miércoles, 14 de enero de 2009

Liliana Heer escribe el siguiente artículo en memoria y homenaje a Jorge Menéndez.


La espina infinitesimal

Silvia Hopenhayn y Jorge Menéndez

El “hay” del entre dos

Liliana Heer


La pena va con la vida
como el arte contra la naturaleza
Vladimir Holan



En Nous est un autre, Michel Lafon & Benoît Peeters -sin duda evocando el verso de Rimbaud: Je est un autre, con la potencia de verdad que el hallazgo sintáctico ofrece- abordan el tabú que rodea a la escritura en colaboración. Denuncian el mito que encierra la idea de obra como paradigma de una sola persona y el riesgo que implica la tendencia a condensar a lo largo del tiempo la autoría en un único escritor. Esgrimen las diferentes variables que supone la decisión de crear con otro, desde alianzas de unión absoluta a configuraciones puntuales y asociaciones clandestinas. Analizan así prácticas, misterios, métodos de trabajo de algunas parejas de autores famosas: Borges y Bioy Casares, los hermanos Goncourt, Marx y Engels, Flaubert y Du Camp, Willy y Colette, Deleuze y Guattari entre otros. Más que un estudio de los textos, los autores se detienen en los modos, las estrategias del escribir juntos, óptica que me gustaría incursionar después de referirme a La espina infinitesimal.


Silvia Hopenhayn y Jorge Menéndez alcanzan en esta novela una escritura simultánea, imbricada rigurosamente al extremo de la fusión fluida. Encienden el fuego de las palabras, intrigante combustible que rescata la historia de un hombre, los escollos de su embate con la demanda, los indelebles escalones de la diferencia social, sexual, cuando el angular es lupa y el sonido alta voz.


Plot


La primera frase de "La segunda mirada", capítulo inicial de esta novela, conjuga la topografía del encuentro inesperado: contingencia que no cesará de eludir la inscripción.


"Una bala luminosa atravesó la oscuridad y el joven soldado cayó

sobre la nieve espesa... El futuro se había cortado. Y una mujer

lloraría hasta secarse por el primier amor que perdió en la guerra"


Condicional condicionante del porvenir.

Eros herido expande sus tentáculos, dibuja una caricatura de la nada.

El concierto de instrumentos equívocos se deja oír en las fronteras del alma.


Esa mujer que lloraría, vuelve a llorar una segunda muerte.

Ana cose el bolsillo del saco de un obrero y en la costura enhebra el vacío.

El obrero va a la guerra, vuelve, vuelve a partir. Nace un niño que muere. El segundo hijo, Antonio, protagonista de la novela, heredero de una segunda falta, lleva el nombre de su hermano muerto.


“Experimentar es hacerse preguntas y pensar de manera disonante” escribe Marcel Detienne.


¿Habrá fórmulas para saber si se está vivo?


"Yo era el verdugo matando todo vestigio de ellos en mí... se

deslizaba la orden deshacé tu herencia de mierda... "


Obedecer, plegarse al ideal de perfección, formar parte de promesas ajenas, convertir la lucha de clases en meta familiar revertida: Si el hijo supera a los padres entonces los padres estarán redimidos, es decir, abolidos. Cruento desenlace inmigratorio del deber cumplido y sus innumerables adherencias, restos que me recuerdan el shock, “la caída” narrada por Oscar Massotta ante el féretro de su padre.


Origen, resonancia, duplicación


El tiempo prematuro de lo demasiado tarde se impone.

Reinan los grandes huesos conteniendo escasa espina. Las máculas no viajan solamente por el espacio, también se expanden en el tiempo.

Antiguos resentimientos, alertas, la ausencia como presentación del mundo, ser de vuelto, suspendido, congelado. Extraños derechos de sangre, extrañas vergüenzas.

¿Cómo negociar la paradoja? ¿Será factible diluir el carozo de una traición?

Supuestas virtudes heredadas, escondidas, pudorosamente desplazadas. Supuestos defectos en su repetición temidos, evitados, virulentos. No hay censura que alcance, asoman, asomarán. Del santuario de los ancestros es difícil prescindir, la lección sangrienta acecha, brota del cuerpo, seduce con agudeza vampira. Combatir la muerte, saciar la insaciable hambre de comer paseando por los jardines del pensamiento, perforar el telón de fondo.


El sentido negado


Hay una negación del sentido -según Jean Luc Nancy- que está tan cargada de sentido como el sentido más pleno, una negación que confina con la verdad en cuanto puro abismo de sentido: Muerte expositiva más que exposición a la muerte. “El olor de la distancia”. Lo que no fue dado enlaza el origen de lo irreversible. Antonio se debate acerca del sentido de lo viviente, su tendencia es perseverar en la duda de no haber sido deseado:


"¿Mi madre quiso tenermo o vine al mundo por su empeño de recuperar a un muerto?"


Antonio busca su unidad fuera de la mirada de la madre, busca su propia visión, los tonos, el cómo, y en esa búsqueda gana distancia paso a paso. Diversifica los medios para encontrarse, ensaya, despeja variables, agudiza la vigilancia. Por momentos se sacrifica, se apropia de sí mismo en una pura negatividad: Antonio por Antonio deviene mimesis subjetiva. Bataille habla del sacrificio como de una actividad libre, una suerte de mimetismo a ritmo del universo.

Liberado del afuera, la mirada permanece fija, el sistema panóptico dolorosamente construido tiene el poder de controlar sutilmente hasta las partículas más elementales, proyectando en la pantalla del sueño una secuencia giratoria, cambiante, extraña y propia.


De A a E


Elvira es secretaria bilingüe, milita en un partido de izquierda, vive sola, parece libre. Una esperanza de romper la carcasa de Antonio, un trofeo: tan blanca, tan suave, tan fina que casi no la merecería. Júbilo y desconfianza conviven. El júbilo desaparece, la rivalidad se instala, sorpresa contra reserva, espontaneidad contra procrastinación.

Del encanto al desencanto una membrana indeleble tiñe a la novel pareja de recién casados. El fuera de lugar anida en Antonio, la potencia de fuga crece,

los tironeos entre su origen y el de Elvira van desabriendo la vida cotidiana en la doble acepción de cerrar y quitar sabor. Como si aquella frase de Proust “Nuestro más exclusivo amor por una persona es siempre nuestro amor por otra cosa” estuviera lejos de ser concebida por el protagonista.

Antonio se ha hecho dueño de su facultad de padecer, coleccionista de “privaciones y fugas” rondando en la insatisfacción perpetua. Como un Virgilio nos guía con lucidez y desesperación por los círculos de la extrañeza, recorre pliegues, púas, aguijones, muros:


“Mis conjeturas pueden derivar en un sinfín de hipótesis paranoides que me hunden más de lo que me previenen y me llevan a suponer una espina infinitesimal”.


Duplicada la inicial


Un encuentro imprevisto, Emilia, compañera del secundario a quien no veía desde hace años, abre la dimensión del futuro anterior: tiempo verbal de la anticipación simbólica. Una permanencia conjugada sin premeditar. El acto de enunciación de este personaje penetra los anestesiados oídos de Antonio. Algo le está dedicado, algo de ese decir espontáneo -borboteante, generoso testimonio de una travesía femenina- tiene la virtud de volatilizar su pesadumbre. Ni el tiempo fuera del tiempo ni el presentido orden tradicional.


“En el diálogo se iba estableciendo una doble helicoidal que reproducía el sentido de la historia de Emilia en la vida de Antonio”.


Regalo


Algunas veces, donar responde al centro del equilibrio del contraste. Regalar palabras tiene la fuerza de un desafío: Soy tu Señor y también Satanás. Dos puntos ígneos deslizándose en cascada, pureza de los descifradores. Ciertas combinatorias volverán una y otra vez a lo que Goethe llamaba justicia poética. El narrador plural de La espina… conduce al protagonista hacia una encrucijada: ¿qué regalar?

De entre todos los regalos posibles, Antonio elige un libro: Cuentos reales. Entonces, mientras leemos comenzamos a percibir los vértices constituidos en el arrebato de un gesto sin engañosa ilusión de esperanza. ¿Qué quiero decir? La espina infinitesimal es un regalo para siempre. El arte del lector estará en abordar la filología de lo intraducible.


Silvia Hopenhayn es periodista literaria. Fue editora del suplemento semanal El Cronista Cultural. Tradujo textos inéditos de Cocteau, Supervielle, Nerval, entre otros. Fue corresponsal de Televisión Española para el programa Los Libros. Ideó y condujo el programa de televisión El Fantasma, donde reunía autores y lectores en la Biblioteca Nacional, seguido de La crítica, La lengua suelta y La página en blanco. Realizó un documental sobre Manuel Puig (Puig: paisaje de voces) para ATC y el ciclo Escritores argentinos en el Cable.

Participó como comentarista cultural en Radio América y en Rock & Pop. Fue Jurado del Premio Alfaguara de España 2005. Actualmente es responsable de la sección "La palabra escrita" del programa Primeras luces, en Radio Nacional, publica la columna literaria "Libros en agenda" en el diario La Nación, coordina el ciclo La ficción y sus hacedores en la Casa de la Cultura y es guionista del ciclo televisivo Glorias de la literatura latinoamericana organizado por la Universidad de Princeton y Tranquilo Producciones. Publicó Cuentos reales (Emecé, 2004) y La Espina Infinitesimal (Emecé 2006), ambos en coautoría con Jorge Menéndez.


Jorge Menéndez, psicoanalista. Fue coordinador general del Seminario Freudiano durante dieciocho años. En sus clases de epistemología psicoanalítica introdujo los primeros textos de Jacques Alain-Miller, Alain Badiou y Frege a partir de 1976. Condujo grupos de estudio sobre adopción. Durante diez años intervino en la supervisión de pacientes estériles e ideó un método de intervención clínica en su aplicación de la "inseminación significante". En Ágora dirigió el seminario sobre "Lo real del síntoma" y, en la Sociedad Psicoanalítica Argentina, supervisó con André Green un complejo caso referido a la psicosis. Elaboró en sus escritos las nociones de "estructura descentrada" y "libido informe", ambos conceptos volcados en la ficción que sustentan los Cuentos reales (Emecé 2004) en coautoría con Silvia Hopenhayn. También, en coautoría con Silvia Hopenhayn, publicó la novela La Espina Infinitesimal (Emecé 2006).


Liliana Heer