martes, 4 de marzo de 2014

Apertura de la tertulia 50. Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de Yenia Camacho

Muchas gracias por hacerme el honor de abrir esta tertulia, por la que profeso una gran admiración. Voy a entrar directamente en materia comentando que Seda se escribe en 1996. Mi edición, la número 17 entonces, era del año 2000. En 2013 ya había 40 ediciones. No es que sea exactamente un Best Seller, pero es una obra que se vendió mucho y sostenidamente a lo largo del tiempo.

Otro dato que me parece importante para el análisis que voy hacer es poner de manifiesto que Baricco es el director de una escuela de escritura creada por él mismo en el año 1994, es decir, más o menos cuando escribió Seda. Escuela de técnicas de escritura sita en Turín y una de las más prestigiosas de Europa y del mundo.

Baricco dice en la contraportada que Seda no es una novela ni un cuento, que es una historia que podría ser de amor, pero no sólo de amor, pues si sólo hubiera sido de amor no hubiera merecido la pena contarla. Entonces, hice una segunda lectura de Seda buscando por qué había merecido la pena contar la historia que narra. Porque de mi primera lectura sólo saqué el asombro de que tuviera tan buena crítica y tantos lectores. Luego descubrí que había otras personas que pensaban lo mismo que yo, lo cual me tranquilizó, pues me sentía extrañada. Si hubiera una palabra para definir Seda, elegiría la de ligereza. Ligereza por cómo trata el tema, ligereza por las similitudes que está buscando permanentemente en torno al propio tejido de la seda.

Voy a hablar de la historia y de cómo se ha escrito, porque creo que es tan importante una cuestión como la otra, aunque quizá sea más importante esta última. La historia se desarrolla en 1861, parte en un pueblo de Francia, parte en una aldea de Japón. La deformación de los talleres de escritura me ha hecho hacer una lectura en el siguiente sentido. En esos talleres se dice siempre que el núcleo de un texto es siempre alguien, o algunos, que desean algo y lo buscan. Y la conclusión es que lo obtienen, no lo obtienen, lo obtienen a medias o parcialmente. Eso es una historia. ¿Qué buscan aquí? Parece que el pueblo busca tener huevos de gusanos de seda. Dentro de esa historia se inserta la propia búsqueda, el deseo del personaje, que es comisionado como agente comercial, pero también propietario. Él realiza el viaje para buscar los gusanos de seda.

El texto, en general, no está exactamente vinculado a los ciclos naturales de la producción de la seda, del huevo. En las alusiones se queda en el capullo, no va a los siguientes pasos en el ciclo de metamorfosis y generación del huevo, pero tiene permanente referencias a eso. Los viajes que hace Hervé una vez al año, tienen que ver con ese ciclo. Por eso va a buscarlos en invierno. Una vez que Joncour, uno de los personajes principales, llega a la aldea japonesa, suceden dos cosas. La mujer larva, la mujer sin nombre, despierta igual que lo hacen los huevos cuando eclosionan. Lo primero que ocurre cuando los huevos eclosionan es que la larva levanta la cabeza, a la vez que comienza a tomar una cierta fuerza. A partir de ahí aprende a comer hasta que pasa por sucesivas fases, muda su piel y luego llega a formar el capullo hasta que se encierra totalmente en él. Yo creo que el texto va haciendo referencias sutiles a este proceso. Despierta la mujer larva a la vida, pasa de huevo a larva, y Hervé despierta al deseo.

Porque de Hervé Joncour nos han dicho, en la primera parte del relato, que asiste a la vida sin vivirla. Vemos también que hay otras personas que van decidiendo por él en diferentes momentos de su vida. Tenemos un narrador en tercera persona con una voz muy particular que me recordaba las voces de los cuentos infantiles: “Había una vez…”. Sobre todo en el primer tercio del relato.

De todos los personajes, me parece que la mujer larva es quien lleva la iniciativa. Y la lleva en la historia de amor, en ese ir creciendo el deseo de Hervé. Y crece hasta el núcleo central, que es el nudo, en el cuarto viaje. La mujer larva mira, no habla, no hace el amor, pero está permanentemente tejiendo en torno a sí filamentos sutiles que van atrayendo a Hervé Joncour. Hace el gesto de posar los labios en la taza, lo cual me parece un recurso un poco pobre, como un juego de instituto, algo indigno del resto del texto. Escribe también el ideograma, hace el amor por persona interpuesta. Y en cada avance, en cada viaje, muda la piel. Primero viste de un color, luego de otro. Me parece una forma de simbolizar los crecimientos.

Hervé Joncour, por su parte, vive la aparición y el crecimiento de su deseo, mira, toma el ideograma que luego entrega a Madame Blanche, lo cual constituye un salto en esa relación. Hace el amor con la persona interpuesta. Me llama la atención que después de hacer el amor con esa persona interpuesta, dice algo así como que da lo mismo con quién lo haya hecho. Es lo que su frase quiere decir, que de noche todos los gatos son pardos. Luego, al llegar a Francia lo vemos con su mujer Hélène, con quien hace el amor pensando en la otra persona. Y de ese deseo que parece que no existía, pues también “obtiene” rendimientos el resto de su vida, porque ese deseo se reactiva también con su mujer. En ese viaje que hace con ella por la costa francesa, durante una comida la tiene sentada enfrente suyo junto a un atractivo señor que porta flores azules en la solapa. Ahí se le despierta algo parecido a los celos, a él, que era tan pasivo. A pesar de la sutileza del texto, no se presta mucha atención a este personaje, no vuelve a aparecer este hombre de las flores azules, que luego sabemos que es un signo de haber ido a visitar a Madame Blanche.

Me parece que en este pequeño núcleo de la historia vemos que Hervé pasa de su deseo por la mujer sin nombre, la mujer larva, a los celos en relación a su mujer. Al mismo tiempo, su mujer intuye la relación con otra mujer, pero la vemos manteniendo la relación con su marido, trata de acogerle y hacer todo lo mejor posible para que Hervé regrese de sus viajes. Sin embargo, parece que también a ella le cabe otra relación de cierta proximidad, aunque aquí no dice nada más. Una relación de proximidad con alguien que lleva unas flores azules, es decir, que conoce las técnicas amatorias de Madame Blanche, una mujer de la misma cultura que la mujer larva. Esta parte que describe las relaciones, me parece la más sugerente de la historia de amor que cuenta. El resto no me parece mucho. Hélène se da cuenta de lo que pasa, se inquieta, sufre, intenta retenerle, pero también tiene su amigo.

La historia se desarrolla en 1861, nos dicen que es cuando Flaubert está escribiendo Salammbô. Esta obra se escribe después de la publicación y el éxito de Madame Bovary. O sea, Helène está, supuestamente, en esa posición de las mujeres de Francia, no se trata solamente de la mujer que espera, sino que también se permite otras cosas.

Y por fin, ¿quién es Hará Kei? Un hombre de negocios todopoderoso que no actuará si no está en peligro su propiedad.

Esta es la estructura del relato, la estructura central, y la forma cómo se hace un relato, con una serie de personajes que soportan la acción, y luego hay algunos personajes laterales del relato que tienen una cierta simetría, que son Baldabiou y Madame Blanche. Baldabiou es un hombre que rige destinos, una especie de dios que manda a una especie de héroe a hacer el viaje. Y Madame Blanche, por su parte, tiene un papel parecido, en el sentido de que está ahí para dar apoyo. Pero dentro del relato en su conjunto, dentro de su estructura, son dos personajes que lo arman un poco más y que dan pie, además, a algunas subtramas. En el caso de Baldabiou está la cosa del juego, y en el caso de Madame Blanche, además de otras historias, una última que se insinúa con una puerta abierta por la que Hervé decide no pasar.

El nudo está en el cuarto viaje. Allí encontramos un Hervé que ya no es aquél que dejaba pasar la vida. Hace ese viaje tomando su destino en la mano. Va al viaje contra la opinión de todos. Y cuando llega a la aldea se encuentra con la mujer larva rodeada de telas de seda que no dejan ni una ranura. Encuentra al amor, al objeto de su deseo, completamente inaccesible. Primero, porque ella está rodeada de toda la gente que parece huir por la guerra, pero además porque el amo de la cosa le dice “hasta aquí”. Incluso le ponen el fusil en la cabeza. Hay que decir que tampoco Hervé se revela mucho. Es un Hervé que ha ganado en acción, pero tampoco tanto. Una cosa comedida. Le dicen que se vaya y se marcha. Y vuelve a decir una de esas frases similar a aquella que pronunció cuando hizo el amor con la mujer interpuesta, si no es una es otra. Es decir, se da media vuelta ante la imposición de Hara Kei, y piensa que no se le cae el mundo. Se ha llevado un disgusto, pero ya se da cuenta, en ese momento, que puede vivir con el disgusto.

El desenlace me ha parecido curioso. Llama la atención un primer paso del desenlace. Podría haber sido el desenlace total, cuando Hervé regresa al cobijo de Hélène y ella le acoge. Ahí podría haber acabado la historia. Pero va más allá. Es como si al autor le hubiera parecido ligero y pensó en añadir algo más. Entonces pone su nostalgia, y la dibuja bien. Porque, mientras hay otras cuestiones que van surgiendo, cuestiones típicas de cómo se construye un relato, la pajarera, unos cuantos indicios por ahí, detalles en definitiva, y recibe una carta con un matasellos que no es de Japón. Es lo único que sabemos. Una carta sensual, erótica, pero narrativamente muy curiosa.

Porque todo el libro es curioso. Tiene 65 capítulos, en su mayoría de una o dos páginas, excepto el que contiene la carta, que tiene cinco. Es el doble o el triple que el resto de los capítulos. Es un ingrediente de esta narración a la que el autor ha querido darle peso. Pues la cuestión es que recibe la carta y ya está. Pero al poco se muere su mujer. También aquí podría haber acabado la historia. Porque, qué es la carta. Es una carta con una alta carga erótica, pero sobre todo es una carta de despedida. La que escribe deja muy claro que esto se terminó.

Repito, se podría haber acabado aquí el relato, pero tampoco. Luego se muere Hélène, y le pone en el epitafio un Hélas. Yo me he preguntado por qué le pone eso, qué lamenta Hervé. No sé si lamenta haberla hecho sufrir, o si lamenta más cosas. No sabemos. Al autor no le importa mucho.


Pero pasa un tiempo y aparecen, en la tumba de Hélène, florecitas azules. Yo, que me había colocado de parte de Hélène en algunas partes de la historia, pensé que era el amante el que le deja las flores. Pues no, porque Hervé, rápidamente establece un vínculo entre esas flores azules y Madame Blanche, y ahí tenemos otra vuelta de tuerca. Porque Madame Blanche le dice que, efectivamente, la carta era de su mujer, que su mujer hubiera querido ser la otra. Y además, qué le verán las tres chicas que están por el chico éste. ¿También Madame Blanche quiere seducirlo? Madame Blanche hace una lectura de la carta significativa, una lectura donde, además, hay unas cuantas trampitas narrativas. Porque en la lectura de la carta se va parando, le da un ritmo determinado, y además dice: “Dijo Madame Blanche”. Madame Blanche no dice nada, ella lee la carta. Colocan ese equívoco para ver ese pequeñito hilo que une esa tirada incipiente de tejos de Madame Blanche también, creo yo. Va haciendo suyo el texto. Todo lo que se dice en él es como si todas las mujeres estuvieran en ese punto. Esa impresión me ha dado, que todas las mujeres son la mujer. 

Yenia Camacho

lunes, 3 de marzo de 2014

Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de María José Martínez

En la oscuridad no importaba amar a aquella joven y no a ella
  
Todo amor es fantasía,
 él inventa el año, el día,
la hora y su melodía;
inventa el amante y, más
la amada. No prueba nada,
contra el amor, que la amada
no haya existido jamás”.

Antonio Machado.

Tenemos ante nosotros una historia de Alessandro Baricco ambientada en el s.XIX que, como dice el mismo autor, no es una historia de amor sino de dolor y deseo. Y al hablar  de deseo se me ocurre la pregunta: ¿hay varios tipos de deseo, o éste es único pero con ciertas  variantes?

El relato en cuestión está cuajado de imagines visuales donde el aire, el agua, la seda y los pájaros, nos señalan lo evanescente, lo ligero, lo casi inmaterial que debiera no dejar huella o, simplemente, en el caso de los pájaros, la libertad. Es un relato minimalista de tramos breves y frases escuetas, tan escuetas como la vida que se había planteado el protagonista, y con ciertas repeticiones que nos llevan volando hasta el final, para luego tener que volver a leer lo que nos hemos dejado atrás, que es mucho.

Hervé Joncour vive en Lavilledieu sin hijos y felizmente casado con Helene, y desde esa atalaya contempla la vida que no vive y “asiste a su propia vida, por considerar improcedente cualquier aspiración a vivirla”,  Y esto, que parecía ser lo que Hervé deseaba, a la vista de lo que le ocurrió luego, nos lleva a preguntarnos: ¿es que la imaginación tiene necesidades que se han de abastecer para que el ser humano no languidezca? ¿Es que no se puede vivir siendo solamente feliz, como parece que él era? Y finalmente ¿de donde nacen esas necesidades que surgen en la vida de Hervé? Se me ocurre pensar que el deseo de una vida tan sencilla y tranquila como la suya, no era todo su deseo y que él desconocía lo que en su inconsciente deseaba. 

En este delicioso relato, Baricco juega mucho. Juega con la seda, juega con el aire y con el deseo, juega mezclando Oriente y Occidente y finalmente juega con las palabras. Hervé viaja a Japón varias veces y es curioso observar como el relato de la ruta que sigue se repite exactamente en cada caso menos en una palabra, la palabra que en sus cuatro viajes sirve de sobrenombre al lago Baikal. Yo me imaginaba a Baricco copiando una y otra vez esa descripción, cuando me fijé que el sobrenombre del lago es diferente en cada caso. En el primer viaje él se va tranquilo con su vida, y entonces  los lugareños llaman “mar” al lago. En el segundo viaje lo apodan “el demonio”, y Hervé regresa seducido y tentado por aquellos ojos. En el tercer viaje lo denominan “el último” y él siente que aquella tentación es como ir al último rincón del mundo, y en el cuarto viaje le llaman “el santo”, sobrenombre que luego acaban atribuyéndole a él.

Pero ¿cuál es la causa del desasosiego de Hervé? Son unos ojos, sencillamente unos ojos que no son orientales, lo raro dentro de lo raro que ya era Japón, pero que eran los ojos de alguien de su entorno occidental pero alejado, lo oculto tras una tela, el dominio de otro, lo que nunca en su vida vio tan cerca precisamente por estar tan lejos, algo, en fin, que le desquicia porque él, nos dice el autor, “no había vivido” y eso tal vez al final le pase factura. Esa mirada va a ser para él promesa de muchas cosas, de tantas, como para hacerla una mirada inolvidable. “Morir de nostalgia por algo que no vivirás jamás”, le dice su amigo. Morir por el simple deseo de algo que no podrá comprobar si para él es bueno o malo. Pero precisamente por eso, por no poder comprobar ni materializar nada, ese deseo idealizado permanecerá en él para siempre. 

Él guarda silencio, su mujer también vive en silencio y en ese silencio se aman, ellos que solamente rompen esa ausencia de vida cuando el autor los manda de vacaciones a algún balneario. La mujer, por tanto, también parece vivir a la japonesa, mientras Baricco sigue jugando con nosotros y lo hace muy bien, y justificadamente, para poder decirnos todo lo que nos quiere decir.

Un día “ella”, la amada sólo ojos y promesa, deja en sus manos una frase de tres palabras: “Regresad o moriré”. Eso le traduce a su regreso Madame Blanche, que aunque le advierte que eso que dice no pasará, la mezcla de mirada y frase lo confunden a pesar de que quien la escribe es una occidental de la que no sabemos cómo ni por qué esta en las manos del famoso Hara Kei. Ya en otro viaje, Hervé, vencida su voluntad de llevar una vida apacible, se arriesga a devolver la nota a la joven. Luego ella lo visita acompañado de una sirvienta y se marcha dejando que se produzca un delicioso encuentro entre la criada y él. Este es uno de los momentos más interesantes de la narración al hacer el autor la siguiente afirmación: “en la oscuridad no importaba amar a aquella joven y no a ella”. Y a partir de esa frase nos podemos hacer otra pregunta: lo que verdaderamente enamora en las relaciones personales ¿es el erotismo “per sé” o tal vez el erotismo anticipado? Tal vez el erotismo sembrado de imaginación, porque a veces el amor tiene mucho de eso. Esto le dice el tío al sobrino en El pasillo de mi casa de Cuenca. Pero ahora volvemos a preguntarnos: ¿es que cualquier persona puede suministrarnos ese erotismo?

Un día en un balneario, al ver a los veraneantes tan felices, Hervé le dice a uno de ellos: “todos damos asco”, y ahí está renegando de su cómoda vida. Luego hace un último viaje dispuesto llegar hasta el fin del mundo y vivir la fantasía que llena su mente, pero allí se encuentra con la destrucción y la guerra, y también con Hara Kei que le dice que no vuelva jamás. 

De regreso a su país recibe una carta escrita en japonés que parece venir de  Ostende. La carta es un relato erótico cuya lectura hipnotiza, diciendo lo que la mujer japonesa le diría y que parece haber escrito a modo de despedida. De nuevo el autor ha jugado con nosotros al hacer confluir Oriente y Occidente en esta preciosa historia.

No nos veremos más, señor. Lo que era para nosotros, lo hemos hecho, y vos lo sabéis”.

La carta contiene un relato erótico de lo más sutil, es el relato de una ensoñación que no va a cumplirse, con la belleza añadida de unas manos que acarician con la incertidumbre material de la seda, como el delicado regalo de un beso que no se sabe donde se pondrá. Pero ¿qué más cosas hay en esa carta? ¿Es tal vez la promesa de un amor o es el relato de un verdadero recuerdo? Al final nos enteramos de que la carta la escribió su mujer para evitar que él volviese a Japón con ella, porque tal como le dice Madame Blanche, la celestina del anillo de flores, “ella hubiera querido, más que nada en el mundo, ser aquella mujer”. Baldabiou se lo había contado todo y Hervé no vuelve a marcharse. Seguirá viviendo con su mujer y ya es un hombre sin necesidad de fantasías.

Cuando su mujer muere él vuelve al lago, ahora ya su mar sereno, lo mira, y le parece ver el inexplicable espectáculo leve que había sido su vida. Leve como la seda.

Sobre la tumba de su mujer “Hélas”, ¡Ay de mí.

El Amor, definitivamente.


María José Martínez

Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de Rosa López

Creo que no podemos infravalorar al protagonista Hervé Joncour. Efectivamente, parece un cobarde, un tipo que asiste a la vida pero que no la vive. Es cada uno de nosotros, es el neurótico, es el hombre que vive vacilante. Es verdad que no es un héroe, pero tampoco es que no tenga peso en la narración. Ésta gira en torno a sus identificaciones y a la manera en que se sitúa frente al deseo de los otros. Primero se hace militar según el deseo del padre, luego se adapta al deseo de Baldabiou, un personaje muy interesante, un hombre con un deseo decidido, un visionario que pone sobre la mesa del alcalde –padre de Hervé, bastante tonto— un objeto rarísimo. Es muy interesante el diálogo, cuando el alcalde le dice que eso son cosas de mujeres, y Baldabiou dice que no, que son cosas de hombres: es dinero.

La novela la leí cuando se publicó, me gustó muchísimo y me produjo un impacto muy notable. Me gusta el estilo de frases concisas y capítulos cortos y tajantes. Por otro lado encontramos la repetición. Y la repetición es parte de nuestra vida. Porque los seres humanos somos verdaderos discos rayados. El inconsciente nos lleva a repetir y repetir. Una vida se puede contar por los acontecimientos extraordinarios y por los ciclos repetitivos. Y me parece que las dos cosas quedan bien señaladas en la novela.

Los psicoanalistas, desde Freud en adelante, somos tributarios de los poetas. Es decir, lo que sabemos sobre el sujeto, lo que decimos sobre sus deseos, sobre su dolor de existir, sobre su sufrimiento, etc., lo dicen muchísimo mejor los poetas. Y Liter-a-tulia es, precisamente, un homenaje a eso. Porque los poetas captan la subjetividad con una finura, elegancia y concisión, mientras que los psicoanalistas necesitamos páginas y páginas, diagramas, historias, etc. De pronto, Baricco lo explica en pocas palabras.

Estoy de acuerdo con el comentario de Silvia. Me parece que hay una historia de amor y nostalgia del objeto perdido, un objeto que nunca se llegó a tener. Valga la contradicción. Porque Seda no hace, sino, ilustrar que en el ser humano el objeto del deseo es algo que se perdió de antemano, desde siempre, estructuralmente. Y el deseo es eso, un deseo incesante de reencontrarse con un objeto que nunca se tuvo. Por tanto, el deseo es eternamente y estructuralmente insatisfecho. No se puede satisfacer porque nunca se va a encontrar el objeto adecuado. Es decir, nunca lo hallado será igual a lo deseado. Esto nos condena a que el deseo, por definición, permanezca insatisfecho.

Pero el amor hace que podamos seguir ligados a otra persona aunque el deseo haya disminuido. Lo que dicen los poetas con una sencillez increíble, los psicoanalistas dedicamos seminario tras seminario. Y es que los dos grandes objetos del deseo en el ser hablante son la voz y la mirada. Y podría leerse esta historia como la división, en el varón, del objeto amoroso. Esta cuestión es clásica en la sexualidad masculina. Al objeto erótico se le tiende a dividir entre la mujer amada –corriente de ternura— y la mujer de deseo sexual. Freud lo interpretó como la división entre la madre idealizada y la puta degradada. Pero el cierto del autor Baricco es plantear este desdoblamiento en otras coordenadas. La mujer de la voz, Helène, con una voz bellísima, y la mujer de la mirada, que era muda. Además sin nombre. Conocemos los demás nombres de todos los personajes, todos están puestos en la historia menos el de la mujer de los ojos no orientales. Y la mujer de la mirada tiene estatuto de objeto. Empieza siendo el signo del poder, el único signo del poder de Hara Kei. No llevaba joyas, nada más que una túnica oscura. Mujer de la mirada.

También parece interesante pensar que la mirada es un objeto de deseo enigmático que no equivale a la visión. Con la visión nos entretenemos el día entero, nos engatusamos. La visión pertenece al campo de lo imaginario. La mirada, sin embargo, es inquietante, enigmática, algo que nos interpela como sujetos de una manera diferente al imaginario habitual que supone el campo de la visión. En ese sentido, Japón es para Hervé el encuentro con la mirada en el campo de lo invisible.

Esta contradicción que a nosotros nos cuesta entrar en los seminarios de Lacan, Baricco la suelta de esta manera. ¿Qué es Japón?: Lo invisible. Y, a la vez, el lugar donde se encuentra con la mirada como un objeto que le interpela. Y ahí el sujeto Hervé cambia. Hay un acontecimiento. Hervé, el típico neurótico obsesivo que asiste a la vida sin vivirla, después de esta mirada ya no es el mismo, pasa por una experiencia que lo transforma. Ahí se hace cargo de su propio deseo. Su empresa ya no consiste en ir sosteniéndose en el deseo de los demás, sino en el suyo propio.

Podríamos decir que Hervé no es tan cobarde. Es un hombre que viaja incesantemente, pero viaja según el deseo del Otro, sin arriesgar su propio deseo, aunque los viajes en sí mismo conlleven peligrosas incomodidades. Pero viaja según el deseo del otro. Hasta que empieza a hacer su viaje. Quizá no debamos ser tan exigentes con Hervé. Hay que pensar que llegan a ponerle una pistola en la cabeza, además de contemplar al niño muerto. No podemos exigir tanto a un ser humano, no podemos exigirle que ponga en riesgo su vida. Es una historia de amor con un nivel de tragedia.

¿Qué cambió en la vida a Hervé?, ¿qué hizo que, a partir de determinado momento, fuese él quien comenzara a vivir la vida como su propia empresa? Esos ojos orientales, esa mirada desconcertante. Interesante es que diga que se sintió mirado aún cuando no había abierto los párpados. Ahí es donde quiere destacar la mirada en un plano distinto a la visión. Por supuesto, mujer inalcanzable, paradigma del deseo como lo imposible de satisfacer, lleno de obstáculos, lo enigmático, etc.

Defendiendo el estilo de Baricco, algo que a mí me gusta, y es que si las cosas se pueden decir en tres palabras en lugar de trescientas, y te atraviesan, particularmente me satisface. Y os quería traer una frase en la que este hombre, Baricco, consigue sintetizar una época, la de la narración, en treinta y una palabras.

Era 1861. Flaubert estaba escribiendo Salammbô, la luz eléctrica era todavía una hipótesis y Abraham Lincoln, al otro lado del océano, estaba combatiendo en una guerra cuyo final no vería”.

Me quito el sombrero. Sitúa trama que se va a desarrollar en treinta y una palabras captando el espíritu de la época. Me impresionó.

Y un tema importante. En esta historia no hay infidelidad. El deseo por esa mujer no resta nada del amor de Joncour por Helène. Ésta no es una mujer a la que le han sido infiel. Y tiene una enorme sabiduría cuando, finalmente, hace que el marido se libere de las palabras en las que quedó prisionero: “ven, si no me muero”. Ella escribe otra serie de palabras que van a liberar a Hervé de la prisión en la que había quedado. Es un gesto de amor espectacular. Y Joncour, antes de partir hacia uno de sus viajes, le dice que la amará siempre.


En este sentido, no puede restarse ni un ápice de amor por Helène. La historia de amor es la historia de Hervé y Helène, en reciprocidad. Y luego está el tema del deseo, extraño y errático. El deseo siempre es excéntrico, no pega con el sujeto. Todo me parece muy interesante.  Es interesantísimo. No creo que tengamos que ver en Helène una mujer sometida. Y al final cada uno ha de organizar su huerto como pueda.

Rosa López

Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de Silvia Lagouarde

Silvia Lagouarde: Seda es un intento, por parte del escritor Alessandro Baricco, de capturar, a través del relato de los viajes de su protagonista “al fin del mundo”, “la mística de la exactitud” de los KANJI, que es la escritura ideogramática japonesa, y así acercarnos a nosotros, lectores occidentales y como en un calidoscopio, configurar un universo de trazos exactos, imágenes exactas, signos exactos, colores exactos, personajes exactos… para acercarnos al pensamiento original, no para darnos respuestas, sino dotarnos de posibilidades de elección y despertarnos a encontrar sabiduría y armonía en nuestras elecciones.

¿Qué es un ideograma?

La escritura ideogramática china, exportada durante el siglo IV a Japón, está compuesta por más de cincuenta mil ideogramas. Los ideogramas expresan ideas y conceptos. Por tratarse de una escritura que se trasmite con ideas, ha servido a diferentes pueblos orientales como vehículo de comunicación y expresión. De cada ideograma o KANJI podemos extraer mucha información estudiando sus trazos y relacionándolos con el lenguaje simbólico universal que subyace en los sueños y tradiciones espirituales de todos los pueblos y civilizaciones de la tierra. Sospecho que todo el libro es un KANJI o varios. Intentando comprenderlo voy a describir a sus personajes desde la perspectiva del pensamiento oriental. Haré de cada personaje un KANJI. Es tan sólo una aproximación que espero no sea demasiado ambiciosa, un juego para entrar en la magia de Seda. Desde mi subjetividad, creo que Seda es un texto sabio.

Tenemos tres personajes femeninos: Helène; La mujer de los ojos sesgados; Blanche. Y tres personajes masculinos, el protagonista Hervé Joncour; Hara Kei; Baldabiou.

Imagínense que esto es un trazo, un dibujo como en el que tenemos en la portada de Seda.

Hervé Joncour: Es el protagonista. ¿Qué le dice el oráculo, el destino, a este ser?

El hombre arriba puede ver su destino y asistir a su propia vida sin vivirla. Éxito. Todo va bien, pero algo se aproxima. El hombre sensato no corre riesgo alguno, caerá en desgracia. Está usted embriagado por los acontecimientos y las experiencias que vive. Vivir la vida es riesgo y pérdida. Al final, poniendo todo en orden, la enseñanza será saludable y su vida será exacta.

Es lo que le enseña este mundo de espejos femenino. Al fin llega a la exactitud a través de las enseñanzas y sobre todo de su mujer.

Hara Kei:

El único signo visible de su poder era una mujer tendida junto a él inmóvil. Él le pasaba lentamente una mano por los cabellos, parecía acariciar el pelaje de un animal precioso y adormecido

Hara Kei es el amo absoluto, capaz de asesinar a un niño si sospecha de traición. Su KANJI podía ser: La fuerza sin orden ni rectitud no es más que violencia; si no crece lo pequeño nunca alcanzará la perfección. Si hay excesos, el poder lo embriagará. Peligro. Los pájaros volverán a la jaula pero nunca tendrá sus ojos. Desventura.

Es un hombre con mucho poder pero jamás tendrá el amor de una mujer, que es la posición del amo.

Helène

Si vemos el viaje de Hervé Joncour como un poema épico, Helène sería Penélope, esposa de nuestro protagonista, que espera el regreso de su ser amado después de llegar del fin del mundo (Japón) con un trofeo, los gusanos de seda. Penélope es símbolo de la fidelidad conyugal, del amor, de la femineidad.  

En nuestro KANJI: Caerá en desgracia, el riesgo del viaje puede ser pérdida. Desventura. La espera es sabiduría. Éxito.

Porque ella se da cuenta de que este hombre, en su melancolía, tiene que ver con la existencia de otro amor.

El amor y sus espejos:

Helène se transforma en otro personaje de la mitología griega, Medea, pero es su reverso absoluto. No es la Medea de la venganza, golpea al ser del amado, deja hiancia a través de un sortilegio de mutilaciones; Ante la melancolía de su amado, después del último viaje, ocupará a través de la escritura de los signos, ese lugar que desea toda mujer: Ser la mujer Otra que sabe del deseo y es Otra en el deseo de un hombre. Es la exactitud del amor. Y así en nuestro KANJI: Ventura. Habrá paz y amor para la eternidad. Logra el goce absoluto.

La Medea del amor verdadero. No con la resolución al odio, sino que produce la paz. Ventura.

La mujer muda de ojos sin sesgo oriental:

Sería la mujer que encarna el enigma del objeto a, causa del deseo del hombre. Algo de un goce perdido para siempre que queda inscrito en la nostalgia de un viaje al fin del mundo que es la existencia del ser buscando algo que jamás encontrará. La mujer muda sacrifica todo su ser, hasta su voz, por encarnar ese deseo causa para todos los hombres. Se sacrifica al tener –que es Hara Kei—y se convierte en objeto de exactitud del otro.

KANJI: Trazado ondulado… Llegarán los ojos y escaparán los pájaros. Peligro. Desventura. No mancilles la mujer de tu prójimo. En la exactitud de los signos los amantes se encuentra. Volverás a tu jaula.

En esas mutaciones de trazos exactos, vemos el lenguaje de los amantes que, prohibido o no, es clandestino, y solo ellos lo descifran y lo gozan. También se deja ver el deseo de la mujer objeto, de ser considerado sujeto a través del amor: “regresa o moriré”, y el deseo del hombre de llevar el objeto a la dignidad de la cosa.

Blanche:

Es la mujer que sabe del goce, de los goces tomados a trozos por los hombres. También sabe como aman las mujeres, por eso sabe traducir con exactitud el lenguaje de los signos del amor.

Silvia Lagouarde

Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de Carlos

Lo primero que me llamó la atención, ya en las primeras páginas, fue la longitud de las frases. Son frases cortas. Vargas Llosas valoraba eso en Azorín, diciendo que se puede construir un lenguaje eficaz con frases cortas. A veces, cuando la frase es muy larga, el mensaje se difumina. Pero en toda obra tiene que haber una tensión narrativa. ¿La aporta el protagonista Hervé? Yo creo que no. El protagonista no dirige ni su propia tensión emocional. La tensión narrativa la dirigente otros por él. Por ejemplo, el amigo que le condiciona el primer viaje. Hervé solo aporta monotonía. Y las etapas de su viaje son siempre las mismas para finalizar constantemente en la hora de la misa mayor. Hervé no aporta tensión ni a la obra ni a su vida.

La tensión aparece, por ejemplo, en la escena que protagoniza la mujer de los ojos cerrados. Comienza a moverse, ignora la taza del caudillo local, y bebe de la taza de Hervé, por el mismo lugar donde él había puesto sus labios. Si hubiese sido un acto fallido, sería importante, pero no es un acto fallido, sino una provocación en toda regla en un mundo de costumbres y leyes antiguas. Una provocación semejante podría haberle supuesto la muerte. ¿Quién se resiste a esa provocación femenina tan cargada de peligros?

Pero hay una doble tentación. Cuando Hervé vuelve a Francia, Madame Blanche le traduce el texto que la mujer de los ojos cerrados había escrito. El texto dice: “Si no vuelves moriré”. Otra provocación. La traductora le dice que no vuelva, que no va a morir. Pero ya está sometida a esa dialéctica. Una le dice que no vuelva, la otra le pide que vuelva, porque si no puede morir. La tensión le viene del otro.

Finalmente, cuando recibe la carta en japonés, otra vez Madame Blanche se encarga de traducirla. Es verdad que traduce palabras se le habían dictado, pero en el tono pone algo de su parte. Otra vez las mujeres llevándole a una tensión emocional. Su mujer, evidentemente, quiere que cierre ese capítulo. Pero lo significativo es que siempre está siendo manejado por los otros. 

En cuanto a lo que se ha comentado, creo que hay vinculaciones entre unas mujeres y otras. Creo también que el tema es la mujer en general. Diré que no había varias mujeres. Simbólicamente es una sola. Cuando Hervé se encuentra con el otro europeo, le habla acerca de los rasgos físicos de la mujer, y le comenta que no tenía rasgos japoneses. El otro le dice que no hay ninguna mujer occidental en Japón. Una japonesa pero con rasgos occidentales. Es decir, están entremezcladas todas las mujeres. 

Carlos

Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de Miguel Alonso

Considero que Seda, de Alessandro Baricco, es una obra maestra con un estilo propio muy marcado. Más que a una novela, o a un cuento, su estructura y su tema la asimila a la poesía. Y como toda poesía que se precie, lo es de ausencia, de vacío, de falta. Muchos de sus párrafos y de sus frases las estimo como síntesis de un pensamiento siempre próximo a la verdad, escrito con palabras y en lugares de carácter alusivo, simbólico, metafórico. Diría que, más que de imágenes físicas, Seda es una escritura de evocaciones. Estructura perfecta para sentir que por detrás de los acontecimientos que se narran, se escribe otra historia que contiene algo que nos está perturbando continuamente. Y es que no seducen tanto los cuatro viajes al Japón físico, como lo que se escribe por detrás, el viaje único y singular de Hervé Joncour hacia la serenidad, ese lugar paradójico donde encuentra, de forma irremediable, su vacío, su imposibilidad, y la impotencia de la palabra para encontrar el sentido. Y es que Seda produce la sensación de tener la nada entre los dedos.

Baricco alcanza a escribir el soporte insólito de lo humano: el silencio, más consistente que cualquier otro fundamento tangible que procuremos, ya sea objetivo, ya la construcción de un saber, ya la elección de un partener amoroso, etc. Todos los protagonistas tienen asignado su papel dramático alrededor del silencio, el “mudo” Jean Berbeck, Baldabiou, Madame Blanche, Hara Kei, etc. Y los pasos de Hervé Joncour parecen caminar en un sueño del que es actor, pero también privilegiado espectador, configurando una gramática del deseo que siempre lo conduce a la falta de lógica y de razón, una gramática que nunca encuentra su objeto y que se topa, de  continuo, con la función de la mancha, esa distorsión en el orden del mundo que atrapa a Joncour para remitirlo al silencio absoluto, a la falta de respuestas, a la ausencia de palabras, al lugar vacío de su deseo, es decir, a su falta de objeto.

No parecía vida” (Pág. 47)

Quizá no lo parezca, pero lo es. Estamos demasiados acostumbrados al poder de la imagen y viciados por su pregnancia y aparente solidez. Pero Seda, en su evanescencia, es vida de verdad. El viaje de Joncour nos lleva al atravesamiento de todos los paisajes imaginarios para conducirnos hacia un núcleo llamativo, donde la poesía de Baricco sitúa a una extraña mujer –yo diría incluso La mujer, así con el artículo, y su misterio— mujer muda, cuyos ojos no son visión, sino mirada, es decir, nuevamente mancha en el cuadro, rostro de muchacha intangible, indisociable de un poderoso, enigmático y misterioso Hara Kei, su valedor y protector. Una y otro parecen conformar la metáfora de un centro humano que ha de permanecer inviolable, a riesgo de destruir toda humanidad. Pese a su obstinación, Joncour se da cuenta de la imposibilidad de alcanzarlo porque allí no hay palabras. Ese centro separado del lenguaje es la causa del movimiento vital de Hervé y causa de su deseo, pero también del deseo del mundo en general. Y quizá sea el centro donde se escribe la pregunta ¿Qué es La mujer? Añado que, al respecto, todas las mujeres de Seda son sustituciones de esa La mujer.

Recuerdo ahora la novela de Magda Szabó, La puerta, leída en esta misma tertulia. Allí, la puerta, que parecía metaforizar la misma piel de La mujer, resguardaba un misterioso tesoro. Esa puerta fue abatida por la obstinación de los lugareños perversos. Rompieron la piel del misterio creyendo que en su interior iban a encontrar el Agalma, el tesoro, pero sólo encontraron nada y la consiguiente destrucción.      

Seda, por lo tanto, se escribe como la poesía más inspirada, rechazando toda melancolía: “la desesperación era un exceso que no le pertenecía”. No borra esa “suerte de infelicidad” ineludible puesta en el ser de Hervé Joncour, infelicidad que tan extraña resulta a los que no hicieron su viaje. Y en tercer lugar, es una poesía inspirada porque una vez alcanzado el límite, pone a los protagonistas en la tesitura de una elección. En este caso, unos no quieren saber nada de ese centro tan humano, otros no vuelven a hablar, como Jean Berbeck, pero otros, como Hervé Joncour, asumen la ausencia, la imposibilidad de comprender, y construyen un amor, una vida, un parque, que sabe remedos de esa joya inalcanzable e inviolable. Así es el mismo arte.

Ni siquiera llegué a oír nunca su voz”; “es un dolor extraño”; “morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca

 Seda es, simplemente, verdad.  


Miguel Ángel Alonso

Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de Luis Teskiewicz

Coincido con las opiniones que sostienen que Seda es una novela de una gran ligereza. Impacta mucho ver todo lo que habéis podido extraer de esta ligereza. Pensé, cuando la leí, que era una novela femenina, escrita por una mujer, y que el deseo que la atraviesa es un deseo que nunca se menciona. Hervé está siempre en su decisión de ir, pero está la provocación de esta mujer extraña, la que lo convoca, la que lo provoca desde la primera escena.

Por otro lado, está el tema de su escritura. Es una novela llena de los recursos habituales de la poesía, por ejemplo la reiteración. Todos los viajes se reiteran al Japón salvo en un punto, el lago Baikal, al que se le va cambiando el nombre. Son recursos muy poéticos.

Pero quiero decir que esta sensación de novela femenina es por los deseos que mueve. Son los deseos de las mujeres los que están en juego. El de Hervé es despertado y atraído por estas mujeres. Hay dos decisiones. Si Baldabiou lo manda al principio, Hara Kei dice hasta aquí. Uno tiene la impresión de que cuando está escrita la primera escena, Hara Kei está viendo lo que Hervé está viendo. Y está viendo el deseo de la mujer que él posee, un deseo dirigido hacia otro hombre. Y lo tolera, lo permite en todos los viajes hasta que dice basta, hasta aquí hemos llegado. Es el momento en que, justamente, el deseo del francés se ha despertado con todas sus fuerzas.

Y hasta aquí también lo dice la sabiduría de Helène. Ésta, obviamente, desea ser esta otra mujer. Y como dijo Silvia, toda mujer desea ser el objeto de deseo y de amor de su hombre, que está puesto en otro lugar, pero a la vez le hace culminar la relación sexual con esta mujer. Culminarla en el sentido de que tiene una relación inexistente. Es una relación por medio de la palabra, lo que es, en muchos sentidos, el acto sexual. Y porque sabe que ese deseo sólo puede aplacarse con la consumación. Y es interesante que en la novela se consuma dos veces, y siempre por interposición de otra persona, primero la puta, no la mujer objeto de deseo, y después Helène. Son las palabras de Helène las que hacen el amor con él, el amor por la palabra. Le hace el regalo más hermoso que le puede dar para concluir la relación con la mujer.

Por eso me parecía que cuando Rosa decía lo de las dos mujeres en Freud, la mujer identificada por el hombre con la madre, que es la mujer que da hijos –en este caso Helène no da hijos— y la puta, con la cual se puede gozar, Freud dice que son dos versiones de la madre, es la madre santa que lo ha protegido, y la madre puta que lo ha engañado antes de nacer con otro, acostándose con otro y produciendo su nacimiento. O sea, también es la madre puta.  Aquí tenemos a esta madre santa, etérea, por lo menos no se menciona tanto el amor que es Helène, ella escribe desde el amor, y tenemos la puta, que es Blanche, la que sabe del goce masculino y como gozan los hombres, y tenemos la otra mujer, por eso coincido con Miguel Ángel, que es la inaccesible, la inexistente, la mujer blanca que en Japón no existe, una mirada en silencio, una palabra en silencio. Es la mujer propiamente, porque no existe.


Luis Teskiewicz

Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de Graciela Amorín

Seda me parece una novela en la que todo posee algún sentido, en la que todo está muy pensado, y en la que hay una gran carga simbólica. En este sentido, me parece que todo tiene que ver con todo. Sería la unidad de una obra lograda en la que no quedan cabos sueltos. Hay dos cuestiones que nadie mencionó y tienen que ver con el personaje de Baldabiou. No acabo de aclarar del todo este personaje. Parece encontrarse en un lugar que se llama Verdún, y tener una guerra particular, Verdún fue una guerra muy cruenta, doscientas cincuenta mil víctimas de lado francés. Y Baldabiou tenía su guerra particular, el brazo derecho contra el izquierdo. El izquierdo era el manco, y al final gana el manco. Esa sería su guerra simbólica. Pero además dice al principio que a Santa Inés no le gustan los militares, para luego construir el templo a Santa Inés. Y cuando se retira, comenta algo sobre Inés, algo que queda en el aire.

Indagué sobre Santa Inés, y vi que había dos santas, una antes de Cristo, y otra de 1600. Y lo que tenían en común las dos es que una fue una mártir a los 13 años y quedó como símbolo de la pureza. La otra era hermana de Santa Clara, se fueron las dos a un convento, y el padre las mandó a buscar porque había perdido a sus hijas a las que quería casar bien. Las dos ganaron, se quedaron en el convento. A mí me dio la impresión de que ese personaje de Santa Inés simboliza que no hay relación sexual. Que todo es un ir y venir que queda en nada. Y en esta guerra gana el manco, como ganaron los franceses que eran los que parecían más débiles. Y se llegó a una paz.

Da la sensación de que tanto ir y venir, a una mujer, a otra, de una guerra a otra guerra, al final Santa Inés, o sea, no hay nada, porque ninguna de las dos quiso tener que ver con hombres. A Santa Inés la quisieron transformar en prostituta y no quiso, no se acercaban a ella siquiera. La otra Santa no fue mártir, simplemente junto con su hermana se quedaron en el convento, y los que iban a atacar as con espadas quedaban fulminados, no las podían sacar del convento. O sea, no había relación sexual.

No me imagino que Baricco supiera de Lacan esta cuestión, pero es como si fuese un punto de realidad.


Graciela Amorín

Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de Carmen Peces

Me parece bien la pasión que se estableció en la tertulia. Por eso le agradezco a Yenia su comentario, y está bien que a partir de él se haya establecido un debate. Aunque yo no comparta lo que dijo, sí comparto lo que planteó Silvia sobre la mística de la exactitud, el libro como un ideograma. Decías que era un texto sabio. También comparto lo que planteó Rosa respecto a la división mirada y visión. Algo parecido a lo que expuso Miguel Ángel respecto a que la mujer de los ojos no orientales tiene el estatuto de Mancha. Y decirlo con las palabras de Baricco es complicado.

Cuando Yenia planteaba el éxito de ventas, a mí me hizo pensar otras cosas. Porque no es un Best Seller. Hay libros que venden mucho, no por ser un Best Seller. Entonces, se me ocurrió que había algo en la forma de contar que tiene que ver con el saber no sabido, que es inherente a la condición humana y a cada sujeto. Que este libro se vendiera de esa manera, a lo mejor fue por otras razones. Intuyo que hay algo de lo que planteaba Rosa, que los poetas y los artistas nos llevan la delantera. Baricco puede contar cosas de la condición humana que nosotros lo hacemos mucho más liado. Además, muchas no nos entienden

También se cuestionaba la repetición. Pero me parece que la repetición no es algo de lo idéntico, sino que en el concepto de repetición siempre hay algo nuevo. Incluso repitiendo frases literales, dice algo nuevo, y lo dice de una forma bellísima. Quizá sin saberlo, está hablando de conceptos importantes como la repetición. Esa sería la cuestión en relación con el éxito de ventas.


Carmen Peces

Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de Virginia

Es la primera vez que vengo a la tertulia, y la primera vez que leí a Baricco. Pido disculpas porque sólo pude hacer una lectura rapidísima del libro, y no he tenido la ocasión de fijar con destreza, tal como habéis expuesto los que tomasteis la palabra, esos entresijos de los personajes y de la historia en sí. Pero precisamente por eso, quizás yo no me he contaminado con detalles tan extraordinarios que, sinceramente, no había sido capaz de analizar en esta primera lectura. Digo que, quizá es por eso por lo que he extraído, desde mi punto de vista subjetivo, lo que a me ha parecido la esencia del libro y lo que pretende Baricco. Pretendería mostrar la esencia del ser humano, lo masculino y lo femenino. Y para eso, él es el director de orquesta que maneja una serie de personajes, los sitúa en una historia maravillosamente contada, en la que hay personajes muy encajados en lo masculino, como Baldabiou y el señor feudal japonés, y una serie de tres mujeres muy ancladas a la esencia femenina. Quizá está mucho más trabajada la esencia femenina porque es más laboriosa.

De los personajes masculinos, Baldabiou es el hombre de acción, es el filósofo, el que abre fronteras, el que ve, el que se da cuenta de que llegó el momento de partir cuando ha terminado su trabajo, y se va en hacia otros mundos a abrir otras fronteras. El otro personaje, el señor feudal japonés, está solo porque es el que tiene el poder, y el que tiene el poder está solo. Y ¿quién es Joncour? Es el hombre, la esencia del hombre, la influencia que tiene entre su lado masculino y su lado femenino. Cuál es el lado masculino, el que rige su destino. Inicialmente su padre, y de alguna manera, este señor feudal. Y luego está su lado femenino, ese juego de seducción, de deseo, que es el que le impulsa a encontrarse a sí mismo en ese lado de la reflexión, pausado. Es decir, el lado masculino es recorrer, es la acción. El lado femenino es estar en las orillas del lago y meditar. 

Así veo lo que quiere transmitirnos Baricco. Pero Seda parece escrito por una mujer. Baricco saca esa esencia. Y para mí, los personajes principales son Baldabiou y Helène que, de alguna manera reconduce y maneja los hilos del final, porque sabe cómo es su marido y, sutilmente, le da lo que quiere. Y Baldabiou, como planteé anteriormente, sabe lo que tiene que dar al pueblo: esto es lo que hay, y debemos de ir a por ello. Sé lo que hay que hacer, y soy generoso, de manera que esta es mi idea y la regalo.

Virginia