lunes, 29 de marzo de 2010

Comentarios realizados en la tertulia sobre Los Rebeldes, de Sándor Márai

Comentario de Alberto Estévez:
Quiero empezar hoy llevándolos a pensar sobre el título de la novela que nos ocupa. Esta obra de Sándor Márai se publica en 1930 con este mismo título, Los Rebeldes, y en su postrera revisión en 1988, pocos meses antes de morir, el autor incluye ciertas modificaciones buscando mayor equilibrio en el relato, incluso decide suprimir algunas cuestiones sobre la pulsión homosexual para que el lector no se distraiga en esta cuestión, que está presente, pero que en su opinión, no es fundamental; ahora bien, respecto del título, no introduce modificación alguna.
Tenemos cuatro muchachos que integran una pandilla, Ábel, Tibor, Ernö y Béla, que son los protagonistas de la trama, aunque en distinta intensidad. Estos muchachos son los rebeldes, es decir, los que, faltando a la obediencia debida, se rebelan, o se sublevan. Sin embargo, no puedo dejar de sentir cierta sensación de leer un tópico en el título del libro, porque aunque percibo en distintos lances de la historia algo que indudablemente se puede categorizar de rebeldía o desobediencia, el resultado final que me deja la lectura ya no me permite estar tan convencido de lo que aúna a esta pandilla, el sentimiento que los recorre del primero al último de ellos; ¿es un sentimiento de rebeldía, o quizá todo lo contrario?
El contexto es bien explícito. Se trata de la Hungría de la primera gran guerra, en la que los efectos devastadores de ésta y los ecos de la masacre se sienten en la ciudad, lo cual podría llevarnos a pensar si Márai escribe esta novela para tratar de lo que la guerra provocó en su país, como pudimos ver de manera mucho más explícita en el relato de la adolescente Christine Arnothy, un libro mucho más desde la trinchera si vale decirlo así, y además de otra guerra. A mi parecer, no es éste el tema del libro de hoy, no porque Márai no fuera un hombre de implicaciones políticas ni causado por los temas sociales, en su caso más bien se trata de todo lo contrario, pero aunque todo ello tuvo gran influencia en su vida hasta provocar una decisión tan terrible como debe ser emprender el camino del exilio, el Sándor Márai que nos deja este escrito es ese otro, el conocedor del ser humano, el filósofo, el experto en los laberintos y oscuridades que pueblan nuestra naturaleza, y que en esta ocasión, decide dedicar una novela a la adolescencia, que no es cualquier período cuando hablamos de las edades del individuo.
En este mismo sentido, tropecé en internet con una crítica de esta obra. Bueno, todos sabemos que entre las innumerables ventajas que internet nos ofrece está el hecho de que cualquiera puede convertirse temporalmente en crítico literario, a través de un montón de páginas en las que se nos ofrece la posibilidad de opinar, no obstante, el eminente crítico inglés, James Wood, ha comentado jocosamente lo siguiente de internet: “La red es como una fiesta a la que llegas y todo el mundo está ya borracho discutiendo apasionadamente. Sientes que debes beber deprisa para entonarte. Es muy vigorizante”Aquella crítica que quiero compartir con ustedes llamó mi atención por la conclusión, mitad valoración, que de esta novela que hoy tratamos se hacía. A la vez que alababa su certero análisis y planteamiento del problema que supone para un joven entrar en el mundo adulto, echaba en falta el apunte de una salida esperanzadora. Como si el autor dejase cierto regusto amargo en el final de la obra, faltarían las garantías de que esa transición será exitosa, y que en ningún caso el drama puede acompañar al sujeto en este paso, que me repito pero con toda la intención, no es cualquier paso.
No creo que se trate de una cuestión que pueda resumirse en ser optimista o ser pesimista, porque además si quisiéramos pensarlo desde esos adjetivos, tampoco serían los que me han permitido acercarme a las obras de Márai que he tenido oportunidad de leer, no puedo pensar en el autor como alguien optimista, seguro, pero es que en el caso del pesimismo que podría serle más afín, encuentro que es un término corto, diría yo, para analizar el pensamiento de este autor.
Es muy bello comprobar en el libro algo de esto que trato de contarles. Sabemos que el escritor nos habla a través de sus personajes en las obras que escribe, como también sabemos que cuando antes yo distinguía en grado de importancia el protagonismo de cada uno de los integrantes de la pandilla, Ábel posee un lugar destacado a lo largo de todo el relato, por tanto, se convierte en portavoz de los pensamientos del escritor, y hete aquí, no es casual que Ábel sienta gusto por la escritura; es entonces cuando escuchamos más allá del personaje la propia voz del autor, sus reflexiones y sus preguntas, aquello que en su misma persona es inquietud, y utiliza al muchacho para lanzarnos las cuestiones en las que está atrapado como hombre de 30 años que va camino, sin saberlo, de consagrarse como un gran escritor. Fíjense en sus preguntas y en su intento por contestarlas: ¿Por qué alguien se dedica a escribir? ¿Por placer? Satisfacción no creo, más bien dolor, un poso de mala conciencia tras lo que se ha perdido, como cuando se comete un delito.Compartirán conmigo la idea de que esto tiene el tinte de una confesión, un testimonio, el testimonio del autor, porque aquí y a través de estas frases se trasciende al personaje, todo esto lo excede, y aunque el autor pretenda ocultarse comparando los esfuerzos infructuosos del joven en la escritura con los de su padre en el violín, en realidad ya no se trata de Ábel sino de Sándor.
Y por si aún quedasen algunos escépticos entre los que se asoman al texto, todavía nos va a dar esa nota aclaratoria que debemos tener siempre como guía cuando emprendamos la lectura de la buena literatura, que nos dice así: “ no basta relatar los hechos, algo se oculta tras ellos”.Pero los grandes escritores se deben a su novela, y evidentemente no pueden consentir que ésta se les convierta en su testimonio de principio a fin, deben maniobrar con cierta celeridad para no ser acusados, entre otras cosas, de abandonar la historia que están contando, es entonces cuando Márai produce ese giro literario precioso, y de golpe nos trae Guerra y Paz, la novela de León Tolstoi, cuando el duque llega y encuentra a su esposa muerta y pronuncia la frase: ¿Qué me habéis hecho? ¿Por qué digo que esto es un giro de nuevo hacia la figura del personaje que a su vez le permite salirse de la escena al autor? Y porque no basta relatar los hechos, algo se oculta tras ellos, nos lo acaba de decir, y así es, ¿o no escuchamos en el “qué me habéis hecho” del duque lo que le han hecho al padre y al propio Ábel con otra muerte, la de la esposa del padre y madre de Ábel respectivamente?, muerte responsable de la zozobra de una relación en la que habitan el silencio y la soledad más profundos entre ambos. ¿Qué me habéis hecho?, entonan ambos a dúo, dirigido a la madre-esposa, culpable de encadenarlos, con su desaparición, a la falsedad y las mentiras.Y esto es lo que consigue Tolstoi poniendo esta frase en labios del duque, y lo que retoma nuestro autor, que nos lo explica exquisitamente: “En una sola frase se transmite algo imposible de expresar con palabras
Ya habrán detectado que la palabra clave aquí es la palabra “imposible”, porque cuando aludimos al imposible, cuando tratamos de cernir lo que esta dimensión representa para el sujeto, las palabras no alcanzan, y tenemos la sensación, al igual que Ábel, de estar llevando a cabo esfuerzos infructuosos. Y creo también que hay algo de este imposible que explica el sabor que la obra deja al final, el mismo que a nuestro aprendiz de crítico literario de la web le hace echar en falta la salida “esperanzadora”, parece haberse desentendido desde el principio de este dominio de lo imposible, y añorase, como nuestro protagonista “una palabra de labios del padre que revele el sentido de todo, de la vida entera. Un amanecer” Y Márai no renuncia a la idea de un amanecer, pero siempre y cuando admitamos que es del crepúsculo del que el amanecer surge, y que todo ser humano se ve enfrentado a sus espacios crepusculares, siguiendo con la metáfora, es mucho más elocuente en todo caso que tratar de calibrar al autor por su optimismo o su pesimismo.
Es costumbre que las obras de Márai nos dejen frases como al pasar que verdaderamente nos hacen parar, porque consiguen explicarnos grandes cuestiones sobre las que todos en alguna ocasión nos hemos detenido a reflexionar y que son el fruto de algo que sustenta a un gran autor frente al que no lo es; su pensamiento. Cedo a la tentación de citarles alguna que me ha tocado más sensiblemente: “el componente más noble de la amistad es la generosidad”. Encontrar estas perlas es una satisfacción para mí, porque consiguen cierto efecto de reducción en temas absolutamente complejos en los que tantas variables deben ser tenidas en cuenta. Es también la forma elegida para decirnos qué une a estos chicos, y a la vez recordarnos que hay un tramposo, que por tanto no se entregará a dicha generosidad.“Qué difícil es desembarazarse de alguien cuya compañía ya no deseamos”. Lo escuchamos del personaje de Tibor, afligido porque no encuentra la posibilidad de romper los vínculos con sus compañeros sin infligir profundas heridas, y se propone como solución que jamás alimentará amistades tan íntimas. Acerca de esto, el propio Ábel, próximo al final de la novela y cuando los acontecimientos ya no pueden dejar de precipitarse, se lamenta de no haber permanecido refugiado entre los libros: “Las relaciones humanas son lo más doloroso, más incluso que escribir”.
Pero quiero tomar una de entre tantas que apunté y que me permite introducir la cuestión con la que quiero terminar hoy, cuestión que les anuncié al principio cuando me pregunté sobre la pertinencia del título. Efectivamente, los muchachos de esta pandilla atraviesan un momento particular en la vida, cada uno de nosotros sabemos por la experiencia que ese paso que deben afrontar no tiene igual, estamos ante lo que, acudiendo a otro tópico, podríamos denominar “el fin de la inocencia”.
La frase que les traigo es central para poder pensar el asunto de la supuesta rebeldía, y no es coincidencia que la obtengamos de los labios del traidor, los sitúo; son las páginas finales, Ernö acepta los cargos con que lo acusan sus compañeros, les explica porqué no se siente su amigo, detallándoles los motivos concretos en el caso de cada cual, así como las humillaciones sufridas cada día pasado a su lado, él se vive como un miserable que viene de la otra orilla y no hay camino que lo lleve al mundo de ellos, es entonces cuando les suelta “os odio”, pero es el objetivo que ha mantenido encendido ese odio lo que nos detalla inmediatamente y valoro sobre lo demás. ¿Qué objetivo? “humillaros ante este mundo que tanto significa para vosotros, aunque reneguéis de él”.
Ésta es para mí la gran verdad de la pandilla, que podemos conocer a través de Ernö, el traidor, pero probablemente, y pensado desde esta perspectiva, el único rebelde de los cuatro, el único que persigue el fin en sí mismo, cueste lo que cueste. Los otros tres parecen más bien enrolados en una especie de defensa contra el mundo adulto, con la añoranza de aquel “otro mundo” que es la infancia, y con los ecos de lo que la figura paterna significaba entonces para ellos, niños tratando de mantenerse al margen, renegando de el paso a la madurez, con gestos rebeldes, sí, pero preservando a su vez la figura del padre todopoderoso, embarcados genialmente con el actor en aquella representación teatral, surcando el temporal, como una nave dando bandazos hacia un punto desconocido, brillantísima metáfora en cualquier caso, que le permite a Márai de nuevo mostrarnos lo que se oculta tras los hechos que relata a través de otra de sus frases: “el vicio está en el espectador -el que mira- no en el que participa que conserva su inocencia”Para Ernö, el padre, no hablo sólo de la persona física que ostenta ese título en su caso como padre biológico, sino de la instancia paterna, no significa lo mismo que para el resto de sus camaradas. No me refiero exclusivamente al hecho de que sea zapatero, la clase social inevitablemente introduce diferencias pero pretendo, y para ello los invito, a introducirnos un poco más allá, deberemos tomar cierta distancia de los convencionalismos sociales, es la única manera de poder pensar en la figura paterna como portadora del concepto de ley, una ley injusta, arbitraria, irregular en ocasiones, pero a la que debemos someternos, porque es la que rige la sociedad y la cultura en la que vivimos, cuánto más si nos remontamos casi 100 años atrás, entonces la figura del padre disfrutaba de un poder que hoy ya no tiene. Podemos decir, en el caso de este muchacho, que la transmisión de la ley ha sufrido una serie de vicisitudes que han deparado como consecuencia que su relación con ella sea diferente a la de los otros muchachos de la pandilla, y mientras estos juegan a ser rebeldes pero mantienen su sometimiento a la ley, no es así en el caso de Ernö, más bien al contrario, él intenta someter a la ley, tenerla a sus pies. Fíjense qué dato nos da el autor al respecto: el padre de Ernö era el único que dormía a los pies de su hijo, el padre a sus pies parece muy alejado de la figura del adusto coronel Prockauer, o del doctor padre de Ábel.
Por todo ello me inclino por la siguiente hipótesis; el título Los Rebeldes va cargado de ironía, observen lo que dice el diccionario de esta figura retórica: consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice. Pero recuerden que estábamos advertidos: “No basta relatar los hechos, algo se oculta tras ellos” Ahora también podremos discutir lo que esconden los títulos.
Comentario de Miguel Alonso:
Hay dos escenarios en la novela a los que prestaría atención, por un lado el tema general del Padre y de la pandilla, y por otro, alguna descripción verdaderamente extraordinaria que realiza de lugares concretos. Por ejemplo, describe maravillosamente el poder evocador de los objetos, esos momentos en que las cargas afectivas se desprenden de los objetos abandonados por los familiares (17); en segundo lugar, pinta con palabras un cuadro maravilloso en la página 18, esa escena familiar con invitados, el músico, y el médico del pueblo, atentos al más mínimo movimiento de la autoridad para darle la razón de forma incondicional; también esos instantes tan significativos en la vida de alguno de los protagonistas que quedan detenidos como una fotografía melancólica en la memoria, estoy pensando en el momento en que Ábel marcha de casa y la tía queda en la puerta con las manos en los cristales; por supuesto, las descripciones impactantes que hace de los horrores de la guerra, no directamente, sino utilizando los efectos y contrastes que provoca en la población; qué decir de la página 66 en la que nos habla de lo que es verdaderamente una tierra natal, algo que va más allá de lo natural para incluirse en lo simbólico; y por último, hasta el poder, también evocador, de los olores que vivifican la novela desde el principio al fin.

A partir de ahora, centraré mi comentario, primero, en lo que me parece el ámbito general de la novela, para adentrarme luego en ciertos aspectos de la infancia y en algunos movimientos particulares que se producen en el interior del grupo.

En general, el Padre con mayúsculas, y la pandilla, como elemento satélite de esa función paterna, además de ser los resortes que ponen en marcha la acción en Los Rebeldes de Sándor Márai, articulan un escenario en el que todos, de una u otra manera, en uno u otro tiempo, en uno u otro lugar, nos podemos situar como actores privilegiados. En ese escenario, la significación del Padre se proyecta de forma notable en el interior del grupo, un grupo no tan enigmático en su constitución, su funcionamiento, o sus fines, como la novela nos lo quiere presentar, pues está originado en función del interés común de los miembros, la ruptura con el entorno familiar conformado por la autoridad despótica del padre, pero en el que, a la vez, advertimos las tensiones que generan ineludibles intereses particulares, lo cual, finalmente lo conduce a su disolución. Los otros elementos de la novela, el prestamista y el actor, los veo como función metafórica. Por el lado del prestamista, darnos a ver los juegos de la canalla de la vida, y por parte del actor dos vertientes, los juegos de la impostura, pero también una cuestión ética, las dificultades que hay que atravesar en una vida y la necesidad de adoptar una ley que conduzca, en cualquier expedición vital, a algún tipo de encuentro.

Lo que me parece más importante es resolver algunas preguntas que surgen en el seno de la novela ¿Qué es la tierra natal? ¿Qué es la infancia? ¿Qué es un padre? ¿Qué implica el deseo de ser adulto? ¿Qué se juega en la escritura? ¿Qué elementos constituyen las relaciones entre los seres humanos en general? ¿Se puede soslayar la responsabilidad de los actos que se realizan? ¿Qué significa ser libres?

No son preguntas fáciles de responder. El texto mismo sugiere que las respuestas convencionales dicen poco. Por ejemplo, responder que la tierra natal es el lugar en el que nacemos físicamente a la vida no es sino una simpleza. Efectivamente, esa posición permite entender el desencanto de las relaciones fundadas en ella:

Cientos de personas que compartían el mismo escenario sin más razón que su origen o profesión y que, aunque creían estar bien informados de la vida de los otros, en realidad no sabían nada” (149)

Respecto a la tierra natal, me parece importante una idea. En Bartleby y compañía de Vila-Matas, hace tiempo leí una cita de Baudelaire en la que éste sostenía la siguiente afirmación: “La patria es la infancia”. A mi modo de ver sugiere que lo que se revela en el origen de nuestro devenir como seres humanos es la falta de una tierra natal natural, concreta, carencia que es sustituida por una infancia. Esto, trasladado a los componentes del grupo es un conjunto de significaciones simbólicas, unas leyes que van marcando sus vidas, un amor, un miedo, una angustia, una vergüenza, un fetiche, una voz, un pensamiento, unos padres, la falta de ellos, un loco, un militar, etc.

De esta manera se podría pensar su infancia como un destierro en el que la amargura y la nostalgia no dejan de ser monedas corrientes. Y hacen lo que tienen que hacer en esa cita precisa con la vida. Procuran atravesar la infancia, trascender el fundamentalismo religioso en el que la sociedad de la época pretende refugiar al Padre, es decir, trascenderlo para no vivir siempre como niños encadenados a su ley.

El trayecto constituye un drama particular para cada uno de los amigos. Ir más allá de la infancia implica ir al encuentro con algo problemático que esté más allá del padre. Viven una cita con la vida, el intento de ser adultos, pero el camino se les hace largo y, finalmente, insoportable, porque no se pueden inscribir en un lugar de llegada. Podemos ver los dos campos que están en juego. Por un lado, pueden completar, cada uno de ellos, la escritura de su novela familiar, respecto al padre, a la familia, a los hermanos, a los maestros, o lo que es lo mismo, la novela de su infancia como patria signada por la ley del padre. Eso es un terreno fijo para pisar. Lo que nadie les da escrito es el lugar de llegada más allá del padre. Porque más allá del padre sólo los puede acoger un vacío que hay que saber llenar con palabras que tengan un estatuto legal nuevo. Los amigos, una vez llegados al límite de su infancia, se sienten en la cumbre de su soledad, en el terreno ineludible de una falta. Es el momento crucial en el que tendrían que haber creado su propia ley, diferente a la del padre, es decir, tendrían que crear su libertad. Y dan marcha atrás, unos a refugiarse nuevamente en el padre, y alguno hasta en la muerte. Al respecto, parece muy significativo el camino de vuelta que emprenden todos juntos desde el motel hacia sus casas con un muerto a las espaldas, precisamente el hijo de quien tiene como ley el delirio.

Esta sería una respuesta a la duda que se expresa en el libro cuando plantea:

Todos tenemos un padre, eso lo entiendo. Pero el porqué sigue siendo un gran misterio

El padre tiene un estatuto legal que ofrece un suelo firme en tanto que posibilita el anclaje a la vida de los seres humanos que adoptan su ley, pero a la vez, es alguien a quien no es fácil dejar atrás, porque más allá de él hay un vacío, una carencia legal que hay que saber gestionar. Y eso no es fácil.

Y por otro lado, quizá encontramos aquí la respuesta al sentido de la escritura, llenar ese vacío, esa carencia que hay que estar nutriendo continuamente pues nunca se va a completar. La escritura sería algo así como la plegaria del que se queda sin dios Padre. Y se puede articular con la cuestión de la libertad, sólo podría darse en ese escenario de escritura. La libertad implica dejar de ser el perverso mirón, espectador nada más de la vida, para convertirse en actor de la misma aceptando la responsabilidad que a cada uno le toca de construirla.

En cuanto a la pregunta por las relaciones humanas, ¿Qué me habéis hecho?, en la novela se dice que esa pregunta quizá constituya la esencia de las relaciones humanas. Tiene dos vertientes, una nos dice que el sujeto se pregunta por el deseo del otro, qué lugar ocupa en ese deseo. Y la otra vertiente es más concreta, se precipita en una queja que dice: esto soy porque vosotros quisisteis. Tanto una como otra convergen en la clásica sentencia: “yo soy otro.

En cuanto a la cuestión del grupo, para entender mejor el fracaso del mismo, hay una cuestión muy interesante. Me parece un buen planteamiento de la novela mostrar al grupo como “un fin en sí mismo”, lo cual ya indica un cierto desprecio por el Otro, y nos introduce en el terreno del goce, el cual tiene también un fin en sí mismo, la satisfacción. Esto tiene un sentido general y particular.

En el plano general, la satisfacción se da en el acopio de cosas inútiles, el robo, el despilfarro, los vicios, la sinrazón, etc. Cuando un grupo se instala en esa dinámica, sin nada simbólico que lo regule, el fracaso está asegurado. En el plano particular, el grupo está marcado por el carácter sus miembros, que ponen en juego los rasgos particulares de cada individuo. Cada uno quiere obtener su renta particular de satisfacción, su beneficio irrenunciable, según las formas adquiridas en la infancia. Es decir, siempre está presente el goce de cada uno como repetición, afectando al grupo como malestar:

Ernö, taciturno, colérico, triste, despectivo, marcado por la diferencia de clases, siente como humillación la compasión del otro, y para resarcirse hace trampas, es un judas para el grupo, un traidor que quiere coronar la obra que está tramando. Tibor se mantiene distante porque siente la pandilla como un imperativo moral, no soporta la compañía de los demás, pero no lo dice, lo cual supone soportar un malestar que retorna continuamente amenazando la consistencia del grupo. Bela tiene tendencias al goce ilimitado, al despilfarro, al robo, al buen comer, a la compra compulsiva, es una pasión desmedida a la que no quiere renunciar, lo cual es incompatible con ninguna estabilidad en relación al otro. Por su parte, Ábel parece estar siempre inmerso en una tensión entre el ansia de rompimiento con la familia y una nostalgia por la infancia perdida.

Vemos una tensión permanente entre la necesidad de rompimiento, de liberarse de la rígida disciplina familiar que los ahogaba, y la añoranza, la nostalgia que no les permite desprenderse del goce adquirido en el seno de la relación familiar. No hay una concreción simbólica que se vaya estableciendo como fundamento de la demanda del grupo, no hay visos de universalidad, sino simplemente de ruptura, lo cual hace que el grupo se vaya vaciando de contenido progresivamente. Es la intuición de Tibor:

Canalizar el malestar y hostilidad hacia el orden establecido entregándose sin más a bromas salvajes”, o bien, “las formas de rebeldía que éstos habían adoptado para combatir el orden opresivo, caótico, caprichoso e imprevisible a Tibor le parecían demasiado anárquicas” (94)

Ese es el fracaso del grupo, no ser capaces de salir de las significaciones adquiridas en el entorno familiar, no ceder ninguno su parcela de goce, no trasferirlo a otros motivos simbólicos que los movilicen. Y un grupo, por reducido que sea, no puede sostenerse si no hay un interés general más poderoso que el interés de cada individuo. Es lo que sugieren las palabras de Sigmund Freud acerca de la regulación de las relaciones humanas. Dice en El malestar en la cultura:

"La vida humana en común sólo se torna posible cuando llega a reunirse una mayoría más poderosa que cada uno de los individuos”.

Se trata de la instalación de un derecho colectivo y de la cesión de goce de cada individuo. Sin ello es imposible la vida en una comunidad. Los miembros de la pandilla no son capaces de sustraerse a los efectos de una canalización equivocada del malestar, la cual tendría que ser simbólica, podríamos decir legal, algo que no saben crear, lo cual convierte su empresa en imposible. ¿Qué le queda a la pandilla? En este caso, la nostalgia que paraliza a sus miembros en el padre, y la tragedia.

En cuanto a la ficción teatral, se puede extraer alguna enseñanza. El actor representa la característica fundamental de nuestra estancia en el mundo, la impostura con que nos vestimos, la careta bajo la que ocultamos nuestra nada. Es una impostura que se puede dibujar con la nobleza o con la mentira, con la identificación a personajes de la realidad o del pasado, desde Nerón hasta Hamlet, pasando por todas las comedias, dramas, tragedias que precedieron nuestras vidas y también la identificación con los rasgos que encontramos en el semejante, en los compañeros de la pandilla. Así lo muestran a los protagonistas y el mismo actor, quien sería capaz de ir para cualquier ciudad, adoptar una impostura, y no ser reconocido por nadie, ni siquiera por la propia muerte.

Por otro lado, la escenificación teatral me parece la metáfora perfecta de la vida verdadera. En esa metáfora podemos ver el carácter de la movilización de los protagonistas. Los amigos pasan de ser los espectadores que asumen la función de los otros, a ser parte del escenario vital. Pasan de mirar a ser actores de la vida. Es lo que implica el intento de pasar de la infancia a la adultez:

Hay hombres perversos que se entregan a las pasiones más viles. Los mirones, esos que disfrutan contemplando las pasiones ajenas, son los más abyectos... Debéis saber que el vicio comienza cuando uno ser retira del escenario y se convierte en espectador. Sólo el que participa conserva la inocencia

En tercer lugar, lo que hacen el actor y sus amigos en el escenario, me parece un homenaje a la ficción como el lugar que deja ver, mejor que ningún otro escenario, la misma vida, sus peripecias, y la pequeñez del ser humano ante el mundo, ante los acontecimientos que en él se suscitan. La ficción es precisa, la realidad confusa. Lo vemos mientras navegan hacia un lugar desconocido, con los tripulantes unidos para afrontar los peligros de las tormentas. La ficción, con su metáfora, es capaz de significar la vida con más precisión que la propia realidad, hacernos ver la necesidad de la ineludible legalidad, del ineludible simbolismo en la constitución de los lazos humanos:

Lo que está claro es que en una nave debe reinar una disciplina férrea. Imaginad lo que es vivir durante años y años en un espacio tan pequeño, hacinados como prisioneros. El marino pierde enseguida la sensibilidad para apreciar la belleza de la naturaleza. Siente en todo momento la mirada de los demás, nunca está solo. Éste es el peor suplicio que puede sufrir un ser humano. Por eso las revueltas se desatan en el momento menos pensado. Durante años, los tripulantes trabajan sin rechistar, hasta límites insoportables, pues a la menor protesta o señal de insubordinación los detienen, les ponen los grilletes y en el siguiente puerto los entregan al tribunal marítimo, cuyos jueces no perdonan. A menudo arrojan a uno por la borda por cualquier cosa y después... nadie ha visto nada. Las trifulcas estallan sin que ese sepa la causa; basta cualquier pretexto, cualquier nimiedad... una disputa qué se yo, por un pedazo de jabón o un trago de aguardiente

El movimiento, finalmente, se cierra en un círculo que nos conduce nuevamente al principio, el fracaso de los protagonistas nos indica que, como suele ser frecuente en la vida, estábamos ante una quimera de libertad. Dice en la página 163:

Evocaron el pasado compartido, el afán de rebeldía que los había unido y el odio feroz hacia el mundo de los adultos que se les antojaba caótico e irreal como el que ellos habían construido con sus juegos, e igual de falaz

Comentario de Silvia Lagouarde:
Sandor Márai tenía treinta años, era el año 1933. La Primera Guerra Mundial había terminado pero ya se anticipaba la segunda. Stalin en Rusia, Hitler en Alemania, la descomposición del Imperio Austro-Húngaro, la clase obrera al poder, la raza aria como ideal, comunismo, capitalismo, dictaduras, guerras, ideales contrapuestos, un período histórico dificilísimo para los adolescentes de la época. El texto Los rebeldes me parece inquietante ¿Qué filosofía subyace como intertextualidad en esta novela? ¿Es una alegoría del desmembramiento social? ¿Se puede convertir lo inexorable del determinismo del que nos habla Márai en esta novela? ¿Hay esperanza de relación? ¿Vamos hacia un mundo mejor? A juzgar por lo que se desprende de este texto no.

Márai introduce el concepto de rebeldía. La rebeldía de la adolescencia es ir en contra de los mayores, ellos son el enemigo. Y eso es verdad. Los adolescentes creen que la libertad es ir en contra del mundo de los adultos. Y ese mundo es, sobre todo, inexplicablemente aburrido, no se exceden, no tienen tiempo de ocio, no tienen pandilla. Y hasta aquí podríamos decir que el drama de ser adolescente es igual generación tras generación. Sin embargo, hay algo que es “extraño” en la atmósfera de este texto. Es la confrontación de estos adolescentes con otros del mundo de cualquier tiempo. Hay algo que falta, hay algo que falla, que no circula, es el amor, que puede abrir puertas esenciales en esta etapa tan importante de la vida. La ausencia de padres ejemplares se ve subrogada por simulacros de metáforas paternas que sólo encuentran en semblantes de espanto su imposibilidad de encarnar algo de la función simbólica que no pueden ejercer. No protegen ni prohíben allí donde se debe, sino que gozan de encarnar lo más diabólico de no ser un padre. Gozar del incumplimiento de ese pacto simbólico que tiene que existir entre un padre y un hijo.

Lo que quiero traer como cuestión para tratar en la tertulia es que no hay en toda la novela generosidad. Sin embargo, se nombra como generosidad lo que funda la amistad. Pero en esta novela no hay ni un solo personaje generoso, un sólo personaje que ame, sino que hay ausencia de amor materno, hay ausencia de amor de padre, ausencia absoluta de amor. Y eso quizá sea lo que te deja tan solo como lector y sin esperanza. Puede todo andar mal en la vida, pero si hay amor, si has sido amado, la esperanza no se derrumba. Y los personajes, desde el prestamista, el actor, la madre de Tibor, el padre de Tibor, etc., no ofrecen nada. Éste último, que si bien puede ser un ideal como general, es un hombre autoritario que ni siquiera se ha conmovido ante el horror de esa mujer postrada en la cama. Es decir, lo que circula en torno a estos adolescentes es verdaderamente el mundo del goce del síntoma, el goce del sufrimiento de la pulsión de muerte. No hay goce fálico.

Y creo que esta novela tiene algo de alegórica, tiene algo más allá del texto en sí mismo. Sólo quería decir respecto a Ernö que no me parece nada revolucionario, tiene un padre que se humilla a extremos que no se pueden concebir, y no tiene otra salida más que la muerte, porque, además, es el que organiza una traición que se funda en el resentimiento de clases, pero en ningún momento hay un planteo de desear un mundo mejor, no circula ningún tipo de ideal en esta novela.

Intervención:

Quería hacer, en primer lugar, mi pequeño homenaje a Miguel Delibes recordándolo hoy cuando acaba de fallecer.

Respecto a la novela, a mi literariamente me ha parecido floja. No veo ni una gota de optimismo, ni de esperanza. No hace más que planteamientos, y es de las pocas veces que un autor no deja, cuando menos, una puerta abierta para encontrar respuestas. Hace preguntas pero ni siquiera da indicios de respuesta. Es de una negatividad absoluta. A mí me parece que de rebeldes, los muchachos tienen poco. Y discrepo respecto a la infancia, más bien parece que no hayan tenido infancia. Yo no puedo identificarme con ellos porque pertenezco a una generación posterior y seguramente soy el decano del grupo, y en la generación que a mí me tocó vivir no era el odio al mayor sino la admiración lo que primaba. Eran los ideales que en aquel momento imperaban. Es uno de los motivos por los que no puedo identificarme con estos muchachos.
Ioana:
Yo no puedo comentar el libro porque no lo he leído, pero pienso en Los jóvenes bárbaros de Mircea Eliade, que en rumano se titulaba Los Hooligans. Es el mismo planteamiento, la rebeldía de unos jóvenes contra la sociedad establecida que no los lleva a ningún puerto. Pero quiero decir algo sobre la palabra hooligan. Si alguien ha leído Desde hace dos mil años de Mihail Sebastian, o El regreso del búligan de Norman Manea, o Los jóvenes bárbaros y Los Rebeldes de Márai, quiero decir que la palabra hooligan ha sido traducida por bárbaros. Esta palabra, en rumano, y en los países del este en general, tiene una historia. Porque antes de la dictadura estalinista era gente rebelde pero sin ningún tipo de connotación despectiva. Después, con la dictadura, el hooligan tenía que estar encarcelado porque no hacía nada, era un bohemio. Y Norman Manea juega con la interpretación de Mircea Eliade y pone ese título, El regreso del búligan. Vuelve a Rumanía para homenajear a su madre después de mucho tiempo de exilio en Estados Unidos, y juega con la expresión de Miguel Sebastián, que era judío y era amigo de Nae Ionescu, que siendo un gran catedrático de filosofía era antijudío en aquellos años. Para plantear el tema, Desde hace dos mil años de Mihail Sebastian, es el libro de un rumano que se considera muy herido por sus compañeros judíos que detestaban su manera de no querer pertenecer a un ghetto, y era odiado también por la extrema derecha rumana... Yo les recomiendo que lo lean.
Pilar Vicioso:
A mí me parece que el libro, a parte de tener una falta de amor increíble, no trasmite ninguna esperanza, y eso me ha dejado un poco descorazonada. Porque, al fin y al cabo, estamos ante chavales que tienen alrededor de los dieciocho años, y la acción se está desarrollando durante la Primera Guerra Mundial, viendo como pasan los trenes cargados de soldados. Aunque esa ciudad en concreto, tampoco siente la guerra en sí mismo, tienen heridos y pasan trenes militares, al principio iba la gente a recibir a los heridos, pero da la impresión de que se han acostumbrado a ello y a ver los cadáveres que pasan por el río. Los chavales han tenido una infancia muy rígida, parece que hay muy poco amor por parte de los padres. El general es un hombre autoritario, el médico dedicado a sus enfermos, y poco más. Encuentro a la tía más humana, es la que muestra algo de cariño por el chico, quizá un cariño egoísta porque ella está sola y ha volcado toda su vida en el padre de Ábel y en su sobrino. En ese sentido, aunque egoísta, pero también es más generosa muestra cierto cariño. Los chavales protestan contra una sociedad muy opresiva, y una educación en la cual no tienen ningún tipo de libertad. Y su protesta va en contra de todas las instituciones, las personas mayores, todo lo que les hace sentir mal.
Por otra parte, veo que ya se ha observado en escritores de los países del este, hay que tener en cuenta que las ideas de Max ya se han difundido por toda Europa, la Revolución Rusa está ahí, y yo creo que también plantea Márai una lucha de clases. Están reflejados los estamentos sociales, el ejército, la burguesía liberal acomodada representada por el médico, la otra burguesía trabajadora que ha hecho dinero a base de trabajar, como es el padre de Bela, y el proletariado que está reflejado en el hijo del zapatero. Ahí creo que presenta una reconciliación imposible entre las clases sociales. Los chavales se juntan pero no se quieren, no se aprecian, incluso se molestan. Seguramente refleja muy bien la sociedad de su tiempo. Una sociedad donde encontramos un prestamista que te sangra, algo parecido a lo que nosotros hemos conocido como la casa de empeño. Si recordáis, en La puerta, de Magda Szabó, también se presenta a las clases muy diferenciadas, la criada es como el proletario que se está enfrentando a una burguesía acomodada como es la de la escritora. Esto se da mucho en los escritores del Este. También había un poco de expectación en cuanto a la revolución rusa, se estaba esperando a ver qué iba a salir de allí. Todo esto influye de forma clara en Márai.
Valeriano Franco:
Creo que es en la primera página donde dicen que van a ser reclutados. Me recordó que cuando yo era un niño, en mi pueblo generaba un gran miedo en los jóvenes ir a la mili. Generaba un miedo tal que se montaban pandillas para hablar sobre lo que pasaría, cómo volverían, etc., y no daban prácticamente valor a la relación entre chicas y demás. El tema del amor quedaba diluido hasta que ellos volvieran. A mí me recordaba el miedo de esos jóvenes, al salto que tienen que dar para enfrentarse realmente con la vida, con algo que ya está fuera del refugio de la familia, un refugio que era duro. Los que hemos vivido la época de la postguerra, cuando había problemas de todo tipo, y además, la rebeldía que sentías por el hecho de tener que aceptar cosas que no necesitabas, me ha parecido que Márai ha tratado de exponer este tipo de planteamientos. Y al final me ha dado una sensación de miedo, el que tienen los jóvenes a enfrentarse con la vida y a la posibilidad de romper con el entorno. Esto desde el punto de vista de los personajes.
Yo que me muevo mucho en el mundo de la literatura y de la escritura. Efectivamente, alguien ha dicho que cuando uno siente un vacío, el refugio está en la escritura. Eso me pasa, que cuando siento vacío el refugio lo encuentro escribiendo, es donde me encuentro más lleno y una salida vital en la que escribo aquello que alguien parece que te dicta sin que uno se dé cuenta de por qué surge.
Y me ha llamado la atención esa escritura alegórica, la del prestamista, la del actor, con esa la representación magistral, donde cada uno representaba un papel.
Héctor:
Podría plantear dos cosas, la primera sobre una opinión general respecto al encuentro con la obra. Me gustó, aunque de todas las obras que leí de este autor, es la que menos me gustó. Reconozco y comparto la opinión de que la novela es bastante pesimista, además de considerar que es un estigma del autor. Es algo que uno puede encontrar a lo largo de su escritura, el carácter desalentador. Tampoco deja una pequeña ventana o una puerta tras la cual uno pueda respirar y suponer que ha de venir un futuro más feliz. Pero al margen de ese efecto rebote, que puede ser de pesimismo o de molestia, tampoco tengo forma de desmentir ese efecto de veracidad o de verdad, de realidad, que me trasmite.
Por otro lado, creo que es una novela que gira alrededor de la adolescencia y se plantea preguntas por la inocencia. Hay un esfuerzo de estos rebeldes por tratar de mantener su espíritu de libertad, versus lo que es el pacto social, el mundo del afuera. Y en ese sentido, al margen de que ese mundo particular, a ojos del tercero, que sería del lector, parezca sumamente fantástico y resulte increíble, también rescataría que la vida interior de cada sujeto está compuesta por fermentos como eso, que a la vista de un tercero, a la vista de la convención, o del patrón, queda sin sentido. Entonces, por las diferentes recreaciones, por muchos adornos que tengan, por muchos que se disfrazasen y que buscaran un sitio, eso parece descontextualizado respecto a la realidad que vivían. Lo pienso como un recurso literario que presenta la obra, pero lo podría creer porque hay aspectos de mi vida que, vistos desde afuera, no tendrían sentido. Y creo que la oportunidad que he tenido de acercarme a otros resulta igual. Yo me acerco y digo locuras. Creo que eso en un tiempo como la adolescencia, cuya raíz viene de dolor, muestra ese punto, esa transición.
Además, a la mitad de la obra, los amigos se dan cuenta, cuando van a visitar a uno de los empleados del padre, el que robaba, se dan cuenta que tenía una guarida con otros amigos. Tenían una vida paralela, no eran sólo ellos. Es decir, creo que sucede en la adolescencia y creo que aún sigue sucediendo ahora. Es mi idea de cómo funcionan las cosas, y una vez contrastada con lo que resulta ser, me viene un efecto de sorpresa, el sentido social, la convención social. Hay una sensación de desatino y disconformidad, de incertidumbre respecto a cómo funciona esto.
Lo que se podía considerar como muy exclusivo y particular no lo es tanto. Los rebeldes van a visitar al adolescente que ha sido preso, y les da un bofetón cuando les dice que él también tiene un grupo de rebeldes. Es otro efecto que también me hace pensar en momentos de ruptura de la inocencia, como un llamado a tierra, poner los pies sobre la tierra.
Para terminar, iré al último punto. Versa sobre la cuestión de la libertad como ideal, que me parece que tiene un espíritu muy mágico y poco convencional. Que puede ser muy difícil poner a todos a circular en un mismo criterio de libertad, versus la acomodación a lo que es el pacto social. Eso es algo que rescato y que me enseña la obra.
Y el último comentario, muy sucinto, tiene que ver con Lacan, cuando Márai hace la cita ¿qué me han hecho? –que se la roba a Tolstoi— también me sorprendió mucho y todavía le sigo dando vueltas. Pero no puedo dejar de recordar la pregunta de Lacan ¿Che vuoi? ¿Qué me han hecho ustedes? ¿Qué deseo me ha recibido? ¿En qué lugar me han puesto a la hora de insertarme en esta tragedia, en esta comedia, como se lea, de lo que es la vida?
Gustavo Dessal:
Sandor Marai publicó esta novela cuando tenía treinta años, y ya entonces su talento de escritor era comparado por la crítica con el de Thomas Mann o Stefan Zweig. Como en la mayoría de sus obras, la trama no es lo esencial. Para Marai, el argumento de sus novelas es una excusa para aproximarnos a la intimidad de sus personajes, una sobrecogedora galería en la que todas las variedades de la condición humana se dan cita.
Lo particular de su enfoque es haber asumido con una conciencia clara y decidida la labor de dar cuenta del momento histórico en el que vivió: el declive y la desintegración de un mundo, y con él la disolución de los ideales que conformaron la Europa de la Ilustración. Marai es un burgués confeso, como lo declara en el propio título de sus memorias: Confesiones de un burgués. Un burgués que acusa a su clase de haber traicionado cobardemente los principios que por destino histórico estaba obligada a mantener: la salvaguarda de la democracia y la libertad. Es probable que en el plano político haya mostrado cierta ingenuidad y falta de rigor, pero su visión de escritor es capaz de penetrar en las más recónditas profundidades de los seres humanos, y extraer de ellos todo el espectro de sus pasiones y tormentos.
Los personajes de Marai son siempre seres que actúan sobre un fondo de pérdida y desolación, un fondo que refleja muy bien la vivencia de un tiempo que se desvanece, y que su contemporáneo Stefan Zweig supo expresar con inmensa lucidez en El mundo de ayer. Criaturas paradójicas, cuyas almas exhiben extrañas deformidades, y que sin embargo crean en nosotros el sentimiento de empatía que solo se produce cuando el narrador es capaz de hacer surgir, mutatis mutandis, el resplandor de lo universal, allí donde en un principio no alcanzábamos a percibir más que lo absurdo y lo monstruoso, lo raro y lo excepcional.
A primera vista, Los rebeldes es una novela de iniciación, el retrato de un grupo de jóvenes que deben atravesar el doloroso rito de convertirse en adultos. La hecatombe de la I Guerra Mundial, donde Europa ofreció en sacrificio a la mitad de sus hijos, es el mal disimulado horror que a todos ellos les espera. De ese horror, el brazo que Lajos ha perdido en el frente de batalla es muestra suficiente para hacerles saber al resto que la ceremonia del bachillerato, la fotografía de fin de curso, y la celebración con profesores y autoridades, no es más que una farsa destinada a encubrir la voluntad filicida de la historia. “Seis semanas más tarde -escribe Marai- vestirían el uniforme militar, ya fuera como voluntarios o a la fuerza, y por más que se alargara el período de instrucción, a finales de agosto se encontrarían sin duda en el frente”.
Ábel, el hijo del médico, se muestra perplejo. Acaba de aprobar el examen de bachillerato, es aún virgen, se estremece ante la presencia sugerente de la criada, sabe que en unas semanas estará sumergido en el espanto de la guerra, y para matar la sed se bebe un vaso de leche. Lleva varios días oficiando de hombre, mortificando su pobre estómago con los tormentos del vino y los licores, y por ese motivo el sabor de la leche, el sabor de la infancia, se le antoja como el más sabroso elixir que pueda desear, “la bebida del otro mundo, del mundo perdido”. En cierto modo, todos y cada uno de los personajes de Marai (en ésta y en sus restantes novelas), provienen de mundos perdidos, de remotas regiones, sobrevivientes de pequeñas tragedias individuales, pero que sumadas forman la serie completa de esa grandiosa tragedia que llamamos Humanidad.
Como todos los genios de la literatura, Sandor Marai es un visionario. Ha comprendido con absoluta claridad la magnitud de la catástrofe histórica que se avecina, el derrumbamiento definitivo de un orden del discurso en el que la conciencia moral se asentaba sobre el temor al padre: “Ábel imaginaba la muerte de su padre como el desmoronamiento de una montaña”. En los primeros capítulos veremos desfilar una variedad de figuras del padre, todas ellas marcadas por una profunda anormalidad, y es precisamente esa radical perversión lo que los vuelve a su vez ridículos, demasiado visibles en su falla, próximos a su desprestigio y caída. Si no es seguro que la sentencia nietzscheana sobre Dios se haya cumplido, ¿será la muerte del padre su traducción más aproximada? El furioso delirio del zapatero Zakarka, el padre de Ernó, habla con la voz de la profecía, anunciando la llegada de la Hora Suprema. Su mensaje purificador se condensa en una sola frase. “Todo tiene sentido en esta vida”, proclama el señor Zakarka, como si de ese modo quisiese convencerse a sí mismo y al mundo de aquello que el mundo y sus pequeños retoños no tardarán en descubrir: la emergencia de una dimensión inesperada, donde el sinsentido se adueña de la vida, y en la que que toda esperanza de purificación se ha vuelto vana.
Pero si, como decíamos, esta obra se deja incluir a primera vista en el género de las novelas de iniciación, como un retrato doloroso y exaltado de la pérdida de la infancia, una pintura del tremendo tránsito hacia los límites de la traición, la vergüenza y el desaliento, no es menos destacable el hecho de que la historia (que deja un tanto en la penumbra los misteriosos hilos que tiran de sus marionetas), es también el salvoconducto para presentarnos algunos arquetipos de la variedad humana, como el actor Amadé, la madre de Tibor, y el prestamista Havas.
Cuando en una tertulia pasada me hice eco de una visión expuesta por Silvia Lagouarde sobre la literatura femenina, tenía precisamente en la memoria el capítulo “Sospecha” de este libro. Dieciséis páginas le son suficientes a Marai para plasmar de forma conmovedora los cimientos en los que se alza la estructura sutil y a la vez indestructible de una mujer. ¡Con qué pocas frases logra Marai pulsar todos los acordes del instrumento femenino, desde su perverso y avaricioso egoísmo, hasta su entrega suicida y sin límites, desde su función de custodia y sacerdotisa del templo familiar, hasta su manera de encarnar la furia destructora! “Nunca había permitido que sus hijos la sorprendieran ligera de ropa o cuando se lavaba o vestía. Sabía que si con una sola mirada violaban el muro que ella había erigido alrededor de su cuerpo durante decenios, todo habría acabado. Sus hijos dejarían de ver en ella a la madre, la defensora de las leyes del hogar, y al descubrir su carne se darían cuenta de que era una mujer como las demás, una mujer a la que un hombre podía estrechar entre sus brazos, acariciar con los dedos, y susurrar palabras tiernas al oído”. Ser una y excepcional para el hijo, y una como las otras para el hombre. ¡Qué tremenda dualidad para un ser que se debate entre la una y la Otra!
¿Y qué decir del actor Amadé, el hombre que posee treinta y seis rostros, pero que perdió la cuenta de cuándo ha mostrado por última vez el verdadero, si es que acaso existe? Marai no se limita a dibujar a sus personajes. Es un demiurgo que los dota de vida, los hace brotar de las páginas porque los fabrica con los cinco sentidos. No solo vemos a Amadé transfigurarse en sus distintas máscaras, escapar al tiempo y al destino entre pelucas, disfraces, polvos y sombras. También olemos su perfume, su aliento de caramelos de menta, el sudor de sus trajes rancios, escuchamos las escalas de su voz, y palpamos su carne fofa y temblona. Incluso somos capaces de anticipar, al igual que los jóvenes protagonistas, los oscuros signos de un deseo que sobrevuela la escena, un deseo que ninguna de las magistrales interpretaciones de Amadé muestra ni oculta del todo.
Pregunta: ¿quién es Amadé, el actor, el tramoyista que maniobra las cuerdas del escenario, el bailarín, el equilibrista que despliega su número y su arte ante la mirada embelesada de su juvenil auditorio? Respuesta: el yo. El yo del hombre, ese juego de espejos, ese falso director de escena, el artista, el prestidigitador que tarde o temprano se verá sorprendido y atrapado en su propio juego, convertido él mismo en el objeto de un deseo no revelado: poco puede el vanidoso yo frente a los poderes del Otro.
Por fin, y hacia el final, la Casa de Empeños, “la cueva del monstruo”, como la califica Ernó, la guarida donde habita el judío Havas, al que Marai -echando el resto de su inspiración-, pinta sin escatimar ni uno solo de sus poderosos recursos narrativos. Havas es, sin duda, el hombre del pecado, y en la descripción de sus grotescos apetitos no podemos sino evocar a aquellos seres malditos a los que Dostoievski diera vida, criaturas monstruosas que sin embargo conservan su plena humanidad, y que en el último momento se condenan a sí mismas ante la mirada de Dios. Él, el pecador Havas, el que no ha vacilado en despreciar el bien que poseía para entregarse al éxtasis de la gula y la fornicación, tropieza un buen día con el umbral de la verdad. “Esa mujerzuela de Lemberg me lo dijo a la cara”, piensa, “pero ¿cómo pudo darse cuenta de algo que hasta hace poco tú mismo ignorabas?” Notable ironía: aquel que atravesó los varios límites de la transgresión, se da de bruces con el pavor de un goce inadmisible. “Ahora vales menos que una chinche. No eres nada ni nadie. Dios te ha pisoteado. Ten presentes las palabras de la ramera de Lemberg”. Havas acepta su castigo y su destino, aunque nada en él da muestras de arrepentimiento. Antes bien, elegirá arrastrar a otros en su caída, convirtiendo su propia perdición en la perfecta coartada para devorarlo todo.
Como lo hemos podido apreciar en Philip Roth, en Cormac MacCarthy y en otros autores de elevado genio, la obra de Marai resuma una profunda religiosidad en su significado primordial y genuino, el encuentro del hombre con su sentido y su verdad, con su destino y su ley. El zapatero Zakarka lleva en sus brazos al hijo muerto. Él es el intérprete de la voz divina, el mensajero de Sus designios, el representante de Su terrible justicia, a la que no podemos escapar. Porque incluso los que carecen de fe están condenados a la verdad.
Más tarde o más temprano, no hay deuda que no se acabe por pagar.
Graciela Kasanetz:
Me pasó algo muy especial con este libro. Lo había leído mucho antes de que lo recomendarais. Traté de volver a leerlo y no lo conseguí. He leído todo lo que se ha publicado, traducido, de Márai. Me gusta mucho, aunque tengo diferencias ideológicas muy fuertes con él. Sus dos libros autobiográficos me sublevaron. Algo de esto expliqué aquí en otra ocasión.
Pero digo que me pasó algo muy especial con este libro. Me olvidé por completo de qué iba. Me pregunté, entonces, por lo que me había tocado. Yo sé que el olvido es la forma privilegiada de la represión. ¿Qué me tocó tanto en este libro? Ahora estaba escuchando y vuelve a mi memoria el libro y los personajes, y acabo de leer un párrafo que me parece de los más devastadores. Es cuando el prestamista habla de la señora que le trajo el pájaro, lo más preciado de su vida, y cómo lo deja morir, además diciendo que lo aceptó porque era bueno.
Y
o quería intervenir en el mismo sentido que Gustavo. Creo que es la barbarie de la guerra, esta condena al barrido más brutal de lo singular de cada uno. Es como decir, ¿qué me habéis hecho?, ¿en qué me convertís? No en quién sino en qué. En carne de cañón. Y el futuro para estos chavales es ser carne de cañón.
¿Rebeldes a qué? Hay algo que me volvía todo el tiempo respecto a lo que había comentado Alberto. Cambió algunas cosas pero no el título, y cuando él estaba próximo a su muerte. Ahora me entra cierta duda. Márai se suicida ¿Por qué no cambia el título? Después de leer sus libros, y antes de leer este libro, yo me pregunté por qué el suicidio de Márai. Dices que conserva el título, y conserva el acto supremo de elegir cómo y cuando muere, porque elige morir cuando le tocaría morir, pero donde no lo elegiría él. Era un anciano y muy añoso.
Creo que hay algo en la reivindicación de este libro, que es lo singular de cada uno, lo más terrible de lo singular, porque estos personajes que crea son devastadores. Me parece que hay mucho de goce en las historias de estos sujetos. No estoy de acuerdo con que el amor es lo que salva. Es lo que permite al goce condescender al deseo, y aquí hay poco deseo y mucho goce. Y el amor no resuelve todo. Hay amor del padre de Ernö por su hijo a nivel brutal.
Pero quería volver al tema de la guerra, que es aquello que convierte a cualquier sujeto en el objetivo objeto del enemigo, y lo convierte en enemigo independientemente de lo que ese sujeto sea. Me acordaba de unos documentales excelentes en la 2, sobre la Primera Gerra Mundial y sobre la Segunda Guerra Mundial. Son documentales de hace un año más o menos. Los daban en horarios imposibles, eran escenas que habían sido filmadas y censuradas durante mucho tiempo. Ponerlo a la una de la madrugada también es una forma de censurarlas. En esas escenas, soldados de ambos bandos, opuestos, se acercaban y hablaban. Es decir, rompían aquello en que los convierte la guerra, objetos objetivo. Volvían a tomar la dignidad de sujetos y después se volvían a matar. A muchos de ellos, los fusilaron por eso, porque va contra la dinámica de la guerra. Me parece que algo de eso hay en este libro. Estoy de acuerdo en que hay una falta de esperanza terrible. ¿Para qué futuro se iban a organizar si les estaba prometida la muerte y no la vida, que es lo que se les promete a los jóvenes como ley de vida?
En ese sentido, creo que los que ahora mueren en la guerra son los hijos, y si hay algo que destruye, es la subjetividad de cada uno. No sólo porque les mandan convertirse en una cosa, sino porque los ponen en contacto con algo que algunos psicoanalistas de la época de Freud contaron al volver de la guerra. Se los pone en contacto con algo terrible que sólo la guerra autoriza y que es contrario al pacto social. Se autoriza el goce de matar sin que el sujeto, como tal, ante la sociedad y sus iguales, tenga que responde por ese goce. Pero sí tiene que responder ante sí mismo, está absolutamente solo ante sí mismo. Porque ese goce, la prohibición del ese goce es lo que funda las sociedades. Y la guerra es contrario a eso.
Me parece que este libro, después de esta tertulia y lo que me ha recordado, se convierte en magistral, como todos los libros de Márai. Aunque yo no puedo decir que me ha gustado, puedo decir que me ha tocado lo más profundo. No quiero gozar de esa manera.
Intervención: (Rescato lo que se oye)
Un par de comentarios, quizá un poco banales. Me resulta curioso, y es que las biografías que se leen de Márai resaltan que se suicidó a los 89 años. ¿Eso es un suicidio? Y respecto a las pandillas y el amor. No sé que pasa en las pandillas de hombres, pero sé lo que pasa en las de mujeres. Y al margen de todas las circunstancias de la guerra, no son mucho mejores. Las pandillas de mujeres no se fundamentan en el amor. Al menos es la experiencia que yo tengo. En aquellas pandillas no tengo mejor experiencia que la que tienen estos amigos.
Alberto Estévez:
Es muy interesante lo que dices, porque Márai toma algo de esto. No piensa que haya un gran argumento que mantenga unidos a estos chicos. Mantiene durante toda la novela, al lector y a los muchachos, en el desconocimeinto de aquello que los une, y sobre el hecho de que no son afines.
Gustavo Dessal:
Lo que los une es muy claro, es el destino que les aguarda.
Intervención:
Durante la guerra civil española, en los dos bandos se cantaba el ¡Ay Carmela! Y también Lili Marleen se cantaba en los dos bandos.
Jesús Gómez Balmaseda:
Respecto a lo que habéis comentado sobre la guerra, me he acordado de una anécdota que me contaba un señor. Decía que cuando eran jóvenes los habían movilizado para ir al frente. Les llamaban la quinta del biberón porque eran los más jóvenes. Vivía en un pueblo, y los convocaron para llevarlos a la guerra. Eso fue un motivo para organizar una fiesta en la que se emborracharon todos. Pero se aplazó el día de la marcha, y se emborrachaban todos los días. Yo creo que es bastante ilustrativo de lo que le ocurre al grupo, que va empeorando en todo, hasta en las acciones que hacen se ponen normas que no pueden servir para nada.
Alberto Estévez:
Sí. Al respecto recordaréis el robo de las seiscientas coronas. Le preguntan a Bela cómo pudo hacer eso. Y él responde qué habría qué pensar. Cómo si estuviera reprochándole a los otros el hecho de que quisieran hacerlo responsable cuando él nunca pensó que tendría que hacerse responsable de nada.
Silvia Lagouarde:
Me encantó esta tertulia, y me gustó mucho lo que dijo Héctor. Porque planteó la manera magistral que tiene de escribir Márai el saber inconsciente, la división subjetiva, el goce, etc. Y me gustó lo que dijo Gustavo sobre el actor, había algo que yo no podía nombrar y ahora que lo dijo es perfecto. Y me identifico con lo que se dijo respecto a lo dificultoso que es vivir para la muerte. Pero no estoy de acuerdo con que en este texto circule el amor. Respecto a la madre de Tibor, no es que esa madre no haya amado a sus hijos en los primero años de su infancia, pero más allá de que siga instalada en ser única como madre, no creo que esa mujer pueda amar, como no creo que el padre de Tibor pueda amar. Ya están instalados en ese sinthome, en ese punto de anclaje, que ya no más que pueden gozar y no desear. Creo que esos dos personajes, en ese momento puntal de la vida, no pueden amar a nadie. A lo mejor han salido del amor, pero con el devenir de la vida y con lo que han elegido, esa madre ha perdido la posibilidad de amar. Lo demuestra su avaricia, y el control que le infringe al otro convenciéndolo de que es una paralítica cuando, en realidad, no lo es. Si eso es amor... Y respecto al padre de Ernö, más humillación no se puede verter sobre alguien. Es el goce de ser la nada. Y cuando muere su hijo ni siquiera derrama una lágrima porque considera que es algo del destino, algo merecido porque ha traicionado a los ricos. Ese padre no ama a su hijo, al menos en ese momento puntual de la vida. Que lo haya amado al principio de su vida, es posible.
Alberto Estévez:
Bien, por hoy aquí lo dejamos. Muchas gracias a todos y sobre todo a Mariwan por su generosidad cediéndonos siempre el local para la celebración de esta tertulia. Para la próxima convocatoria leeremos Bartleby el escribiente de Herman Melville. Un clásico extraordinario.
Gustavo Dessal:
Es extraordinario, porque de una historia que apenas tiene cincuenta páginas se han escrito millones.
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