miércoles, 27 de noviembre de 2013

Huida hacia la soledad. Comentario de Santiago Gerchunoff sobre el relato Un vasto y desierto paisaje, de Kell Askildsen

Muchas gracias a los responsables de Liter-a-tulia por invitarme a abrir esta tertulia. Alberto Estévez me presentó como librero, y es que me pagan por vender libros. Estudié filosofía, pero no me sirvió de mucho, diría Askildsen. No sé si leyeron el texto que envié al Blog Liter-a-tulia. Era un texto elaborado hace ya algunos años. Pero ahora, desde que soy fan de Askildsen, puedo ponerlo como paradigma del tipo de literatura que prefiero. En ese artículo situaba al autor como uno de los escritores antipáticos, y a sus libros también con el mismo calificativo. Trataba de mostrar, también, una problemática del librero, que más allá de lo que le guste y de cuál sea su paradigma literario, normalmente se dedica a recomendar libros. Y recomendar a un autor como Askildsen es problemático. Si ustedes acuden a la solapa de los libros, encontrarán en ellas un festín delicioso, pues hay que buscar palabras para vender. Pero la cosa se complica cuando se trata de escribir sobre cosas horribles, sobre relaciones sociales fraudulentas en las que no hay más que una red de pequeñas cárceles que se concatenan, y que todo lo demás es mentira. Esas son cosas difíciles de vender. Y ocurre que, además, la mayor parte de la gente que entra en una librería y pide una recomendación, busca exactamente lo contrario. Pues bien, en el comienzo de esa reseña que envié a Liter-a-tulia, situaba una cita de Rafael Chirbes –al que también incluiría, sin duda, en esta lista de escritores antipáticos— en la que dice:

De la blandura literaria emanaba, como no podía ser menos, cierto consuelo existencial

Me gusta esta cita. Está incluida en una nota de un libro de Chirbes que se llama La buena letra.  Aclara en ella que en esta edición del libro elimina un capítulo que se encontraba en otras ediciones. Era un capítulo que cerraba el libro con una circularidad mentirosa, decía él. Después de hacer pasar al lector por situaciones horribles –como siempre ocurre en Chirbes— devolvía al lector a un presente consolador. Y decía que eso, justamente, es lo que arruina la literatura. A él le interesa la literatura que huye, precisamente, del consuelo existencial.

Cuando escribí el libro me pareció que, por respecto al lector, al final de la novela debía devolverlo al presente narrativo del que lo había hechor partir. Por ello, puse ese capítulo que aparecía en anteriores ediciones… Había algo de voluntarismo literario en tal propósito, cierto criterio de circularidad… Pasado el tiempo, me pareció que el libro no necesitaba de ninguna circularidad consoladora, que al haber añadido ese final había cometido un error de sintaxis narrativa, más grave aún por la filosofía que venía a expresar… que el tiempo acaba ejerciendo cierta forma de justicia… poniendo las cosas en su sitio. De la blandura literaria emanaba, como no podía ser menos, cierto consuelo existencial

Eso se podría aplicar perfectamente a Askildsen. Es un autor que, continuamente, huye de darle al lector la posibilidad de consolarse. No hay ningún momento de consuelo respecto de las críticas que hace. Críticas que deja como cuchilladas sin restitución, sin algo que se vuelva un orden.  

Ese es el tema de los libros antipáticos. Uno quiere recomendarlos porque le gustan, pero es difícil de hacer. Hay otros libros buenos que también quiero recomendar, pero los del estilo de Askildsen te imponen un impulso especial. Al respecto, encontré una cita de Sánchez Ferlosio. En ella trata de entender por qué uno tiene un respecto especial por estos escritores antipáticos, más que por los simpáticos. Su tesis es que detrás de esa antipatía hay dignidad moral. La simpatía sería una construcción falsa que, en realidad, sería desenmascarada en cualquier situación trágica donde el personaje tuviera que implicarse realmente. Pone el ejemplo de un viajero de tren que entra en el vagón y se sienta a tu lado. No dice nada y apenas saluda. Considera Ferlosio que ese personaje, generalmente, es mucho más digno que el que entra y se pone hablar de forma dicharachera. Se imagina entonces que el tren descarrila. Ahí se vería que el antipático, sin duda, se arrojaría a salvarlo a uno, mientras que no espera nada del simpático, más que salga corriendo el primero.  

Esto remite, tanto en Ferlosio como en Askildsen –aunque no hablan de ello— a un fundamento filosófico de sus textos, concretamente, a la filosofía práctica de Kant. Se trata de la figura que encarna la única posibilidad de acción con un valor moral. Es el personaje que actúa, no sólo conforme al deber, sino por deber. Es decir, no lo hace por gusto, porque es antipático, pero en Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant se pone muy divertido y empieza a dar ejemplos de personajes sobre los que realiza caracterizaciones psicológicas. Ahí se ve muy bien que para Kant, el único ideal moral existente en la tierra es ese tipo justo, ese señor cascarrabias que no tiene ningún cariño, ningún amor por la persona a la que se ve obligado a ayudar. Podemos derivar de ahí esta cuestión de los libros antipáticos que transmiten la sensación de que, en realidad, son los únicos que tienen dignidad.

Y Askildsen es un escritor del desconsuelo, alguien que huye de darle consuelo al lector. Es lo que planteaba en el comienzo de mi intervención. Creo que en los libros de Askildsen se trata de mostrar que todas las relaciones sociales, todas, son fraudulentas, y todos los personajes están en una continua huida hacia la soledad. De tal manera, la soledad aparece como única esperanza de algo parecido a la libertad. El fundamento de la escritura de Askildsen sería el ideal de libertad. Lo que pasa es que la sociedad real, nuestra sociedad, aparece retratada como un conjunto de cárceles. De ellas, el individuo intenta huir hacia la soledad. Pero es un intento de huida muy poco épico. No se trata de grandes gestas. Esa huida hacia la soledad consiste en salirse afuera y fumar un cigarrillo; mentir diciendo que a uno le duele la cabeza e irse a dormir un rato para no hablar con su mujer.

Quiero decir que la literatura de Askildsen está plagada de estos momentos, no de grandes momentos épicos, ni de grandes gestas. Narrativamente se dice que es minimalista. Es verdad que tiene eso que los americanos llaman el Show Don´t Tell, el intento de apostar por mostrar pero no contar. O lo que es lo mismo, uno ha de entender lo que ocurre en las escenas, lo que hay detrás de ellas, por cosas que imagina, no por lo que ve. Pero en Askildsen encontramos una descripción psicológica que, justamente, lo que evita es lo minimalista.

Es decir, Askildsen habla todo el rato de lo que sienten los personajes, pero sin explicarnos de dónde vienen. No hay historia, sino mucha desnarrativización. Entiendo que las situaciones no vienen explicadas con una historia, las sensaciones de los personajes son un puro presente, una cuchillada sin que intervenga mucho el sentido.

Por ejemplo, una de las estructuras sociales sobre las que más incide es el matrimonio. Uno de sus objetivos es esa vida matrimonial de la que habla continuamente. Y el matrimonio aparece como una cárcel. Pero en ningún momento explica que un personaje haga algún razonamiento del tipo “¡Cómo me equivoqué! En realidad lo que yo debería haber hecho es estar solo, mi matrimonio es un camino errado”. Sus personajes parece que están condenados, o por lo menos, no disponen de ninguna vía emancipatoria, ni de ningún pasado previo en el que hayan tomado esa decisión. No hay una historia que explique lo que está sucediendo. Están ahí, casados, viviendo en esa amargura y en ese intento continuo de escapar de la estructura que han aceptado y en la que están metidos, siempre intentando huir hacia la soledad.

Pero a su vez –y por eso no es un escritor del consuelo— no aconseja no casarse. No es que critique el matrimonio, que éste sea una estupidez y por lo tanto aconseje no casarse. Sólo plantea que de hecho, en cada situación, los personajes van a estar, continuamente, huyendo hacia una soledad que, por otra parte, no va a ser ningún consuelo.

Respecto del matrimonio, detecté tres o cuatro textos cortos, distintos cuentos muy parecidos y que tratan lo que estoy diciendo. En ellos, el matrimonio es la cárcel de la que se intenta huir hacia una soledad que no salva. Al respecto, les recomiendo un relato que a mí me gustó mucho, se llama Últimas notas de Thomas F. para la humanidad. Son las notas de un escritor jubilado que, justamente, es el tipo de las descripciones de Kant, con valor moral pero antipático, que no quiere a nadie, ni a sus hijos, ni a su mujer, pero tiene una actitud recta en su forma de analizar y razonar. Es algo repugnante pero, al mismo tiempo, muy digno. Uno de los capítulos empieza así:

Cuando mi mujer todavía vivía, creía que cuando ella muriera yo tendría más espacio para mí. Sólo su ropa interior ocupa tres cajones de la cómoda, pensaba. Cuando muriera, podría ocuparlos yo, uno con mis monedas de cobre, otro con las cajas de cerillas, y el tercero con los corchos. Tal como está ahora, pensaba, es un caos total. Mi mujer murió hace ya mucho, era una mujer exigente, que descanse en paz. Por fin me la concedió a mí. Vacié los cajones, las estanterías y los armarios, retiré todo lo que había sido suyo y gané mucho espacio libre, más de lo que necesitaba. Pero lo vacío, vacío está. Me deshice de un par de armarios, pero sólo conseguí una habitación más vacía en lugar de dos armarios vacíos. Fue una imprudencia por mi parte, pero ocurrió, como ya he dicho, hace mucho tiempo, y yo era mucho más joven entonces

Parece que ahí cuenta perfectamente lo que trataba de plantear. Askildsen no explica, pero da como obvio que el que lee está entendiendo. Lo terrible es que todo el tiempo está esperando quedarse solo. Lo que ocurre es que, cuando se queda solo, ve que eso tampoco soluciona nada. Diciéndolo un poco poéticamente, lo que se encuentra en la soledad, al fin y al cabo, no es más que un vasto y desierto paisaje.

Santiago Gerchunoff

Intervención de Santiago Gerchunoff posterior a las intervenciones de Silvia Lagouarde y Miriam Chorne, incluidas más abajo en la serie de intervenciones.

El minimalismo está operando continuamente a lo largo del relato. Lo que pasa es que la sugerencia, cuando está bien hecha, opera en mil direcciones, no opera en una idea escrita, sino en una idea que está ausente todo el tiempo.

Quería comentar las intervenciones posteriores a la mía, que a mí me generaron inquietud. Entiendo bien la articulación entre literatura y psicoanálisis, es muy interesante ver cómo se aplica una teoría para analizar un texto. Pero para mí es fundamental, en la manera que tengo de entender la literatura y lo que hace Askildsen en este caso, que si uno analiza estos casos particulares, una madre estragante por ejemplo, unos deseos incestuosos, etc., para el lector ahí sí habría consuelo.

Hace unos días estuvo Rafael Chirbes en la librería Muga. Explicó muy bien que si uno puede aplicar una teoría y entender por qué los personajes que están circulando son un poco enfermos, el lector se queda tranquilo. Para mí la cuestión que cuando el protagonista, al que se le acaba de morir la mujer y no puedo evitar mirarle los pechos a su hermana, el lector pueda entender que estas cosas pasan, pero no porque sea patológico –que eso lo podemos analizar— sino porque la vida es muy rara.

Esas escenas que ocurren en el relato son escenas reales. Incluso no diría que el protagonista no ame a su mujer. Y también es evidente que hay una historia con la hermana, y que hay un juego con el incesto, pero para mí lo importante es el efecto literario que Askildsen quiere provocar, efecto que no se puede localizar como ajeno a uno mismo. Me parece que Askildsen está hablando de las relaciones sociales, no de las relaciones patológicas. Habla de cómo es la vida social, en qué consiste.

En ese sentido, encontramos la cuestión de la libertad. Él también tiene ese ideal, y los personajes también lo tienen, pero está hablando de cómo son las cosas, no de los ideales. Entonces, la libertad que conquista es muy pequeña, eso sí que es minimalista. Por ejemplo, en el comienzo del cuento, en el primer párrafo, hay un destello de libertad. El protagonista estaba tumbado pero le molestaba la luz. Tenía lágrimas en los ojos. Momento en que se acerca su hermana, a la que le pide unas gafas, pues no quería que lo malentendieran. Esa es la libertad para Askildsen. El personaje, aún metido en la farsa social en la que vivimos todos, no quiere que piense que está llorando porque se ha muerto la mujer. Para mí es muy terrible que sea así, pero esa es la libertad que este escritor deja para las criaturas. Es lo que deja como real y realizable.


Santiago Gerchunoff

Askildsen o deducir lo importante entre lo que no se dice, por Alberto Estévez

Cuando me dispongo a redactar este comentario nuevamente advierto cuánto más fácil resulta escribir algo cuando el objeto del que se trata es del gusto de uno. Hay un plus en el que escribe cuando se trata de una obra que se tiene presente sin el esfuerzo que supone el recuerdo, como si estuviera siempre a mano y disponible, igual que unas tijeras en una cocina. 

Debo a una muy querida compañera y habitual tertuliana mi bautismo en Askildsen, fue un regalo por mi aniversario hace ya unos cuantos años. De aquel bautismo nació mi gusto por el autor, por cómo narra, en lo que considero un estilo muy definido, piropo para cualquier escritor, pero sobre todo por lo que narra, por lo que relata Kjell Askildsen, el objeto de sus relatos. Es aquí donde mi profesión me obliga a detenerme, dado que además yo no soy ningún experto en literatura y no me voy a andar metiendo en jardines habiendo tantos tertulianos, me consta, que pueden con mucha más autoridad que yo, entre otras cosas porque se han dedicado a los estudios literarios, hacer un análisis de su estilo que me parece más que singular, me atrevería a decir único. 

Volviendo al relato que nos ocupa, ¿cuál es el objeto al que apunta? ¿Qué temática le subyace? Algunos entre ustedes quizá puedan responder sin miramientos, no es mi caso, y quizá no esté tan claro para todos. Les propongo dos medidas para poder responder a esta pregunta a aquellos para los que, como yo, no tengan tan claro cuál es el tema del relato. 

La primera medida es obvia en cualquier lectura, dirigirnos al título: Un vasto y desierto paisaje. Pero este título nos plantea un primer problema, el que se deriva de su manifiesta intención poética. Una vez que leemos este título ya podemos imaginar, sin que haga falta que penetremos en la obra del autor, que este vasto y desierto paisaje no es nada muy concreto, no nos va a hablar de ningún paisaje de naturaleza desértica y de dimensiones generosas. Y efectivamente acertaremos, los paisajes que se relatan nada tienen que ver con la naturaleza, por lo tanto cabe plantearse la presencia de cierto efecto metafórico, cierta condensación que es tan habitual en el ejercicio de la poesía. 

Un vasto y desierto paisaje es una figura de la desolación, si lo elegimos como título de lo que vamos a narrar ya podemos tener claro que la aflicción y la angustia serán nuestros temas centrales. Así es, lo comprobamos en el relato en cualesquiera de sus tres protagonistas; el hombre que acaba de perder a su esposa en un accidente de tráfico, la madre, mujer abandonada por su marido, y la hermana, que aparentemente pareciera la más entera pero que el escritor se encarga de poner ahí, para el que lo quiera leer, una relación problemática con su madre y cierto estilo huidizo cuando la angustia hace presa en ella. La desolación, consulten el diccionario, no se corresponde con encontrarse angustiado, sino que es un término que se utiliza para un episodio de extrema angustia y que invita a pensar en su sinónimo, asolar, que apunta directamente a la destrucción. 

Ahora sí, afirmemos sin reparos que el vasto y desierto paisaje es un paisaje subjetivo, es un paisaje del sujeto, por eso el relato dice que ese paisaje no está fuera, está dentro de él, incluso el genio de Askildsen nos dibuja, para el hombre accidentado, la puerta de entrada a este paisaje, también está en el texto y también repetido varias veces: se trata del silencio. Ya ven qué elemento elige como umbral de paso a la desolación, el silencio; la genialidad reside en el hecho de que este elemento, el silencio, incómodo incluso cuando compartimos un ascensor, es un elemento perfectamente situable en el paisaje natural, en ese vasto desierto en el que imaginamos ningún sonido. 

Haciendo pues este pequeño recorrido por el título podemos dar contestación al tema que el relato plantea: la angustia, la desolación, la soledad que acompañan al sujeto, pero siempre y cuando aceptemos que se trata de un tema de fondo, así lo considero, y cuando digo de fondo me refiero a que pertenece al pensamiento del autor, a su manera de entender el ser humano y por consiguiente, hablamos de un tema que perfectamente pudiera aparecer en muchos de sus relatos. Por eso les propongo una segunda medida para delimitar el tema que inspira esta narración; vaya por delante, como dije antes, que me resulta particularmente complicado decantarlo, y no solo con éste, en general casi constantemente en los cuentos de Askildsen. También les confieso que es parte del atractivo que para mí estos relatos encierran. 

Bien, esta segunda medida no es tan obvia como dirigirnos al título, conlleva haber leído algunos otros relatos del noruego, en mi caso no fue ningún trabajo, bueno, en concreto dos relatos más. Lo que pretendo es agrupar Un vasto y desierto paisaje dentro de una trilogía, la que compondría con El rostro de mi hermana y en tercer lugar Los Invisibles. 

En el caso de estos dos relatos que hoy no nos ocupan hay un curioso juego que el autor lleva a cabo: el nombre que recibe su hermana en el relato Los Invisibles es el mismo nombre que utiliza para una amante ocasional y especialmente lasciva en El rostro de mi hermana, y en ambos relatos la pareja masculina de la hermana recibe el mismo nombre. Entre estos dos relatos parece que hubiera similitudes más que sospechosas, como si el autor hubiese jugado a hacer variaciones sobre la misma estructura ficcional. 

¿Porqué relacionar estos dos relatos con el que nos ocupa hoy? A estas alturas ya se habrán dado cuenta que en los tres cuentos hay una obsesión que muchos juzgarían insana con el personaje de la hermana del protagonista, y con buscar en estos tres relatos situaciones comprometedoras en mayor o menor grado entre ambos protagonistas, situaciones nada extraordinarias sino derivadas de la convivencia. ¿Y por qué digo comprometedoras? Porque cierto fondo incestuoso está constantemente presente, de ahí lo insano que algunos bien advertían. En este sentido recomiendo a aquellos que crean que la mirada indiscreta de nuestro hombre accidentado del relato de hoy es prueba suficientemente incestuosa, se aventuren en las pocas páginas de El rostro de mi hermana para que experimenten lo que es la tensión incestuosa en estado puro y en un grado mucho más alto en una simple conversación entre hermanos. Por su parte, en el que cité como tercer relato de la trilogía, Los Invisibles, comprobamos que el protagonista invade la intimidad de la habitación de la hermana y revuelve en sus pertenencias. Los tres relatos parecen, desde este argumento de lo incestuoso, transitar por una peligrosa frontera no muy bien delimitada. 

Entonces todo parece estar claro ya, todo apunta al incesto, el incesto como gran tema del relato, el tabú entre tabúes, la prohibición por excelencia que enmarca toda dinámica edípica y que organiza y regula los intercambios posibles entre los miembros de una familia, un clan, una tribu… ¿Y cuál es el elemento sobre el que recae la responsabilidad de llevar a cabo la función de la prohibición? Clásicamente, ¿a quién se atribuye la labor de interdicción? 

Al padre, él es el agente de la prohibición, sobre el padre recae tradicionalmente el peso de esta función de interdicción. Y entonces les planteo lo siguiente: ¿qué pasa con el padre en los relatos de Askildsen? 

Una primera respuesta rápida: que no está. En el cuento que tratamos hoy está ausente, se fue con otra mujer, abandonó a su esposa para entregarse en brazos de otra. Pero es que en Los Invisibles resulta que está muerto, y En el rostro de mi hermana ni siquiera se lo menciona. 

Creo que Askildsen dibuja un padre que no está a la altura de su función, un padre ausente o un padre caído, podríamos decir que anticipándose a lo que muestra hoy nuestra sociedad del bienestar, en la que la figura del padre ya no es lo que era, estamos ante un padre devaluado. Huelga decir que Askildsen probablemente tenga cierta fe en la función del padre a la luz de lo que sus relatos plantean, dado el desorden que en sus personajes produce el maltrecho establecimiento de esta función, dando a ver cierta orfandad que comparten todos ellos, todos huérfanos, víctimas de una ausencia. 

Opino que los relatos de Askildsen tienen una característica que los hace grandes, y bajo este prisma me parecen gran literatura, porque provocan que el lector adquiera y desarrolle la capacidad de deducir lo importante entre lo que no se dice, entre lo que se omite. 

No quiero alargarme más y ello conlleva dejarme algunas cuestiones fuera, en concreto un aspecto especialmente importante en las historias que narra Kjell Askildsen, que es el tratamiento que recibe el amor en sus cuentos; es un ejercicio interesante preguntarse por su presencia, pero casi prefiero guardarlo en el tintero y reservamos esta baza para el debate. 

Muchas gracias 

Alberto Estévez

martes, 26 de noviembre de 2013

El núcleo sórdido de lo humano. Comentario de Miguel Ángel Alonso sobre Un vasto y desierto paisaje, de Kjell Askildsen

Zaratustra: “El mundo es profundo, y más profundo de lo que el día ha pensado”. 

Hay relatos como Un vasto y desierto paisaje que, al contrario de lo que es frecuente en este género literario, no tienen un desarrollo enigmático, su núcleo no está cifrado, el sentido no hay que buscarlo en arduas elucubraciones, sino que aparece a la luz de manera inmediata ya desde su comienzo. ¿Dónde reside su potencia literaria? La respuesta encierra, al menos, una paradoja bien conocida. Tendría que ver con lo que se quiere ignorar, con algo que los “bien pensantes”, los amantes del día y, a la vez, detractores de la noche del mundo, quieren borrar de la faz de lo humano, y que, como bien dice Santiago Gerchunoff, hace a los cuentos de Askildsen, en general, antipáticos, a saber, un núcleo sórdido, pero universal, que está siempre presente en el interior de los vínculos humanos.

Es decir, en los relatos de este autor, uno advierte cierto nihilismo que cuestiona la bondad de los afectos y deseos que gobiernan los lazos más tradicionales, como familia, matrimonio, lo cual hace que uno se reafirme en la certeza de que en el interior de toda organización humana late un centro mezquino, pero profundo y tenaz. Reitero que pocos se atreven a escucharlo, y los más se empeñan en ignorarlo.

Por eso resulta sorprendente la unanimidad de la crítica literaria y de tantos lectores empedernidos ante Un vasto y desierto paisaje. Crítica de la que se desprende un amor inconmensurable por lo que llegan a denominar la “verdad cotidiana”. No me cabe duda de que, salvo honrosas excepciones, esas mismas palabras rechazarían con ahínco la “verdad cotidiana” si fuese mostrada, no en la literatura, sino en ellos mismos, o en la vida misma, cuando no en disciplinas diferentes de la literatura, por ejemplo, en el psicoanálisis. Lo cual me hace pensar que sus palabras no pasan del elogio intelectual carente de verdadera sustancia. Un exceso de palabra vacía, todo lo contrario del ejercicio literario que realiza Askildsen.     

Porque las precisas y sutiles percepciones que se proyectan en estos relatos suelen atraer el repudio, la infamia y las acusaciones de perversión moral sobre un observador que no sea literato. Pero aquí, como digo, fascinan, seducen, y se convierten en motivo de enaltecimiento de la verdad, de manera que la hipocresía cede su trinchera de resistencia para mostrar que en la matriz primordial de nuestra civilización, es decir, en la misma familia, mora un goce perverso de contenido sexual que circula entre sus componentes. Eso es una premisa universal. Está bien que lo recoja la Literatura, que nunca tuvo problemas para merodear por los excesos del deseo humano. Pero está todavía mejor que el sujeto que sostiene la crítica literaria también lo acepte de una manera tan general. Se ve que la relación con la verdad va ganando adeptos. Quizá está próximo el momento en que todos los seres hablantes podamos reconocer lo que plantea Askildsen, y de forma todavía más directa planteaba Remy de Gourmont en sus Relatos sombríos. Historias mágicas cuando dice:

¡Todo esto es muy sucio!
–Como la vida querida alma mía, como la vida”.

Podemos ahora demorarnos en algún comentario sobre la forma narrativa, muy peculiar en Askildsen, hasta el punto de que algunos críticos lo encasillan como minimalista. Askildsen protesta cada vez que lo tachan de escritor minimalista:

Pero yo no soy para nada minimalista, si lo dicen, protesto

Si acaso, Askildsen, como escritor, como artista, sepa que en cualquier arte se trata de merodear alrededor de ese núcleo problemático, sórdido, al que anteriormente nos referíamos, no para borrarlo –tarea asignada a los bien pensantes— sino para evocarlo. Pienso que ese es el motivo de su técnica narrativa, de sus frases escuetas y nunca superficiales ni banales. Sólo parece prestar su escucha para una palabra breve, sin profusión numérica, pero plena en su función de evocación. Son palabras que no nos ofrecen apenas ningún plus en relación al sentido, no tienen la ligereza de la dialéctica, sino que parecen cargar con la nitidez de los objetos, son palabras que pesan como cosas, pues sólo se afanan por atrapar objetos muy peculiares.

Pude ver uno de sus pechos

Cuestión de poder, cuestión de objetos, cuestión de goce sexual. Ninguna palabra que pretenda tocar al otro para amarlo, sino solamente para agarrar un trozo de su cuerpo. Es la aridez de Un vasto y desierto paisaje, la misma que reside detrás de todas las historias simbólicas de todos los seres hablantes. Historias que Askildsen da por sabidas, historias que, seguramente, ya atravesó. Es por eso que, más que encasillarlo en el minimalismo, diría que detrás de la novela histórica de cada ser humano encontró muy poca sustancia, solamente palabras estáticas, petrificadas, desconectadas, alusivas a la miseria que conforma, como verdad,  nuestro vasto y desierto paisaje. El de todos, también el de los bien pensantes.

Miguel Ángel Alonso 

La existencia como condena. Comentario de Silvia Lagouarde sobre Un vasto y desierto paisaje, de Kjell Askildsen

Voy a contar una pequeña anécdota para luego hacer una reflexión sobre el cuento de Askildsen. Yo tuve una gran amistad con una mujer Noruega en Italia. Ella vivía con su marido italiano en las orillas de un lago, pues necesitaba el contacto con la naturaleza. A través de sus palabras, me empecé a hacer una idea de Noruega, de manera que este país me pareció ideal. Ella estaba horrorizada de la cultura italiana, hasta el punto de que pensaba que su hijo acabaría siendo un asesino. Me contaba que, en Noruega, los niños no tienen acceso a las armas de plástico, ni siquiera en jugueterías; que los niños andaban “sueltos” por los bosques llenos de Bambis. Hay algo de real en lo que estoy contando. Hace poco tiempo tuve la ocasión de leer un reportaje donde Noruega aparecía como el país que tiene más organizado el tema de la maternidad. Al respecto, parece que hay una diferencia con el resto del mundo.

Pasando ya a comentar el cuento de Askildsen, lo que más me impresionó de sus relatos es la sensación de un cierto tipo de condena que tiene que ver con la violencia que produce la no circulación del amor y del deseo entre los protagonistas. Por eso quería hacer el paralelo con la imagen idílica de la Noruega que dibujaba mi amiga. Los protagonistas de Un vasto y desierto paisaje no se preguntan nada, lo cual produce un gran impacto en relatos tan breves y terroríficos, donde lo único que subyace es el incesto. A partir de estas premisas, y como éste es un espacio donde se articulan literatura y psicoanálisis, pienso en la angustia que produce en el lector la lectura de estos textos. La cuestión es que no hay posibilidad de cambio para ninguno de los protagonistas. Esa sería la existencia como condena y, como digo, la condena del desamor y la falta del deseo.

Y para finalizar, quiero hablar sobre el concepto de libertad que expresó Santiago Gerchunoff en su intervención. Para mí es una concepción errónea pensar que ser libre implica la no presencia del otro. Por el contrario, libre es aquél que puede soportar la diferencia con el otro. Personajes como los del relato de Askildsen, no entienden nada acerca del concepto de libertad. 

Silvia Lagouarde

Un vasto y desierto paisaje, de Kjell Askildsen. Comentario de Miriam Chorne

Sobre la cuestión del minimalismo, veo diferencias con Raymond Carver, uno de los representantes del realismo sucio. Aquí, en Askildsen, se trataría de otro minimalismo, en el sentido de que hay algo de la historia que está elidido, pero no está ausente. Porque con solo tres frases, por ejemplo, uno entiende perfectamente las relaciones entre madre e hija y el desagrado que aquélla muestra en relación a ésta. Y todo es así, nada se cuenta del matrimonio entre el protagonista y su mujer fallecida, pero se señala la ausencia de dolor, cuando la gente esperaría otra reacción ante la muerte de su mujer. En esa ausencia de dolor por la pérdida, lo que subyace es una historia matrimonial sin necesidad de hablar sobre ella.

También se me hizo patente la violencia del relato en esos pequeños matices donde se muestran los deseos incestuosos. Algo que es rechazado categóricamente por la hermana. Una violencia del protagonista hacia su hermana. También aquí está elidida la historia entre los hermanos, pero se hace muy evidente la violencia de uno hacia la otra, una violencia que no tiene su réplica del lado de la hermana. En este sentido, pensaba que estamos ante un cuento en el que no hay historia, pero, al mismo tiempo, ésta se adivina, creo, de una manera precisa. Es decir, no es que lo que no se cuenta está ausente, sino que está sugerido de forma mínima. 

Miriam Chorne