viernes, 20 de marzo de 2009

La Escritura del Desasosiego; Ani Bustamante analiza la escritura de Pessoa desde algunos conceptos centrales del psicoanálisis

Es un hallazgo haber encontrado en la obra de Fernando Pessoa asuntos que se tejen con algunas de las propuestas más interesantes en psicoanálisis. En este trabajo voy a explorar la relación entre la escritura pessoana del Libro del desasosiego y temas como la angustia y lo real.

Pessoa fue un poeta portugués, su característica más conocida es la de haber realizado una obra en la cual se despersonaliza para crear diferentes personajes llamados “heterónimos”. Los heterónimos son personalidades ficticias creadas con total singularidad y diferencia respecto del autor, así, cada uno tiene una fecha y lugar de nacimiento, una posición filosófica y un estilo literario particular. Lo significativo no es solamente la radical alteridad que se genera dentro de él sino la manera como los heterónimos se relacionan, sus puntos de acuerdo y desacuerdo, sus filiaciones y conflictos.

A lo largo de su vida Pessoa crea unos 70 personajes, la mayoría de los cuales no alcanzan el grado de heterónimo pues su singularidad no termina de construirse, sin embargo esto si sucede con cuatro de ellos, a saber: Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Ricardo Reis y Fernando Pessoa (tratado como un heterónimo más).

Ahora bien, partir de esta breve reseña del universo heterónimo quiero pasar a analizar el tipo de escritura puesta en juego en el Libro del Desasosiego. Libro que puede entenderse como el laboratorio en el cual Pessoa fue explorando las diferentes maneras de transformarse en otro.

El Libro del desasosiego está escrito por el semi-heterónimo Bernardo Soares (“semi” porque no alcanza una singularidad bien delimitada) sobre él Pessoa dice, en unos escritos relativos al Libro del Desasosiego, que: “no siendo su personalidad la mía, es, no diferente a la mía, sino una simple mutilación de ella”[1]. ¿Una mutilación de ella? Es fantástico que Pessoa haya usado una palabra que nos invita a pensar que hay algo que queda por fuera del cuerpo que a su vez permite la aparición de Bernardo Soares, personaje a través del cual accedemos casi al diario del mismo Fernando Pessoa. Es entonces desde la mutilación del autor que se produce la Obra.

El Libro del Desasosiego está escrito de una manera fragmentaria, en él la dispersión y disolución de la identidad de Bernardo Soares está constantemente puesta en juego. Por ejemplo, al ir leyendo encontramos que la secuencia de ideas se corta dejando siempre algo incompleto, de tal manera que pareciera que el autor lo que hace es un “ordenamiento de fragmentos” que se reúnen sin una secuencia narrativa. Lo que quiero señalar es que esta es una escritura que en lugar de producir sentido, produce agujeros y “restos” (a los que Lacan llamaría “objetos a”) que muestran la imposibilidad estructural que reside en el mismo lenguaje y la ruptura de la idea de Verdad del relato. Es esta pues una escritura que nos introduce a una experiencia del límite y al recorrer las páginas vamos percibiendo una serie de estados de ánimo inconexos. En el Libro del Desasosiego Pessoa dice sobre este tema:

“En estas impresiones sin nexo, ni deseo de nexo, narro indiferentemente mi autobiografía sin acontecimientos, mi historia sin vida. Son mis Confesiones, y, si en ellas nada digo, es porque nada tengo que decir”.

A partir de este libro se pueden indagar las relaciones entre angustia, escritura y aquello que llamamos Lo Real. Para preguntarnos ¿cómo es esta escritura que parece abrir agujeros en el sentido? ¿Qué sucede con ese resto imposible de significar que deja cada fragmento? ¿De qué manera la escritura pessoana sujeta al autor? ¿será que en el ejercicio de transformarse en otro consigue hacer algún tipo de lazo para no quedarse en un aislamiento que bordea la psicosis?

Sería bueno en este punto repasar algunas ideas psicoanalíticas sobre la angustia: por ejemplo, mientras que en Freud la angustia está vinculada a la pérdida del objeto, para Lacan la angustia se produce “cuando falta la falta”, es decir, cuando no hay lugar para la falta y no se pasa por la pérdida rellenándose esta en un orden totalizador en donde todo es cubierto ya sea por lo imaginario (estadio del espejo) o por la significación (sin quedar espacio para alguna partícula que se escape de sistema significante). En la clínica constantemente observamos pacientes que tienen una hipertrofia de pensamiento, un exceso de sentido que para nada apacigua la angustia, pues esta no cesa llenándose con más interpretaciones que alimentan la búsqueda interminable de significación. Lacan nos enseña, con el dispositivo del corte, a trabajar acotando los goces y drenando el sentido excesivo para producir una nueva posición subjetiva.

La introducción de una falta sería el equivalente a la idea freudiana de castración que limita el goce del sujeto. En este sentido es posible pensar que el afecto llamado por Pessoa desasosiego, es efecto de una pretensión ilimitada de sensaciones, de una necesidad de ser todos y de sentirlo todo, asunto que una y otra vez expresan sus heterónimos, sobre todo Álvaro de Campos cuando dice en un poema:

“Sentirlo todo de todas las maneras.

Sentirlo todo excesivamente…

Cuanto más sienta, cuanto más sienta como varias personas,

cuanto más personalidades tenga,

cuanto más intensamente, estridentemente, las tenga,

cuanto más simultáneamente sienta con todas ellas,

cuanto más unificadamente diverso, dispersamente atento,

esté, sienta, viva, sea,

más poseeré la existencia total del universo,

más completo seré a lo largo del espacio entero.

más análogo seré a Dios, sea Dios quien sea,

porque sea Dios quien sea,

porque sea quien sea ciertamente lo es Todo

y fuera de Él sólo hay Él, y Todo para Él es poco”.

En este poema vemos como, a través de uno de sus heterónimos, Pessoa plasma la necesidad de ser TODO negando así la castración, sin embargo será la propia obra (con todos sus matices) la encargada de recortar tal pretensión. Lo interesante es que Pessoa hace de estos goces y esta angustia un Libro que cumple la función de enmarcarla acotándola. Es decir, puede hacer algo con la angustia, puede llevarla al acto de escribir.

La angustia es un afecto que no engaña porque escapa del juego de significación que siempre está bajo las leyes del desplazamiento, pues finalmente lo que engaña es la relación significante significado. El alivio de la angustia suele aparecer a partir de una puesta en acto, es por esto que la angustia, lacanianamente hablando es productiva, lleva al sujeto a hacer algo con ella (más allá de si esto es bueno o malo) Y Pessoa es llevado por el desasosiego a escribir su magnífica obra.

La particularidad de este acto de escritura es que Pessoa decide explorar sus dolores y placeres más íntimos en este libro creado a partir de fragmentos, que a la manera de otros grandes como Roland Barthes y Walter Benjamin, ponen de manifiesto la condición misma de la razón en tanto desarticulada, en tanto atravesada por lo inconsciente. La escritura de un libro hecho de fragmentos hace patente la imposibilidad un una unidad integrada, cohesionada, capaz de organizarse desde el sentido y, a su vez, permite que entre fragmento y fragmento se abran brechas que produzcan un movimiento de flujos que nos hagan saber (pero no desde el sentido sino desde la ruptura, la puntuación, el ritmo, el son) que ahí, en las palabras, se está jugando algo más, se está jugando un gozar intraducible que sólo se vislumbra en el intersticio. Pessoa se adelanta a su época, anticipa lo que luego será trabajado por Lacan cuando éste introduce el orden de lo real dentro del mismo sistema simbólico e intuye lo que será la deconstrucción derridiana al desmontar el eje del logocentrismo.

Siguiendo las propuestas psicoanalíticas, esta escritura del Libro del Desasosiego nos hace pensar también en la relación que establece Lacan entre escritura y resto, es decir, para Lacan la escritura es un ordenamiento de restos, entendiéndose por resto aquello que queda por fuera del sistema de la lengua, aquello que no puede significarse, que hace agujero en el lenguaje mismo y regresa para seguir intentando significar. Lacan piensa que la escritura toca más lo real que la palabra hablada, la escritura entendida como cuerpo, como trazo.. Y esta escritura del desasosiego nos hace patente lo real, que puede entenderse como lo extraño o como eso Otro dentro de nosotros que Freud llamó Lo Siniestro.

Algo queda articulado a partir de este acto de escritura, algo sucede en el momento en que Pessoa pone en juego la pérdida de sentido… la pérdida… algo aparece en el agujero de la falta. Esto que aparece es un peculiar objeto llamado “a” que funciona como causa de deseo. A mi modo de ver, esta operación de escritura desde el desasosiego le permite a Pessoa introducir una falta a partir de la cual acceder al deseo y recomponer un cierto lazo social.

El desasosiego junto con la obra heterónima

Vemos en Pessoa una constante búsqueda de quedar a la deriva, en una suerte de nomadismo desorientado. Este goce se satisface acotadamente en la escritura, que por un lado vehiculiza la pulsión y por otro sirve de punto para frenar el goce metonímico, otorgando un anclaje fálico. En un pasaje del Libro de Desasosiego Pessoa dice:

“Y, en medio de todo esto, voy calle adelante, adormilado en mi vagabundeo como una hoja. Algún viento suave me barrió del suelo, y voy errante, como un final de crepúsculo, entre los acontecimientos del paisaje. Me pesan los párpados en los pies arrastrados. Quisiera dormir porque ando. Tengo la boca cerrada como para que los labios se peguen. Naufrago mi deambular”.

Me parece que esta es una obra riquísima pues nos muestra, por un lado, un estado de goce en el desasosiego y por otro la recuperación del sujeto en el acto de escribir. Es decir, el mero hecho de devenir-otro llevado al extremo y sin un punto que abroche, lanzaría al sujeto a un vagabundear metonímico, al desplazamiento incesante que vemos en algunas psicosis. Pienso que es fundamental pensar a este poeta en la complejidad de su movimiento, pues de esta fuga abierta a la pluralización de personalidades logra hacer una obra heterónima que reúne, sostiene y sirve como punto de capitón a esta multiplicidad de yos, en una suerte de cuerpo textual que da consistencia ante la amenaza de dispersión absoluta. En el Libro del Desasosiego Pessoa explora sus devenires y el acontecimiento de esa extrañeza íntima que Lacan llama extimidad. Dice Pessoa:

“He creado en mí varias personalidades. Creo personalidades constantemente. Cada sueño mío es inmediatamente, en el momento de aparecer soñado, encarnado en otra persona, que pasa a soñarlo, y yo no.

Es decir, este desasosiego que busca lo ilimitado y la dispersión es resuelto con una maravillosa fórmula, la cual consiste en hacer de la dispersión una obra heterónima que amarra las diferentes personalidades. Por otro lado esta heteronimia también se puede entender como una manera de hacer nacer una alteridad, una manera de salir del aislamiento creando vínculos entre heterónimos. Entonces tenemos un libro que produce restos, estos restos causan deseo y esto termina haciendo posible lo heterónimo.

En ese sentido la escritura es en Pessoa la irrupción de lo Otro dentro de él, en ella desaparece para volver a surgir, al compás de sus otredades. ¿No es este movimiento el que da la posibilidad de que lo inconsciente sea posible? ¿No es acaso esta su manera de dividirse (es decir castrarse) para constituirse como sujeto?

Algunas de las preguntas vitales que animan la obra pessoana aparecen en el Libro del Desasosiego cuando Bernardo Soares dice:

“Dios mío, Dios mío, ¿a quién asisto? ¿Cuántos soy? ¿Quién es yo? ¿Qué es ese intervalo que hay entre mí y mi?”.

El libro del desasosiego, al igual que la angustia, no aparece para otorgar sentido, sino para mostrar la aparición de lo real del goce como ese hueso duro irrepresentable que queda cuando se termina con las capas de la interpretación, esto es pura pulsión que puede enmarcarse y sujetarse con un síntoma, que en el caso de Pessoa es su escritura.

Lo que importa en este autor es la irrupción de una fuga de sentido en la que se rompe la articulación de la cadena significante, y ahí hace su entrada el desasosiego como “afecto que no engaña” pues no presenta la duda intrínseca a la significación, sino que está ahí con carácter de certeza. Fuera de la significación la escritura se vuelve una línea, un número, un trazo y aparece este concepto lacaniano llamado “La letra” que es justamente eso, la materialidad del lenguaje sin soporte significante. Al no haber lógica significante queda la letra impregnada en el cuerpo o en el organismo como dice Pessoa, dejando al sujeto “como arrojado a un lado, trapo caído en el camino”.

Fernando Pessoa se adelanta a estos conceptos lacanianos que apelan a un trabajo por fuera de la interpretación clásica que se apoya en el sentido y dice: “Las cosas no tienen significación sino existencia”[2]

La letra es el sustrato material, es el cuerpo desde el cual Lacan empezará a operar, cuerpo que es pulsión y que nos muestra su imposibilidad de ser representado completamente. En ese sustrato corporal ligado a lo real no encontramos la relación entre significantes sino una suerte de caos pulsional que luego se anudará con lo simbólico y lo imaginario.

Lo escrito tiene que ver, para Lacan, con la letra, y es lo que se pone en juego en la escucha psicoanalítica. Dice Lacan:

“La letra es algo que se lee… es bien evidente que en el discurso analítico no se trata de otra cosa, no se trata sino de lo que se lee, de lo que se lee más allá de lo que se ha incitado el sujeto a decir”[3].

Es decir, el psicoanálisis busca leer algo que sea del orden del cuerpo, de las pulsiones y no quedarse entrampado en la búsqueda de sentido.

Pessoa nos muestra en el Libro del Desasosiego esa escritura hecha de restos, hecha de letras, que dejan en un segundo plano la intención de significar algo trascendente. Sobre esto dice:

“Me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades incorporadas (…) escribo sin querer pensar, en un devaneo exterior, dejando que las palabras me hagan fiestas, como niño que llevaran al cuello. Son frases sin sentido, corriendo mórbidas, con una fluidez de agua sentida, un olvidarse de riachuelo donde las olas se mezclan y confunden, siempre trasformadas en otras, sucediéndose a sí mismas”.

Y en otro fragmento:

“Si escribo lo que siento es porque así disminuyo la fiebre del sentir. Lo que confieso carece de importancia, pues no hay nada que tenga importancia... Me desarrollo como una madeja multicolor, o hago conmigo mismo figuras de cordel, como las que se tejen con las manos extendidas y se van pasando de un niño a otro. Me preocupo sólo de que el pulgar no falle el nudo que le toca. Después vuelvo la mano y la imagen queda diferente. Y vuelvo a comenzar”.

Ani Bustamante [1]

Escritos de Fernando Pessoa relativos al “Libro del desasosiego” en: Pessoa, Fernando; El libro del Desasosiego, Op. Cit. p.590.
[2] Pessoa, Fernando; Pessoa Poesía, op. cit. p.116.
[3] Ibíd. p. 38.

miércoles, 18 de marzo de 2009

La puerta, de Magda Szabó. Comentario de Miguel Ángel Alonso

¿Cómo se puede acceder al ser? En este libro, las pasiones de los protagonistas parecen converger en el anhelo de tocarlo, no siempre de la buena manera, sino a través de la trasgresión, incluso de la perversión. El deseo, el amor, el insulto o la ofensa, la traición, la muerte, el sueño, convocan nuestra atención, además de lo traumático, que impone en las vidas de las dos protagonistas un antes y un después.

Los terribles excesos vitales acaecidos en la infancia de Emerenc, le hacen “emplear toda su energía en encontrar algo en el futuro que le permitiera remediar el pasado” (15). Pareciera ser un sujeto que, a partir de su infancia y adolescencia, construye su ser resguardándose del sufrimiento en una posición que, finalmente, se hace seductora para el Otro. Con los medios de que dispone, escasos, aunque notables, se vuelve activamente hermética, con el fin de prevenir el torrente de goce que amenaza sobrepasarla. Es su forma de “saber hacer” con la vida. Pero en toda su acción, en las relaciones con el otro, parece encerrarse en una defensa.

Defensa de los afectos: “No debe entregarse nunca a una pasión con toda su alma porque eso lleva antes o después, pero infaliblemente, a su perdición” (162).

Emerenc no quiere padecer más divisiones, más desengaños, y se protege en un hermetismo que le ofrece seguridad, la posibilidad de no contaminarse de nuevo con los afectos.

Su posición ambigua respecto al amor se plasma en los encuentros y los desencuentros, desplazamientos propios de la vida amorosa. La vida sentimental de Emerenc está dividida entre el amor y las decepcionantes experiencias que tuvo con la familia y con los hombres. La relación con el otro está marcada por esta ambivalencia, ella necesita encontrar en el otro algún signo que haga surgir el amor, pero a la vez se resguarda tomando una cierta distancia de ese afecto, de manera que, en gran medida, sacrifica ese amor con el fin de evitar el malestar que produce su pérdida. No sería, entonces, un amor vital ligado a la falla, a la imposibilidad, a la contingencia, a los objetos de este mundo –juega su vida a un solo destino que tiene que ver con el otro mundo, para lo cual quiere construir una morada que la cobije más allá de la vida—. Si el amor de Emerenc no puede dar lugar a la imposibilidad ni a la inconsistencia, es porque no soporta la falta de garantías que le ofrece.

Del lado de la escritora estamos ante un modelo del amor más simple, marcado por determinaciones edípicas. Para ella Emerenc es la madre con la que quisiera compartir sus secretos. En muchos momentos de la obra, Emerenc está puesta en el papel de la madre de la escritora, con la que ésta parece que no pudo compartir experiencias.

La puerta de Magda Szabó me evoca otras lecturas anteriores, Bartleby el escribiente de Herman Melville, y El perfume de Patrick Süskind. En el primero uno se preguntaba cómo era posible soportar la respuesta autista e invariable del escribiente ante la solicitud de realización de un trabajo: “preferiría no hacerlo”. También aquí uno se pregunta por qué se soporta al personaje de Emerenc como sirviente. Porque, pese a su eficiencia en el trabajo, es un personaje caprichoso, contradictorio, impertinente, que no deja de proferir exabruptos, ofensas, insultos, llegando incluso a la violencia verbal con la familia y a la física con el perro. La lectura nos permite una posible interpretación. Es aquí donde evoco El perfume. Uno puede soportar a Emerenc porque es poseedora de una esencia que los otros suponen en ella. Esa esencia es lo que convoca a todos los incondicionales a su alrededor, como un ideal, como alguien que posee un poder sobre ellos. Se puede decir que posee un objeto, algo que no sabemos lo que es, no podríamos decirlo, pero lo posee y moviliza el deseo del otro.

En este sentido, se podría decir que Emerenc tiene el objeto causa del deseo. La medida humana que el otro tiene de ella está signada por este objeto. Su casa es la metáfora de su vida y de la de cualquiera de nosotros, la metáfora de la estructura subjetiva. La antesala, es ese escenario de reunión, no problemático, de vínculo social, donde las relaciones imaginarias con el otro tienen su lugar. Y por otro lado ese otro lugar enigmático hacia el que todos dirigen la mirada, la puerta siempre cerrada, punto de detención del deseo, lugar que concita el interés y el movimiento hacia ella.

Lo curioso de ese lugar es su variedad de registros. Cuando la escritora lo atraviesa por primera vez observa dos cosas, por un lado la pulcritud, por otro, que es un lugar en el que se acoge al animal perdido. La segunda vez que lo atraviesa es un basurero escatológico. Aún lo atravesará una tercera vez, ya veremos lo que aprecia en esa ocasión.

Ese objeto es el que Emerenc trata de resguardar a toda costa. Pero él concita un movimiento perverso que, aunque revestido por la fachada de la normalidad y de la ley, no deja de ser el mismo movimiento que se produce en El perfume. Como dice Lacan:

“Te amo pero, inexplicablemente, amo algo de ti que es más que tú mismo y, por lo tanto, te destruyo"

Es el impulso sádico. Cuando se atraviesa el umbral que resguarda lo más íntimo del ser, el objeto a, cuando se atraviesa la piel en busca de esa esencia inconmensurable, el personaje deja de estar a la altura que se creía, sólo se encuentra lo inmoral, lo pestilente, lo obsceno, o la muerte. Es lo que aparece cuando todos, queriendo ver más allá de lo cotidiano, derriban la puerta. Incluso la violencia del hacha que usan para derribarla muestra la perversión, la ansiedad por saber lo que hay tras la coraza, tras la piel de Emerenc.

No hay nada en ese lugar. El ejemplo lo da el momento en que se traspasa la cámara acorazada. Es la tercera visita de la escritora. Ahí vemos la verdadera naturaleza del objeto a, como semblante de un vacío. Todo es pura fachada, una máscara. Cuando Emerenc se muere, los objetos se difuminan, ningún soporte hay para ellos, pues están llenos de vacío.

“No encontraron restos de nada, solo el vacío que un mobiliario, unas piezas de porcelana y un reloj habían dejado después de convertirse en nada” (310)

Por todo ello, Emerenc se cubre la cara, siente vergüenza porque lo más íntimo de ella ha sido puesto al descubierto ante todos. Emerenc entonces bajó de las alturas y se muestra como paradigma de una estructura mortal.

“¿No ves que Emerenc se siente profundamente avergonzada ante ti, delante de todos nosotros, porque ha mostrado su vulnerabilidad, no puede soportar la idea de haber sido descubierta en su impúdico estado de abandono, rodeada de todo tipo de inmundicias, y ver así su dignidad pisoteada y destrozada? Es normal que ahora adopte el papel de amnésica, para no recordar su propia imagen rota en mil pedazos… Tú que eras la única capaz en este mundo de convencerla para que abriese esa maldita puerta, la engañaste y permitiste a la gente descubrir sus secretos. Has sido desleal con alguien que es más puro que cualquiera de nosotros. Tú le has dado el beso de Judas” (267).

La relación entre la escritora y Emerenc, introduce un vacío, un imposible que queda como trauma escondido detrás de una puerta. Lo imposible es Real que subsiste tras la relación: el sueño de angustia. La pesadilla de la escritora, y su despertar, nos lo muestran. Un espacio de imposibilidad subjetivo resguardado por una puerta. Cuando el deseo insiste en traspasarla, se produce la angustia, y el sueño cumple su trabajo, te despierta.

Pero dije al principio que la convergencia en el ser era una de las características que mostraban los elementos que aparecen en este libro. Un elemento resalta notablemente, es el desprecio, la ofensa, el insulto. Si el deseo quiere apresar la sustancia inaprensible, otra forma de tratar de alcanzar el ser del otro es el insulto. Es, además del amor, la otra dirección encarnada en la posición de Emerenc. El insulto pretende dividir al otro, y quedar grabado en el ser, fijar al sujeto a los significantes que se profieren. El insulto va dirigido al ser de goce del sujeto, es decir, a su forma de gozar. El insulto dice “tu eres”, y ese decir es trasformado por el sujeto en “yo soy”. Es, se puede decir, una especie de superyó que, de una u otra manera, está presente en la vida de los protagonistas del libro.

Emerenc resguarda lo que está más allá de su semblante, de la máscara que construyó con el tiempo, hermética, marcada por las contingencias que fueron surgiendo en su relación con el otro, en su devenir traumático. Pero al igual que comenten una perversión con ella, por su parte la comete con el otro encarnado en la escritora. Las marcas de goce del otro son para ella un motivo de odio, de desprecio, de insulto, es su forma de alcanzar el ser del otro más que con el amor. Porque le resulta difícil sostenerse en el amor, para poder hacerlo primero habría de reconocer cuáles son sus marcas, sus signos, su vacío resguardado en el interior de su hermetismo, y en la inmortalidad que cree poder encontrar con su muerte, su verdadera mansión, su paraíso.

Otros temas que aparecen en el libro con menos notoriedad son la apropiación que de los discursos éticos hacen ciertas instituciones sociales que lo usan en interés propio y para el sometimiento del otro, pone como ejemplo a la iglesia apropiándose del discurso ético de Cristo. También se pone en juego la jerarquía y la oposición de los valores en que nos sustentamos, amistad y traición, la falsedad y banalidad de lo célebre, de los acontecimientos sociales en contraposición al sufrimiento del otro, de tal manera que nuestra decisión es nuestra responsabilidad. El sentimiento de culpa de la escritora es consecuencia de sus decisiones. En psicoanálisis se habla de desangustiar, pero no de desculpabilizar, pues en esa culpa es preciso ver la responsabilidad que tiene quien la siente.

En definitiva, se podría decir que estamos ante una obra ética que hurga en lo recóndito del ser y en sus avatares, atravesando la moral, la ley, y el bien, asentados en lo convencional.

Miguel Ángel Alonso.