viernes, 24 de junio de 2011

Comentario realizado por Rosa López en la tertulia sobre el cuento de Borges "La intrusa"

Lo que resalta a primera vista es la economía de las palabras de Borges para describirnos unos personajes a través de muy pocos objetos. En toda la historia del relato, el seguimiento de los objetos tiene una importancia fundamental: los objetos del campo, los objetos de los cuatreros y los objetos religiosos.

Por ejemplo, creo que la Biblia no es solamente un pequeño objeto que viene a mostrar la procedencia de los hermanos, esa línea protestante del norte de Europa, sino que es importante la referencia al versículo del comienzo, y también es importante la alusión del párroco aludiendo a otro párroco. Realmente, el cuento remite a la Biblia para llevar a cabo una especie de herejía. Porque estos dos bárbaros, los Nilsen, estaban curtidos, cultivados por este libro de tapa negra.

Hay una jugada de Borges contra la iglesia, contra la Biblia, único libro en una casa de pecadores que no pagan por los pecados. Lo vemos ya en la primera frase, donde se nos dice que Cristián muere de muerte natural. Es el colmo. Se pasaron la vida en pendencias y matando, pero nunca les llegó una cuchillada a tiempo, a ninguno de los dos, de tal manera que mueren de muerte natural.

Por otro lado, y también respecto a la Biblia, en ella había algunas inscripciones. Los hermanos no tienen historia, pero seguramente, en esas inscripciones estaban los días de bautismo. Era lo que se solía hacer.

Quiero detenerme ahora en la siguiente frase:

“... un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos”.

Orilleros, palabra maravillosa que hace referencia a los suburbios de Buenos Aires. Me fijé también las palabras “breve” y “trágico”. Porque es verdad que en este cuento encontramos las características de la tragedia. Pero, a diferencia de la tragedia griega, esta tragedia criolla no tiene saga familiar, ni tiene las consecuencias de Edipo arrancándose los ojos. Es la pérdida del sentido de la tragedia, y es la tragedia de los emigrantes europeos en América. Lo trágico es que han perdido la historia, que están completamente desarraigados, que no tienen la saga familiar.

Y vemos la figura del coro, muy leve, pero es ese coro que goza con alevosía de lo que va a venir:

El barrio, que tal vez lo supo antes que ellos, previó con alevosa alegría la rivalidad latente de los hermanos”.

El coro ya está prediciendo el desenlace que se estaba armando.

Tenemos, por tanto, los objetos del campo y los objetos religiosos, pero, además, la misma Juliana Burgos es un objeto, poseedora, a su vez, de otros objetos, un rosario y una cruz que le había dado su madre, objetos religiosos también.

En relación con los hermanos. Ellos conforman una pareja indisoluble. Que sean homosexuales reprimidos, como dice la interpretación psicoanalítica anglosajona, no me parece tan relevante. Una parte del psicoanálisis anglosajón planteó que, en este cuento de Borges, está reprimida la tendencia incestuosa, y que usaban a la mujer como objeto intermedio para gozar, porque no se animaban a tener el encuentro sexual directamente entre ellos. Es una interpretación psicoanalítica que me parece forzada. Estaría apoyada en el salmo bíblico citado anteriormente. En cualquier caso, hubiera o no homosexualidad, era una pareja indisoluble en la que no se podía introducir ningún tercero, porque se desestabilizaba.

Pero en un momento determinado, el cuento nos informa de que, sin saberlo, los hermanos estaban celándose. Creo que ahí sí hay una pequeña alusión al inconsciente. Ellos no sabían lo que les estaba pasando. Lo cual tendría que ver con el hecho de que no podían concebir el amor. Estaban hechos para las puñaladas, y cualquier cuestión que fuera del orden del amor no era para ellos asumible.

Al respecto, se podría establecer algún comentario. Hay algo que me extrañó en este cuento respecto al estatuto del amor. Estos hombres, ¿hasta qué punto son capaces de amar? En el contexto hay un momento chocante. Es cuando dice que estaba enamorado de la mujer de Cristián. Es decir, no tanto de Juliana Burgos, como de la mujer del hermano. Es clarísimo, está enamorado de la mujer del otro. Pero además, el diagnóstico del amor nos lo da el propio Borges en otra frase:

En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la maraña (que también era una rutina) de aquel monstruoso amor”.

Y esta es la historia de un monstruoso amor, el de estos dos hombres que hay que imaginar que no fueron amados en la infancia. Estamos en una economía máxima de la palabra, lo cual se refleja en las cosas que se dicen entre los hermanos, y sobre todo en esa frase final:

A trabajar hermano. Después nos ayudarán los caranchos. Hoy la maté

Economía de las palabras. Incluso hay un momento en que la mandaron que se retirara porque iban a hablar en el patio. Yo pensaba, ¿qué van a hablar? Juliana se echó la siesta pero, inmediatamente, la levantaron. No son hombres de palabras, son hombres del acto para quienes la palabra se reduce a la mínima expresión.

Pero lo más trágico, además de la propia muerte de Juliana Burgos, es que en esa muerte vuelve a aparecer Antígona en el cadáver que queda insepulto y va a ser devorado por los caranchos. Y trágico es, también, que ellos mueran de muerte natural.

Rosa López

domingo, 19 de junio de 2011

Breve comentario a "La intrusa" de J. L. Borges. Por Gustavo Dessal.

Sin duda, es muy improbable que Eduardo Nelson (o Nilsen) hubiese confesado alguna vez esta historia, ni siquiera después de la muerte de Cristián. Habría supuesto una traición, un quebranto del pacto viril que unía a los hermanos, y que acabó siendo más fuerte que el renuncio al que ambos sucumbieron durante un corto tiempo de sus vidas. Pero que la fuente de la leyenda no haya sido la boca de Eduardo, es el motivo que le permite a Borges introducir, desde las primeras líneas de este cuento descarnado, uno de sus temas favoritos: la idea de que lo real es inasible, y que la realidad solo se sostiene en la ficción. No existen los hechos, no existe la facticidad de lo vivido, no hay alcance posible del texto originario de las cosas, y toda palabra es siempre la que viene al lugar de otra irremediablemente perdida.

“Alguien la oyó de alguien”, nos informa Borges con su habitual laconismo. Y ese alguien,¿de quién la oyó? Se adivina aquí un deslizamiento que borra el origen, deslocaliza la fuente. Por si no fuera suficiente, una segunda versión llega a los oídos de Borges, “ con las pequeñas variaciones y divergencias que son del caso”, y que deben asumirse como inevitables, casi diríamos naturales, así como la tentación confesada de que el afán literario le añada alguna que otra modificación. Aquí es donde escritura y pensamiento se conjugan, dado que el genio de Borges es profundamente filosófico además de poético: nos jura probidad, es decir, honradez, la cual no consiste en buscar la objetividad, sino la verdad, ese “breve y trágico cristal” que solo la ficción nos permite extraer.

Si el origen de la historia se pierde, otro tanto sucede con el origen de sus protagonistas, que nada saben sobre el lugar ni el tiempo ni las palabras que los preceden y constituyen: su azarosa crónica, perdida “como todo se perderá”. La Biblia y el color de su pelo delatan una procedencia remota y europea, más lejana que la de los conquistadores. Como ambos profesan hacia la ignorancia la misma pasión que se les impondrá en un recodo de su existencia, viven en el absoluto desconocimiento de su historia. Tras de sí no hay relato alguno, y son ellos los que fundan su gesta, como si nada debieran ni hubiesen salido de vientre alguno. Juntos, son el principio y el fin.

No es necesario conocer cómo Juliana Burgos se cruzó en sus vidas. Por lo visto, Borges juzga superfluo gastar siquiera una línea en ello. Conformémonos con saber que un buen día Cristián la trajo a vivir con él, es decir, la introdujo como tercera en la paridad de esa temible fratría, hasta entonces solo afectada por una diferencia en la edad. ¿Fueron los modestos encantos de Juliana los que conmovieron el corazón duro y reseco de Eduardo, o el mero hecho de que, viéndola en posesión de otro, él se viese a sí mismo como privado de lo que nunca había echado en falta? Y que conste, como Borges nos lo señala con máxima economía de términos y precisión de conceptos, que a ninguno de los hermanos le había faltado hasta entonces el aliviadero del sexo en juergas y lupanares. No fue el deseo lo que desacomodó sus rutinas y amagó con desatar el nudo de la pareja fraterna. Fue el amor, inaudito en el escenario de esas vidas que por encima de todo defendían su soledad y su silencio. Un amor que, en aquel “duro suburbio” donde ni siquiera para sus adentros un hombre podía confesarlo, los humillaba a los dos, porque el amor brota de la falta, y al instante la revela y la muestra, para vergüenza del varón que cifra su hombría en su afán por desconocerla, aunque para ello tenga que mutilarse.

Tal vez porque la voluntad de justicia distributiva no pudiera disimular la preferencia de Juliana por uno de ellos, o tal vez porque el arreglo estaba necesariamente prometido al fracaso, el hecho es que hubo un primer intento de automutilación: vender a la Juliana a un prostíbulo, arrancarla del lugar del amor y devolverla al sitio donde están las mujeres que no causan problemas, porque no se distinguen, si se poseen, ni se codician. Si acaso procuraron mediante este manejo regresar a la petrificada rutina de la comunidad de los “hombres entre hombres”, no pudieron lograrlo, y no le faltó valor a Cristián para ponerle palabras, las justas pero certeras: “De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano”.

¿Borges escribe en el lenguaje de esos hombres, o esos hombres hablan el lenguaje borgiano? Se abre aquí una bifurcación que no habré de tomar, por conducirnos de pleno hacia la inmensidad de la lengua que Borges nos descubre en el habla de esos seres desprovistos de toda erudición. En la pluma de Borges, los gauchos tejen un decir poético que iguala a Homero o Rimbaud.

Fracasada “la infame solución”, es necesario un proceder más quirúrgico, porque el rebajamiento imaginario intentado mediante la venta no ha conseguido otra cosa que aproximarlos aún más al temido abismo de la carencia. Muerta, ya no será de ninguno, y ninguno habrá de sentir el insoportable dolor de amarla, el único miedo con el que no pueden batirse.

GUSTAVO DESSAL