martes, 16 de junio de 2009

Inicio 9ª Reunión Liter-a-tulia; un comentario de Alberto Estévez



Las Salvajes Muchachas del Partido,

de Lázaro Covadlo



Esta es la obra a la que dedicamos nuestra cita de fin de curso, que en el orden de las obras que hemos trabajado, ocupa el noveno lugar desde Septiembre pasado en el que iniciamos nuestras reuniones.
Nos vemos obsequiados hoy con la presencia del autor, D. Lázaro Covadlo, que ha tenido la gentileza de aceptar nuestra invitación y nos permite gozar del privilegio de su compañía a la hora de abordar las cuestiones que esta obra suya suscite.
Celebramos enormemente que el autor haya cambiado de idea. Digo esto porque en sus páginas nos advierte que no le pidamos que visite a un psicoanalista; ha venido al psicoanalista. Esperemos que en esta ocasión pueda sacar algo en limpio.
Al fin y al cabo, esta advertencia suya hay que tomarla con muchas reservas, ya que el propio libro no se encuentra muy distante de una lectura psicoanalítica. No sólo por cómo plantea las situaciones en las que la paradoja está siempre presente, por el dibujo que hace del sujeto, de sus encuentros y desencuentros, por los conceptos con los que decide lidiar en el relato, sino también porque nos orienta de manera muy nítida de por dónde él no está dispuesto a pasar, y encontramos indicaciones muy precisas al respecto. El autor nos dice: esto no es un libro de auto ayuda. Está muy bien, porque nosotros no queremos perder el tiempo con términos como listado y gestión de escenas fundamentales, o con el dibujo del mapa de nuestra existencia; vaya usted a saber el garabato que nos puede llegar a salir.
Evidentemente, estas cuestiones están mucho mejor expresadas en el libro, con un fino sentido del humor y una ironía que en ocasiones nos arranca la risa. Pero donde se percibe claramente de qué pretende alejarse y adonde se arrima el autor es en el rumbo que nos va haciendo tomar la propia lectura, fruto inevitable del saber con el que Covadlo aborda una historia.
En primer lugar quiero citar, porque para mí se ha representado como un concepto espinal, que recorre la obra de principio a fin, el asunto de la ficción, con el que nada más empezar la obra ya se busca nuestra complicidad en la sospecha de que los seres humanos viven en un estado de ficción perpetua. Esto resuena, la palabra casi por su resonancia invita a pensar en algo del lado de una condena, un elemento ineliminable de la estructura del sujeto. Vivimos una ficción perpetua. Pero atención, porque sólo un poco más adelante y por si teníamos alguna duda del matiz con el que el autor quiere que pensemos esta cuestión de la ficción, abunda en su sospecha y nos dice: “la ficción nos cubre del principio al fin, y es el faro que ilumina la realidad”. Es decir, desde que nacemos hasta que morimos nos vemos en la imposibilidad de desembarazarnos de la ficción como elemento por el que ha de pasar la percepción de la realidad, lo que convierte a mi realidad y tu realidad en diferentes. El ejercicio al que nos somete este espacio, Liter-a-tulia, nos ha permitido comprobar como eso se ha ido cumpliendo en la discusión de cada una de las obras que hemos propuesto.
Que la realidad esté preñada de ficción es por tanto una visión muy próxima a la del psicoanálisis. El propio Jacques Lacan, que afinaba enormemente en sus enunciados, nos dejó una perla entre tantas cuando nos dijo


que la verdad tiene estructura de ficción. Covadlo lo sabe, y al final del libro ya no lo enuncia en tono de sospecha, está convencido: “en la vida y en la historia de los hombres siempre acaba triunfando la ficción”

He tenido oportunidad muy recientemente de compartir una mesa en la que se presentaba el libro de un amigo, Gustavo Dessal, con Don José María Merino. En su muy reciente ingreso en la Real Academia Española, pronunció un discurso que llevaba el título “Ficción de Verdad”. En él nos dice que la realidad puede ser descrita como verdadera o falsa, pero la ficción es un camino distinto, distinto de la mera crónica, porque la ficción revela lo que la realidad esconde, es por eso que puede crear una realidad propia, exclusiva.

Para él, sigo con su discurso, que la especie humana inventara la palabra y la ordenase en ficciones nos convirtió en ese mismo momento en sapiens. Y creo que cuando dice que sirviendo a la realidad, la ficción construye una forma exclusiva de verdad, estamos retornando al enunciado de Lacan. Es cierto que nosotros los psicoanalistas para hablar de cuestiones afines a la ficción utilizamos más comúnmente el término mito, herederos como somos de Freud, un lector inagotable por cierto, pero estamos hablando de las mismas cuestiones, que hacen a la argumentación que pretendo hoy, más allá de que el significante sea el mismo exactamente.
Parece pues que la realidad cambia en el caso de cada uno, y para nuestro narrador, si la realidad de la vida no estaba llena de aventuras terribles e inquietantes como las que le contaba Salustiano, entonces habría que conformarse con una existencia gris y desolada, la de los resignados y acomodados, que vegetan transportando una masa de carne y huesos, ese sería su destino. Este otro aspecto lo considero fundamental en el desarrollo de la novela; la identidad. Covadlo desconfía, y así nos dice que duda de que el niño, el joven y el hombre sean realmente un mismo ser. Es verdaderamente brillante la apuesta, y arriesgada, parece que invitase a pensar en una multiplicidad de identidades, al menos 3, una para el niño, otra para el joven y una última para el hombre, pero también es cierto que hay gente que no madura nunca, esos sólo dispondrían de dos, y no digamos de aquellos que son niños toda la vida, en ese caso no habría cambio de identidad, una para toda la vida, como la madre.
Es cierto que aunque nos guste hablar de identidad como un todo, algo unitario, seguramente respondiendo a un afán de totalidad que trata de velar las grietas y los vacíos que inevitablemente nos acompañan, la identidad es más bien una suma, la suma de las múltiples identificaciones que a lo largo de la vida vamos agregando en forma de compendio que finalmente nos identifica, pero no del todo. El protagonista de nuestra novela es en ese sentido un ejemplo absolutamente ilustrativo: la identidad de Baruj Kowenski está compuesta de anarquista, revolucionario, contrabandista, zapatero remendón, talabartero, impresor, soldado de caballería, … Algunas otras identidades están en entredicho, como la de esposo, la de padre, y sobre todo la de religioso. Me parecieron sublimes sus diálogos con el rabino de Moisés Ville, aquellos en los que le recuerda que la mejor ofrenda a Dios es cumplir sus mandatos y no decidir por cuenta propia, o cuando le da por hacer historia y le lanza a la cara que el primer pogrom fue llevado a cabo por judíos. La máxima autoridad religiosa de la colonia lo insta a abandonarla harto ya de nuestro impío Baruj.
Pero si hay una identidad que destaca por encima del resto y que marca verdaderamente su devenir es la de fugitivo. Mientras las otras identidades salpican su vida por períodos más o menos largos, fugitivo es la identidad constante, es la más solida, convierte a las demás en secundarias, y realmente es tal la fuerza de este significante que abre la cuestión de la huida como algo más íntimo, como si en realidad Baruj más que escapar de los peligros exteriores, quisiese huir de sí mismo, la amenaza procede de dentro aunque no lo sepa, y esto crea momentos de verdadera confusión sobre todo siendo joven, cuando trata de convencerse que es víctima de sus circunstancias, y estas le impiden ejercer como esposo o como padre.
Los ideales dan consistencia a esta confusión que padece, y así puede pensar que se va a Rusia a defenderlos y reprimir que realmente está escapando del infierno de vida que él mismo ha creado. Así mismo, se reprocha cómo es posible que mientras él está copulando y comiendo como un cerdo, sus camaradas puedan estar muriendo. Pero en esta confusión de nuestro protagonista no participa el autor, más bien todo lo contrario, nos recuerda cuán lábiles pueden llegar a ser algunas etiquetas rimbombantes como la de revolucionario. ¿Qué es un verdadero revolucionario? El tono en ocasiones es de burla, por ejemplo cuando se nos cita el Catecismo Revolucionario; traigo al recuerdo esa escena de tintes dramáticos, en la que Ana le dice que se olvide de ella, que practica el amor libre, mientras en la sala de al lado están los compañeros de Baruj, y aquí está el giro hacia la comedia, resulta que han decidido que todos los bienes se comparten, incluso el bien sexual, porque, ¿cómo va a ser eso de que unos gocen y otros no? La fórmula delirante del prorrateo del placer es un atentado burlesco a la figura ideal del revolucionario.
Ciertamente esta confusión va cediendo, no podemos hablar de la caída de los ideales, pero escuchamos pensamientos de otro signo en la cabeza de Baruj, que pasa de ser víctima de las circunstancias a una posición de cierta responsabilidad con ellas, darse cuenta del infierno que ha creado en su vida, lo mal que la ha encaminado. Es cierto que no sabe porqué llegan las circunstancias hasta determinado extremo, pero empieza a dejarse ver la certidumbre de que él es quien está detrás de sus desdichas.
Esto abre un debate muy interesante en la novela acerca de la teoría del caos, los cambios en un sistema dinámico, los encuentros y las circunstancias que se entrecruzan, las contingencias que provocan giros insospechados, el peso del pasado, y la afirmación de que es ahí donde radica la felicidad; en su evocación me ha hecho sentir cierto punto de melancolía, que no sé como repartir entre el personaje y el narrador, pero presente todo el relato. Digo que abre un debate que en mi opinión desemboca en la cuestión del destino, el destino de los seres humanos. El destino que damos a nuestras vidas, hacia donde ha encaminado Baruj la suya. Se ha mentido a sí mismo tratando de escapar de sus demonios interiores. Su ficción de creerse en deuda con el mundo, ha hecho que pierda el amor de las dos mujeres a las que quería, este ANA-rquista enamorado, que busca rescatar las cenizas de su familia de origen tomando más y más distancia con la propia, con la familia que él hubiera podido haber construido al lado de Berta. O haber estado presente acompañando en el lecho de muerte a su hermano Jehudá, que en su momento le quitó la fantasía de suicidio simplemente recordándole lo que lo quería. Ha huido de tantas cosas, tan continuamente, que le resulta inevitable la sensación de que el mundo ha seguido su marcha sin él. Es un momento conmovedor. Como lo es también el de la confesión de sus sueños, aquellos que narran a través de la metáfora del tren la condena perpetua a la que se ve llevado por su propia ficción, la condena de llegar siempre tarde, de estar en el peor lugar y momento por su propia culpa. Es posible que haya evitado vegetar como una masa de carne y huesos, pero no ha podido dejar de deambular como un fantasma, una sombra escurridiza, siempre a salto de mata, estableciendo una distancia de seguridad que no le permitió llegar a tiempo para tomar su tren.
Ficción, identidad, destino: grandes cuestiones que comparten protagonismo en la novela e interés para el psicoanálisis. Además de un viaje por la historia que seguramente para muchos de nosotros era parcialmente desconocida. El carácter aventurero de Baruj nos ha transportado incluso hasta nuestra propia guerra civil, donde él confiesa entre dientes que quiere completar su autodestrucción. Pero finalmente no hay datos de que esta se produzca, la escena en la que cae abatido por un proyectil enemigo, o en la que fallece a causa una enfermedad grave, no están descritas en la novela. Así que nada nos impide una mirada suspicaz al anciano que podamos encontrarnos en el parque mientras saboreamos nuestra lectura, o al que cedamos el asiento en el vagón del metro, una mirada que escruta si ese hombre pudiera ser Baruj Kowenski. Al fin y al cabo, amigos, y de eso da fe Liter-a-tulia, la ficción siempre triunfa.

Alberto Estévez
12 de Junio de 2009

lunes, 15 de junio de 2009

Las salvajes muchachas del partido. Comentario de Miguel Ángel Alonso


"La ficción mantiene una singular relación con algo que siempre se encuentra detrás implicado. Contiene un mensaje formal indicado: se trata de la verdad".
Jacques Lacan. Seminario IV Las relaciones de objeto

“La ficción de principio a fin como faro que ilumina la realidad” (50)
Lázaro Covadlo

Decía Ernesto Sábato en El escritor y sus fantasmas, que hay dos actitudes que corresponden a dos tipos fundamentales de ficción, una, escribir como un juego, para entretenerse, para pasar y hacer pasar el rato, y otra para buscar la condición del hombre, empresa que ni sirve de pasatiempo, ni es un juego, ni es agradable. Yo creo que en Lázaro Covadlo están presentes, a un tiempo, las dos actitudes, aunque quizá no los dos tipos de ficción. El que prevalece es el segundo, el que dirige la mirada hacia algo que tiene que ver con esa condición humana de la que habla Sábato.

Porque en la lectura se experimenta una sensación, la serenidad que trasmite, sino la historia, sí la letra de la historia. Se deja sentir que Lázaro Covadlo ama contar historias, de lo cual hace su ocupación principal (246), y se recrea en ellas sirviéndose de una escritura primorosa, de una arquitectura por momentos sorprendente, y de una fantasía que se desparrama en una infatigable metonimia. Ama la historia que cuenta, y se va dejando llevar, sin brusquedades, por las contingencias que van dibujando destinos. Y ama la ficción, ese oficio trascendente para él en tanto diseña realidades, esa diversidad de formas de vida que habitamos. Y como indica el epígrafe que encabeza esta reflexión, desde el seno de esa ficción surgen evocaciones de carácter universal, que parecen y aparecen, para dar peso específico a esas múltiples realidades. Desde esta perspectiva creo que en la novela encontramos diversas variaciones para una dialéctica entre ficción y realidad, variaciones que dejan ver un nuevo sentimiento del ser humano muy diferente del convencional.

Respecto a la ficción, la novela evoca alguna función y una característica principal.

La ficción adquiere el valor de una función, dejar aparecer uno de los sentidos de la existencia, a saber, que cada uno ha de constituir la realidad a partir de una ficción. Baruj siente la responsabilidad de construirla a partir de su ficción, Lázaro Covadlo siente la responsabilidad de construirla a partir de la suya, y en contraposición a ellos podemos ver a los iluminados canallas, desprovistos de ficciones, pretendiendo construir la realidad de todos ejerciendo el poder, provocando el sufrimiento, haciendo que los recuerdos que se borran de la memoria de los seres humanos sean los buenos, quedando en cambio, como marcas indelebles, los malos recuerdos. Es lo que ocurre cuando la ficción queda relegada.

Otra función de la ficción hace referencia a que ella es portadora de un núcleo indeformable que insiste, repitiéndose, núcleo que posee una energía en forma de carga dramática, lo cual sugiere que la ficción está en algún tipo de relación con la verdad (82).

Y la característica de esta ficción hace referencia a su esencia metonímica, a ese deslizarse en la contigüidad de un acontecimiento con otro, en una especie de asociación libre (194) que va constituyendo una gran historia: Las salvajes muchachas del partido.

Covadlo sitúa un momento histórico que narra una amplia gama de acontecimientos que fueron marcando el trágico deambular de un pueblo, el judío. Y ese momento lo usa como fondo para escribir los hitos particulares, las escenas fundamentales de la vida de Baruj, un soñador aventurero, para llevarnos desde su particular subjetividad a lo que serían elementos que, en su universalidad, estructuran el devenir de todos los seres humanos. En este sentido, se podría decir que estamos ante una novela que, además de una indagación psicológica que como tal se detiene en regiones específicas de una subjetividad, la de Baruj, trasciende las regiones para abarcar algo más amplio que tiene que ver con la forma en que se conforma la realidad para cualquier ser humano.

¿Qué son los ideales en los que se asienta Baruj? Son ficciones que logran establecer una hegemonía y tienen efectos reales pues señalan la dirección de un destino. Baruj es tomado por un deseo que no vacila en su intento de ubicarse en ese lugar ideal. Pero encarna y padece una confrontación, la que se produce en el encuentro de la ficción idealista con las pasiones, los afectos, las pulsiones, el bien, el mal, el amor, el odio, la muerte, elementos que juegan en las proximidades del cuerpo.

Esa confrontación es lo que da lugar a la realidad, que se constituye siempre en pérdida, en la hiancia, en el abismo que se sitúa entre el ideal y las pasiones, entre las palabras y sus significados. Es el escenario de juego para todo, para la política, para la guerra, para el amor, para la amistad (394), para el odio, pero lo importante es que la realidad aparece como un escenario no dado de antemano, sino creado y que, de una u otra manera, siempre nos hace sentir perdedores en la imposibilidad de encontrar el paraíso que proponen (247).

Esta circunstancia, a mi modo de ver, queda ya sugerida en la cita que introduce a la lectura del texto: “Es extraño que exista una palabra para designar algo que, en rigor, no existe: el “reposo”, lo cual sugiere ese vacío entre la palabra y su significado, entre los ideales y su significado, y en el cual ha de amoldarse la realidad.

La conclusión es que tanto para Baruj como para cualquier ser humano, la ficción está dada de antemano. La realidad puede ser construida sólo si una ficción la precede.

La división subjetiva
Partiendo de la misma cita, me planteo la pregunta: ¿Qué realidades nombran los ideales que están en juego en la novela?

Y me surge también la extrañeza porque nunca aparecen realizados. Y ello es porque estamos ante el decir y la imposibilidad de este para alcanzar su objeto. Baruj, a pesar de su insistencia, sólo encuentra frustración y no el significado, la realidad que esperamos de esos ideales. Hay que pensar, como pone en evidencia la novela, que los ideales y la realidad nunca pueden coincidir porque no tienen el mismo centro, de tal manera que, aunque el ideal pueda resultar impecable, la realidad está en falta respecto a ese ideal, y Baruj, o cualquiera de nosotros, hemos de soportar la frustración y el malestar que esa circunstancia produce.

Por otro lado, se podría decir que la palabra reposo, si pensamos en la situación de Baruj, nos lleva a lo que nunca alcanza, la tranquilidad, el reposo. Es la división que ha de soportar respecto a la ficción que lo constituye.

Otro ejemplo de división parte de la familia (149). En ella encontramos la génesis de la división. En su seno se escribe la ley que establece los lazos sociales, al mismo tiempo que se cobija al mal. En la familia uno fabrica los lazos que le ligan a la vida, y a la vez es portadora de los elementos que los pueden destrozar. Es la paradoja del ser humano, en el seno de lo simbólico por excelencia, la familia, ya aparece de forma temprana la división entre cielo e infierno, entre bien y mal, que luego vemos trasladado a la vida que en esta ocasión encarna Baruj.

Y por último, otra forma de expresar la división es nombrándola como la pérdida del paraíso perdido:

“Mi abuelo Baruj conservó durante años la nostalgia del paraíso perdido representado por la familia de origen” (149)

La ficción como lugar de la verdad
El tratamiento que se hace de la ficción es algo que, sin duda, ha de dejar perplejo a quien asuma una significación convencional de la realidad (246). Este tratamiento sugiere, en principio, una prevalencia de lo simbólico sobre lo imaginario y la realidad del yo. Nos muestra la evanescencia del yo individual en contraposición con una insistencia que aparece en el mundo simbólico. Por ejemplo, nos muestra los sueños como un fenómeno que sugiere, en la repetición que realizan de los acontecimientos fundamentales de la vida, una relación más directa con la verdad de nuestras vidas. Confronta la ficción con la realidad, sugiriendo explícitamente que vivimos en un estado de ficción permanente (33). Podemos leer: “La ficción de principio a fin como faro que ilumina la realidad” (50)

El yo del individuo, la conciencia, no sería la instancia rectora del destino. Más allá de ella encontramos algo que insiste, palabras que hacen referencia a los acontecimientos hegemónicos, fundamentales en la vida de cada uno, que se imponen para dar consistencia real a las vidas.

Para corroborar esta reflexión traigo a colación un axioma de la Edad Media: “Fictio figura veritatis”, “La ficción es una figura de la verdad”. Es decir, la ficción que cumple su función, siempre ha de evocar algo esencial, un núcleo indeformable que tenga que ver con la verdad:

“Lo que importa para el caso, es la constatación de que dicha historia, al igual que todas las historias portadoras de verdadera carga dramática, llevaba en su periplo de continuos traspasos un núcleo indeformable, cuya permanencia no es menos que la transmitida por la información genética” (82)

Una carga dramática que produce efectos en lo real de los sujetos, proveniente de un núcleo indeformable de una verdad que nos atañe pero que sólo puede ser evocada, dicha a medias, con inseguridad. Por ello trae a colación la primera estrofa del poema de Fernando Pessoa (420):

“El poeta es un fingidor,
Finge tan completamente,
Que hasta finge que es dolor,
El dolor que en verdad siente”

(Autopsicografia. Bernardo Soares Publicado el 1 de Abril de 1931)
A estas estrofas añade por su cuenta una convicción (423):

“Sigo convencido de que en la vida y en la historia de los hombres siempre acaba triunfando la ficción”.

Partiendo de aquí, y dado el peso que verdaderamente tienen, tanto el poema de Pessoa, como la convicción de Covadlo, podemos decir que resulta atinado pensar la ficción como un valor ético, como el ámbito paradigmático, imprescindible y hasta necesario en el que ha de aparecer, pareciendo, algo referente a la esencia de nuestra condición. Es la escritura de la que habla Ernesto Sábato, totalmente realizada en la novela.

Parece lo más relevante, la enseñanza de que los seres humanos sólo podemos acercarnos a la verdad a través de ficciones, de mitologías, a través de palabras. No nos queda otro remedio.

Y esta ficción también se relaciona con la verdad en tanto revela ciertas características de un destino determinado por las marcas fijadas en la memoria (135), esos acontecimientos fundamentales de la vida que aparecen en lo simbólico, en los sueños, como también por las contingencias, algo que no nos es dado saber de antemano, lo cual nos sitúa ante la incertidumbre y las más insospechadas sorpresas, dando a entender a la vez, la dificultad que supone saber si el de los seres humanos es un destino dirigido o elegido:

“Sólo nos es dado conocer el paisaje que dejamos atrás. Cada tanto nos encontramos ante una nueva bifurcación e ignoramos hacia dónde nos conducirá el rumbo que hemos elegido, si es que en verdad elegimos o si es que nos vemos compelidos por las circunstancias del momento, cuya impronta nos pondrá ante nuevas y desconocidas circunstancias” (107)

Y por último, Covadlo pone en juego una cuestión muy interesante. En la segunda oportunidad que le da a Baruj para desarrollar su vida –como Lázaro que emerge de su finitud— sugiere que el destino de cualquiera, y por extensión el de la humanidad, podría haber sido otro dependiendo de la ficción, de las palabras, de la mitología, de la literatura que hubiésemos escrito. De pronto el destino de un hombre se vuelve otro según las contingencias que en un momento se hacen hegemónicas en la escritura estableciendo una variación para la realidad.

El exilio
De todo ello se deriva que uno habita realidades en las que, de una u otra forma, está obligado a sentir la precariedad de ser un exiliado (58, 59).

En Las salvajes muchachas del partido encontramos la narración de dos exilios. Uno de ellos señala una condición ineludible de la realidad que se constituye, la imposibilidad de alcanzar el objeto al que aluden las palabras, en este caso el ideal, lo cual marca la división del sujeto que se refleja en algún tipo de malestar. Su yo, su intención, su voluntad, son exiliados que no pueden hacerse dueños del destino subjetivo. Es la condición estructural de todo exilio, de cualquier existencia que se rija por lo simbólico.

Y el otro exilio es el obligado por las circunstancias políticas, en el que uno ha de estar en permanente huída. Baruj vive la expulsión de su tierra natal, pese a lo cual no renuncia a la vida, ni a sus proyectos asumiendo el riesgo de su acción. En este sentido es un personaje ético por el valor que adquiere su acción política, su deseo de sumarse a la revolución yendo al encuentro con los otros, los que supone que encarnan el ideal y que sólo adoptan como norma de la vida la utilidad, el valor práctico sin atender otras consideraciones.

Por lo tanto, hay un desplazamiento forzado que sufre Baruj, tanto político, como estructural, el primero como producto de los pogroms y del comunismo de guerra, y el segundo por no poder acceder a las palabras en que se sustenta el deseo

Un juego de identificaciones
Por otro lado, encontramos la cuestión de la identificación. El afortunado axioma de Rimbaud “yo es otro”, está implícito en la novela. Se produce lo que podríamos señalar como relación especular (147, 157, 247) entre el protagonista Baruj, identificado con el abuelo, tomando de él rasgos y marcas válidas para su constitución como sujeto, y al mismo tiempo el narrador crea al abuelo con sus propias marcas:

“¿Y cómo puedo yo conocer las divagaciones de mi abuelo? No puedo, pero me es posible tener registro de las mías y me pregunto por qué él no habría pensado cosas similares… Pero, ¿cuán profunda es la marca de los personajes históricos? La de algunos perdura más que la de otros, pero a la postre la acumulación de los siglos y los milenios acabará emparejando todas las vidas. Tiempo al tiempo.” (58)

Conclusión
Ir más allá de lo psicológico es una invitación expresa que se nos hace en la novela (30) para que veamos un funcionamiento de la verdad más amplio, más enigmático, que, además de determinar tanto al yo del individuo como a las realidades convencionales, a la vez las trasciende. Un funcionamiento en el que adquiere importancia algo verdadero que siempre está insistiendo, repitiendo.

Se podría decir la novela pone de manifiesto diferentes niveles de constitución del ser humano, el de la ficción y el de la realidad. Podemos ver la importancia de la ficción en la vida de los hombres, sosteniendo el deseo pero sin poder suturar la falta que lo constituye por su inserción en lo simbólico. Y la realidad aquí lleva el sello de la ficción, no al revés. La vida de los seres humanos depende, en principio, de que una ficción sea capaz de construir un espacio, un escenario, un sueño, una morada para habitar y que de ahí camine hacia su destino, habitar un cuerpo. La realidad, entonces, está condenada a realizarse soportando un descentramiento con lo simbólico. Y desde luego, esa morada, sin duda, podría haber sido muy diferente, si otra fuese la ficción, la mitología que la escribió, si otras fuesen las contingencias que sobrevinieron en el camino.

Por otro lado, creo que en la novela se palpa la tragedia humana, vehiculizada por la violencia, los pogroms, las torturas, el comunismo de guerra, la trata de blancas, el proxenetismo, las venganzas, todo lo cual se haría verdaderamente insoportable en una mostración directa de sus barbaridades, sin una protección estética, sin una ficción que las evoque sin mostrarlas directamente en una recreación Snuff. La de Covadlo es una descripción compuesta tanto por espacios virtuales como reales que producen un efecto en los lectores, nos incitan a preguntarnos por el Bien arrinconado, por el Mal recurrente, por el sentido de la existencia, por la amistad, por el amor, por la indiferencia, por el odio, por la venganza, por los celos, por la explotación del hombre por el hombre, por la estupidez humana, por la mentira, por la soledad, y por lo irremediable de la muerte.

Todos estos elementos y afectos, modeladores y habitantes del cuerpo, salpican el amplio firmamento de la novela en una gran mezcla de tiempos, y en una sugerente inverosimilitud, que hace a la novela, si cabe, más verdadera. Porque la inverosimilitud de alguno de sus tiempos no hace más que dar nuevas posibilidades a los caminos que conducen a la aprehensión de nuestra esencia.

Miguel Ángel Alonso