miércoles, 11 de noviembre de 2009

Mal de Piedras, de Milena Agus. Comentario de Mónica Unterberger

A medida que iba leyendo “Mal de Piedras”, de Milena Agus, supe que me iba a conmover. Esa extraordinaria fórmula que da horizonte a su futuro: si no hay el amor, nada tiene importancia, al punto de invocar que “si Dios no quería permitirle que conociera el amor, que la matara como fuese,” se demuestra de una fortaleza tal, valor que solo le puede otorgar al peso de alguna verdad allí presente. Esta es tan potente que empuja al personaje central a la vida, en contra de la muerte que una y otra vez se anuncia y la visita. Pero también se divisa como una columna central alrededor de la cual gravitan y se soportan varias generaciones sucesivas. Locura amorosa que da sentido a su vida, la vida de cada una de esas mujeres que resultan tocadas, entonces, a su manera, por el milagro del amor. Nos enseña con total certidumbre, que con esa invención es posible la alegría, la espera, el dolor, la creación y toda la fuerza de su transmisión. Como se demuestra en la novela, puede soportar las más singulares privaciones a condición de inventarse un alguien que reúna las condiciones para quien una no es ni la loca ni la enferma sino aquella que es capaz de generar algo distinto a una piedra. “Soyez amoreuses et vous serez heureuses” exclama Gauguin, quien titula así uno de sus cuadros eróticos. Amor y erotismo reunidos allí y aquí.
Unas paginas antes del fin, detengo mi lectura impactada por la muerte de abuela, quien no alcanza a reencontrar a quien le hizo conocer el amor, a quien le permitió encarnar la cara amable de la vida. Me llevaba la prisa, siguiendo las idas y venidas de aquellos cuerpos que se prestaban, entregados gozosamente a la pasión, fáciles, encantados por las palabras de amor, guirnaldas que hicieron de lecho a tal advenimiento erótico eternamente esperado, eternamente celebrado cada vez que el sortilegio del encuentro se produce. Entonces, abuela que escribe a escondidas desde siempre es una impecable creyente que no cede en su espera hasta encontrar aquél con quien tejer una imperecedera y preciosa aventura del nacimiento y la experiencia del amor durante tanto tiempo esperado. En eso las mujeres, como lo ilustran los personajes de la novela, son especiales para crear algo allí donde hay nada, con una condición: encontrar a aquel a quien constituir en fiel depositario de tal valor, más allá de cualquier correspondencia con la realidad. Encontrar aquél, que puede ser cualquiera, que la eleve a ese escabel que en la novela se nombra ajustadamente como “Princesa” y que cumple esa función. Sortilegio que cada vez deberá hallar el encuentro entre hombre y mujer como resorte de aquello que necesita el deseo para “condescender al goce”. La sorpresa de la carta-respuesta descubierta al final, es un ejemplo de qué poco importa esa correspondencia con la realidad, pero a la vez cómo la dignidad de esa historia del encuentro con el amor opera una transformación en ese hombre que así honrado, aspira acomodarse a la invención para ser él también Otro que el que es. Para ajustarse a esa hora de la verdad a la que es convocado. Hay algo allí que indica cómo es esencial la presencia del algún arte implicado en ese paso que va de elevar la pura pulsión más cercana a la naturaleza animal, a una dimensión donde el encuentro sexual toma todo su carácter erótico más sagrado. Y por ese rodeo, se aleja de toda naturalidad para mostrarse inevitablemente ligado a las palabras que lo crean. Lo extraordinario de este cuento es que no deja lugar a ninguna duda sobre lo que es un encuentro sexual, del grado de placer más variado, ejercido y obtenido bajo las reglas más diversas, si se quiere, tal como lo hacen las “mujeres de la Casa de Citas”, de lo que se perfila como aquel erotismo provocado en la cuna de lo que trenza el discurso amoroso.
Emocionada con su lectura, sí, y a la vez me permitía manifestar que afortunadamente hubo la suerte de que eso me ocurriera y por tanto, asegurar, como tantas otras, que la experiencia del amor hace signo al deseo, lo causa, lo precipita. Es, a la vez, una suspensión transitoria de cualquier amenaza de castigo o de Infierno. Conviene destacar esa invención en todas sus letras. Y subrayar en lo que da a mostrar, la dimensión de verdad que entraña para todas las mujeres, en tanto que drena el vacío que presiona en el cuerpo sexuado y asumido como posición femenina. Semblantes al fin y al cabo que sirven para velar la nada, y desplazar, organizar las sombras oscuras que la habitan, insoportables de asumir si no es por esa vía que, en el fondo, no hace sino reunir bellamente en un encuentro, lo que es siempre fugaz, siempre fallido, siempre del orden del rehallazgo, al hombre, la mujer. Dicho de otro modo, abuela inventa la trama por la cual de esos dos, aspira a ser Uno. Es a lo que apunta el amor. El psicoanálisis nos enseña, que el goce, heterogéneo al amor, siendo lo más propio a cada uno, solo se alcanza por la mediación del rodeo del cuerpo del Otro. Pero es imposible hacer de dos, Uno. Y mejor saberlo. Es en ello que la novela me parece que muestra espléndidamente como además de que cada uno lleva sus piedras, del imposible se puede hacer transmisión y de allí ese resto jubiloso que exuda todo el texto.
Mónica Unterberger