sábado, 28 de diciembre de 2013

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Gustavo Dessal

Me gustaría comenzar mi comentario contándoles brevemente los entresijos de la elección de este cuento de Alice Munro, porque son divertidos. Algún tertuliano, no recuerdo quién, nos había hablado de esta autora que sólo conocíamos de oídas. Pero ninguno de los que organizamos la tertulia, ni Alberto Estévez, ni Miguel Alonso, ni yo mismo, habíamos incursionado en su obra. Investigamos en ella, y Miguel se tomó el trabajo de introducirse en alguno de sus libros de cuentos. Una vez realizada su lectura nos escribió diciendo que se había sentido profundamente decepcionado, que no comprendía por qué esta mujer había llegado a ocupar el lugar que ocupaba en la literatura, etc., etc. Pocos días después le dan el Premio Nobel, ante lo cual Miguel nos confesó que no sabía muy bien si tirarse por un barranco o abandonar por completo toda relación con la literatura. Realmente, esto dio lugar a un intercambio de correos muy divertido. En uno de ellos les preguntaba si habían visto la rueda de prensa que Alice Munro había dado, donde se la notaba muy conmovida. Los periodistas no sabían por qué ella solo atinaba a decir, con lágrimas en los ojos, "Michael Angel, Michael Angel…".  La razón era que la pobre mujer estaba desolada porque se había enterado de las críticas de Miguel Ángel.

La cuestión es que, ya por curiosidad, empezamos los tres a meternos en el tema, y leímos este cuento. Debo decir que yo rompí una lanza a favor de este relato, pero obviamente, por uno solo no puedo juzgar la obra de un autor. Y sin atreverme a restarle méritos a la autora, confieso que los otros relatos de Amistad de juventud no me engancharon en absoluto.

Sin embargo, este cuento sí me interesó. A pesar de que -en mi opinión- no constituye un gran relato, me parece que hay en él algo muy bien logrado. En primer lugar, tiene el valor de ser extraordinariamente caleidoscópico. Por ejemplo, la primera pregunta que me planteo cada vez que abordo un relato o una novela –quizá sea éste un vicio propio de mi oficio—es "¿Quién habla?". Aquí es difícil dar una respuesta inmediata. Aparentemente, la que habla es la hija, ella sería la narradora. Pero nos encontramos con una primera objeción. El cuento hace tan creíble el personaje de la hija, que damos por válido que ella ha escrito la historia que la madre le contó. Pero eso, que parece evidente, esconde al verdadero sujeto de la enunciación, que está más allá de todos los personajes. 

La segunda objeción: Si nos ponemos en la tesitura de que es la hija la que cuenta una historia que la madre ha vivido, nos encontramos con que sabe demasiado. Es decir, la narradora se confunde con lo que se denomina la voz omnisciente. La hija sabe de la historia como si realmente hubiera estado allí, incluso sabe mucho más que la propia madre. Relata cosas que ni siquiera la madre, habiendo estado un año entero, podría llegar a saber. Evidentemente, ahí hay un juego que todo el tiempo nos confunde. ¿Quién está hablando? ¿Habla la hija? Si es la hija quien habla, ¿cómo puede saber tanto de esta historia? ¿Está narrando la historia que le contó la madre o recreando esa historia según su imaginación? 

Resulta muy complicado responder a la pregunta "¿Quién habla?". En ese sentido, creo que la autora ha utilizado una técnica narrativa muy lograda. Efectivamente, a través de la historia de Flora, de Ellie, de Robert y la enfermera Atkinson, madre e hija se dicen algo entre ellas. Esa es mi lectura: se dicen algo entre ellas, aunque lo que se dice no es nada demasiado explícito, sino más bien alusivo.

Alguien dijo hace un momento que había algo fallido en el relato. Pero lo que parece fallido, para mí es su acierto. En efecto, uno no alcanza a entender qué es lo que se dice, aunque hay alusiones ya contenidas en el sueño. Me parece que lo logrado del relato es que la autora consigue que uno perciba que la historia es totalmente secundaria, que mediante ella los lectores sabemos que madre e hija se dicen algo, cosas muy fuertes e importantes. Al respecto, es una frase extraordinaria la del comienzo:

El sueño… era demasiado transparente en su esperanza, demasiado complaciente en su perdón”.

Y sin embargo, no acabamos de saber qué se dicen. Eso lo podemos considerar como el fracaso del cuento, o por el contrario como lo más logrado. El éxito del cuento sería ponernos frente a la percepción de que entre madre e hija circula algo que no alcanza verdaderamente a ponerse en palabras, y es lo que constituye el drama de su relación. 

Respecto del papel de los hombres en el relato, no se trata solo de que Robert sea un hombre prácticamente inexistente. Ocurre lo mismo con el padre de la narradora, de cuya vida no tenemos ningún dato, salvo que la maestra está preparando la boda. Pero la hija no dice ni una sola palabra sobre su padre.

Una vez leído el relato, me vino a la mente lo que dijo un escritor español cuyo nombre no recuerdo. Se trataba de un decálogo de las cosas que no se deben hacer en la literatura. Entre ellas aconsejaba no contar sueños, pues le parecía que se utilizan cuando el escritor no sabe cómo solucionar una situación. Creo que es una cosa un poco exagerada. Shakespeare contó algunos sueños que no están nada mal, y no digamos Borges. Y Alice Munro nos sorprende con el saber que posee sobre la función del sueño. ¿Qué quiere decir cuando afirma que ese sueño es demasiado "trasparente en su esperanza"? Quiere decir –no sé si Munro leyó a Freud o lo sabe por su intuición de poeta— que los sueños son realizaciones de deseos. ¿Cuál es el deseo que supuestamente realiza este sueño? El deseo de que la madre esté viva y en mejores condiciones que en la realidad del recuerdo. Sin embargo, la narradora es lo suficientemente sensible como para comprender que el sueño se detiene en un punto. Y ese punto nos abre la puerta hacia otra escena. ¿En qué punto se detiene? En que resulta "demasiado transparente en su esperanza". Es demasiado obvio el sentido del sueño: qué hermoso ver a mi madre viva, mejor de lo que la recuerdo y, encima, con un intercambio personal más fructífero del que hemos tenido durante años. No hay que confiarse en el contenido manifiesto.

Por otro lado, el sueño plantea: “demasiado complaciente en su perdón”. ¿Qué es aquello que la hija tiene que perdonarle a la madre y que, por lo visto, no perdona, pero que se dice a través de la historia de las otras mujeres? En efecto, el lector no alcanza a saberlo. Eso es lo fallido, pero pienso que no tanto desde el punto de vista literario, sino por el hecho de que hay cosas que no pueden ser dichas. Por tanto, el relato hablaría, también, de aquellas cosas que a veces pueden ser esenciales en una vida, pero que nunca se pueden llegar a decir del todo, se "medio-dicen".

Para finalizar, quisiera añadir algo sobre el personaje de Flora. Me interesa destacar lo siguiente. En una primera lectura me la representaba en su abnegación, privándose de todo, llevando una vida que gira en torno a la privación, el sacrificio, incluso cierto masoquismo. Sin embargo, cuando leí el cuento por segunda vez, me formulé lo que voy a plantearles a continuación. Tenemos la tendencia natural, por la época a la que pertenecemos y por la historia que nos precede, a imaginar que la subjetividad ha sido siempre la misma desde los tiempos de los griegos hasta nosotros. Es decir, que la gente sentía, pensaba, actuaba, más o menos de la misma manera que lo hacemos hoy en día. Sin embargo, sabemos –porque hay personas que se han ocupado de estudiar la cuestión— que nos asombra la falta de reacción por parte de Flora porque tendemos a creer que ella debe pensar y sentir como nosotros. No podemos concebir un tiempo que, sin embargo, existió. Tuvieron que pasar muchos siglos para que nuestra subjetividad se construyera, un tipo de subjetividad que se podía permitir formular preguntas sobre el sentido de su existencia, sobre la felicidad y la infelicidad. Es decir, la gente corriente no se planteaba esas cosas. Comenzaron a planteárselas a partir de un determinado momento, situado y fechado históricamente, y para ello debieron intervenir una gran cantidad de factores que contribuyeron a formar esa subjetividad. Factores que, entre otras cosas, hicieron posible la invención el psicoanálisis. Una persona acude a un psicoanálisis porque se ve asediada por preguntas a las que no puede responder. Es inimaginable que una persona, en el siglo XIV, fuera a buscar psicoanálisis, porque la vida era como era y a nadie se le ocurría plantearse nada. Había un poderoso discurso que daba sentido a todo. La idea fundamental era el destino, apuntalado por el discurso religioso, y la gente asumía su existencia. En este sentido, la gran metáfora, muy lograda, es cómo Flora acomete, una vez al año, una limpieza general. Hay que hacer una serie de cosas, pone la casa patas para arriba, desarma todo y asume su tarea como algo automático. Estaba por casarse, la hermana se cruza en el camino y la traiciona… Uno puede indignarse y preguntar cómo Flora pudo tragarse esa historia, por qué no se dividió, o se suicidó, o mató a la hermana a al novio, pero también hay que pensar que había épocas en donde la gente no se preguntaba nada, sino que aceptaba la existencia como un conjunto de acciones cuyo único propósito era llegar a la noche, acostarse, dormir, y permitir que la vida se extendiese un día más.

Introducir en el corazón del cuento este modelo de subjetividad "a-subjetiva", es lo que hace girar esta danza de distintos personajes que se van sucediendo a partir de la figura de una mujer, Flora, que ya no es ni sacrificada, ni abnegada, ni ama ni no ama. Es alguien que no se pregunta nada, no se plantea nada, no porque sea una enferma mental, una débil mental, sino porque hubo un tiempo, que no podemos siquiera imaginar, donde la gente vivía así. Lo más extraordinario -y para nosotros inverosímil-  es que todavía hoy existen muchas regiones del mundo donde la gente vive de esta manera.


Gustavo Dessal

Amistad de Juventud de Alice Murno. Comentario de Luis Teskiewicz

Estamos ante un relato de mujeres: Flora, Ellie, la madre de la narradora, la propia narradora, la enfermera Atkinson, mujeres que han tomado una posición diferente en la vida y tienen formas de gozar diferentes. El único hombre, Robert, como dice la propia narradora, es un hombre objeto, objeto de intercambio entre las mujeres, puede pasar de una a otra como objeto, sin que aparezca nunca su deseo manifiesto, de manera que uno pueda interpretarlo como causa de las sucesivas elecciones. Robert comienza con Flora, sigue con Ellie y termina con la enfermera Atkinson, pero parece ser solamente un objeto de intercambio. Es el único hombre que aparece en el relato, pues el padre de la narradora no aparece más que como una referencia lejana.

Pero el relato, además de mostrar diferentes posiciones femeninas en relación a su goce, muestra la incógnita, la imposibilidad de saber qué es una mujer. Hay una protagonista, Flora, en versión de la madre, pero no sabemos qué desea Flora, no sabemos con qué goza. Parece gozar de la abnegación, si tomamos en cuenta la versión idealizada por la madre. Versión que supone la hija, que nunca encontró la carta que debería de ir encabezada con un: “Mi querida y admirada Flora”. Y según la versión de la dama soltera –la hija de la narradora— goza con el sadomasoquismo, sufriendo y haciendo sufrir.

Son dos versiones interesantes que, en realidad, nos hablan más bien de la madre y de la hija, pues son ellas las que tienen fantasías respecto a lo que Flora es, qué desea, de qué goza, cómo goza. Y ello hasta el punto de que la hija, finalmente, realiza el proyecto de escribir sobre Flora: es el cuento del que estamos hablando. Pero entre tanto ha mediado una carta en la que Flora dice no, que ella no es quien la madre cree. Una carta que hace que la narradora, a partir de ahí, componga su propia fantasía, donde le supone a Flora otros goces posibles, podía conducir un coche, podría ir de vacaciones, podría tener un hombre, una pareja, etc. Pero lo interesante es que Flora aparece como alguien indefinible. En realidad, no sabemos quién es, sólo conocemos las versiones que se han dado de ella.

Y nos encontramos también con ese final tan sorprendente, donde aparece el tema de los cameronianos, su crueldad, y esa rigidez tan sorprendente que me parece cobrar el sentido de volver sobre el cuento mismo.


Luis Teskiewicz

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Antonio

El relato tiene la virtud de ser un acertadísimo tratamiento de personajes banales, pero un tratamiento que consigue alzarlos a otra dimensión. Encuentro una trama muy bien hilvanada, llena de pequeños grandes hallazgos. Uno piensa que se trata de algo vivido por la autora, o bien de algo que le han contado muy de primera mano. Podríamos decir que es dolorosa esa virtud de la autora que consigue ponernos en contacto con unos seres que viven una vida realmente dramática, sin concederle al hecho demasiada importancia, pero que al ser relatada de este modo cobra una trascendencia especial. Insisto, la cualidad de la escritora estriba en conseguir que unos seres banales, sin demasiado interés, pasen a convertirse en primeras figuras de un drama que suena a cotidiano y conocido.

El cuento nos introduce, poco a poco, en una cruel historia de progresivos y retorcidos desenlaces que van encajando hacia un final que, para la escritora, es terrible, despreciable, inhumano. Esto podría decirse de la descripción que se va haciendo de Flora, genial descripción que frase tras frase va configurando un relato de una altura literaria fantástica. Cuando uno cree que lo ha leído todo sobre la vida, que ya no se puede decir mucho más, que todo ya ha sido escrito, descubre que una nueva autora ha sabido transmitir, con palabras diferentes, algo de eso que llamamos la vida y que llega profundamente al lector.


Antonio

La jibarización de la existencia. Comentario de Ignacio Castro al cuento Amistad de Juventud de Alice Munro

Quiero comenzar mi comentario citando uno de los párrafos del cuento:

Los malvados medran. Pero está bien. Está bien, los elegidos están ocultos bajo la paciencia y la humildad e iluminados por una certeza que los acontecimientos no podrán perturbar”.

Este párrafo precioso, que podía estar en cualquier libro de sabiduría de cualquier siglo –invirtiendo un poco la sabiduría religiosa, por ejemplo— es excepción en un relato al que le cogí cariño en las dos horas y media que dediqué a leerlo –con muchas interrupciones, como es mi estilo. Me dejó un leve poso de tristeza, cosa que le agradezco, pues es señal de que contiene algo.

Ahora bien, no veo a las mujeres por ningún lado como algo significativo, sino que veo un uso dudoso, desde el punto de vista literario, de lo que podríamos llamar, aprovechando la confianza, la jibarización de la existencia –una existencia liliputiense en un país enormemente grande— que recuerda muchísimo a lo que sería el abc de la cultura angloamericana –que poco a poco nos está invadiendo, no siempre con vaselina— una reducción brutal de la existencia. Es decir, hay tal ausencia de grandeza en los personajes, en todos ellos –excepto, quizá, en la madre— que hasta el fracaso es imposible, hasta la violencia es imposible.

En este sentido, estamos ante un relato de una inhumanidad semi kafkiana, con un sentido elíptico continuamente aplazado. En realidad, nunca acaba de pasar nada. No me creo, si es la intención del autora, que la secta de los cameronianos arroje algún límite de registro siniestro dentro de la siniestralidad de lo normal.

Entonces, digo, tengo una impresión extraña. Desde luego, es absolutamente rotundo e indudable que estamos ante un trabajo bien hecho, pero dudo mucho que haya algún tipo de comparación posible con Chéjov. En éste autor –maestro de la ruina a cámara lenta— la caída de los seres, incluso una sonrisa o un enrojecimiento súbito, nos llevan al encuentro con la grandeza y la posibilidad de un fracaso absoluto, de un fin absoluto, con violencia contenida, o no. Y todo eso, en cierto modo, aquí está eludido de una manera magistral, pero me recuerda demasiado a esa jibarización de la vida que, en el fondo, uno asocia a algo muy distinto a la literatura.

Por lo tanto, tengo la impresión de que esta señora, Alice Munro, no es cualquiera, pero me pregunto si vale la pena seguir leyéndola, o todo está contenido aquí.

Recuerdo ahora algo que andaba por mi cabeza, este verano leí Canadá de Richard Ford. Tiene un poco el problema de esta literatura. Yo no me quejaría de la complicación de niveles, no me quejaría de que al final uno no sepa qué ha querido decir, eso es parte de la literatura. Lo que ocurre es que poco más contemplo que un excelente ejercicio literario, y esto a mí no me deja mucha huella.

¿Qué ocurre en la novela Canadá? Lo mismo. Richard Ford es un tipo con indudable oficio, tanto mayor que el de esta mujer. Por ejemplo, permite excelentes viajes en tren de largo recorrido, y a velocidad lenta, sin ver el paisaje. Esto lo digo sin ninguna ironía. Pero claro, al final es una apología del estado larvario en el que estamos. Y sólo en esta apología del estado larvario en que, por lo visto, está programada la humanidad de los próximos años, sólo dentro de esta reducción esta literatura es memorable, si no, no. Y hablo de ejemplos actuales, no me remito a Shakespeare, Hanke en el mundo germano y John Berger en el mundo angloamericano, son otra historia.

Es decir, el plegamiento a los intersticios casi insignificantes de la vida no se hace al precio de que no ocurra nada, y que lo que esté en primer plano sea la complejidad de la estructura narrativa. No. Ocurren cosas simplemente en el cambio de rostro de una mujer. Es lo que echo en falta aquí, salvo alguna frase, algún apunte. El personaje de Flora y el de la madre me interesan, pero apenas ocurre nada.

Es una literatura que funciona al precio de meterse en un vagón de metro, y francamente, yo viajo en metro, pero no es toda mi vida. No se me ocurre decir, simplemente por educación, que este relato haya sido una mala elección, a pesar de los titubeos de Miguel que comparto, si no qué es una literatura menor. Siento decirlo así, con palabras de segundo de bachillerato, pero es toda la grandeza de una literatura menor. Por qué menor. Porque vale básicamente para seres aprisionados, donde se abren ventanitas. Y poco más. No está mal, ya que asistimos al fin del mundo, pero no habría que dejar de poner el ojo en otra Literatura.

Y termino, me da mucha rabia decir esto y un poco de vergüenza, porque parezco un romántico de 15 años, pero claro, que le concedan el Nobel… Tiene razón Miguel, es una pésima señal. ¿Qué es el Nobel, aparte de los chistes que ha hecho Borges sobre esta cuestión? Es la santificación de una normalidad. ¿Qué es el Nobel, salvo rarísimas excepciones? Una santificación, una especie de metalenguaje mundial, una especie de ONU mundial de la literatura, contradicción sangrante donde las haya, que en general ha santificado nombres que ya no es que no pasen a la historia, porque casi nada pasa a la historia, sino nombres que verdaderamente no van a dejar ninguna huella, porque no producen ninguna herida en la carne de de seres que aún están empeñados en vivir. Entonces, el Nobel confirma mis impresiones, esta mujer sabe de lo que habla, tiene oficio, no tiene un pelo de tonta, yo hasta diría que en el relato hay una autenticidad que no vi en otros libros que comentamos en esta tertulia, por ejemplo en la novela de Michel Houellebecq, que me pareció un juego de artificio inteligente. En este caso estamos ante un relato auténtico, pero claro, funciona a condición de estar acogotado y, francamente, no lo estoy del todo. 

Ignacio Castro

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Silvia Lagouarde

Me identifico plenamente con lo dicho por Ignacio Castro. Y, si bien leí el texto de Alice Munro con la actitud que siempre sostengo cuando me enamoro de un escritor, actitud que me lleva a comprar más textos del autor de que se trate, en este caso, sin embargo, después de leerlo, dije no, hasta aquí llego. No es una autora que me estimule a seguir leyéndola.

Pero quiero hacer una observación por la que pido perdón de antemano. Particularmente, tengo cierto rechazo por la escritura femenina y una gran admiración por la masculina. Sin embargo, con esta mujer me ocurre que su lectura me ha encantado. Es decir, he sentido que su manera de escribir es femenina, pero me he preguntado por qué me parece su escritura tan femenina y, sin embargo, con una inteligencia masculina. Insisto, hago este comentario pidiendo perdón de antemano. Tiene una capacidad de observación, de hacer un abanico de posiciones subjetivas, mostrar cómo somos las mujeres, y he sentido que hay un verdadero saber y un gran intento de que las mujeres comprendamos a las mujeres. Eso es lo que he detectado. Y también creo que tiene algunas licencias en su escritura que me parecen absolutamente femeninas, pequeñas banalidades, licencias que un hombre no vería jamás.


Me parece perfecto lo que dijo Ignacio Castro respecto a la asimilación de esta escritora con Chéjov. Me parece imposible esta comparación. La lectura de Chéjov es imprescindible para cualquier lector, pero no ocurre lo mismo con Alice Munro.

Silvia Lagouarde 

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Miguel Alonso

Tuve muchas dificultades para centrar el relato y encontrar una posición desde donde articular tantas historias de gran calado, la historia de la narradora, su sueño, la historia de la familia de Flora, la historia de la madre, las conjeturas respecto a todas esas historias, etc. Finalmente, consideré que esos cuatro renglones que abren el cuento, en un sentido, eran muy significativos, y decidí situar allí el impulso para mi comentario. Me parece que abren a la multitud de contrasentidos, bien cobijados y resguardados por la estructura del relato. Además, Amistad de juventud, en su desarrollo, se presenta como el despliegue de ese sueño primero. Nada se escribiría de la “misericordiosa” Flora, de su misticismo, de su masoquismo, incluso de su sadismo, ni de la culpa y locura de Ellie, si no fuese evocado por la propia “misericordia” y el “misticismo” de la madre y los efectos de devastación que produjeron sobre nuestra protagonista –la narradora—con toda su carga de culpa. Porque ella es la verdadera protagonista, pues en el relato, lo que se pone en juego es la posición vital de ésta a través de asociaciones relativas a un mundo de creencias, afectos, “santidades” y perversiones que tocaron su vida. Sin embargo, todo aparece descentrado, los afectos aparecen transpuestos desde la escena principal –la relación de la narradora con la madre—a la otra escena, la de la familia de Flora, y los tiempos y espacios son heterogéneos y discontinuos, como siempre ocurre cuando de sueños se trata, lo cual coadyuva a provocar esa confusión que desubica al lector.     

El sueño… era demasiado transparente en su esperanza, demasiado complaciente en su perdón”.

Su esperanza… su perdón”. Como si el sueño no tuviese nada que ver con la narradora, como si esa esperanza y ese perdón viniesen de otro y no se tratase de su propia expectativa de perdón, o como si esa transparencia y esa complacencia fuesen actitudes ajenas cuando, en realidad, es su propio deseo el que se pone en juego. Porque si resulta complicado obtener el perdón del otro muerto –la madre— el deseo del sueño siempre puede acudir para entregar la redención añorada. Esa parece ser la esperanza y la complacencia que le cuesta aceptar como limosna, sin más, en su propio sueño. El perdón hay que trabajarlo incluyendo en él la verdad. Por eso comienza a relatar la historia del sueño, un inteligente juego literario entre el saber y el no saber, entre lo propio y lo ajeno, entre la interioridad y la exterioridad, entre el sí mismo y la otredad, entre el bien y el mal, observados desde el mandamiento religioso del amor al prójimo.

Entonces, para llegar a darle el verdadero sentido al sueño, es necesario que la narradora asocie algunos recuerdos. El acento se traslada de forma vehemente, como una primera asociación inmediata, como un relámpago, desde su verdadero lugar –la relación madre/hija— hacia la historia de la familia de Flora. Allí vamos a encontrar lo más revelador. Un mundo lleno de descentramientos, de paradojas, de deseos ocultos, etc., tomando como fundamento el inusitado ejercicio de amor al prójimo que exhibe Flora. Digo descentramiento, porque la sensación que uno tiene es que, pese a la magnanimidad de esta mujer, algo encubierto nos convoca todo el tiempo hacia el reverso de ese altruismo, de ese amor, de esa fraternidad. Si en esta historia, la función religiosa se presenta como un mandamiento de amor al prójimo, el juego literario nos hace sentir que por detrás de esa construcción hay algo muy próximo, inquietante, perturbador, que nos incomoda como lectores. 

Creo que hay una maniobra muy sutil en este magnífico cuento. Consiste en emplazarnos en la negación retórica como posibilidad de entrever que la bondad esconde algo perturbador, aunque ignorado. Es el juego entre saber y no saber. Cuando se nos presenta a Ellie, se hace hincapié en una negación: Ellie no estaba celosaEllie no mostraba la menor inquina… Pienso que estas construcciones gramaticales armonizan perfectamente con el juego de ocultamiento que circula por todo el relato. Es decir, el juicio sobre la verdad se presenta de forma encubierta, usando la negación. Es una forma de ocultar aquello de lo que no quiere saber: el mal. Pero lo cierto es que, si de alcanzar la verdad se trata, podríamos prescindir de esta partícula lingüística: Ellie estaba celosaEllie mostraba su inquina... Pues, ¿qué significado debemos de atribuir a las bromas de Ellie?, ¿qué significado tienen los cardos en la cama de Robert?, ¿qué significado tiene la mala colocación de los cubiertos?, ¿qué significado podemos darle al encuentro sexual entre Ellie y Robert, y a la culpa y posterior enfermedad de la hermana de Flora? En definitiva, vemos como la partícula “no” es utilizada para encubrir la verdad.

Pero hay otros lugares en los que la negación se muestra insistente:

Sentía no haberla ido a ver en tanto tiempo, sin que eso quisiera decir que me sintiera culpable, sino que sentía haber guardado un fantasma”

Construcciones que inducen la sospecha. Creo que, a la vista del relato, podríamos suprimir perfectamente también esta retórica negativa:

Me sentía culpable por no ir a verla…

La narradora “siente” por tres veces, como si repitiese en un ritual de imputación: “por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa”. Demasiadas sonoridades muy singulares como para que el lector no se sienta convocado hacia otros lugares más acá de los divinos. 

Por otro lado, creo que la palabra “Hermana” toma para sí un lugar central y simbólico en el relato. La gran hermandad familiar es un nido de víboras. Los familiares tan cercanos, nos parecen extranjeros los unos con respecto a los otros. Es decir, la palabra hermana, cargada de connotaciones familiares, aquí encierra en sí mismo una gran contrasentido, pues a la vez que sitúa al prójimo como el otro más próximo, íntimo y familiar, se muestra en un grado de perversión que convoca el estrago, la locura, la culpa y hasta  la muerte. Sólo la divina Flora permanece en pie. Pero claro, es que ella parece que no tiene cuerpo. ¿O sí?

Estamos en la pregunta: ¿Tiene cuerpo Flora? Diría que la función religiosa de enaltecimiento del amor al prójimo que ejerce Flora está perfectamente identificada con su falta de deseo y de pasión corporal. El deseo corporal es el abismo, el monstruo que Flora no desea despertar. Pero el amor a Dios parece ocultar un auténtico clamor. Flora es una mujer que parece poseída únicamente por un amor intellectualis Dei, pero alejada de todo amor terrenal, gozoso, soportando por ello todo tipo de calamidades, humillaciones y renuncias que parecen no tener fin. Es su masoquismo moral.

Pero hay otro pequeño detalle que parece indicarnos que Flora sí sabe del cuerpo, aunque a la vez, lo ignora. Su relato divino está tan arraigado, que jamás podría gozar de ese cuerpo. Es un motivo más de ese juego entre saber y no saber que circula en todo el relato como otro de los pares paradójicos. Nos situamos, entonces, en el momento en que Flora lee los salmos ante el lecho de su hermana enferma. Es una actitud que, por el sentimiento que manifiesta la madre de la narradora, y ésta misma, nos evoca algo del sadismo, por el efecto de división que parece producir en Ellie: “leyendo en voz alta su venenoso libro”, “los extraordinarios tormentos”. Amor, masoquismo y sadismo, un collage literario escrito en cada uno de los seres que pueblan Amistad de juventud

El amor al prójimo es un conglomerado que amalgama la lógica descriptiva del relato Amistad de juventud. Los pequeños detalles como las negaciones, los sentimientos, las repeticiones, se sitúan, en esa lógica, como manchas que rompen la armonía, y que nos dejan entrever que por debajo de todo el amor y el altruismo, circula una corriente impetuosa de indignidad.   

Esta reflexión creo que queda refrendada por las propias conjeturas de la narradora, en la confección imaginaria de su propia novela sobre Flora y la descripción que hace de su relación con la madre, pero también cuando, finalmente, dice que, “por supuesto, estoy pensando en mi madre”. Lo que la misericordia de la madre ve blanco, ella lo pinta de negro. Esa fue la huída de la narradora ante el estrago que la propia “misericordia” materna podía provocar en ella. Pero el poso de culpa es el precio que ha de pagar por su huída.

El sueño: “Demasiado transparente en su esperanza, demasiado complaciente en su perdón”. En efecto. Pero esa verdad, únicamente puede saberse con certeza, a posteriori. Por ejemplo, escribiendo un cuento.  


Miguel Ángel Alonso

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Yenia Camacho

Recordaba algunos aspectos anecdóticos del relato, por ejemplo, que la narradora habla de un período comprendido entre sus 15 y 25 años. También, me da la impresión de que ella, escritora que recopila historias, tenía varias para contar, pero se puso con aquella de la que tenía más información, obtenida de la madre. En este aspecto, sentí un cierto desinterés por la narradora respecto de la historia que cuenta.  

En relación a la narradora y su madre, además del sueño, una de las frases del cuento da a entender que la hija se siente engañada porque la madre mejora. Tiene un sentimiento de engaño cuando la madre empieza a ponerse bien. Por otra parte, menciona también, en algún momento, que la madre, en su larga enfermedad, no se retira a tiempo. Como si la hija hubiese deseado que la madre no le pusiese delante la enfermedad.  En ese sentido, me parece que podía existir una contraposición entre el personaje de Flora y la propia hija.

Creo que es un relato demasiado oscuro. Es verdad que en lo literario siempre se dejan cosas abiertas, pero no hasta el punto de llevar a tantas y tantas elucubraciones. No me parece una buena actitud hacia el lector. Lo veo más como una carencia del relato que como algo pretendido por la autora.


Yenia Camacho

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Carmen Peces

Soy primeriza con esta autora, me estreno con este relato que habéis sugerido, con lo cual no tengo formada una opinión consistente sobre ella. Comparto que el personaje protagonista es la narradora. Otra de las cuestiones que surgieron a lo largo de la tertulia hace referencia a que hay cosas que no se pueden decir. El recurso literario puede ser extraordinario para decirlas.

Este relato, según mi lectura, es el efecto de un ajuste de cuentas con la madre. Se me ocurre que, además de narrar la historia con la que empieza el cuento, construye una historia dentro de la historia. De esa manera ella escribe su propia historia, a la que califico como ajuste de cuentas con la madre. Al respecto, hay un párrafo que me parece revelador, en él encontramos algo del estrago materno, algo presente desde que empieza el relato hasta que acaba. El párrafo que me iluminó lo comparto con vosotros:  

Así es como yo creí que le parecían las cosas a mi madre, En su insistencia, sus ideas se habían vuelto místicas, y aveces había un silencio, un solemne estremecimiento en su voz que me molestaba, que me alertaba sobre lo que parecía un peligro personal. Yo sentía una gran confusión de tópicos y devociones al acecho, un poder incontestable de madre impedida que podía capturarme y ahogarme. Nunca se acabaría, tenía que mantenerme mordaz y cínica, discutir y rebajar los humos. Finalmente abandoné incluso ese reconocimiento y me opuse a ella en silencio”.

En ese silencio ella puede escribir lo que escribe. Me parece de gran riqueza para la comprensión de una de las vertientes del relato.


Carmen Peces

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Ana Castaño

Sobre la cuestión del Nobel, en efecto, es una cuestión política. No necesariamente premia la calidad literaria, ni una buena relación con el lenguaje. Y Alice Munro, en su biografía, relata que siempre tuvo una relación especial con su madre, aspecto que se transmite en este cuento. Y si leísteis las crónicas de estos días, hubo bastante polémica con el tema de por qué no se premia a las mujeres, que son pocas las que han sido premiadas con el Nobel. Es decir, ya tocaba, ya era hora de que se eligiese a una mujer. Entonces, no hay que tomarlo como el Sancta Sanctorum del quehacer literario, creo que tiene ese uso político y, según como venga la mano, se puede premiar a un autor alemán, inglés, norteamericano, sudafricano, etcétera.

Y en relación a lo que se señalaba, creo también que estamos ante una literatura menor. Pero lo que realmente me ha sorprendido es cómo desde lo menor, desde lo inacabado –que habría que ver si es un efecto calculado que tiene la escritora o no— va aproximándose a las cuestiones que nos suceden a todos. Lo que me tocó es que, en un momento determinado, uno se pone a pensar en sus propias cosas. Es el medio decir que, al igual que el curso del sueño, hace pensar en las cosas que a le suceden a uno. Es el aspecto que me pareció muy interesante del relato.


Ana Castaño

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Graciela Amorín

En algún lugar me enteré de que la autora era madre, y escribía en la hora de la siesta, cuando sus hijos dormían. De tal manera, se acostumbró a escribir muchas de manera rápida, y en forma de cuentos cortos. Por otro lado, decían que sus cuentos daban para novelas, pues todo estaba muy resumido. Es decir, en sus relatos pasan muchas cosas y hay muchos detalles en los que hay que detenerse.

En un primer momento pensé que se trataba de una hija que está hablando con una madre. Pero también leí, cuando le dieron el Nobel, que una mujer, al leer sus cuentos, se siente identificada con algún aspecto de los mismos. Algo de ellos toca casi siempre a alguna mujer. Particularmente, el personaje que más me impactó fue Flora, aunque me parece un poco masoquista. La presentan como religiosa, dentro de una religión heredada por la familia, pero al respecto,  ella no hace mostración de nada, no cuenta nada de sí. Todas son suposiciones de los demás. A la maestra le plantea que hiciese lo que quisiera hacer, que ella no tenía que amoldarse a las exigencias de la religión. Entonces, me dio la impresión de una religiosa medio liberal, que no se lo toma muy en serio.  

Por otro lado, en la cuestión de sentirse tocado por algún aspecto del relato, pensé que a esta mujer siempre se le iba creando una situación de las peores de la vida, ser el tercero excluido. Una cosa que remite a tiempos pasados, sin embargo ocurre. Podríamos decir: “Es lo que hay”. Pero sigue adelante, y ese aspecto me pareció admirable. Era una especie de religiosa, compasiva, que no se complicaba la vida aún estando en la posición del tercero excluido. Me pareció algo así como la budista perfecta, es decir, hay lo que hay, y está todo bien. Flora, por tanto, es el personaje que más me impactó en este relato.


Graciela Amorín

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Silvia Lagouarde

Respecto a la cuestión del Premio Nobel concedido a Alice Munro, me dio una gran alegría saber que se le había concedido a una mujer. A partir de ese momento leí un poco sobre su vida. Y pensé que era increíble cómo una mujer como ella, nacida en una granja perdida de Canadá, con una religión presbiteriana y protestante fortísima, con tres hijos, haciendo pasteles, atendiendo al marido y a los niños, se pusiera a escribir en el tiempo de la siesta. Me pareció admirable e increíble en una mujer sin currículum. Uno está acostumbrado a que los premios Nobel recaigan sobre alguien extraordinario. Y por qué no hacer que todo este esfuerzo, esta tenacidad y esta no resignación tengan su premio.


En sus textos pareciera que habla sobre mujeres resignadas. Pero ella se ha revelado a su destino y ha logrado el Premio Nobel. Y a pesar de que no es Chéjov, se merece el premio Nobel por ser mujer y haber dedicado una vida entera a la escritura con todos los problemas que tuvo que haber sufrido y el miedo que tuvo que haber pasado, pues dice que escribía escondiéndose. Supongo que se arriesgaría a que la gente dijese, que ridícula esta tarada que se dedica a la escritura. Era el concepto que se tenía de las mujeres. Y bueno, haber logrado esta meta y poder decirle a las mujeres, miren, yo con tres hijos, haciendo pasteles, soy un premio Nobel, me parece una buena postura política por parte de la Academia. Por más que pueda ser un poco paternalista, creo realmente que ella ejemplifica a muchas mujeres que no tienen ningún tipo de reconocimiento. En este campo, insisto, creo que es afortunado, por parte de la Academia, haberle otorgado el premio a esta mujer.

Silvia Lagouarde

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Beatriz García

Me ha hecho gracia lo que decía Graciela, la perfecta budista. A mí, Flora se me parece a uno de los personajes de Unamuno, La tía tula, mujer que se dedica al cuidado de los hijos de su hermana muerta y del marido, con una tensión evidente entre ambos, y ella diciendo siempre no ante los intentos de su cuñado, enamorado de ella. De manera que acaba arrojando al cuñado en brazos de una sobrina jovencita.

El relato de Munro me gusta mucho. Estamos ante un personaje, el de Flora, del que no se sabe si está situada en esa arrogancia religiosa de la pureza, por encima del sexo. Hace unos días pasaron La tía tula por TV, y en los comentarios intervino una feminista haciendo la lectura de que estábamos ante una mujer liberada que no quería someterse al varón. Es una lectura posible, pero me pareció curioso, porque creo que en la historia de Unamuno hay algo de la represión. Pero también pensé que, en cierto modo, aquí también se podría pensar en una mujer que, aunque todo el mundo pensara que deseaba casarse, quizá no fuese así. O también puede pensarse lo que ya se planteó en la tertulia, que ella se dedica a ver lo que pasa.

En cualquier caso, lo particularmente bueno del relato es que la historia es utilizada por la narradora para hablar de la relación con su madre. Es el juego de un relato dentro de otro con una historia fundamental, la relación que la madre tenía con el sexo, relación que la hija percibe con nitidez. Es la piedra que encuentra en la relación con su madre, ese rechazo del sexo que incomoda a su hija, la narradora.  

Me pareció encontrar una clave del relato en su final. Es cuando se imagina el encuentro con Flora, viviendo una vida distinta, tranquilamente en la ciudad, haciendo cosas. Allí se ve diciéndole a Flora: “yo la conozco”. Es el momento en que Flora la miraría con cierto aburrimiento, como manifestando su cansancio acerca de la idea trasmitida por la madre. A continuación dice: “Por supuesto, es en mi madre en quién estoy pensando”. Y unas líneas más adelante: “Mi madre me sorprendía”.

Estas frases me parecen claves del relato. Ese sería el deseo que contiene el sueño, el deseo de ser sorprendida por una idea distinta de su madre y poder librarse del fardo de una relación problemática con ella. Me recordaba lo que sucede en un psicoanálisis, la idea de que uno tiene los padres que, al fin y al cabo, construyó. Construcción que a la protagonista le pesa, de manera que arrastra el deseo de librarse de esa madre que ella conocía y anhela ser sorprendida por otra madre distinta. Es la clave de mi lectura.


Beatriz García.

La relación con el saber. Comentario al cuento Amistad de Juventud de Alice Munro

Una cuestión me resultó muy significativa en este relato: lo escurridizo del saber. Es un cuento formado por muchos materiales, comenzando por el sueño, siguiendo por lo que le contaron, por lo que ella imagina, por lo que ha escrito, por lo que otros han escrito en el comienzo de las cartas, etc. Y con todos esos materiales va pergeñando lo que sabe, lo que quiere saber de los otros, pero no consigue nada completo, no consigue terminar nada. Creo que esto se parece mucho a la relación que tenemos con el saber, en relación al cual siempre hay algo que no podemos aprehender. Es la perla que encontré en la lectura de este relato de Alice Munro. 

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Silvia Lagouarde

Todos estamos un poco de acuerdo en que esta es una escritora menor. Entonces, cómo podemos fundamentar esta hipótesis en este relato. Es una pregunta que me hice cuando lo leí, aunque esté encantada de que la Academia le haya otorgado el Nobel. Justamente, porque en esta escritura no se puede dejar en el vacío literario lo que pasa entre Robert y Flora. Es imposible que no pase nada. Es decir, una hermana psicótica, “ingenua”, Flora preparando la boda, y se produce el embarazo de Ellie por Robert. El embarazo de una chica “inocente”. Porque nos imaginamos que en su locura es una persona inocente, y suponemos que el hombre estaba lo suficientemente preparado psíquicamente para decirle que no. Estamos ante un drama, y una buena escritura no puede pasar eso por alto diciendo simplemente que se casaron y tuvieron un hijo. No puede ser. Eso también lo escribo yo.

Es decir, en este punto el relato da un salto mortal. Esto no me parece de una buena escritora, sino de una escritora menor. Esto es lo que quería fundamentar. Me parece un relato preparado para una novela. Es como si fuese una síntesis de una novela que Alice Munro no pudo escribir, porque quizá no pueda ahondar en la tragedia humana.


Silvia Lagouarde

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Jesús

En primer lugar quiero decir que esta mujer, Alice Munro, viene de una familia que tenía unos conocimientos. De hecho, ella dice que muchas de sus historias han sido escritas por sus familiares, su padre, su hermana. Parece ser que tenía una fuente de inspiración, por decirlo así, y posiblemente este cuento sea una de esas historias que ella ha cogido de su familia.

Y efectivamente, como tan bien planteaba Gustavo, creo que de ciertas cosas no se habla. Hay una señora en mi pueblo, beata, de la que nos reíamos cuando éramos muy niños. Vestía siempre una falda negra que le llegaba hasta los tobillos, parece que no se la quitó en toda su vida. Iba todos los días a misa, y se encargaba de arreglar y adornar al Santo que se sacaba en procesión. No me imagino a esta señora contándole ciertas cosas a su hermano pequeño, y no me imagino contándole ciertas cosas porque, seguramente, eran cosas que no se podían contar. Por supuesto, no se casó jamás.

Flora me ha recordado mucho a esta señora. Encuentro que en algunas cosas de su vida es admirable. Pero me parece que en la relación con los hombres, no es que elija no tener una relación con ellos. Es una impedida. Sencillamente, no puede. ¿Por qué no puede? Eso no nos lo dice el cuento. Pero es curioso que no haya una conversación de Flora respecto a este Romano de La casa de Bernarda Alba, este Robert. Yo pienso que la autora, sencillamente, lo deja de manera intencionada para que nosotros hagamos el diálogo. Nosotros tenemos que hacer el diálogo con el cuento. No la autora. La autora no nos propone otra cosa que un diálogo con el cuento. Y me parece admirable que la literatura proponga las cosas de tal manera que cada uno pueda hacer su propio diálogo respecto de una determinada escritura.

En este sentido, el autor que nombraba Ignacio Castro, Richard Ford, o este conjunto de escritores del llamado realismo sucio, en realidad, como se nos decía en la anterior tertulia, muestran, no cuentan. Esta mujer tiene un poco de esto, es moderna en ese sentido. Y creo que se gana el Nobel muy merecidamente.

Y es que estamos ante un cuento, desde mi punto de vista, que a la hora de enjuiciarlo hemos de tener en cuenta que está desarrollado en muchísimo tiempo, lo cual permite una narradora omnisciente, y por otro lado, una narradora personal. Son las dos historias de las que llevamos hablando prácticamente todo el tiempo. Y como lo hace con tanto tiempo, resulta que no necesita hablar de cosas de muchísima interioridad. Habla de cosas que han pasado, de manera que es la acción la que está moviendo. No es la psicología interna del vamos a contar lo que pasa por dentro de las personas. Lo que hace es todo lo contrario, contar lo que ha pasado. Flora se va con el caballo, qué guapa estaba, y así prácticamente todo el relato. Excepto al final, cuando ella, que hace de narradora de su propia historia, se mete un poco más en honduras personales e íntimas. Concretamente habla del personaje de Robert, todo el cuento presente pero que no aparece apenas.

En este sentido, creo que utiliza muy bien el tiempo, este juego literario que consiste en mostrar, sencillamente mostrar las cosas. Pero además, las muestra maravillosamente bien, porque sin los cameronianos, desde mi punto de vista, este cuento no tiene sentido. Son ellos los que ponen los límites al conjunto de cosas que pueden pasar. Ponen los límites a la casa, una casa sin electricidad, son los que ponen los limites a lo que se puede hacer, únicamente el domingo se pueden hacer cosas que no sean de trabajo, pero en el resto del tiempo tienes que hacer cosas de trabajo en un plan muy de Séneca, no encuentro exactamente otra palabra.

Quiero decir que esto, Alice Munro lo hace magistralmente bien. No puede contar. Hay cosas de las que no se habla, y en la vida real es así. Pero qué maravilla que no se hablen y, sin embargo, las cosas que aquí, después de un tiempo, hemos hablado y adivinado. Y yo creo que todas estaban en el cuento.

Jesús

Amistad de Juventud, de Alice Munro. Comentario de Ignacio Castro

Parte de las cosas que se han dicho aquí no las entiendo, incluyo en ello algunas de las que yo mismo he dicho. Pero hay una cosa muy sencilla, hay literatura porque la mundialización es una patraña abominable. Es decir, el mal local, el mal de vivir aquí y ser yo, jamás pasará a la historia. Hay Literatura por esta cuestión. Y por tanto, la hay para, en vez de lo que hace la mundialización, que es sobreponer un bien al mal, sacar un bien del mal, y tutear al mal. En ese sentido, me parece que siempre que hay literatura, hay un amor estúpido que le da lo que no tiene a quien no lo ha pedido. Convierte en santo a cualquiera. La inocencia me parece el colmo de lo afrodisíaco, me suenan bien los personajes que rozan esta especie de beatitud laica o religiosa que linda con la estupidez, que es una buena señal para la literatura.

Después, hay literatura cuando alguien, en este mal local que no tiene traducción posible en el orden mundial, ha pasado una temporada en el infierno, y si no, no la hay. Entonces, todos los razonamientos que llevan a una persona a dibujarla como encantadora y que la hacen deseable para cenar con ella –al parecer esta mujer— no tienen nada que ver con la literatura. Las escritoras que vale la pena leer son abominables para los cercanos. No creo que fuese agradable cenar con María Zambrano, o con Clarice Lispector. Así sin más no sería posible, quizá con pastillas, y sobre todo con voluntad y amor propio, pero no creo que sin más, hacer un desayuno con estas mujeres sea sencillito, porque han pactado con el diablo y saben mucho de él.

Esto creo que tiene algo que ver con la literatura que perdura. Que haya una persona, de uno u otro género, que sea encantadora, vale para tomar pastelitos y café con leche. Lo que falta es lo otro. Hay literatura para que la estupidez local, de alguna manera se redima desde dentro, sin necesidad de operarse las jorobas. En este sentido, no entiendo lo de la literatura hecha por mujeres para mujeres. Admiro profundamente a las escritoras que nombré, las adoro, profundamente patológicas. María Zambrano, Clarice Lispector, no escribían para mujeres, es más, no escribían como mujeres, es más, dudo que fueran humanas mientras escribían.


Ignacio Castro

Amistad de juventud, de Alice Munro. Comentario de Luis Teskiewicz

Yo no voy a juzgar si Alice Munro merecía el Nobel, porque el cuento es lo único que leí de ella. Pero creo que quien la comparó con Chéjov le hizo un flaco favor, pues éste es uno de los más grandes cuentistas que existieron nunca. Pero es sin duda un mérito muy grande el que tiene este cuento. Hace horas que estamos hablando de él, y lo hacemos admitiendo que esta es una realidad, que Flora ha existido, que la narradora nos está contando una historia que le contó su madre y que la narradora es la escritora, cuando sabemos que es un personaje más allá de lo que haya tenido que ver con su biografía, es la historia que está narrando, lo cual quiere decir que tiene un mérito sin duda en ese sentido.

Por otro lado, está todo en relación con la madre, un diálogo, yo diría, en buena medida, en torno a la sexualidad. Ella dice en un momento Robert “se lo hizo” a Ellie, o “se lo hizo” a Atkinson, y ese “se lo hizo” no lo hubieran dicho su madre ni Flora. Hace entrar ahí aquello de lo que no se puede hablar en ese universo que describe, que no sé si es cameroniano o no, porque por momentos se dice que las particularidades de Flora exceden las exigencias de la religión.

De cualquier manera, hay tres versiones de Flora. La más extensa es la que la narradora cuenta y que parece ser la versión de la madre, donde Flora es la mujer que goza en su abnegación, y donde nunca se hace jugar un papel a Robert en la escena; en la otra escena está su pelea con la madre, donde aparece la Flora sobre la que ella piensa escribir, y en la que se presenta en otra vertiente, pues se posiciona en un goce sadomasoquista y, de algún modo, aparece como un personaje demoníaco; y está finalmente una Flora que tiene que ver con que pasan años, para la narradora también, y que es una Flora que ella imagina como una mujer más autónoma, más independiente, que incluso podría hasta tener una relación con un hombre. Es una Flora que aflora.

Luis Teskiewicz