas como la que tuvimos hoy. La próxima cita tendrá lugar el segundo viernes de Febrero, trabajaremos el libro de Coetzee Tierras de poniente, vamos a tomar solamente el primer relato Proyecto Vietnam. Hasta la próxima y muchas gracias a todos.

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