viernes, 14 de enero de 2011

Breve comentario de MªJosé Martínez sobre Wakefield, de Nathaniel Hawthorne

Tenemos hoy ante nosotros un cuento maravilloso al que doy este calificativo porque me parece hecho al viejo estilo de los relatos que dieron nombre al género. Su autor nació en 1804, su padre murió a los cuatro años, y sin duda el pequeño Nathaniel recibió alguna influencia de su abuelo, oral o recordado, que había sido uno de los colonos puritanos de aquel triste Salem. Puritano también, siempre ambivalente entre lo espiritual y lo emocional, escribió desde muy joven, y él mismo nos dice hablándonos de su vida, que él “soñaba que vivía”



Encuadrado en el Romanticismo americano, en su lado más oscuro, escéptico e influenciado por el trascendentalismo, sugiere sus ideas siempre con voz suave, y de él nos dijo Borges “que expresaba con su voz el tenue mundo crepuscular de la imaginación”.



Su cuento empieza diciéndonos que la tal historia la leyó en un periódico, y así es cómo se escribían las grandes novelas de la época de Cervantes, como el mismo Quijote, de las que se ocultaban sus autores diciéndose traductores que habían encontrado un famoso y raro manuscrito, etc. Pues así, de igual forma se oculta Nathaniel, al que sin duda le resulta gracioso y menos responsable contar esa historia rara que él mismo se encarga de comentar. Y es así, mediante ese truco, comentándola, como completa la narración, de tal forma, que la deja rematada y justificada, no cerrada, pero sin dejar ni un resquicio para nuestra airada protesta. Dicha protesta, pues, sería inútil, pues él llegará hasta el final del cuento para mostrarnos el sentido latente y la moraleja a donde quiere conducirnos.



Relato vaporoso e irreal, como romántico a ultranza en la voladura de su pensamiento, inocente en la estupidez contada, culpable en su arrebato de locura, donde vemos que la fatalidad va a cebarse en Wakefield desde que su desastrosa imaginación prevé un cambio en su desdichada esposa, ya desde el principio, por ser incapaz de atenerse a la sensato y a lo real que hay en su vida. El sentimiento de la muerte de su esposa lo excita como a una mente infantil, no fría, pero sí calenturienta y absurda, que se aburre y quiere experimentar, jugar un juego que anuncia para 3-4 días, pero se le va de las manos y dura veinte años. Así es como Hawthorne quiere poner de manifiesto su romanticismo, al igual que otros de su estilo, diciéndonos que sus actos escapaban a su control y contando también con el Destino, que lo relaciona casi a la fuerza con una mujer viuda a la que “sus pesares se han vuelto tan indispensables para su corazón, que sería un mal trato cambiarlos por la dicha”. Preciosa esta consideración a la que somos llevados tan suavemente por medio de la expresión “mal trato” o mal apaño, de manera que casi nos convence.



Extraordinario relato donde se encuentran todos los ingredientes necesarios para cerrar el cuento: el destino de una terquedad que lo hace sentirse inmutable sin apreciar el tiempo que, para él, fluye sin sentir y pasa, aunque no lo vea pasar. Metáfora de los que estando cerca ni se ven ni se reconocen, y la moraleja del paso del río de la vida que nos lleva con él sin saber reaccionar al goce del encuentro, y del que además no debemos separarnos ni movernos un ápice, nos advierte, para no perdernos en un mundo que a él ya le parecía tan estructurado y misterioso, que con solo dar un paso a un lado nos perderíamos.



Precioso, maravilloso cuento exquisito en su hechura, del que agradezco a los organizadores de la tertulia la sugerencia ineludible de leerlo.



MªJosé Martínez