martes, 4 de noviembre de 2008

Miguel Ángel Alonso rinde homenaje a un viajero singular


Del destierro a la ficción


En el fin del pasaje escrito que nos llevó desde Chesil Beach hasta Un hombre en la oscuridad, me viene a la memoria el remoto y arrojado viajero, siempre renovado, que en su camino llegó, por fin, a ese lugar situado más allá de lo trascendente. Lugar donde, lógicamente, ya ni mora Dios, ni siquiera un panorama, ni siquiera un desierto, sólo un afecto sin límites, informe, siniestro. Pura angustia.


Desde el ineludible destierro que todos los seres humanos hemos, en principio, de aceptar y sufrir, sólo ese viajero audaz puede llegar a un lugar, una frontera, un límite irremediable que asoma al abismo por el que, sin posibilidad de retorno, se han de precipitar las cenizas fatigadas de su nombre, las hojas apócrifas de su vida, el éxtimo y enigmático deseo que esculpiera y escribiera su cuerpo. Palabras de pasos quietos que, en el arrebato del grito abierto en su voz quebrada, se difuminan sin remedio en el inexorable otoño de los anhelos todos.


Ya la mirada, entonces, ni alcanza la memoria de las calles recientes. Pasan y pasan las nubes antiguas, pasan y pasan pesadas y tristes. Repentina, una lágrima melancólica, como pingo de lluvia retenido en la ventana de un día gris, asoma el lamento de no se sabe qué ausencia. Pesa el alma como un dolor mudo, pesa el alma como una inmensa y vacía página blanca.


Es el límite, la frontera en la que se insinúa seductora la indisolubilidad entre la verdad y la ficción, la esencia y la apariencia. Lugar que se ofrece como morada para el poeta, para el creador, para el artista. Es la frontera que escondía, como tesoro inexplorado, un segundo nacimiento, el sentido futuro del más audaz de los viajes: La ficción. Una vida propia, una palabra propia. El viajero, por fin, la habrá de reconocer surgiendo de su silencio, ese vacío que tuvo la fortuna de saber crear.


Regresó del agotador destierro para volver a la infancia, ahora totalmente suya. Tras la ventana, el paisaje asoma ausente a su mirar. Proemio donde los silabarios juegan a soñar runrunes vagos, lejanías de extraños decires, palabras de ojos cerrados, palabras sin cosas, que como un eco impaciente se precipitan desde las ignotas cavernas del cuerpo. Se cierran los ojos para soñar y se mueven a su antojo las palabras. Sueña viajero, sueña los lienzos antiguos que tus ojos infantes pintaron, sueña los cantos rodados que han de morar tu cauce desierto, queda solo, en esta hora silenciosa, en esta incomprensibilidad de todo soñadora de palabras que te habiten.


Miguel Ángel Alonso

domingo, 2 de noviembre de 2008

Comentario de Lliana Heer sobre el libro El Infarto del Alma, de Diamela Eltit y Paz Errazuriz


Fuera de serie


Liliana Heer


“Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre.

Mi voz:

pequeña línea, pequeña canción que nos separa de las cosas.

Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de humedades

blancas.

Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.

Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos.”


Hecho de estampas Poema VI

Jacobo Fijman


Tomaré como eje de este escrito una investigación realizada por Diamela Eltit y Paz Errazuriz en el Hospital Psiquiátrico Philippe Pinel, anteriormente asilo de tuberculosos situado en Putaendo a 200 kilómetros de Santiago de Chile. El infarto del alma (1) es una intervención que contempla la psicosis en su potencia testimonial; su búsqueda está orientada a mostrar lo abismal del sujeto desanudado de la producción económica y social, el sin red del universo de la caída.


Diamela Eltit tiene un libro anterior en el que reúne la desgrabación de tres monólogos pertenecientes al Padre Mío, texto que captura la voraz necesidad de exclusión del sistema. Pero, mientras El Padre Mío (2) podría prestarse a un análisis exhaustivo de los diversos discursos que pueblan la lógica en exceso de un sujeto que monologa a lo largo de tres años -voces por momentos próximas a los personajes beckettianos-, el despliegue textual de El Infarto del alma tiene por sostén las imágenes fotográficas realizadas por Paz Errazuriz y la narración de una visita al establecimiento que aloja “¿alrededor de quinientos pacientes?” El planteo de la duda numérica forma parte del contrapunto no cifrable del padecimiento.


Espinas melódicas


La fotografía de una mujer y un hombre, ella y él miran la cámara, posan, improvisan, discurren, se abrasan, caminan, se ayudan a quitar la ropa. Imágenes suspendidas en una alianza que privilegia el estar ahí hasta el estremecimiento, son leídas, escritas, pensadas bajo la luz de una ética resistente al discurso de la ciencia y la moral. Prima el estado de exclusión: indigentes, sin nombre, residuos de la sociedad son rescatados simbólicamente del exilio para formar parte de un pensamiento crítico acerca de uno de los afectos más reprimidos de estas décadas: el amor. Curiosamente, la manía típica aunque no exclusiva de la psicosis es la erotomanía, palabra no mencionada en el texto por evitar cualquier tipo de reduccionismo.


El libro comienza con la fotografía muy formal de una pareja de internados y una carta. “Te escribo: ¿has visto mi rostro en alguno de tus sueños?” Al dar vuelta la página aparecen dos figuras abrasadas (por detrás) con ojos angélicos y la enunciación de una antimelodía que fractura el mito del ángel. No es la criatura de las elegías de Rilke transformando lo visible en invisible, este ángel es un peso fuerte “... siempre vocifera escudado en la impunidad que le otorga su pureza. No te imaginas lo que es vivir con la voz de un ángel que te increpa todo el tiempo y te dice que no serás, que no serás, que no serás amada...”


En el contexto de El Infarto del alma, el ángel y las cartas tuercen la dirección habitual, interpelan al lector a la vez que hacen temblar algunos paradigmas constituyentes de la retórica que nutre el decir y el maldecir amoroso más allá de las rejas. Las cartas hablan de historias en las que cuerpos encarnados en la ilusión de un porvenir sin límite, amenazan, reclaman, dan o reciben cuidados desde una fusión que remite a estados de posesión salvaje.


También, las cartas podrían leerse como un estallido reflejo o “infarto” de pacientes-personajes sin nombre que dirigen sus confesiones, reproches, sueños y desencantos a un destinatario imposible. Están precedidas por un apartado que exhibe lo irreal del más acá de la angustia. “La falta” anticipa la escena del “Te escribo:”, se enuncia en clave de aion, tiempo del acontecimiento donde los días, las noches, los minutos, el instante diseminan privaciones en secuencia infinita.


LA FALTA


El hambre se cuela de la punta de mi lengua.

Más de 100 días, 24 noches y el hambre crece y

se retuerce y gime como una mujer enfurecida.”


Asoma un interrogante como efecto de lectura, se refiere al estilo en que está narrado el más allá de la razón unido a todas las razones puestas en marcha al unísono. Y si fuera necesario darse a la fuga de ideas, liberar la semántica, emancipar la gramática, elidir la retroacción y la anticipación para dar pie a la presencia de un lenguaje martillo, automaton imparable que suple la falta de


LA FALTA


El hambre estaba allí, antes de mi nacimiento.

Mis camaradas sufren 1.000 días, 525 noches. Malhaya vida. El cuerpo el alma, hambreados."


Contra flor


En el Manicomio Philippe Pinel, asintóticamente al discurrir burocrático, impera un clima pasional que fractura los modelos esperables. Bajo el comando imaginario, un imán potencia la usinamorodiosa con partición de sílabas y palabras incompletas. El enigma del entre dos se rebela una vez más como construcción, invento, desmemoria del progreso. El Uno vuelto dos en el cuerpo de dos haciendo Uno, fenómeno de simbiosis o “correspondencia”, insiste. Una realidad violatoria, a contrapelo del enunciado “La relación sexual no existe” (3) se expande a través de numerosas parejas convencidas de la existencia del otro hasta la obnubilación. Doble, espejo, complemento, origen, producto; esta entrega mutua regula y mueve a pensar que los pacientes, unificados por el afecto se inmunizan. Abolir la diferencia les ha costado el desgarro de perder lo que no tenían para poseer un duplicado visible de identidad en el universo translúcido del símil.


Puesta en cuadro


Los rostros de los pacientes miran como si no hubiese ningún objeto a evitar. Hombre y mujer igualados: madre-padre-hijo-hermano en fading despiertan una multitud de interrogantes. ¿Habrá similitud de estilo en el amor del hombre y la mujer en la psicosis? Cuando se ama como un loco ¿se ama como una mujer? ¿Es posible amar fuera del estereotipo freudiano que pinta al neurótico amando a una mujer mientras desea a otra -aun en la misma-, a la que si bien no puede amar, puede odiar? El odio, pulsión desbordante que roza las costas del paraíso, suele estar destinado al padre, su Nombre vacuna de salud al ser, enciende el deseo. ¿Es que no hay odio en la psicosis?


Ansias especulares


“El otro se levanta como fantasía de un deseo siamés en el que lo idéntico se completa con el requisito de lo inseparable para derrumbar quizás qué certeza, quizás cuál incertidumbre, qué intento por detener el instante inevitable de la muerte”. Eltit.


El “deseo siamés” cobra distintos perfiles:


Ícaros sedentarios en la proximidad del “más y más”, estériles a cualquier negociación, no calculan ni esperan, ausentes a la voluntad de curación. Si bien la ceguera del asalto los vuelve ilegales, son inimputables jurídicamente, han sido excluidos, privados de la realidad y en la irrealidad que habitan les está permitido cultivar el lirismo:


“El hospital psiquiátrico del pueblo de Putaendo es el

resultado del triunfo de la razón -remarca Eltit-...ya expropiados, ellos

se entregan a la aventura del otro...”


Disueltos en el rapto, sin fronteras entre uno y otro, la tempestad de los celos se ahoga como se ahogaba Lucía -según Jüng- ahí donde Joyce nadaba. Oleadas de pertenencia: Si estás dentro de mí nadie puede mirarte, ningún movimiento se me escapa, soy vos, te poseo.


Una de las internas, Juana, de quien se registra el relato de un sueño de maternidad feliz con ilusión de final sin caída, posiblemente no esté loca, formula Diamela Eltit. En la hipótesis sitúa a un padre acompañado por la pequeña Juana, muerto en el hospicio, y señala una marca de rebeldía que le hace prefigurar lo que ocurriría si Juana, como la legendaria reina española, perdiera a su hombre. Hay en este diseño diagnóstico, a raíz de la sospecha de insurrección, algo que nos permite pensar en Juana fuera de la psicosis, no sólo por pretender sobrevivir en el Pinel evadiendo castigos sino por contar un sueño imposible en el que ella escucha a un hombre enunciar la diferencia: “Yo soy el padre y vos la madre”.


No es una casualidad que este hospital haya estado antes destinado a enfermos de tuberculosis. El sí de la erotomanía en su versión grotesca reproduce el mito romántico del siglo XIX. El cuerpo sagrado, novelesco, heroico, los rostros pálidos-ardidos mirando las montañas en espera de un adiós inmortal han sido desplazados por el desquicio, el encierro, la locura que taladra imperios y los convierte en resto.


Tras soles fríos


Heidegger define lo abismal, signo de la ausencia de un padre, como “la huella de los dioses que han huido”. Continente negro, prisión libertaria, rumor de fuga en ascenso hacia un no lugar que expulsa, atrae, invita a perderse en una patria solitaria, codicia y a la vez tormento del poeta:

“... donde está el peligro/ ahí crece también lo que salva” -Hölderlin.


Fuera de la significación en su carácter estrictamente referencial, el poeta con su oído abrelatas de palabras invoca a un padre sordo mientras esculpe su plegaria atea -equívoco donde la falta se hace presente en su ausencia. Hay exceso, saltos, garantías bizarras, sobreentendidos nacientes, elección de la desnudez que ofrece la lengua. Es innegable que la frontera entre el estado de escritura y ciertos cuadros delirantes es de consistencia cuasi transparente. Ambos comparten el mismo impulso prometeico, “el espíritu increado de la raza” (4) palpita por ser encendido y revelar su inmediatez. Ambos estados operan de mampara sobre el ex nihilo, pero el posicionamiento subjetivo difiere en cada uno de los casos y es notoriamente distinto el grado de mecanización y de certeza. Casi siempre artesano, vacilante, autocrítico desconfiado de la inspiración, dueño de una servidumbre voluntaria, el artista es un buscador activo de la pasividad del exceso(5); no cae en el abismo, se arroja.


(1) Eltit, Diamela - Errazuriz, Paz: El Infarto del Alma, 1999, Francisco Zegers Editor, Chile.

(2) Eltit, Diamela: El Padre Mío, 2003, LOM, Libros del Ciudadano, Chile.

(3) Lacan, Jacques.

(4) Joyce, James.

(5) Pommier, Gerard: La Excepción Femenina, Ensayo sobre los impases del goce, 1993, Alianza Editorial, Madrid.


Jornadas Nacionales: Psicosis-Psiquiatría-Psicoanálisis “Encuentros y Desencuentros”, Departamento de Docencia e Investigación Hospital “José T. Borda”. Diciembre de 2005


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