miércoles, 4 de noviembre de 2009

Apertura 2º curso; 10ª reunión Liter-a-tulia; Indignación de Philip Roth. (Alberto Estévez)


Buenas tardes: primeramente quiero daros la bienvenida a todos, los que nos acompañáis habitualmente, y a las caras nuevas, que os habéis animado a compartir esta aventura incesante que la literatura nos brinda, y que con la reunión de hoy, da comienzo al nuevo curso, el 2º año de Liter-a-tulia, que deja atrás un primer curso prometedor; se trata pues ahora de confirmar que los buenos inicios tienen una continuidad.

Es la 10ª ocasión en la que nos reunimos y para ello se ha dado la casualidad (no es esta la única casualidad que he constatado, pero eso lo contaré luego), la casualidad decía, de que en la entrega del nobel de literatura que se efectuó tan sólo 7 días antes, nuestro autor elegido para hoy, Philip Roth, figuraba como una de las apuestas. Como todos sabéis, finalmente no fue así, este recayó en la autora alemana Herta Müller, rompiendo las quinielas de muchos expertos.

Muchas veces nos preguntáis cuál es el criterio para elegir una obra para la tertulia. Bueno, primero que nos guste, aunque nunca pueda ser en la misma medida. Y no exagero si afirmo que en segundo lugar, valoramos que el libro se consiga sin dificultad, que pueda encontrarse casi en cualquier sitio, conscientes de que apartamos o posponemos algunas obras con lo que ello conlleva de pérdida para este espacio, pero es que su formato, la reunión mensual, nos obliga, introduce cierta premura, hay que tener un ojo en la calidad de la novela y la cantidad de páginas, y otro en el número de semanas entre una cita y otra, puentes, festivos,…

Philip Roth es un autor de sobra reconocido, gustará más o menos, pero su calidad es indiscutible incluso para sus mayores críticos. La elección de su obra, Indignación, cumple el segundo criterio que antes citaba, es su última novela y será fácil, siendo Roth, encontrarla en cualquier librería, pero hay que ver cómo ha superado el primero de los criterios, el del gusto.


Marcus, nuestro protagonista, judío, hijo de un carnicero Kosher, quiere proseguir sus estudios en la universidad, se dispone a iniciar la carrera de abogado, y su matriculación coincide con la aparición de una idea que aterroriza a su padre: la posibilidad de que su hijo muera.

Esto es lo que nos dan para iniciar este camino. Un protagonista abriéndose paso en la vida, un padre obsesionado con su hijo, y una relación entre ambos que se resiente de la tensión que introducen las ideas funestas del padre. Su hijo, al que ha visto crecer en la carnicería, que no ha dado motivos de preocupación jamás, por el contrario, ha encarnado al hijo ejemplar, recién graduado del instituto ha llegado a prestar su ayuda en la tienda hasta 60 horas semanales, pues bien, este hijo se ha convertido en un desconocido.

No debe asombrarnos este hecho, es más habitual de lo que en un principio pudiera pensarse; los chiquillos crecen, como jóvenes adultos empiezan a gozar de ciertas prerrogativas, y aparece el desasosiego en sus progenitores, que en muchas ocasiones se acompaña del intento más o menos patente de retenerlos. Todos los que somos padres, en mayor o menor medida podemos dar testimonio de esto. La particularidad de este caso reside en el grado que este argumento llega a asumir en la novela: tanta preocupación, ¿por qué tanta preocupación?

Enseguida enumeramos las consecuencias que se derivan de esta tensión que afecta a la relación padre – hijo. Están magistralmente balanceadas en el relato, incluso algunas de ellas se hacen esperar hasta casi el desenlace, no así otras, de las que disponemos prácticamente desde la presentación: en primer lugar, los desencuentros casi constantes de Marcus con su padre, la obsesión de este que alcanza un punto culminante cuando decide cerrar con llave la puerta aunque su hijo no haya regresado al domicilio, la subsiguiente matriculación de Marcus en una universidad tan alejada de la casa paterna, y también, el regreso de la madre a la carnicería para ayudar a su marido. La marcha de Marcus deja a los padres solos. El intento por retener ha provocado el efecto contrario.

Para entender este cambio en la dinámica familiar, en lo que respecta a la soledad que a partir de ahora ha de enfrentar el matrimonio, debemos preguntarnos qué lugar ocupa Marcus en dicha dinámica. La retención de la que es objeto pareciera prevenir un posible desequilibrio, como si la ausencia de Marcus pudiera causar una desestabilización, tres patas de un taburete que pasan a ser dos, y la pareja amenaza con no sostenerse.

Ahora bien, si el foco lo retiramos de la pareja parental y lo dirigimos a la persona de Marcus, ¿qué nos encontramos? Las cosas no marchan para él, tampoco en su caso existe estabilidad, y el autor abrocha las cuestiones en juego para que no nos perdamos, y nos dice: cuando un niño se tuerce, lo primero que hay que hacer es fijarse en la familia. Una familia que ha creado un chico ejemplar, que no da problemas, que cuenta sus calificaciones por sobresalientes, que ayuda a su padre, que como el indeseable compañero de cuarto, Flusser, le larga: es Marcus el aseado y pulcramente vestido, el que hace lo correcto tal y como mamá le enseñó, el irreprochable, el que lo hace todo bien.

Debemos obligarnos a declinar este “el que lo hace todo bien” más allá de los significantes que utillice Flusser, declinarlo en los propios significantes de Marcus, esos significantes que a todos nos arrastran no importa el precio, disponiendo nuestra realidad a su arbitrio, o más bien, gobernando nuestra ficción. La frase “El que lo hace todo bien” se origina en otra frase mucho más potente, y esta potencia radica en la calidad de sentencia que esta otra frase atesora y marca en él: “haces lo que tienes que hacer” Una sentencia que sella puertas, aquellas que Marcus no se permitirá atravesar y lo arrojan por otro camino, en el que el margen se estrecha cada vez más, hasta ponernos frente por frente con la revelación de que ese camino tiene la forma de un destino.

Podríamos objetar a esto: ¿alguien que “hace lo que tiene que hacer” se marcha de casa de los padres a sabiendas de la revolución que este acto va a generar? La clave nos la ofrece el acto en sí mismo, que cuenta con un motor íntimo y genuino: el deseo, un deseo que no puede soportar más ser aplastado por la demanda paterna, “alzaos, los que os negáis a ser esclavos…”, y que explota y se concreta en su marcha a Winesburg, experimentando la necesidad de alejarse poniendo tierra de por medio. Este acto, su marcha, el propio protagonista nos lo desmenuza detallándonos cómo surge en él, no sé si recordáis: se trata del impulso que provoca la visión de la imagen de un chico y una chica por el campus de Winesburg, y las prendas, que le aportarán una nueva vida, harán de él un hombre nuevo ya que pondrán fin a su condición de hijo del carnicero. Pero el impulso y el deseo no consiguen acuerdo en Marcus, y el Ideal no cesa de mirarlo y exigirle que esté a la altura, que dé la talla. Alienado pues al deseo del Otro, en este caso el de sus padres, los signos de su propio deseo lo sumen en la perplejidad y la confusión, introducen la dimensión de lo novedoso, “nunca recibí una carta como aquella”, “nunca experimenté sexualmente como entonces”, lo novedoso que también afecta a la elección de objeto amoroso, porque Olivia representa el prototipo de lo inadecuado para él, para la educación que ha recibido, y su Ideal, imperturbable, con sus juicios incordiantes, no tardará nada en hacerle pensar que la felación se ha producido porque algo anda mal en ella, seguramente sea que sus padres están divorciados, y degrada al objeto amoroso hasta la categoría de furcia. El deseo es algo malo, por mantener relaciones sexuales, por cambiarte de cuarto, en realidad casi por cualquier motivo, acabará expulsado de la universidad, de fusilero en Corea, y muerto.

- ¿Cómo se las arregla usted para ir por la vida?
- Saco sobresalientes en todo, señor
¿Es que no basta con los sobresalientes?

“… marchemos, marchemos adelante! … desafiando el fuego enemigo…” Desafiando al padre, al decano, incluso a Dios, concepto indigno de hombres libres. Pero el decano no es cualquier rival y utiliza el “marchemos” para lanzarle una interpretación que sacude a Marcus: “quizá sea marchándose el modo en el que usted se enfrenta a sus dificultades”, lo conmina a sentarse y a que regrese al redil, justo lo que Marcus no puede tolerar, volver a soportar el peso del Otro; él tuvo que poner distancia con su redil para dar un lugar a su deseo. “La indignación llena los pechos de nuestros compatriotas.”, también el de Marcus, provocándole una vomitona.

La Indignación, este enojo, la ira, el enfado vehemente que llena su pecho, lo convierten en una bomba de relojería, como su padre: No soy yo, sino el resto del mundo el que anda mal. Para finalmente reconocer:“yo era mi padre, me había convertido en él”.

Todos recibimos, esto es algo bastante común, esos correos que contienen un archivo adjunto en el formato de una presentación de diapositivas y habitualmente con un título rimbombante; imágenes de gran belleza se suceden con frases de distinta fortuna. Recuerdo que hace unas semanas recibí uno titulado Filosofía de vida, y que se ceñía muy bien a este molde que describo, la particularidad de este mensaje en concreto residía en el hecho de que contenía frases muy deficientes, incluso alguna, como la que reclamó mi atención, verdaderamente desacertada. Sobre una hermosa imagen de una carretera desplegada ante nosotros y flanqueada por árboles impresionantes, tendida hacia un horizonte colorido, sobreimpreso, rezaba lo siguiente: ve la vida desde el parabrisas, nunca desde el retrovisor.

“Marchemos, marchemos adelante…” Los conflictos de Marcus lo han seguido desde la casa de sus padres, y por muchos kilómetros que ponga por medio, lo persiguen. El libro es un relato continuo de los tropiezos de este joven, y las causas están detrás, recurriendo a esa desatinada metáfora del correo al que me refiero, las causas se reflejan en el retrovisor. Ahora bien, que las causas que lo llevan a tropezar apunten sólo al padre sería incierto, porque la última parte de la novela nos muestra una madre que advierte a su hijo que el mundo está lleno de muchachas que no se han cortado ninguna muñeca, le pide que renuncie a sus sentimientos porque estos pueden ser el mayor problema de su vida. Olvídate de Olivia y prométeme que te enfrentarás a lo que propone tu deseo como yo he hecho. Mantener esa promesa destroza a nuestro Marcus, y lo lleva a concluir que nada de esto hubiera sucedido si se hubiera quedado en casa.



Comenté al principio que había encontrado una segunda casualidad redactando esta entrada. Hay un puente tendido entre este inicio de curso y la primera reunión de Liter-a-tulia, hace un año. Iniciábamos nuestra andadura en el Instituto de Cultura Italiano, y entonces Chesil Beach nos ocupaba, comentábamos la obsesión de su autor, Ian McEwan, por un tema, lo que la vida puede cambiar en un momento, en una decisión, en aquella playa en la que Edward dejaba marchar a Florence. Pues bien, el párrafo final de la novela de hoy, las últimas líneas más concretamente, dicen así:” Marcus Messner, 1932 – 1952, el único de sus compañeros de clase que tuvo la desgracia de que lo mataran en la guerra de Corea, que finalizó con la firma de un armisticio el 27 de Julio de 1953, once meses antes de que Marcus, de haber sido capaz de soportar el servicio religioso y mantener la boca cerrada, se hubiera licenciado por la universidad de Winesburg, muy probablemente como primero de su promoción, y hubiera pospuesto así el aprendizaje de lo que su padre, sin estudios, se había empeñado tanto en enseñarle: la terrible, la incomprensible manera en que las elecciones más triviales, fortuitas e incluso cómicas obtienen el resultado más desproporcionado”

No, no tenía razón el presidente Lentz arengando a los estudiantes tras “El gran saqueo de las bragas blancas”, la noche en el que el exceso con el que la naturaleza se manifestó animó el desenfreno pulsional de los chicos. No es posible regular la conducta humana con grandes dosis de santurronería porque se encuentra ligada a profundas motivaciones inconscientes, evidentemente también para Marcus, y se alimenta del aspecto más escabroso del pensamiento freudiano, que escandalizó a sus propios discípulos. No hablo del Freud teórico de la sexualidad, sino del teórico de la muerte. Verdaderamente es un escándalo sostener que los seres humanos puedan perseguir el propio mal, y que la desgracia se haga más necesaria que contingente en sus vidas. Un escándalo y una pena también, que un muchacho de 19 años pueda experimentar la felicidad como una carga tan pesada.

16 de Octubre de 2009
Alberto Estévez

martes, 3 de noviembre de 2009

Resumen y comentarios acerca de la décima tertulia sobre la novela Indignación, de Philip Roth

En esta décima reunión de Liter-a-tulia, la relación con el padre centró gran parte del tiempo de la tertulia. Entre otras reflexiones, además de las que recogemos en las distintas intervenciones que vendrán a continuación, se vio esta relación con el padre como metáfora de la vida, es decir, el padre encarnando el sistema contra el que el hijo va a luchar. Se subrayó la deuda moral que, encarnándose en culpa, atrapa al hijo para encaminarlo al desastre que le va a acontecer.

El retrato de Marcus es visto con las siguientes características, como buscador de la perfección, lleno de prejuicios, víctima de fuerzas que no controla, el fanatismo, la intolerancia, la hipocresía, la historia. A través de ellos realiza una decisión, no siempre consciente, llevar a cabo un viaje sin retorno, huyendo del destino gris que impone el padre. Marcus, en esa huída, defendería una postura ética frente a los discursos perversos que lo aprisionan.

Se habló de muchas facetas del amor, desde un amor profundo, al más puro egoísmo que no hace más que exigir una determinada conducta. Paradójicamente, ante ese panorama, lo que se sedimenta es una total identificación de Marcus al padre, de tal manera que, aunque se produzca la huida, en realidad lo lleva con él.

Rescatamos a continuación algunas de las intervenciones que tuvieron lugar, aquellas que son audibles en la grabación de la tertulia.
Ana Castaño: Un texto fascinante. A través de pequeños detalles va entregando la dimensión trágica de la vida. Además de la cuestión con el padre, resaltan temas como la muerte. Marcus, preso de los ideales que se transmiten en relación a la condición judía, y en relación al padre, realiza una travesía por el ideal que acaba llevándolo a lo peor.
También me parece un fantástico tratado sobre las diferentes posiciones de los sujetos en el amor, en el goce, y en el deseo. La figura femenina se muestra en las dos versiones, en la vertiente del amor y en la vertiente del goce. Vemos la importancia del estrago materno cuando hace el pedido mortal a Marcus, y vemos a la chica Olivia, presa de lo femenino, lo cual la lleva a acabar enloquecida. Desde las cosas corrientes y cotidianas van sucediendo cuestiones que conducen a la dimensión trágica de la vida.

Silvia Lagouarde: Yo había leído Los hechos, la autobiografía de Philip Roth, lo cual me ha permitido hacerme preguntas que enriquecieron mi lectura de Indignación. Curiosamente, me ha pasado algo desde el punto de vista ideológico. Una cosa me ha impactado, tiene que ver con todo lo que está pasando en el mundo. He tenido una especie de agradecimiento a Philip Roth porque me hace comprender algo acerca de la autoridad y el saber fundamentar esa autoridad en los jóvenes. En Pastoral americana, también Philip Roth me hace preguntar por algo que le preocupa mucho: ¿qué significa ser padre? Él no tiene hijos, sin embargo ha tenido un padre judío al que adoraba, y una madre a la que, ya no es que adorase, sino que cuando murió entró en depresión.

Quiero decir que la lectura de Philip Roth, en algún sentido, me ha americanizado el pensamiento. Yo soy de América Latina, y como tal apuesto por trabajar menos y gozar más. Sin embargo, con Philip Roth tengo la posibilidad de entender un poco más la mentalidad americana. Y me parece admirable, hace del trabajo un ideal –algo muy anglosajón— y siento admiración por esas personas que logran dejar algo a sus hijos, lo cual me genera un gran amor hacia esos padres más allá de que logren o no sus objetivos, pero son padres que están motivados por el amor.

Respecto al discurso del presidente de la Universidad, me pareció siniestra su condición de patriota. Pero es verdad que Estados Unidos es un país imperial, y es verdad que todo hombre americano está siempre traumatizado por la posibilidad de ser llamado a la guerra. Es una experiencia que tienen los países imperiales, lo que me hace comprender eso como un elemento de preocupación permanente en las familias americanas, y también me hace comprender ese miedo del padre a que su hijo muera, algo que disfraza de diferentes maneras.

Y tengo que decir que, para disfrutar de la lectura, necesito la escritura tradicional clásica que pone en juego el carácter trágico de la existencia. Pero quiero hacer notar que toda la literatura de Philip Roth, además de preguntarse sobre el padre, también insiste en el tema de la mujer como síntoma del hombre, y para la mujer como estrago. Su literatura es parte de experiencias vividas. Y también se pregunta si esa elección de objeto que hizo con su vida, no era lo que él necesitaba, este desgaste a través del amor y su imposibilidad, como estímulo para poder escribir. Es una pregunta acerca de por qué uno se convierte en escritor y por qué otro no. Ve la mujer como lo que él necesita, y una imposibilidad que es lo que más lo motiva en la escritura.

Y lo que a mí me impresiona mucho es cómo reacciona un hombre cuando una mujer, en la primera cita, realiza algo sexual que no está programado en su ideal. En este libro lo muestra de forma impactante, sorpresiva para la época. Pero lo que me generó una verdadera tristeza y una verdadera angustia es ver como esta chica, que realiza este acto con él y con otros por puro amor, buscando amor, como lo buscan todas las mujeres, viene marcada como una mujer que no tiene nada que ver con el ideal, de manera que es desechada por todos los chicos del campus. Esa, que es una situación particular, sin embargo es algo que, como mujer, lo he visto en muchas situaciones culturales, lo cual ha generado verdaderos estragos en mujeres que buscando amor son tachadas por mentes fundamentalistas. También muestra, en ese pequeño relato, el encuentro fantasmático de un hombre con una mujer y el ideal de lo uno y de lo otro. Para el hombre es muy difícil soportar que ese objeto de amor sea un objeto fácil, de manera que lo degrada.

Y también quiero hablar respecto a una contraposición que encuentro entre Philip Roth y Murakami, al que yo tanto he criticado en una tertulia anterior. En Murakami encontrábamos la extrañeza de ser hijo único, algo que ocurría hace sesenta años. Recordamos que en el libro que comentamos en esta tertulia, él no tiene hermanos. En el momento actual lo raro sería tener hermanos. En el caso Philip Roth, la cuestión está en los padres divorciados, de lo cual hacer un relato extraordinario. Recuerdo que en Argentina, hace años, cuando encontrábamos a un niño de padres divorciados, lo mirábamos de forma extraña. Y ahora habría que preguntarse, ¿quien no está divorciado en este momento?

Graciela Kasanetz: Este libro me hizo pensar en otro de Philip Roth en el que encontramos nuevamente el tema del padre, además del tema autobiográfico. Me refiero a Patrimonio. En él habla directamente del padre, de su muerte, y del patrimonio que le deja, que finalmente lo cifra en el objeto más abyecto, en la decadencia de la vida, y también en un objeto, los tefilines, dos cajas de cuero unidas a correas de cuero, que se colocan en los antebrazos, y que cada caja contiene cuatro secciones de la Torá escritas en pergamino. El libro Patrimonio termina con un sueño de Philip Roth sobre la orfandad del hijo frente a la muerte del padre.

La orfandad del hijo es algo constitutivo de los humanos. Siempre, por adulto que se sea, la muerte del padre deja huérfano al hijo, un hijo que ya es huérfano. Frente a la falta de garantías que hay en la vida, son las elecciones de uno las que garantizan, del lado del deseo y de la apuesta por esas elecciones, alguna protección respecto de esa orfandad. Creo que este libro, Indignación, es la contraportada de Patrimonio, porque muestra, en la figura del padre, la orfandad de los padres respecto de los hijos. Los hijos que creemos encontrar una protección en el padre, cuando somos padres creemos que los hijos nos van a garantizar – quizá porque la ley de la vida es que nos sobrevivan— esa protección incondicional en el amor. Y sin embargo, cuando los hijos se van –los psicólogos llaman el niño vacío—, y antes de que se vayan, cuando los hijos comienzan a caminar, a querer algo hacia lo que pueden ir sin nuestra mediación, ya tememos el peligro de volver a quedarnos huérfanos.

Este libro tiene este subrayado, cuán difícil es el ateísmo. Porque la creencia en el Nombre del Padre tiene dos partes, el padre, que es la protección, pero también tiene el nombre, y Messner, abjurando de los padres, sigue aferrado al nombre, sigue con la indignación apelando a algún otro tipo de nombre con más garantía que aquél que le imponen con la religión, tener que ir a las clases.

Creo que este libro pivota sobre una cuestión, ser digno del padre, de un padre y de una madre que señalan ambos, no la vía del deseo, sino la del sacrificio, exactamente la vía opuesta a la vida. Cuando el protagonista escucha a su madre la exigencia de renunciar a esa chica con las muñecas cortadas, ¿en nombre de qué?, lo hace diciendo que no elija a esa chica porque para sacrificios ya está el suyo. No sigue su deseo y pide la renuncia del otro a su deseo. El hijo tiene que sacrificarse.

El amor goza de muy buena prensa, pero el amor no siempre lleva a lo mejor, no siempre es aquello que permite ir en la dirección del deseo. Los psicoanalistas tenemos una de tantas frases hermosas de Lacan que me parece apropiado nombrar:

“Sólo el amor permite al goce condescender al deseo”.
Precisamente aquí, el amor no permite esto.

Además de todo esto que podemos enfocar de lo subjetivo, está la metáfora de Philip Roth presente en todos sus libros. Es cómo en la sociedad norteamericana, estas circunstancias se entrelazan y son aprovechadas por el poder político para llevar tantos individuos, que podrían tener una vida tan valiosa y prolífica, a la más terrible de las aniquilaciones, a una aniquilación muy bien expresada en la novela, es el filo tan terrible de la bayoneta que no corta cualquier sitio, corta los genitales, corta los intestinos, y corta las piernas.

Y respecto a la muerte, la define no como una ausencia de recuerdos sino como tener que repetir siempre los mismos recuerdos, una y otra vez, sin poder salir de ellos. Me recuerda un libro que me llamó mucho la atención porque no parecía un libro de Philip Roth, El pecho. Describe la muerte como la repetición, lo cual es algo que está muy teorizado en el psicoanálisis. En este libro subraya que cuando apostamos por la repetición nos alejamos de la vida.

Para finalizar quiero lanzar una pregunta: ¿quién es el padre de cada uno? Lo que cada uno entiende que es el padre de uno, no es lo que es esa persona. Es decir, la exigencia, la complacencia que cada uno pueda interpretar de su padre, es eso, una interpretación. El padre de cada uno, para uno, es, ni más ni menos que una interpretación. Quién sea ese padre es otra cuestión. Cuada uno puede solamente tomar de la realidad la interpretación que hace.

Y por otro lado, respecto a si Marcus busca o no la muerte, yo entiendo que existe el azar del encuentro y de los malos encuentros. Pero este chico era lo suficientemente inteligente en el diálogo con el decano, como para prever que la consecuencia de ese desafío que hacía suponía su expulsión, y sabía que eso lo mandaba de soldado raso con todas sus consecuencias. Hay algo elegido, tal vez no conscientemente, pero uno elige aunque es difícil de entender. Aunque no elige conscientemente, la elección inconsciente también es una elección. Cada uno de los actos, por pequeños que sean, están llevados por una elección. Después está el azar de los encuentros. Y por otro lado, algo que no era tan azaroso, y que envuelve toda la novela, es la situación política de Estados Unidos y la Guerra de Corea.

Luis Seguí: El eje conductor de la novela es la presencia de la pulsión de muerte. Es más, hay una invocación constante a la pulsión de muerte. Cuando me recluten y me maten en Corea, el padre con esa sobreprotección que conduce a lo peor. Hay una elección, más o menos inconsciente, por parte del protagonista.

Hay una escena clave, la que se desarrolla con el decano cuando lo confronta con Bertrand Russell, desplegando la teoría atea. Pero vemos la dificultad de llevar ese ateísmo consecuentemente, de tal manera lo vemos que la cuestión acaba en un sacrificio. Marcus niega a Dios, hace un discurso que es un alegato, una transcripción de la palabra de Bertrand Russell, pero acaba en un acto sacrificial, religioso, porque él elige ir a Corea en el momento en que desprecia al decano dos veces. Y ese desprecio, que aparentemente es una rebelión, confirma lo que le dijo el decano a su interpelación salvaje:

“Esa es la forma que usted tiene de encarar los problemas”.

Lo que aparentemente es un acto de rebeldía, es la forma que tiene de ser expulsado para ir al sacrificio de Corea.

Y luego hay una situación constante de ambivalencia de sentimientos, con el padre, con la madre, con Olivia, con el personaje judío Sony, apolíneo, guapo, rico. Hay una cierta erotomanía en esa descripción que hace Philip Roth. Sony es una descripción del judío que él quisiera ser, el hijo de un empresario, que lo conduce también al desastre porque le propone ser sustituido, en la iglesia, por un mandado al que le paga. Ese personaje, Sony, está constantemente en el horizonte de lo que él quisiera ser, y al mismo tiempo, por tanto, rechazando su origen social y la figura de su padre.

Y la misma figura de Olivia, ese objeto sexual degradado. Marcus se siente el privilegiado que ha sido objeto de las caricias en el coche por parte de ella, pero resulta que los demás, finalmente, también habían tenido relaciones con ella. Hay algo ahí que choca profundamente con la moral en la que él ha sido educado. Hay una frase en la que dice que su padre jamás ha infringido la ley. Marcus está atenazado entre la tentación del deseo, infringir, y ese mandato paterno, el hombre del cuchillo, el hombre de la castración que nunca ha infringido la ley y dice, hay que hacer lo que es correcto hacer. Constantemente está ese latiguillo en el personaje.

Y, efectivamente, es la muerte por el cuchillo. El padre se hiere trabajando en la carnicería, y no se muere en el momento, pero se muere luego por la enfermedad mezclada con la muerte del hijo. Es un suicidio encubierto. Y el hijo muere por la bayoneta de un chino en Corea.

Está muy bien en todo el relato la presencia de esa guerra, un esquema de la ideología y de las convicciones que mueven al pueblo americano, la división entre los buenos y los malos. En ese momento los malos se llamaban comunistas, pero se desarrolla la historia siete años después de acabar la Segunda Guerra Mundial, donde dos primos de Marcus habían muerto. Por lo tanto, la presencia de la muerte y de la guerra, no es algo alejado en el tiempo, sino una constante en la vida americana. Nunca en la vida americana han pasado más de quince años sin que estuvieran en guerra. Y además, era una época de reclutamiento forzoso, y Marcus sabe que mientras esté estudiando está protegido, no lo van a reclutar. Cuando promueve su propia expulsión está buscando que lo recluten y lo manden a Corea.

Rosa López: Me parece importante diferenciar el deseo consciente que el padre transmite, del deseo inconsciente. Porque en ese fatalismo donde el padre profetiza que un movimiento anodino podría causar la muerte del hijo, también está ahí el deseo inconsciente del padre. La voz del padre actúa como una voz de un destino trágico que lo espera. Y de hecho, dentro de la distinción entre diferentes figuras del padre, en este caso sería el padre como la voz del superyó que exige ser más virtuoso, no hacer nada malo, etc. Y el chico no se mete en líos, se dedica a estudiar y no complicarse con nada. Pero hay algo del designio de la pulsión que se acaba cumpliendo bajo la forma de la muerte. El propio padre fumaba mucho y tenía un problema con el que se estaba matando continuamente y no ponía remedio.

También podríamos decir que la novela se centra en la sexualidad, la muerte y la castración. Los detalles de la castración son excepcionales. El padre cortando, con el hijo al lado, pedazos de pollo. Es una evocación continua de la castración imaginaria. Y otras imágines de corte, la cicatriz en la chica, la castración femenina, podríamos tomarla no en esa chica concreta, sino como que toda mujer tiene la cicatriz de la castración. Y lo que a él le fascina en la chica es la raya en el pelo, como corte. Todas imágenes de castración. Y por supuesto, la muerte con los cortes.

Henar Miguélez: Marcus provoca su muerte por las pequeñas y continuas decisiones que va tomando. Esa sería una primera conclusión, Marcus va viendo que se convierte en su padre y se autodestruye, pero en el fondo quiere matar a su padre. No quiere destruirse de forma consciente –él no cree que se está destruyendo— sino que inconscientemente ve a su padre en sí, y quiere destruir aquello en lo que se convierte: su padre. Y todo porque, con respecto a nuestros padres, nos llevemos con ellos de una u otra manera, arrastramos un bagaje, somos herederos de lo que hemos vivido con ellos.

Por otro lado, ¿quién no ha querido, lográndolo o no, que sus padres se sintiesen orgullosos de él?, ¿quién no se ha sentido fracasado al pensar que no lo conseguía, independientemente de cuál fuera la opinión del padre? Cuando uno termina de leer el libro piensa que Marcus parece que quiere llevar a las máximas consecuencias, tenías razón, me han matado; en todo lo que dijiste quiero darte la razón, quiero que te sientas orgulloso de que tu hijo cumplió todo lo que decías. La paradoja es ésta, pese a tratar de huir, termina dándole la razón en todo.

Creo que Philip Roth, en toda su obra, no se atreve a insultar a su padre. Pero no cesa de hacerlo. Sus personajes reflejan lo que han hecho con él. Yo no sé su biografía, pero sus obras reflejan el afán de perfección que él creyó entender que le exigían. En todas sus obras, el padre que se muere en un hospital, ese entierro tan raro, nunca llegó a sentir que su padre había estado orgulloso de él. Su padre quería la perfección, pero en la perfección, lo que se debe hacer no es, es lo que yo pienso que se debe hacer. No es lo que se debe hacer en cuanto a judío, en cuanto a leyes, etc., es lo que yo creo que se debe hacer. ¿Quién no quiere satisfacer eso de un padre? Yo creo que él no lo consiguió, y en sus libros se ha vengado. Y quiero decir que en esto no tiene nada que ver la actitud amorosa que se tenga hacia el padre. Es la contradicción que todos tenemos.

Liter-a-tulia.

Una vertiente educativa y el poder de la mentira en Indignación, de Philip Roth. Comentario de Miguel Ángel Alonso

“Me admira cómo se puede mentir poniendo la razón de parte de uno”.
Celine. Viaje al fin de la noche.

“La vida se niega obstinadamente a seguir el dictado de doctrinas, de teorías, y de leyes”
(Prólogo, La fierecilla domada).

Indignación nos sitúa ante un cuestionamiento de la posición educativa y ofrece una mirada sobre los peligros que esa posición encierra en cuanto a la facilidad con que se desliza desde posiciones obsesiva hacia otras perversas.

En las primeras veinte líneas aparecen la guerra, la muerte, la familia y la educación –fronterizos siempre con la obsesión— como pilares en los que se va a sustentar el relato. Ellos irán configurando una temática marcada por elementos mórbidos de la estructura subjetiva y familiar y por imperativos morales y políticos que se irán significando como los signos de una tragedia, tanto personal como colectiva.

Las dos citas, que a modo de epígrafes encabezan esta reflexión, pretenden señalar los elementos más significativos que, a mi modo de ver, sobresalen en la novela.

La primera pertenece a Viaje al fin de la noche, de Celine, y la segunda está sacada de un ensayo introductorio a La Fierecilla domada de Shakespeare. En ellas resaltan, por un lado, la mentira, que en el caso de Indignación se muestra poderosa, disfrazada de amor familiar, de educación y de conciencia moral, y por otro lado un conflicto vital que va a ser escenificado entre esa mentira y el deseo, o también se podría decir en términos más conceptuales, entre lo que pretende instaurarse en la lógica universal del “para todos”, y lo particular del deseo.
La mentira
Son dos vertientes de la mentira, una de carácter estructural enmarcada en la familia, y otra de carácter moral enmarcada en la institución educativa. Ambas tienen que ver con el fanatismo obsesivo y la segunda, además, con la perversión.

En el marco familiar, el fanatismo obsesivo está al servicio de no realizar un duelo necesario para poder llamar vida a una existencia, es el que tiene que ver con la aceptación de la finitud. Vemos cómo el padre, ante una contingencia real, la guerra, evocadora de la muerte, en su voluntad inútil de evitarla, pone en juego una irracionalidad que, concatenando absurdos, multiplica el riesgo de la vida a la que, necesariamente, hay que entregarse. Se podría decir que, tratar de evitar la muerte sometiéndose a los mandatos de la ley obsesiva, es evitar la vida y sostenerse en una inútil mentira. Porque la vida se niega de forma obstinada a seguir su dictado, al contrario:

“La vida espera relamiéndose para llevarse a tu hijo

En la institución educativa, el fanatismo obsesivo tiene unas características más sibilinas, y es en ella donde mejor podemos observar su deslizamiento hacia posiciones perversas. Los imperativos educativos, en las formas más características del ideal, son invocados para realizar una impostura, la educación, que sirve a la vertiente más rancia y aberrante de una abstracción política, la patria, y a una moral que pretende instaurarse en la lógica universal del “para todos” haciéndose sorda a la dialéctica con la razón y el deseo. La mentira se hace evidente, la institución educativa no sirve al saber, sino a la satisfacción de un goce ideal.

En lo que se refiere al conflicto vital, como dije anteriormente, tiene que ver con la tensión que se produce entre dos campos, lo universal y lo singular. Podemos observar una secuencia:

La dinámica del deseo en su intento de producir una separación respecto a las imposiciones irracionales del discurso familiar y del discurso educativo.
La excelencia del deseo cuestionando la legitimidad de la lógica universal del “para todos”.
La infructuosa soledad del deseo de Marcus Messner revelando su impotencia ante el poder del amo, familiar y educativo, que imponen una determinación trágica a su destino, la derrota final, la aniquilación.

Tenemos reunidas las principales características del cuestionamiento que Indignación realiza de la educación, su fundamento obsesivo y el deslizamiento que realiza hacia lo perverso. El primero trata de alienar al sujeto a los mandatos y fines de la institución, el fundamento perverso no es otra cosa que generador de profundos malestares y de destrucción. Las páginas de la novela están impregnadas del malestar producido por los amos, familiar e institucional que, como representantes y garantes de la “verdad”, y guardianes de la moral, no permiten el más mínimo espacio a lo que está fuera de la norma. Y esta es su imposibilidad, porque la ambivalencia subjetiva nunca es delimitable de forma absoluta, el exceso que se reprime por un lado, se escapa por otro, y encuentra siempre, en los escenarios educativos, simientes para lo peor. Si lo que excede a la norma no encuentra cauces en lo simbólico, los va a encontrar en lo peor. Es lo que ocurre en la noche de las pulsiones desatadas.

Los discursos
La intensidad dramática de la novela se deja ver en los discursos, lleno de argucias el familiar, y de sofismas y premisas falsas el educativo, todo ello jugando en relación a las cuestiones de alienación y separación. Ambos reflejan la esencia de la posición educativa, son básicamente demandas del Otro.

Con respecto al discurso familiar, la demanda paterna provoca el movimiento de un tímido intento de separación, pero resulta que es la madre quien impide rotundamente esa separación, y lo hace con argucias muy sutiles. Llega a proponer su deseo de divorciarse para luego tener poder ante el hijo. En su demanda aprovecha el poder que el significante “divorcio” posee sobre Marcus en su calidad de judío (128), para llevar a cabo un chantaje moral. Si ella no cede a las emociones y sentimientos, lo mismo le corresponde hacer a él respecto a la fuerza de su deseo. De esta manera, con la intervención de la madre, se difumina el intento de Marcus de separarse del discurso familiar.

Respecto al discurso educativo, sus particularidades más notables cumplen las características del discurso del amo en su absoluta radicalidad en el empeño de alienar a los alumnos. El agente es la institución educativa, que como amo se dirige a los alumnos para someterlos al imperativo de su moralidad. Todo el panorama está preñado de un anhelo de homologación de los sujetos para que todo funcione “bien”, es decir, a la manera que gusta el amo, desvinculando a los sujetos de su peculiaridad, de su forma singular de situarse en la vida, o lo que es lo mismo, de su goce. Los alumnos quedan alienados a la institución, devaluados como sujetos. Y el beneficio que de todo este circuito se obtiene ha de revertir en los objetivos de la institución, saciar la sed del patriotismo y servir a los altos valores de un ideal de conducta personal. ¿Cabe mayor perversión?

Con el discurso del decano podemos ilustrar la radicalidad de la obsesión en su afán de alienar al otro, con el del presidente de la universidad podemos iluminar algo de la estructura de la perversión.

El discurso del decano es preconcebido. Presenta la característica impostura de los líderes de las congregaciones, de las fraternidades, y de las sectas. En su interlocución con el otro se sostiene en interrogatorios ominosos vistiéndose de amabilidad en el trato, de una posición de escucha, y de distancia respecto a la pasión sentimental, lo cual no tienen otro fin que tocar el ser de su interlocutor para dividirlo, haciendo resaltar, en el contraste, la imperfección pasional del interlocutor (39). Se hace muy evidente la tergiversación del discurso, lleno de sofismas y premisas falsas que no tienen otro fin que culpabilizar al otro.

Por su parte, el discurso del presidente de la universidad, Albin Lentz, utiliza una rotunda oratoria plena de sentido, de lógica y de razón. Aquí podemos ver la mentira en su máxima expresión ilustrada por la cita extraída de Viaje al fin de la noche, porque en el fondo, ese discurso no es más que una historia patriótica que elige el marco educativo para ser contada. Historia falsa en el sentido de que no tiene siquiera la estructura de una buena ficción, no es subsidiaria de ningún anhelo de tocar la verdad, sino de satisfacer los intereses propios de valores morales y patrióticos. Es un gran ejemplo de Storytelling, esa forma narrativa tan en boga actualmente.

Un párrafo pone al descubierto una estructura, a saber, el vacío esencial del goce perverso, casi se podría decir sadeano, de la institución:

“... la montaña de la Matanza cubierta de cadáveres y tan vacía de vida humana como lo había estado durante los muchos millares de años antes de que surgiera una causa justa para que cada bando destruyera al otro” (162)

La institución educativa se revela aquí como forma discursiva que justifica el goce de la patria y de la moral, y al igual que en el ritual sadeano, en el mismo momento que se satisface, impone al sujeto una manera de morir.

Miguel Ángel Alonso