jueves, 19 de abril de 2012

8ª Reunión de LITER-a-TULIA

LITER-a-TULIA
8ª Reunión

Recientemente terminada la reunión que cerró el ciclo dedicado al amor, nos encaminamos a completar las dos últimas citas del curso.

Nos reuniremos el segundo viernes de Mayo, día 11; trataremos de dar un nuevo giro sobre el tema del odio, y para la ocasión hemos elegido el relato titulado "Desvelo", de Ovidiu Stoicescu, nueva pluma del panorama literario rumano, reciente premio Ionescu. Dicho relato apareció en la revista literaria Apostrof (nº53, Feb. 2007)

Queremos  agradecer a nuestra amiga traductora, Anna Konstantin, la conversión del cuento al castellano; su generoso esfuerzo nos ofrece la única posibilidad de proponer este relato ya que no dispone de enlace web para su lectura. (enviamos el relato a través del correo electrónico)

La reunión tendrá lugar en nuestro querido local habitual, el restaurante Este o Este, en la calle Manuela Malasaña nº9 , y dará comienzo a las 18 horas.

Queremos recordar la dirección del blog de LITER-a-TULIA  www.liter-a-tulia.blogspot.com en el que pueden leerse las interesantes contribuciones que nos han hecho llegar dos amigas de la tertulia (Sara Veiras y Beatriz Schlieper) sobre el cuento de Nadine Gordimer que trabajamos la vez pasada. Aprovechamos para agradeceros vuestra participación en esa reunión, fue la clave para que resultara tan estimulante y divertida.

Feliz lectura!
LITER-a-TULIA

miércoles, 18 de abril de 2012

Comentario de "Un Hallazgo", el relato de Nadine Gordimer, por Beatriz Schlieper

La autora hace un relato, que si bien está en tercera persona, intenta una identificación con la perspectiva masculina en su mirada hacia las mujeres; aunque al referirse a su acción de arrojar piedras al agua lo hace desde una observación más propia del otro sexo, dice: “como hacen los hombres cuando están solos”. La visión de los cuerpos desnudos de las mujeres no despierta el deseo del personaje, solo ve en ellas los gestos de la cotidianidad. Si cierra los ojos puede olerlas, no el perfume de mujer, sino el aceite con que embadurnan sus cuerpos. 


Es un hombre decepcionado de las mujeres amadas que lo han vaciado, llevándose incluso al partir pedazos de lo que juntos forjaron. Este cuento está despojado de la dimensión del amor. Es un relato frío con un gran desapego emocional. Sin embargo, el mar conmueve lo imaginario produciendo un despertar de las fantasías a partir de un hallazgo. Un anillo de zafiros y brillantes. Rápidamente su imaginación se libera en escenas sobre situaciones que implican cierto grado de engaño, de ocultamiento de pasiones non sanctas, pero no exentas de preocupaciones económicas, dice: “Alguna querida, algún tesoro del hombre rico (o alguna esposa oculta), al zambullirse desde un yate, allá lejos, con sus joyas puestas mientras se iba despojando con elegancia de otros ropajes, debió sentir que uno de los anillos se le resbalaba del dedo por acción del agua. O no lo sintió, sólo lo percibió al regresar a cubierta, y corrió a buscar la póliza de seguros.” Algo imaginario parece moverse, descongelarse. 

Si primeramente hubo alguna intención de devolución a su propietaria del anillo encontrado, por medio de un aviso en un diario, descubre una y otra vez la falsedad de quienes decían haberlo perdido. Sin embargo, la escena se deslizó sin solución de continuidad hacia el interés por un llamado que es diferente a todos los anteriores. Son los matices de la voz de una mujer, -vacilación, resignación, esperanza, dominio de sí. 

¿Que le atrae de ella? Su voz. Dice: “quizás la voz dominada de una cantante o actriz, que expresaba timidez.” Es por su: “desesperanza de encontrarlo...” su anillo. Sin embargo, no bien ella expresa, tras su resignación, una leve esperanza, él la convoca. 

Aunque advierte su belleza, la relativiza opacándola con algún comentario acerca de cierto esfuerzo por conservar la juventud. No se trata de esto. No pasa por la desnudez de los cuerpos, ni por la belleza de un rostro. 

Al pedirle la descripción del anillo, su respuesta evidentemente es incorrecta. 

-No importa. Un movimiento de manos y se perdió; “vio el reflejo bajo el agua”. ¿Quién él o ella? No se sabe si se trata de las fantasías del hombre que imagina el reflejo en el instante de la pérdida; o el engaño de ella que afirma haberlo vislumbrado bajo el agua. También le pide que lo describa. La descripción nuevamente no concuerda. En este caso, a diferencia de las otras no la despide, dice: “Aquí tiene su anillo”. 

Un movimiento de ella equivocado en la colocación del anillo en el dedo que no corresponde vuelve a confirmar el engaño y simultáneamente la destreza para sortear el inconveniente. 

“La llevó a cenar y no se hizo alusión al tema. Nunca jamás”. No se dice nada sobre esto y nunca vuelven a hablar del tema. En la culminación de su encuentro, su casamiento, no tienen ninguna manifestación que haga pensar en el amor. Ella se convirtió simplemente en su tercera esposa. La autora concluye: “Viven juntos y no hay entre ambos más cosas no dichas que las que se dan en otras parejas”. 
¿Qué lugar para el amor en este cuento? ¿El del amor cortés? Ciertamente no el del enamoramiento con su empobrecimiento del yo y la elevación del objeto a la dimensión del ideal. No es la égloga en que el pastor se lamenta valiéndose de imágenes de su entorno para expresar su dolor ante la indiferencia de su amada: “Oh más dura que mármol a mis quejas y al encendido fuego en que me quemo, más helada que nieve Galatea!” 

¿Quizás habría que pensar en el amor de los místicos con su fusión en el Otro celestial? ¿Es el canto de San Juan a Dios deseando su muerte porque en su yo ya no reconoce la vida? “En mí yo no vivo ya, y sin Dios vivir no puedo, pues sin él, y sin mí quedo... ”. Su yo ya no existe, no reconoce en su yo más vida que con Dios porque sino pierde a ambos. Es la fusión del yo con lo divino. 

Lo mismo en Santa Teresa que aborrece la carne y sus pulsiones, que desearía desprenderse de su cuerpo para un encuentro único con su amado: …“Esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida…”. 

O tal vez de un modo más mundano, también las metáforas del amor, que con sus atenazantes cadenas, quieren cercar al otro en un sentido inverso al de la Santa. Así en Jacques Prévert para quien el amor es un deseo de esclavizar al otro, dice: “Je suis allé au marché à la ferraille Et j'ai acheté des chaînes De lourdes chaînes Pour toi mon amour Et puis je suis allé au marché aux esclaves Et je t'ai cherchée Mais je ne t'ai pas trouvée mon amour”. 

Tampoco el de un Neruda que expresa la resignada tristeza de la ausencia frente a la belleza infinita de la noche estrellada diciendo: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido”. 

O en Alfonsina Storni que desde un probable desencanto o incluso rencor quiere reducir su persona a un ser de ausencia, -que de hecho finalmente lo realiza-, y es como un anuncio de lo que vendrá, cuando dice: “si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido...”. 

Todas ellas expresiones del amor con sus significantes de desgarro, tristeza, apropiación o plenitud; que se manifiestan desde la esperanza del encuentro o la desesperación que se lleva a veces la vida misma. Nada de esto aparece en el relato que está vacío de toda coloración, de toda vibración. No hay atisbos del amor, ni indicios de poesía. Parece acercarse más a la dimensión de la prosa seca, más en la vertiente de la crónica. Un relato abocado a la rica descripción de detalles paisajísticos, en detrimento de las relaciones con el partenaire, que sirven a los fines de desviar la atención del lector. 

¿Qué subyace en ese cuento que en el final subsume el silencio del particular en el universal del para todos? En estas “más cosas no dichas, que las que se dan en otras parejas” se anula la singularidad del sujeto. 

Con el borramiento de aquello en lo que el sujeto está concernido se lo degrada al estatuto del amor líquido propio de la hipermodernidad. Esta anulación soslaya, lo que este pacto de silencio esconde y simultáneamente muestra. 

Esto oculto, es lo que connota el hallazgo. Un hallazgo que se deja leer entre líneas, enigma que la autora introduce a pesar de ignorarlo y que devela retroactivamente desde la última frase, lo que el título implicaba. El hallazgo se presenta como el anillo encontrado en el mar, pero esto es una mera contingencia que ha servido de anzuelo casual para el hallazgo que importa y que también atrapa al lector obnubilándolo con su brillo. 

Sin embargo, hay sutiles indicios de que se trata solamente de una voz de mujer. Es la voz como objeto. Prescindente de categorías lógicas tales como verdadero o falso. Es el puro goce de la voz, que preserva con el silencio sobre lo ocurrido el tener que dirimir posibles sentidos a advenir; y que desvirtuarían la auténtica esencia del goce. Pacto de silencio que garantiza que la voz se mantenga aislada de los dichos con que las palabras enturbian con sus significados, la verdad del goce del objeto.

Beatriz Schlieper

lunes, 16 de abril de 2012

Un cuento de hadas; comentario de Sara Veiras a "Un Hallazgo", de Nadine Gordimer

Un anillo que se deslizó y calló. Un anillo que estuvo perdido en el mar del tiempo. Un anillo valioso, tallado y, con piedras preciosas.
Un hombre que tenía mala suerte con las mujeres. Un anillo que tuvo mala suerte con su dedo.
Hombre y anillo se hacen a la mar, solos.
¿Él?, enfado -que se las lleve el diablo, rameras infieles-, y solo por primera vez.
¿El anillo?, desprendido de un dedo que no se sabe si lo siente, o no lo siente.
A un mar de piedras, se van. Piedras que hacen estallar la mar hacia arriba, devolviendo sus tesoros.
¿Sobre las piedras?: Mujeres.
Mujeres duras como piedras. Mujeres desnudas, vestidas, mojadas y secas. Mujeres de gestos prosaicos. Mujeres estampas sobre una tela descolorida por el sol. Mujeres que acaparan la atención, sin dejar espacio para los hombres.

Nuestro personaje es un hombre de amor. Como el amor, la voz poética del relato, es arrebatadora; alcanzando en el tercer párrafo, su clímax.
Este hombre de corazón enamoradizo, que fuera de la mar sólo tiene ojos para las mujeres; cuando entra en el agua, en su orilla, entre la espuma, se estremece observando a las madres con sus hijos:
Desnudos, apoyados contra su carne blanda, los niños se aferraban a ellas, tan recientemente separados de allí que parecían aún formar parte de aquellos cuerpos femeninos en los que habían sido sembrados por varones como él.
Aquí se abre el juego del agua. Agua que en este relato llegará a ser profunda como la vida. Agua que ahora, en la orilla, lo remite a la infancia.
El niño desprendido de la mano de su madre sale al mundo de los hombres a buscar una mujer para él, y sufre la bofetada del desamor.
¡Qué hacer! ¿Qué hacer?
Este hombre, que puede representar a todos los hombres de amor, porque ni siquiera tiene un nombre propio; se va a la mar para estar solo, como otros hombres van al psicoanalista.
La relajación dentro de la angustia es tal que recuerda a la asociación libre, único camino para hacer un hallazgo valioso.
Se aleja del bullicio, y los charcos, jugando con las piedras  ‑recuperando‑ el arte de lograr hacerlas besar la superficie saltando
entonces comienza a ver como los niños...
y, una tarde,
encontró en las piedras con las que ocupaba una mano
un auténtico tesoro
Entre los pedruscos de vidrio de color había un anillo de diamante y zafiro.
Cuando recupera la niñez, este hombre que se casó por amor, que fracasó, y que se fue sólo a nadar en el mar de su ser; recupera algo de sí mismo que había perdido, un tesoro.
Descubre, aún sin saberlo, que él es un anillo desprendido de un dedo y que existe una mano en el mundo vacía de él. Una falta que lo añora.
La salvación está en Ella, y decide salir a su encuentro.
Sale como un príncipe en pos de cenicienta.
Sus elucubraciones son como suspiros. Él es un romántico huérfano.
Lo único evidente es que este anillo no pertenece a ninguna de las mujeres estampadas en la playa pedregosa del día de hoy. Este anillo viene del pasado, no se sabe de cuándo, quizás de muy lejos.
Se debió resbalar del dedo de alguna querida, de alguna esposa oculta de un hombre rico, al despojarse de otros ropajes..., por acción del agua... Ella corrió, mientras el mar tragó el anillo, lo retuvo, y luego, cansándose de él, lo tiró a tierra.

La dueña del anillo ya no es una mujer amorosa y abnegada, como las esposas. Tampoco se pasea por una playa de piedras, decolorando su misterio a la luz del sol. Esta tercera mujer, es una mujer de mar adentro, y de fidelidad dudosa.
Y ella es la dueña de un objeto maravilloso que él describe así:
Era un anillo hermoso. Un zafiro, largo y oblongo, circundado de chispas redondas; y a lado y lado de este brillante montículo, un diamante tallado en forma de baguette que servía de puente a un círculo grabado.
Obviamente habla de ese órgano masculino ante el cual se desfallece. Y él encuentra en este objeto un representante de sí mismo, un representante francamente envidiable.
El primer impulso es salir a mostrar el anillo para encontrar a su dueña. Este hombre indiferente al valor económico, sólo piensa en el amor.
Se lo muestra a la administradora del restaurante, y ella, ante la visión, se echa hacia atrás (como hubiera hecho ante la exhibición de un falo de hombre), diciendo: Es valioso. Llame a la policía.
Él guarda el anillo entre otros objetos que representan su virilidad, y vuelve a la playa, a pensar.

En mi opinión este regreso a la playa representa uno de los muchos platos fuertes, abundantes en este relato, que parece haber sido escrito adrede, para contar el recorrido de un sujeto en análisis.
El sujeto vuelve a la playa-diván, pero ahora con una verdadera pregunta, una pregunta que le atañe a él de forma imperiosa:
¿Quién es la dueña de este anillo?
Y como sabemos, una verdadera pregunta, tiene respuesta. A veces tan sencilla como poner un anuncio en el periódico.
Es el momento de puesta en marcha del deseo. Él ha recuperado la potencia perdida después de dos fracasos de amor. Ahora puede buscar a la nueva destinataria de esta potencia. Ahora que, después de haber estado solo como nunca lo había estado, sabe qué busca.
Tiene claros los rasgos de identidad de su objeto amoroso: "Voz atractiva y a veces claramente juvenil, suave, aunque vacilante en su mentirosa osadía.”

Hallado anillo en...
Llamadas.
Entrevistas.
Desecha a los hombres. También a las mujeres que no lo cautivan con su voz. Y recibe a las elegidas con una sola palabra:
Descríbalo.
(Cuánta ternura inspiran los hombres de amor.)
Las sentaba cómodamente, frente a la luz para escrutar su rostro, y sólo una lo convenció de haber perdido un anillo. Lo describió con todo detalle y se fue.
Otras, parecían calcular que un anillo es un anillo si es valioso, con diamantes y hasta piedras preciosas.
Pero hubo una voz diferente, de cantante o actriz, que expresaba timidez:
Había perdido toda esperanza. De encontrarlo... mi anillo. Había visto el aviso y pensado no, no, es inútil. Pero ¿y si había una posibilidad en un millón...?

La invita al hotel, la observa como a todas; pero en ella ve algo diferente:
Y entonces se perdió; vi su reflejo por un instante en el agua.

Descríbalo, pide nuestro hombre, recuperando su ritual.
Muy trabajado,  Un diamante grande... varios. Y esmeraldas, y piedras rojas... rubíes, pero creo que se habían caído antes...
Él fue al cajón, y le entregó el anillo.
La mano se deslizó como si nadara.
El dedo había cambiado, pero la mano era de Ella.
Una mano hecha para anillos.
Un encuentro hecho para hombres,
con una mujer que destronó el amor del ideal, colocándolo en un lugar posible,
quién sabe después de cuánto tiempo:
Usted sabe, es difícil de precisar cuando se trata de un objeto que uno ha usado durante tanto tiempo, que ya ni lo nota.

Un cuento de hadas.
"una posibilidad en un millón"

Sara Veiras