jueves, 7 de febrero de 2013

Mª José Martínez preludia nuestra reunión de mañana viernes con su comentario sobre "El Río del Edén"

Con una prosa exquisita, tan cuidada como natural, con un saber hacer muy suyo, José Mª Merino nos convoca a participar de la intimidad del protagonista de su última  novela El río del Edén, en las páginas impregnadas del olor de los montes que el protagonista recorre, páginas de la preciosa novela que me ha conmovido.

En ella el autor se sirve de Silvio, el niño Down que entiende las cosas a su modo y que en su cabeza se hace una idea de la realidad y de la muerte mucho más dulce que lo que nos pueda decir a los adultos la fría materialidad de una urna funeraria. De esta forma aparece en la narración el amor a su madre, un amor que no entiende ni de espacio ni de tiempo, un amor tan fantástico y real, que le durará para siempre, ese amor que el padre, con su frialdad explicativa, parece haber perdido.

Con esa voz aparece ante nosotros el Daniel más ajeno a la intimidad por la que el niño transita, el otro Daniel, esa parte dañina de la realidad dual que todos padecemos y que convive con su parte más benéfica. Es la complejidad que todos llevamos a cuestas como un fardo, carentes como estamos del conocimiento total y completo de nosotros mismos. Pero esa 2ª persona que camina junto al niño, ese hilo del pensamiento que se interroga a si mismo, esa persona quiere descubrir por qué paso todo, y saber cual de los dos Danieles manda allí, porque ya no se reconoce en ninguno. Y ahí es cuando Daniel padre se da cuenta de que cada hombre tiene ese afluente que antes de salir al exterior circula por los cauces más ocultos y recónditos hasta que ya, más crecido, sale a la luz. Porque el ser humano no está hecho de una sola pieza, sino de varias partes unidas entre si por un mal pegamento que ni siquiera disimula las uniones. Así seguimos la lectura de este libro que nos sugiere tanto, para oír finalmente a José Mª Merino decir, que la vida es una línea intrincada y enrevesada semejante al dibujo que inaugura cada capítulo.

 Padre e hijo caminan hasta llegar al lugar en el que un día, él, con su mujer, creyó  encontrar el Edén, la felicidad absoluta y el amor eterno, el lugar de la promesa, pero cuidado, y eso él no lo sabía, porque aquello no era más que la promesa. Y ese es el  lugar donde se esconde el tesoro, pero ese es también el lugar de la posible traición, el lugar donde se desdobla la personalidad de cada cual. Sin duda, a la Naturaleza que despierta sueños de felicidad en los seres humanos y que consigue forjar una ilusión sensible en nuestro ánimo, a esta Naturaleza le somos indiferentes, en tanto que nuestro sistema emotivo reacciona al ser muy sensible a ciertas experiencias de luz y color. Y esas sensaciones que llevan al protagonista a idealizar un encuentro amoroso, puede ser que estén vacías de contenido y ser luego desplazadas por otras. 

Porque el tiempo edénico sólo vive en nuestro imaginario. Y también porque el protagonista, tras conseguir una vida amorosa satisfactoria, siempre deja la puerta abierta a un posible desencuentro, de tal forma, que no es capaz de perseverar en su deseo junto a la madre del niño. Y es que el deseo, aún siendo colmado, nunca es certidumbre de una felicidad perdurable. 

Así es como Daniel va sumando pérdidas, a una sucede otra, y al lado del idílico y añorado mito de la Biblia, surge la diferencia que destruye al mito en su esencia, la diferente estructura mental de los protagonistas, la diferente estrategia con la que cada uno de ellos encara su vida.

Alabo un libro tan lleno de sugerencias, a la vez que agradezco al autor esa sencillez con la que hace un recorrido por la vida diaria de los protagonistas para ver, finalmente, como el último Daniel de la historia se va con la mujer que, mucho más egoísta y mucho menos idílica que su hermana, tal vez fue su alma más gemela.

Estupenda novela en la que el aroma del bosque del Alto Tajo no deja de  acompañarnos y rodearnos un sólo instante, con ese ambiente bello y también algo sobrenatural que a veces parece oprimirnos.

Exquisita narración donde, al margen del lugar geográfico donde se ubica, aparece la letra de algunos juegos infantiles. Esos eran los juegos y las letras que se cantaban en una ciudad, La Coruña, patria chica del autor y también mía, coincidencia que me ha llevado a recordar la música con la que acompañábamos aquellas letras cuando jugábamos de pequeñas en los jardines de Méndez Núñez, del popularmente conocido  “relleno”.

Pero esta es otra historia.

En todo caso, enhorabuena.

Mª José Martínez