miércoles, 12 de junio de 2013

Mª José Martínez reseña el relato de Jack London "La Hoguera"

Cuando yo empezaba a dominar la lectura, mi padre puso en mis manos el relato titulado Colmillo Blanco, del autor que hoy nos ocupa. Recuerdo cuánto me gustó aquel animal, medio perro y medio lobo, que a partir de una inclinación muy lejana decide irse a vivir con el hombre. Pero lo que me quedó grabado en la memoria fue la frase que mi padre me repitió varias veces señalándome su belleza. La frase decía: ”...era la selva, la terrible selva boreal, cuyo corazón estaba congelado”. Ahora, al leer La Hoguera, comprendo bien su sentido, porque en el relato que hoy consideramos, ni el perro, ni la selva, ni la Naturaleza entera, sienten nada acerca del hombre.  Esa es la diferencia entre los dos relatos.

Hoy me encuentro de nuevo con Jack London para contemplar la soledad del protagonista y su indiferencia hacia el otro ser con quien vive y al que maltrata, el que lo acompañará  hasta la muerte, dentro de aquel paisaje donde se nos dice que no había sol. Y veo también la prepotencia del hombre cuando, ignorando las advertencias que le hacen los veteranos y  despreciando totalmente las leyes de la Naturaleza, sólo atiende a la fría y urgente necesidad mercantil de “extraer madera de las islas del Yukón antes de la primavera”

En este relato tan impresionante, el autor, que vivió de la escritura, nos señala al prototipo del hombre moderno, caprichoso y dividido, que no sabe aunar en sí mismo las dos dimensiones del hombre social, la humana y la colectiva; el que realiza  acciones sin pensar en las consecuencias ni entender el significado de lo que hace, sobre todo frente a esa Naturaleza que aquí se nos presenta como fría. Ella es el paradigma de un mundo sideral totalmente indiferente a nosotros y esta es, tal vez, la verdad suprema del Universo, aunque nosotros desde nuestro antropocentrismo exagerado lo olvidemos. Así es como la Naturaleza nos lo enseña, porque al salirnos de esos caminos trazados por sus leyes, caminos que el perro conoce muy bien, se muere. Pero no hace falta ir tan lejos para entender la enseñanza que guarda el relato, primera, la del necesario respeto al otro que nos acompaña y segundo, a esa Naturaleza que nos acoge. Y de ahí a considerar la necesidad de no alterar su equilibrio con la emisión de productos tóxicos, algo tan actual, va un solo paso. Pero al margen de esta idea ecológica, vale la pena observar cómo vivimos ajenos a todo funcionamiento sideral y así tejemos a nuestro alrededor, un complejo mundo de intereses y pasiones, de intrincadas relaciones personales en un espacio convencional y mentalmente nuestro al que denominamos “la vida”. Porque la vida “es así”, decimos constantemente sin darnos cuenta de que la vida la hacemos nosotros y que fuera, en esa Naturaleza indiferente y fría, lo nuestro no tiene ningún sentido. Y lógicamente digo esto al margen de cualquier creencia religiosa.

Y pensando en los perros, los lobos y los hombres, creo que nos está empezando a ocurrir  algo parecido a lo que le pasó al protagonista, cuando desde nuestra más antigua sociedad europea despreciamos las más elementales leyes humanas y acudimos a la depredación poniendo como disculpa a los famosos mercados, encontrándonos conque al dejar de lado las leyes más humanas, los tan proclamados Derechos del Hombre, éste se comporta como un lobo contra quien lo acompaña en la historia y hasta contra sí mismo. Hoy podríamos comparar la impasibilidad de las personas que nos  gobiernan, con la frialdad que muestra el protagonista volviéndose  trágicamente insensible en pos de una idea material. Y tal vez sea bueno observar como el perro, que mantiene intacto el instinto animal de conservación, sabe que es el calor lo que le salvará la vida y que si no hay fuego, podría pararse y “al menos hundirse en la nieve y acurrucarse a su calor, huyendo del aire”, de la  gélida y mortal atmósfera del no querer ver la realidad de las cosas. Hasta en la nieve de las dificultades hay solución si se vive con cordura, nos viene a decir el autor, ya que cuando el hombre actúa sin pensar y “desarticuladamente”, provoca su propio desastre. Y ese pensar pausado, ese poner orden en la mente, es la base de todas las meditaciones tanto orientales como occidentales. Tal vez el terrible hombre  moderno no quiere ver que el tiempo y el camino que hagamos sobre la Tierra, hemos de  hacerlo todos juntos en igualdad de condiciones, no mandando al otro por delante para detectar el peligro tal como hace el protagonista de la narración. Al final, el hombre irresponsable, acaba envidiando al perro que mantiene su instinto natural. Nacer, vivir, procrear y morir, como decía Alexis Carrel, en su libro La incógnita del Hombre, libro que también me leyó mi padre. Esas cuatro cosas, sí, y algo más, añado yo: con la necesaria aunque no natural solidaridad. Porque la solidaridad hay que enseñarla.

Pero la Naturaleza le tiende trampas al hombre, y así, el hombre moderno, tan atento a los que cree sus únicos intereses, acaba olvidando las necesarias precauciones hasta percibir como su propia sangre, “se retraía y se hundía en los recovecos más profundos de su cuerpo”. Luego, al ver que el hielo gana terreno en todo su ser, le invade el pánico, y hasta el perro, el compañero tratado a latigazos que ya está harto de su amo, a la vista del peligro huye de él. El hombre que tanto quiso  correr y ganar, acaba quedándose solo. Y es que estos dos personajes no eran amigos: el uno era el siervo del otro.

“Cuando lo que legalmente iguala a dos seres humanos, desaparece, los débiles están en manos de los fuertes”. Eso dice Muñoz Molina, nuestro reciente Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en su último libro Todo lo que era sólido.

Al final el protagonista, siente un cierto estoicismo orgulloso y un especial sopor que lo consuela, porque así morirá fácilmente, fácilmente, sí, pero sin haberse enterado de nada. Ya se reconoce muerto y entonces se reencuentra con su ser entero, sin dividir, recordando al anciano del Arroyo del Sulfuro que le había aconsejado bien.

Y el perro, sólo el perro, el siervo, el maltratado, el que conocía bien las leyes de la vida, llegó al campamento y encontró a los amigos.

Mª José Martínez

Recordatorio Reunión LITER-a-TULIA fin de curso

El viernes de esta semana, día 14 de junio,
celebraremos la última reunión del curso
con el relato de Jack London titulado
La Hoguera


Nuestra amiga y colaboradora Mº José Martínez
ha elaborado una reseña sobre el relato
que ya está publicada en el blog;
www.liter-a-tulia.blogspot.com

Este o Este, 18 horas
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