sábado, 16 de octubre de 2010

El cuento. Por Carmen Botello


Voy a señalar algunos apuntes sobre el cuento. Graham Swift en la página 195 de su novela El país del agua, hace que uno de los personajes se interrogue de esta manera:

“¿También Helen Atkinson cree en los milagros? No, pero cree en los cuentos. Cree que los cuentos son una manera de soportar lo que no hay modo de alejar. Una manera de dar sentido a la locura. En el interior de la enfermera asoma la madre, y tras años de trabajar en el hogar para neuróticos de guerra, Helen ha acabado viendo a esos pobres internos chalados como a sus hijos. Al igual que a los niños asustados, lo que más les gusta es que les cuenten cuentos. Y tras haber realizado este descubrimiento, establece el siguiente precepto. No, no tratéis de olvidar, no lo borréis, no podréis borrarlo, trasformarlo simplemente en un cuento, un relato, Sí, todo es una locura, ¿hay algo real? Todo se reduce a un cuento, un simple cuento

Por su parte, otra escritora, Isak Dinesen, que en realidad se llamaba Karen Christence Dinesen, respecto al esfuerzo de contar dejará escrito lo siguiente:

Donde el cuentista es leal, eterna e inquebrantablemente leal a la historia, al final hablará el silencio. Donde la historia ha sido traicionada, el silencio es tan sólo vacío. Pero nosotros los fieles, cuando hayamos dicho nuestra última palabra, oiremos la voz del silencio. ¿Quién entonces cuenta mejores cuentos que cualesquiera de nosotros? El silencio ¿Y donde lee uno cuentos más profundos que en la página más perfectamente impresa del más precioso libro? En la página en blanco. Cuando una regia y valerosa pluma, en su momento de mayor inspiración, haya puesto por escrito su cuento con la tinta más rara de todas, ¿dónde entonces puede uno leer un cuento aún más profundo, más dulce, más alegre y más cruel que ése? En la página en blanco

Por un lado, la propuesta es contar historias, por otro lado, la apuesta es por la contención, desde la perspectiva, creo yo, de comprender que el vacío no siempre es nada, y que el silencio no siempre es pérdida. En esa tensión es donde se la juega el cuento. Entre la necesidad de contar historias, para así intentar comprender el mundo, y hacerlo con las palabras justas y precisas. Nada más y nada menos. El cuento opone palabra a palabrería, opone mesura a prolijidad. Aunque, como dice García Márquez, cada historia trae su propia técnica y lo importante para el cuentista es descubrirla. Habrá quién prefiera adjetivar, adornar, en detrimento de lo esencial, y habrá quién elija ponernos en la tesitura de buscar, con el autor, las palabras para decir más allá de lo que está escrito.

En cualquier caso, ambas elecciones darán cuenta, en la ficción, de un ejercicio creativo que, en mi opinión, acercan más el arte a la vida. El relato es un trozo de la realidad sin otra aspiración que separar, de la vastedad de lo vivido, un instante subjetivo que pueda trasformarse en un referente universal.

Cuento deriva de contar, una de las formas del verbo latino computare, o sea, contar en sentido numérico, o bien, calcular. Parece que la palabra contar, en la acepción de calcular, no es más antigua que al acepción de narrar. Es posible que del enumerar objetos se pasara al relato de sucesos reales o fingidos. Un teórico argentino, Enrique Anderson Imbert, tiene un magnífico libro sobre el cuento y la escritura, Teoría y técnica del cuento. Opina que fue el cómputo el que se hizo cuento. Y tiene toda la lógica que así sea, porque la enumeración histórica de sucesos, no solamente tiene el sentido de trasmitir o divertir, sino también de acumular y ofrecer datos. Yo me inclino también a pensar que acumular y ofrecer datos es el objetivo primigenio de la narración.

Cervantes usa la palabra novela para la narración literaria escrita. Y dentro de la novela usó la palabra cuento para referirse a una historia oral. La diferencia entre novela y cuento, para él, no es un asunto de dimensiones en el espacio, sino de actitud. Dice que es espontánea en el cuento, y esforzada y voluntariosa en la novela.

El término cuento fue utilizado por los renacentistas para designar formas simples de relato, a saber, chistes, anécdotas, refranes explicados, casos curiosos. En cambio, los románticos echaron una mirada nostalgia a la Edad Media y rescataron viejos términos como consejo, que según el Diccionario de la Real Academia quiere decir patraña, cuento, fábula antigua. Los románticos usaron la palabra cuento para narraciones, tanto en prosa como en verso, generalmente de carácter fantástico, aunque también las llamaron leyendas y baladas. Según avanza el Siglo XIX, la palabra cuento va imponiéndose, aunque la imprecisión no desaparece todavía. Y en España, es a partir de la generación de Emilia Pardo Bazán y Clarín, cuando la voz cuento es aceptada para designar un género literario que cada vez va a alcanzando más prestigio.

Según Enrique Anderson Imbert, se puede establecer una lista sobre los orígenes del cuento. Hace una relación en la que encontramos orígenes religiosos: y el verbo se hizo carne; orígenes mitológicos, que explican los misterios en la naturaleza; orígenes simbolistas, cuentos de autores iniciados que se expresaban en claves interpretables a través de un oráculo; orígenes psicoanalíticos; orígenes evolucionistas, cuentos tenidos como libertadores de conflictos que se producen en el nivel más bajo de la conciencia –en realidad este sería el origen psicoanalítico—; orígenes antropológicos, los cuentos productos a partir de las costumbres propias de las sociedades primitivas –abandonadas las costumbres que les dieron origen, los cuentos sobrevivirían con un interés nuevo, independientes de las conductas o significados de las costumbres que quisieran contar o reflejar. Es de ahí de donde algunos dicen que proviene el carácter universal del cuento—. Y, finalmente, orígenes ritualistas, es decir, cuentos que serían expresión de rituales que dejaron de practicarse, fueron comentados en forma de mitos y por el intermedio de ellos se terminaron transformando en cuentos.

Todas estas conjeturas sobre los orígenes del cuento son posibles, ninguna excluye a la otra, al contrario, creo que se complementan y aparecen todas de forma muy sugerente.

¿Cuando nos encontramos con un cuento? Según Edgar Alan Poe, estamos ante un verdadero cuento sólo cuando escribimos un texto que:

Gracias a su brevedad permite que el cuentista, libre de interferencias e interrupciones, domine, durante al menos una hora, el arte de producir un efecto único. El cuento responde a un designio establecido y cada palabra prefigura el diseño total. Que el comienzo de la acción esté lo más cerca posible de su final es una característica espontánea del cuento. La concentración con que lo implica, unidad y originalidad en el arte de sugerir e intensificar el significado de mínimos incidentes, distingue al cuento de la novela. Aunque tal distingo será meramente de grados”.

Lo cual sigue dejando todo el asunto abierto. Poe es bastante chejoviano en este planteamiento.

Por su parte, Cortázar compara el cuento con la fotografía. Dice que se trata de un momento detenido en el tiempo, momento que, sin embargo, se abre a una realidad mucho más amplia.

Chèjov decía que, si en la primera línea del cuento aparece un clavo, en la última el protagonista ha de ser colgado en ese calvo. No podía aparecer un clavo sin más, tenía que tener una utilidad final.

En definitiva, me parece que lo destacable del cuento, es su brevedad, además de esa virtuosa disciplina que tiene de ceñirse muy bien a los impulsos naturales con los que actúa la vida. Dice Anderson que la creación de un cuento se parece mucho al proceso que describen muchos biólogos y filósofos, proceso de impulsos vitales, descarga de energía, fase de desarrollo, punto de consunción o consumación.

Pero si le pedimos a un cuentista que defina qué es un cuento, cada uno contará su propio modelo. Por ejemplo, en Internet se puede encontrar el Decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga. Pero si se leen sus cuentos, a veces uno se pregunta dónde está ese decálogo. Es decir, no lo sigue.

Yo estoy convencida de que un cuento es tal cuando capta nuestro interés con apenas una pequeña serie de acontecimientos que, aunque reconozcamos que son manifestaciones de una experiencia común de la vida, siempre son imaginarios, porque es la imaginación la que crea la ilusión de realidad.

Y esto es lo que quería decirles sobre el cuento. Muchas gracias.
Carmen Botello

jueves, 14 de octubre de 2010

Raros Matrimonios. Comentario de Carmen Botello*

Agradezco a los miembros de Liter-a-tulia su invitación para abrir esta tertulia, así como el hecho de haber elegido el libro de Horacio Quiroga, Raros matrimonios, para la ocasión. Y les felicito de corazón, porque tomar el cuento como motivo para todo el ciclo que se desarrollará durante este curso, es verdaderamente un acierto.

A pesar de la cantidad de magníficos escritores que hay de cuentos, este género sigue siendo el hermano menor de la literatura. No entiendo por qué. Entre otras cosas, creo que el relato es la manera de hacer prosa que más se acerca a la realidad psíquica del sujeto. Y además, los relatos, a no ser que se acaben a la manera chejoviana, dejan siempre un lugar para la apertura, jamás completan al lector. Probablemente por eso sea un género peor considerado, porque no satisfacen ni completan al lector de la misma forma que lo suele hacer una novela. Es decir, la novela da más abrigo y placer, mientras que el relato deja siempre esa vía de apertura. Y, precisamente, eso es lo que lo hace, en mi opinión, infinitamente más valioso.

Con los relatos, el lector puede realizar lecturas infinitas. Eso es lo que tiene de importante. Pero no pretenden la satisfacción. Esa no es la tarea de un escritor, sino conmover el corazón de los seres humanos. A partir de ahí, si uno se ha sentido conmovido después de la lectura de un relato, de una novela, el escritor habrá cumplido su único y verdadero objetivo.

Hace un par de temporadas, El Nadir publicó una pequeña novela de Horacio Quiroga ilustrada con dibujos de René Parra muy bonitos. La novela se llama Historia de un amor turbio, un trasunto de los amores de un ya maduro Quiroga con la adolescente Ana María Cires, una de sus esposas, a la que llevó a la selva y que terminó suicidándose. Elegimos esta novela porque sus locuras de amor nos parecen más divertidas, incluso, que sus locuras selváticas, y porque están mucho menos publicitadas. El esplendor verde de Quiroga y sus Cuentos de la selva están en todas partes, pero estos otros cuentos son más raros. Por eso decidimos rescatar estos pequeños relatos, Miss Dorothy Phillips, mi esposa; Un idilio; La voluntad, y reunirlos bajo este título Raros matrimonios. Porque son raros los relatos y porque los matrimonios son raros. Pero todos los matrimonios lo son.

Leyendo la vida de Quiroga, es imposible no tenerla en cuenta a la hora de analizar su producción literaria. Sé que es un tópico la cuestión de vida y literatura. Hay quien se niega profundamente a hacer este paralelismo. Recuerdo que cuando presentamos Los espejos de Inés Arredondo, la filóloga y especialista en literatura latinoamericana que los presentó se negó rotundamente a hablar de la vida de Inés Arredondo porque, en su opinión, muchas veces, sobre todo en el caso de las escritoras, si tienen una vida atormentada, esta circunstancia acaba aplastando su obra y la gente termina refiriéndose a ella como la obra de una loca. En ese sentido fue tajante, y no dijo nada sobre la vida tortuosa de Inés Arredondo en relación con los relatos que estaba presentando.

Pero nosotros creemos en la relación vida y literatura. La experiencia de vida también es experiencia literaria. Y, precisamente, nos gustan los escritores que entendemos que están en esa relación. No creemos que cuando la vida torturada de un escritor produce una obra, ésta sea más incomprensible o esté a más bajo nivel. Entendemos que vida y obra de un escritor van imbricadas y eso no las descalifica ni las desmerece. Y Quiroga es uno de esos casos. Sus problemas amorosos, su empecinamiento en llevar adolescentes a la selva –lo hizo en dos ocasiones— para hacerles vivir una mala vida, su incapacidad para ponerse en el lugar de aquellas jovencitas a las que sedujo, revela un empuje pulsional que no puede dejarse de lado.

En Raros matrimonios hemos reunidos tres cuentos en los que Horacio Quiroga vuelve a sus ensoñaciones de conquista de lo imposible. En Miss Dorothy Phillips, mi esposa, se trata de la conquista de una actriz; en Un idilio analiza los vericuetos de una relación de la que, en principio, no se espera nada, puesto que se trata de un trámite burocrático, un casamiento por poderes. Es un relato en el que el autor muestra, nuevamente, su atracción por lo difícil, cuando no directamente por lo prohibido; y por último, La voluntad, el relato que cierra el libro, refiere un desatino y la particular unión de una pareja cuyo temor más importante en esta vida parece ser la posibilidad de perder una apuesta. Una cosa de locos, muy en la línea de Horacio Quiroga.

En definitiva, Raros matrimonios recupera esa producción del autor que es considerada menor, puesto que el brillo siempre queda matizado por el esplendor de sus Cuentos de la selva, pero que a nosotros nos parece que cuenta la verdad más profunda del escritor pues, al darle a su historia un carácter de ficción, con ello se descubre.

Carmen Botello
* Carmen Botello es, posiblemente, una de las plumas excelentes de la literatura española. Quien quiera apreciar una muestra de lo que escribe, puede leer sus libros de relatos Otras Ofelias; La gata roja. O también sus novelas, por ejemplo Un perro en las nubes; Un error, novela verdaderamente impactante. Hoy nos visita en su doble condición de escritora y de editora, y le agradecemos su presencia en nuestra tertulia. (Gustavo Dessal)