jueves, 26 de noviembre de 2009

Apertura 11ª reunión, Mal de Piedras de Milena Agus



La mujer no existe.
Este enunciado polémico pertenece al psicoanalista Jacques Lacan. Sin ninguna explicación añadida pareciera de locos defender esto, más si cabe en ámbitos como el que representa esta tertulia, con tan nutrida presencia femenina; exige pues una aclaración, que también le pertenece a él y precisa absolutamente la cuestión que está de fondo: hay mujeres, pero a condición de que las tomemos una por una.
No podemos pues hablar de La Mujer más que a condición de tachar el La y sustituirlo por el una, una mujer. Un artículo determinado por uno indeterminado, y en este movimiento nos separamos del universal La Mujer que podría englobar a todas pero del que cada una de ellas escapa. El universal es la lógica afín a la posición masculina, y nos lo encontramos hasta en el lenguaje popular; quién no ha escuchado “todos los hombres son iguales”, hasta ha titulado obras en estos últimos tiempos. Siempre lleva un más o menos sensible tono de reproche esta frase cuando se dirige al varón.
El caso es que ¿por qué todas las mujeres no son iguales? ¿Por qué nos proponen tomarlas una por una? Mal que le pese al hombre, que al intentar tratar con un estándar, con lo que se encuentra es con el heteros femenino, con lo diferente, o incluso yendo más allá, con lo imprevisto que lo desconcierta y lo confunde hasta el punto de pensar que las mujeres son unas locas. Esta, por cierto, es otra frase que encuentra su eco en el saber popular.
La antinomia de la mujer y el universal hay que buscarla en la lógica de su posición sexual, que es la responsable de que su goce no esté localizado sino que resulte algo que se siente en todo el cuerpo, es decir, que frente a la localización fálica del varón, para lo femenino se presenta más la vertiente de lo no localizado, desubicado, incluso ilimitado. Creo que es esta cuestión la que plantea la supuesta peligrosidad femenina, y quiero citaros aquí al historiador también francés, George Duby, verdadero especialista en Edad Media, que dice lo siguiente en su trabajo titulado Historia de las mujeres acerca de lo que ha sido la mujer en la antigüedad: “interpretada como la fuente y el origen del amor, como locura destructora de los sentidos, había que arrancársela al cosmos o, cuando menos, al mundo perverso, a fin de que tuviera cabida en la dignidad de una relación conyugal y maternal tierna, constructora de la sociedad.”
Pero esta peligrosidad no lo es sólo para el hombre y sus desconciertos ante lo femenino, lo cual lo ha llevado a lo largo de la historia a recluirlas, exorcizarlas, reducirlas en suma a esa localización que se ve amenazada por lo ilimitado que lo femenino conlleva; esa peligrosidad es también para consigo misma, porque lo ilimitado puede volverse contra ella.
Ya tenemos pues dos diferencias, a mi entender esenciales, para poder distinguir las posiciones de ambos sexos. Lo digo en bajito porque vivimos tiempos de gran confusión en este sentido, en las que las diferencias tratan de ser aplastadas en nombre del igualitarismo, pero entrar a analizar esa ideología me llevaría por un camino que no pretendo andar ahora.
Decir que frente al universal de “todos los hombres…” mantenemos el enunciado “una mujer”, y otra, y otra, es también decir que algo no marcha del lado de la unidad para ellas, incluso proponer que una mujer es no-una, o no-toda.
Este comienzo me permite introducir uno de los elementos fundamentales de la novela, uno de los pivotes sobre los que gira la trama; ya os podéis imaginar que estoy hablando del amor.
Es innegable que la mujer puede tener dependencia de distintas cosas, pero el amor resulta básico cuando hablamos en estos términos ya que se deduce central en su problemática, porque por las características que este tiene, aporta un complemento fundamental para la identidad femenina. Y dicho esto, ya estamos frente al asunto que Abuela considera esencial, el que la lleva a la iglesia a recriminarle a Dios por qué era tan injusto, por qué negarle que conociera la cosa más bonita, la única por la que vale la pena vivir, el amor, dispuesta a sacrificar su propia vida si no llegaba a experimentarlo. Por cierto que casi es así, en incontables ocasiones la vida de Abuela corre peligro, unas veces porque ella misma decide llevar a cabo esta disposición a quitarse de en medio, y en otras, porque su afección renal, la que da título al libro, que aparentemente no supone un peligro para su vida, se manifiesta con cólicos espantosos que parecieran llevarla hasta el borde de la muerte; llega el momento de su visita al balneario.
Sin embargo, no quiero con esto restarle importancia a ese viaje, ella misma dice que hay un antes y un después en su vida a partir de ese momento, y es innegable, pero tenemos algunos elementos que se sitúan previamente a su desplazamiento al continente para sanar de su mal, elementos que hacen a la relación con su marido y que no debemos pasar por alto. Este buen hombre, porque no hay duda de que es así, o tiene un altísimo sentido de la responsabilidad o habría que plantearse si será cierto que no quiere a su mujer, como le dice para despreocuparla cuando ella trata de desengañarlo buscando que la boda no se produzca. Todas sus atenciones para con ella, , creo que consiguen conmover el corazoncito de Abuela, no hasta el punto de modificar o transformar su ideal respecto del amor, eso es algo que no se conmueve con facilidad, pero sí en lo que concierne a la cuestión esencial de la sexualidad femenina; el consentimiento de una mujer a ocupar el lugar de causa del deseo del hombre, y que la convierte en objeto sexual.
Las prestaciones, que es una forma muy significativa y simpática de nombrar los encuentros sexuales, pero a la vez muy definitiva en la medida que hay algo del prestarse, prestarse al deseo del varón, prestarse a ser el objeto que este precisa para que su deseo se encienda, parecen un catálogo de sexo sacado de internet, y esto ya lo tenemos antes del balneario. No es que vuelve de allí y comienzan las prestaciones, ya estaban, y pese a que ella siguiese sintiendo que no había forma humana de que aquello tan importante apareciera, o pese a que al terminar siguiesen durmiendo cada uno en su borde de la cama poniendo cuidado de no rozarse, lo cierto es que Abuela se confiesa con nosotros en la página anterior a su viaje al Balneario, y dice así: “En aquellos días era feliz, aunque no conociera el amor…” ¿No lo conocía? O quizá el amor terrenal no se correspondiera con esa figura ensalzada que ella denodadamente trataba de mantener, algo casi místico. En cualquier caso, las claves de esa felicidad que nos relata debemos encontrarlas en los acontecimientos que ocurren antes de su viaje, responsables de que algunas de sus piedras empezaran a disolverse.
Y luego aparece el Veterano.
Este libro es un libro que gusta a las mujeres. He tenido oportunidad de comprobarlo en los comentarios que nos han ido llegando, y ha generado una circunstancia que hasta ahora no se había dado en el recorrido de Liter-a-tulia; hemos recibido además del comentario de nuestra fiel colaboradora y escritora María José, que siempre nos ayuda con su visión preclara, otros dos más que podréis leer en el blog porque realmente son de una finura exquisita. Bien, las tres además son mujeres, y aunque debamos tomarlas una por una, lo cierto es que hay algo de lo que propone la obra que ha prendido en el deseo particular de cada una de ellas, y quizá ese final con el que termina el libro, “no está usted loca… escriba” ha debido funcionar como una suerte de detonante para ellas a la hora de producir escritura.
El caso es que en estos análisis que los comentarios hacen, cada uno con su modulación, se pueden entender las claves de lo que la figura del Veterano supone en el personaje de Abuela, y resulta muy interesante comprobar cómo desde la sensibilidad femenina de estas tres mujeres, pueden traducirse la serie de acontecimientos y sus consecuencias que la novela describe con ese estilo tan peculiar de la narradora. Desde aquí quiero dar las gracias porque estos aportes resultan muy enriquecedores para este espacio.
Sólo pretendo añadir que aquella mujer que entra en el balneario con el sobretodo gris de corte recto, con tres botones, sale convertida en la princesa de la calle Sulis y futura princesa de la calle Manno. Así mismo lo dice ella, como también que el vacío se llenará con la casa de la calle Manno y el piano. Es la forma que elige la narradora de decirnos que ya está dispuesta a seguir con su vida adelante, que se ha producido una transformación en su persona que va a permitir que los proyectos que el matrimonio tiene puedan llevarse a cabo, y aunque es cierto que el balneario favoreció la oportunidad de encontrar a alguien que estaba en el mismo lugar en el que le habían repetido que estaba ella, en la luna, a partir de ahora había que empezar a vivir, porque el veterano fue un instante y la vida de Abuela, muchas cosas más.
Servirse de una historia, mitad realidad, mitad fantasía, para seguir adelante y poder soportar lo que la vida nos depara no es nada tan extraño ni raro, es más común de lo que en un principio pudiéramos pensar, lo que ocurre es que hay que saber narrarlo de manera tan cautivadora como Milena Agus consigue, conocedora de lo fecundo que puede resultar el enigma de lo femenino, en el que constatamos que verse privada del sostén que ofrece el amor puede resultar trágico. La escritura en algunos casos puede servir de ayuda, a condición de que aceptemos que todos estamos un poco locos y que por consiguiente, no hará falta que solicitemos permiso para poder imaginar.

Alberto Estévez

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Tres comentarios críticos a la novela Mal de piedras de Milena Agus

Comentario de Gustavo Dessal:

Para mi gusto hay algo poco creíble en el libro de Milena Agus. Comencé a darme cuenta a partir del momento en que la autora declina ese rosario de fantasmas sexuales. En la coherencia semántica del personaje eso no cuadra. Se puede decir que no es una loca en el sentido clínico del término, si adoptásemos ese punto de vista para trabajar la novela.
Pero el tema de lo femenino me parece apasionante, la locura de la feminidad, esa locura que desde los tiempos más remotos de la humanidad se asocia a la potencia de lo femenino. El primer contacto que tuve con esta cuestión fue Dostoievski con una novelita muy pequeña que se llama Nietoschka Nezvanova que está escrita en primera persona y que relata la historia de una mujer. Leí esa obra cuando yo tenía dieciséis o diecisiete años, y me pregunté entonces qué es lo que uno tenía que hacer, qué experiencia de vida había que tener para poder llegar a conocer la mentalidad, los sentimientos de una mujer, para ser capaz de escribir una cosa así. Porque no terminaba de comprender si era suficiente con el genio literario para poder llegar a eso. Y efectivamente, yo comparto una cuestión que me parece cierta. Por supuesto, no voy a establecer una definición acerca de si los hombres escriben o no mejor que las mujeres, lo que sí me parece pertinente es preguntar por qué los autores hombres, cuando se trata de la temática de lo femenino, trasmiten algo mucho más verdadero que cuando son las mujeres las que escriben sobre ese mismo tema, salvo casos excepcionales y grandiosos como Marguerite Duras, que es una de las grandes plumas femeninas capaz de tocar la temática de la feminidad sin caer en esta acumulación de tópicos sobre lo femenino, como muchas autoras que desgranan la clásica serie de lo ilimitado, la pasión, el otro hombre, etc. Coetze, por ejemplo, es un autor que ha escrito sobre lo femenino de un modo impresionante, por ejemplo en sus novelas La edad de hierro y En medio de ninguna parte; es algo absolutamente sublime, cómo un hombre que, por lo poco que sabemos de Coetze, es una especie de ermitaño, puede llegar de esa manera a captar lo imposible de decir sobre la femineidad. Es una sabiduría que no proviene de la experiencia, quiero decir del hecho de conocer a muchas mujeres. Este punto, que sólo puedo enunciar, me parece un tema apasionante: cómo algunos hombres escritores, cuando se ponen a la tarea de escribir sobre lo femenino, pueden alcanzar una aproximación a una verdad, que las mujeres, salvo casos excepcionales (y, recalco, sobre este tema) no llegan a tocar.
Comentario de Silvia Lagouarde:

He trabajado en los movimientos feministas, he leído literatura feminista, y jamás me ha gustado esa literatura. En general, cada vez que leo un libro escrito por una mujer, no me identifico como mujer. En cambio, leo a determinados autores masculinos y me pregunto cómo pueden entender tanto la posición femenina. No puedo dejar de nombrar a Stefan Zweig, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Ana Karenina, Madame Bovary. Lógicamente, no vamos a comparar esa literatura clásica con la de Milena Agus, lo que quiero decir es que estas obras clásicas son escritas por hombres.

El texto me provocó rechazo. Fui a comprar otro texto de ella y la reacción que tuve fue la misma. No me gusta este tipo de estructura narrativa.

El texto no me pareció creíble, está lleno de parches, es costumbrista y es feminista, con una pretensión pedagógica absolutamente inocente. Y no me sugiere ningún cariño esa abuela. Hay algo que no le encaja al personaje. No le creo nada, me parece una débil mental, no me identifico como mujer con esa mujer. De pronto encontramos esa dinámica de ser objeto, de ser sujeto. Es un gran problema femenino, presentarse como objeto, después ser rescatada como sujeto. Y tal como lo plantea esta escritora tampoco me interesa. Ella es objeto total que no puede nunca amalgamar el amor. Esa manera de vivir el amor no me la creo.

Además veo el libro lleno de parches. Todo transcurre muy rápido, y no hay un personaje que se salve, que sea real, que se pueda creer. En definitiva, no veo a esta mujer como una buena escritora. En otra novela suya que también leí sigue con la misma problemática femenina, una obsesión con ocupar ese lugar imposible que quiere ocupar toda mujer en el amor.

Y finalmente, quiero decir que el desenlace me pareció un recurso de taller literario.

Comentario de Graciela Kasanetz:

No me gustó este libro, ni otro que leí de Milena Agus, Mientras duerme el tiburón. Estoy de acuerdo en que es una escritora de taller literario, de best sellers, que dice que hay que poner tres gotas de esto, otras dos de esto, cinco de lo otro, sexo por supuesto, y cuanto más perverso mejor, lo mezclamos, lo batimos, y no se le da mal escribir, pero los personajes no tienen calado.
Por casualidad leí Mientras duerme el tiburón, que es, más o menos, un poco de cada cosa, y lo leí en paralelo con El día antes de la felicidad de Erri De Luca. Era tan abismal la diferencia de profundidad y conocimiento de la condición humana, que es lo que define a un gran escritor, además del estilo, que yo no creí los libros de Milena Agus. En ningún momento encontré la profundidad del personaje. En algunas cosas me ha hecho acordar a otras escritoras que tampoco me gustan en su forma de escribir. Pienso que no les da calado a los personajes. No es casualidad que no desarrolle las oportunidades que tiene de indagar en ellos, y creo que el final es uno de los trucos de los talleres. Me apena que nos pongan estos ganchos.
Y por otro lado, respecto a los fantasmas de esta mujer, yo no sé si son estos o no lo son, sí debo decir que en Mientras duerme el tiburón, las cuestiones sexuales son absolutamente perversas pero sin dar ninguna clave de por qué alguien podía meterse por ahí.

lunes, 23 de noviembre de 2009

II Jornadas Cultura Medicina y Psicoanálisis en León

(cartel jornadas)

Psicoanálisis, Surrealismo e Hipermodernidad
26 de noviembre de 2009
Centro Cultural Caja España. C/ Santa Nonia, 4. León.

18:00 h. PRESENTACIÓN

18:15 - 19:45 h. MESA REDONDA
Valor y Efecto de Las Palabras
Modera: Luis Artigue. Poeta y escritor
Participantes:
La experiencia poética de la cura
María Navarro.
Poeta y Psicoanalista. Miembro ELP y AMP
La Escisión del Método: Poesía, desobediencia e hipermodernidad
Juan Carlos Mestre.
Poeta y pintor. Premio Nacional de Poesía 2009
“Éxitos” y desventuras del Surrealismo y del Psicoanálisis
Luis-Salvador López Herrero.
Médico y Psicoanalista. Miembro ELP y AMP.
Presidente del Círculo Psicoanalítico de León

19:45 - 20:45 h. CONFERENCIA
Presenta: Cristina Peñalosa.
Escritora. Asociada CPL
Surrealismo y Poesía Española Contemporánea Antonio Martínez Sarrión
Poeta y escritor

Organiza: Círculo Psicoanalítico de León
Colaboran: Caja España, Diputación de León, Junta de Castilla y León

Mal de Piedras de Milena Agus en la traducción de Celia Filpetto. Comentario de Miguel Ángel Alonso

“Maldiciendo el día en que la habían mandado a primer grado y había aprendido a escribir”

Mal de Piedras


No suelen gustarme las novelas de tono autobiográfico en las que se cuentan las relaciones afectivas del narrador con los familiares. Suele apoderarse de ellas una atmósfera de caracteres un tanto melifluos. Suponen que al lector le van a interesar circunstancias banales de esas relaciones particulares que tanto satisficieron al narrador. Pero esta novela tiene algo más. Las relaciones familiares son un medio que da pie para reflexionar sobre conceptos inagotables que tanto nos pueden decir sobre la naturaleza de las fracturas y sentimientos que afectan al ser humano, el vacío, la locura, el amor, y sobre todo da pie para reflexionar sobre el papel reparador de la escritura, ese invento que ofrece la posibilidad de velar las fracturas, no tener que mirarlas de forma directa, lo cual resultaría, ciertamente, insoportable.

La novela se hace estimable merced a un singular juego del lenguaje. Tiene que ver con una función del mismo: la retroacción. Esa sorprendente última página, como punto final, abrocha el sentido de la novela, su verdadera significación. Modifica radicalmente el valor que los acontecimientos habían ido adquiriendo. Porque si a lo largo de sus páginas todo gravitaba alrededor de un amor apasionado, y alrededor de fenómenos elementales de la locura, el final lo trastoca todo revalorizando ese amor como nostalgia de lo que nunca se tuvo, revalorizando la locura por su implicación con el ser, y revalorizando la escritura poética como punto de capitón que produce, al menos, la articulación de una soledad melancólica con la vida. No hay puntuación para la locura y para el amor sin la escritura, ella constituye el invento que hace soportable la vida.

Las páginas de esta novela, por lo tanto, me solicitan una valoración minuciosa de la función reparadora de la escritura en diversas vertientes, dado que todo el relato se desliza hacia su imperiosa necesidad.

En primer lugar, la escritura constituye el invento que realiza la abuela, porque no procura una indagación psicológica que dé cuenta de su mal, sino que realiza una producción directa a partir de ese mal. Es este invento, “sabe hacer” con su mal, lo que permite a la abuela una existencia más digna que la pura locura, implicando a su deseo como contrapartida a la prosaica vida de la norma que no tuvo la suficiente consistencia para estructurarla ni para atarla al mundo.

Es similar a lo anterior decir que la abuela sufre un irremediable exilio –el que todos, de alguna manera hemos de sufrir— exilio de una tierra natal en la que nunca estuvo y que vive como inconmensurable vacío, realizando una creación exnihilo –algo muy propio del arte— que parte de ese agujero que se significa en la carencia del amor, y que provoca tanta angustia que hasta parece que le hubiesen arrancado un trozo de carne de su cuerpo.

Me viene a la memoria un aforismo que dice: “Cuando todo está destruido, la única posibilidad es poética”. Y la abuela lo lleva a la práctica.

En tercer lugar, es patente la articulación de la escritura con el amor. Encontramos a éste en una lógica que exige al otro un reconocimiento de unicidad, o lo que es lo mismo, la aceptación por parte del otro –ambiguo e indefinido siempre— de ese vacío excesivo. Podemos escuchar un clamor apasionado, mudo, clandestino, secreto, que escribe poéticamente un ofrecimiento de ese vacío al otro. “Amor es dar lo que no se tiene”, decía Jacques Lacan. La abuela sostiene de forma angustiosa todo el peso específico de ese vacío, sólo la escritura le permite entregarlo al otro –el veterano—que recibe esa escritura significando retroactivamente toda la obra. Es así como, de forma implícita, podemos hacer propio de la abuela el hermoso proemio que abre la novela: “Si no he de conocerte nunca, haz al menos que te extrañe”.

Y por último, encontramos otra función de la escritura: la restitución de un lugar para el sujeto. Ante el estrago que produce la madre –su insulto atraviesa a la abuela situándola en el mundo con el nombre de loca— la escritura viene a restituirle un lugar, eleva su vacío a la dignidad de un amor plasmado en el poema.

Estamos, por tanto, ante una reparación, más o menos consistente, de lo insoportable de una falta, y ante una invocación que, al ser atendida, va a permitir dignificar esa falta. Lo máximo que se consigue con la escritura, que no es poco, es bordear esa falta y atraparla como nostalgia.

Podemos preguntarnos: ¿Qué exceso, qué verdad, qué peligro se convoca en el amor y en la escritura, que necesitan situarse en la clandestinidad?

Se teme aquello del ser humano que no es fácilmente controlable por la ley. Y el amor es un concepto difícil de significar, sobre todo en la lógica que se presenta, como una pasión excesiva, enigmática, ilógica, superior, desbordante, que convoca a la abuela de forma ineludible. Salvando las distancias, la novela recuerda, no la poesía mística, sino algo de su estructura. El amor apasionado, fuera de los límites racionales, que se escabulle de la palabra pero que sólo puede ser atrapado con ella, de forma precaria, incluso ininteligible, pero trasmitiendo a la palabra, a la poética, toda esa pasión surgida de un lugar enigmático, de un lugar Otro. El poema entraría así en la sólida consistencia de un verdadero acto de sublimación.

Por otro lado, Mal de piedras nos sitúa, de forma explícita, ante un escenario en el que se inscribe un saber importante, la falta de naturalidad en lo concerniente a lo humano. Es ahí donde la abuela sabe que se juega la verdadera vida, fuera de una mentirosa normalidad. Así lo expresa:

“Las cosas no podían ser normales, que por fuerza debían ser más de un modo que de otro”

Y en verdad no son normales, por mucho empeño que la norma ponga en que lo sean. El amor aparece como enigma inclasificable para el que faltan palabras que permitan al ser humano situarse en una lógica universal; el desencuentro es dramatizado en toda su esencia. Al contrario que la lógica femenina, la lógica masculina, inclinándose del lado de la sexualidad, no es subsidiaria del amor, sino que se revela independiente de él; se deja ver como simple satisfacción de las necesidades en una versión mecanicista. Nada del vacío se juega ahí, sólo se trata de una maquinaria que necesita lubrificarse de vez en cuando. Lo masculino y lo femenino son dos polos que se contraponen; y de todo ello se deriva una posición nada natural, la clandestinidad como posición ante un vacío, clandestinidad por exceso del lado femenino, y por defecto del lado masculino.

Finalmente, también resultan llamativas unas palabras del padre. Parecen sugerir que algo ha de funcionar mal para que todo marche medianamente bien:

“No hay que poner orden en las cosas, sino contribuir al jaleo universal y llevar el compás”

Llevar el compás es una forma de armonía dentro del jaleo de lo humano, es la gramática precaria del poema que evoca la nostalgia ante una falta demasiado sólida, es la rúbrica contenida en la proposición última:

Escriba”.

Miguel Ángel Alonso

domingo, 22 de noviembre de 2009

Homenaje a los traductores. Por Ana María Crespo.

Labor invisible, seres umbrátiles en la sombra, los traductores. Nadie se da cuenta que son ellos los que ponen orden en el estruendo de Babel. Como la carta robada de Poe, es tan obvio que lo que se lee es en primer lugar un trabajo de ellos, que nadie lo ve. Extraordinaria esta traducción de Milena Agus, tan límpida como si hubiera sido escrita en castellano. Sabido es que la nueva Babel de internet ha descabalado por demás estos reconocimientos. Ojalá contemos con vuestra aprobación.
Ana María Crespo