sábado, 13 de diciembre de 2008

Un comentario de María José Martínez Sánchez sobre La carretera de Cormac McCarthy

Para participar en la tercera tertulia convocada por Liter-a-tulia, empecé a leer esta novela, y al llevar dos o tres páginas escuchando al narrador hablar de un hombre con un niño, tándem fundamental de la obra, pasé a las páginas finales y me encontré con que allí ya estaba solamente el niño.
Este detalle me dio la clave de lo que creo nos quiso contar McCarthy, con una mirada cruda y casi atea, con una mirada hacia lo estrictamente real y residual, que no escucha nada que lo pueda distraer del núcleo de su historia, ni mira a ningún adorno que la vida pueda tener.
Y para no distraerse ni con las flores ni con los paisajes, nos sitúa ante la mayor desolación: nuestro planeta después de un desastre nuclear, cubierto de ceniza, donde un carrito de la compra, surrealista, rompe la monotonía visual.
Se trata de la Historia de la Paternidad, la de un padre que, más allá de cualquier enseñanza al uso, siente el tremendo impulso moral, y tal vez genético, de conducir a su hijo, de transportarlo, junto con su semilla, con sus genes, más allá de lo que nunca hubiera pensado, protegiéndole, enseñándole a caminar y transmitiéndole sus dudas, sin saber a ciencia cierta a dónde ha de conducirlo.
Es, pues, la historia del peregrinar humano, desde donde se reclaman, en el libro, “algunas lecturas hechas por un péndulo que grabara sobre una rotonda, movimientos de un Universo del que nada se sabe, y del que algo se debe de saber”, en clara referencia al misterio y a la intuición, que no la certeza, de que existe algo más de lo que en la vida de la novela se nos dice.
Un extenso y total simbolismo planea sobre toda la narración.
Llevada con la maestría del suspense que supone la relación emocional padre-hijo en busca de la supervivencia, comprobamos como la vida, casi ausente en ese panorama desolador, sigue hablándonos a través del hombre que recuerda un espacio donde parece que, en otro momento, fue más explícita.
El padre hace referencia a sus juguetes, a su casa, al recuerdo de las truchas en el lago, y todo por una clara necesidad de trasmitir el pasado, la historia de lo que se perdió, al igual que el feliz día de la infancia que el niño recuerda haber pasado con su tío cuando “el molde de los días futuros se había roto”. Vida rota para el padre y para el niño por el desastre nuclear que, curiosamente, nadie recuerda quién puso en marcha.
Y es en la casa cuando el niño siente que, esos objetos, testigos del pasado de su padre, “lo reclaman, pero no puede verlos”, o sea que, por mucho que le cuenten, el pasado es una cosa a la que en esta historia no se puede acceder.
Se trata de la referencia a una temporalidad existencial, sin referirse nunca a un tiempo concreto.
En la novela, el paso del tiempo se desdibuja separándolo de las cosas todo lo posible, no vinculándolo. También se desdibuja la materialidad de las cosas que ya son ceniza, y también desaparecerán, se nos anuncia, las palabras atadas a las cosas. Lo poco que se nos deja ver, son los objetos indispensables para que los protagonistas se mantengan en pie y nos sigan hablando, al mismo tiempo que se nos describe un bunker cargado de alimentos.
El autor quiere disimularnos una realidad, que no es que no exista, que más bien es como si no existiera, porque al final —dice—, la muerte acabará con ella.
Vacío existencial del autor que sin embargo nos dice que,
“Lo que uno altera mediante el recuerdo, tiene sin embargo una realidad, sea o no conocida”,
reconociendo así lo que el recuerdo puede aportar a la realidad.
La vida es el fuego —dice el padre al niño—. Nosotros lo tenemos. El fuego interior, la bondad, en la que el padre cree, el amor, tal vez, lo único inmortal, lo único digno de transportarse junto a la semilla. Es lo que llevas dentro. La palabra de Dios, “porque si el niño no es la palabra de Dios, Dios no ha hablado nunca”
Al margen de toda Teología, este es el lógico razonamiento del padre que vincula lo más sagrado a la vida de su hijo.
Y los dos sienten que son los guardianes del fuego.
Y por eso se nos dice que el niño es la garantía del padre, al estar entre él y la muerte, porque si no fuera por hacerlo avanzar, por seguir empujando a la Vida, el padre no tendría razón de ser, se extinguiría.
¿Es este “empujar la Vida”, la única tarea de la paternidad?
En la lectura que nos ofrece McCarthy, sí. Existencialismo puro.
Pero, ¿solamente son los hombres los guardianes del fuego? Tal vez no.
Una de las constantes de la obra es el frío. El frío, contrapunto del fuego.
Otra, es la división entre los buenos, que llevan guardada la Vida, y los malos que se supone que la destruyen y que, según nos dicen, “ahora están en movimiento, por eso son peligrosos”.
Y en medio del desastre, el recuerdo de una madre que dice haber llorado cuando nació su hijo, que cumplió con su misión encarnando de nuevo a los genes, conservando el fuego, y que al parecer se suicidó.
Las dudas sobre la eutanasia están presentes, ya que el padre respetó su desaparición, mientras se siente depositario de la obligación de conducir a su hijo hasta otro lugar, “en donde, tal vez, el mundo destruido nos ayude a comprender el mundo que no entendimos”
En el libro destaca la escasez de mujeres.
Las enseñanzas a través de la huída, la desconfianza necesaria que hay que dar a un niño, las dudas traspasadas, y el propio suicidio del hijo si fuese necesario. No llores, le dice, hazlo. No pidas nada, no supliques, no creas ni en Dios, pero busca la ayuda de los buenos. Es el resumen de lo que les queda.
— ¿Y cómo sabré cuales son los buenos?
— No podrás saberlo.
El niño también pregunta cómo ocurrió todo y nadie sabe contestarle. Pide, suplica casi poner remedio a la injusticia, y el padre, tal vez a su pesar, no es todo lo caritativo que el niño reclama.
En otra ocasión el padre le dice al niño: “No afrontarás la verdad. Eres incapaz”. Es la más clara alusión a la dificultad que eso supone para el ser humano: afrontar la verdad. Y le trasmite esa dura advertencia.
Él tampoco puede decir a su hijo qué es lo que buscan ni hacia dónde van. El niño tiene miedo y el padre también. Éste lo disimula para generar confianza, y sigue empujando al chico adelante, a su niño rubio, “como cáliz para el dios que me asignó la tarea de cuidar de ti”. Y el padre lo protege para que no vea a un bebé en el espeto, para que no vea el canibalismo, ese canibalismo terrible donde muere el último reducto humano.
Pero ese niño rubio acepta con un “vale”, todas las enseñanzas de su padre, y en cierto modo se va endureciendo.
En esta novela de McCarthy estamos asistiendo al desarrollo de dos temas fundamentales: una duda absoluta del padre sobre cómo afrontar la vida, cómo y qué enseñar a su hijo, y la certeza de que, aún sin saber, aún dudando, ha de conducirlo hasta el final.
En un pasaje muy curioso, en un recuerdo infantil, aparecen unas culebras ardiendo. El autor confiesa que, “entonces no tenían ningún remedio para el mal, sino sólo para la imagen del mismo tal como ellos lo concebían”, o sea, el mal visto en sus consecuencias, en sus manifestaciones materiales.
Sintiéndose cerca de la muerte el padre dice que preguntará al niño cómo se muere. Con esta frase tan rara nos aclara que el hijo ha cogido el relevo.
Cuando llegan al mar ven que no es tan azul como lo recordaban. El mar también está contaminado. El padre le permite al niño, hambriento y tiritando, la estupenda aventura de nadar.
Y cuando siente cercana su muerte le dice: “No te enviaré sólo a la oscuridad”.
Luego cae de rodillas sollozando de rabia.
Ese llanto es la trágica conclusión de la lucidez de un padre. No hubiera podido llevar al hijo muerto entre sus brazos.
Al final, encuentran quien les roba sus pobres enseres. Pero el chico ya toma el mando, los perdona, parece entender y decide, que solamente se salvará él si él salva a los demás.
Tal vez es el futuro. El padre ya ha muerto. En su caso, se cumplió la ley natural de morir antes que el hijo.
Y el niño confía y se va con esas personas, en las que hay una mujer y un niño, que, al igual que ellos, van llevando el fuego.
Todos los temas fundamentales para el hombre han pasado por la novela.
También una referencia a la tecnología. Otra a la antigua peste que también diezmó a la Humanidad.
McCarthy nos lo hizo ver todo rozando con las palabras los límites de su significado, como los últimos aventureros en los confines del mundo.
Y volvemos al recuerdo de un sueño que, en la primera página, nos contaba como un niño llevaba a su padre de la mano.
Y también a la deliciosa narración final, en color, donde se nos cuenta de unos arroyos en las montañas en que, una vez, hubo truchas:
... “Se podían ver en la corriente ambarina allí donde los bordes blancos de sus aletas se agitaban suavemente en el agua... se retorcían haciendo dibujos vermiformes que eran mapas del mundo en su devenir. Mapas y laberintos de una cosa que no tenía vuelta atrás, ni posibilidad de arreglo. En las profundas cañadas donde vivían, todo era más viejo que el hombre y murmuraba misterio”.
Misterio delicioso el de las cañadas. Misterio sobre ese Universo “del que nada se sabe, pero del que algo se debería de saber”. Misterio permanente en la historia de la Humanidad.

María José Martínez Sánchez

Celebramos la tercera reunión de Liter-a-tulia









La tercera tertulia literaria convocada por Liter-a-tulia para hablar sobre el libro de Cormac McCarthy, La carretera, podemos decir con certeza que fue todo un éxito. La obra en sí prometía mucho, y no defraudó. Múltiples comentarios, diversas interpretaciones acerca de las mismas cuestiones, todas ellas abriendo vías muchas veces insospechadas, le dieron tal riqueza al debate y al mismo libro, que nos hace pensar, como esperábamos en el momento de la fundación de esta tertulia, que estamos ante un evento que se va conformando no sólo como un simple divertimento, sino que va mucho más allá. La subjetividad y sus malestares, el deseo, la belleza, el lenguaje, el amor, el odio, la ética, la estética, la sexualidad, la muerte, etc., son entidades y categorías que se plantean en los debates con gran profundidad, precisión, y claridad, a partir de la lectura de los libros que nos convocan. Y eso, efectivamente, supone ir hacia donde esperábamos, como no puede ser de otra forma, esa palabra que pone en juego desde un enfoque ético, cuestiones que afectan a la subjetividad de nuestros días y que de forma tan impresionante nos revela la buena literatura.
Queremos por ello daros las gracias a todos los que asistís, vais construyendo las primeras líneas de lo que en el futuro, estamos seguros de ello, serán las de una sólida escritura.

Liter-a-tulia


domingo, 7 de diciembre de 2008

Nuevo local para la tertulia literaria. Restaurante Este o Este C/Manuela Malasaña 9, Madrid.

La próxima reunión de liter-a-tulia, en la que debatiremos alrededor del libro de Cormac McCarthy, La carretera, se celebrará el día 12 de Diciembre del 2008, a las seis de la tarde en el Restaruante Este o Este situado en la Calle Manuela Malasaña 9, Madrid, próximo al Metro Bilbao.