miércoles, 21 de enero de 2009

No hay un solo camino. Por Fermín Higuera



No hay un solo camino ni un solo libro sagrado. Hay hojas que buscan espacios en cada cuerpo, encarnarse en la determinación indivisible de los volúmenes, hay páginas que persiguen los árboles que abovedan el camino, marcar en el vacío la verticalidad de sus troncos. Poco importa que hayan sido cimentados con las esquirlas de Ulises, los hilvanes y bordados de Penélope, el carro de fuego de Elías o las úlceras de Job.

Yo hablo de un camino que se encuentra en Tenerife y que comunica la ciudad de La Laguna con el barrio de Las Canteras, en dirección al Monte de las Mercedes y también a Bajamar. Pero en mi libro, este camino es el paseo de una niña que recogía la moneda de plata que su padre le tiraba para que, al tropezársela, pudiera soñar con tesoros. Él le arrojaba una y otra vez la misma moneda sin que Asunción lo descubriera. Guiada por el destello, cuando no por el tintineo del metal, repetidamente, recogía del suelo de hojarasca y tierra las mismas cinco pesetas centelleantes creyendo que eran nuevas y distintas. Este camino es para mí un paseo colmado de exclamaciones, crótalos y cascabeles:

Papa otra!
Y otra!
Qué bien otro duro!
Y aquí hay otro!

El río de los pasos fluía bajo la bóveda de eucaliptos, la niña se agachaba sin recato y con resplandor inocente delante de su padre. Escribían a dúo una melodía sujeta a las entonaciones de plata de la vocecita de Asunción y el trueno dulce de Don Juan. La alegría sabia de él conducía las pisadas, disparaba la flecha de los pasitos de la niñita hacia el brillo del metal. El camino era una oquedad de luz, el túnel auroral de una hija y su padre

Yo ya no vivo en nuestra isla y es, para mí, un camino remoto la carretera que va de La Laguna a Las Canteras, pero hace unas semanas pasé por allí con mi amiga Pilar y, cuando entré por el umbral de los primeros árboles, me asaltó la voz de una mujer relatándome aquel capítulo de su niñez y el sonido de una moneda contra las piedras. Mientras atravesábamos, mi amiga y yo, la vía, bajo los grandes eucaliptos, constaté que pervivía en mí el camino de la niña que fue una mujer que ya muriera, conviviendo con el albedrío de los surcos confluyentes.

No hay una sola senda ni unas únicas escrituras sagradas, pero el que quiera conocer a esa niña, u oír de nueva a esa mujer contando su niñez, que venga a mí y entre sin llamar en mi pecho.

Madre nuestra
Madre nuestra que llenas
Los lugares por donde pasó tu palabra
Da ungüento a los árboles de la nostalgia


Fermín Higuera

Liter-a-tulia. ¿Por qué este título?

Cuando pensábamos qué título poner a este espacio me encontré con la sorpresa de no tener que buscarlo, no fue necesario; sucedió algo más próximo a una sensación de "ser hablado"; nuevamente el timón que gobierna la nave le es arrebatado al sujeto y con ello, la adjudicación de la autoría del título queda en el aire.

A la vista del resultado, podemos interpretar una intención de fundir ambas palabras creando algo al estilo de un neologismo; la literatura y la tertulia que vamos a realizar en relación a ella. En medio se ha quedado el "a", elemento central en la teoría psicoanalítica -y en el título-, que intencionadamente al escribirlo he querido marcar como lugar de vacío o de falta, también motor para nuestro proyecto. Un proyecto que finalmente ve la luz gracias al deseo que lo impulsa; esto es lo que nos alienta, un aún, un todavía. Indudablemente el marco de referencia del psicoanálisis, del que provengo, justifica la inclusión de ese elemento, y además acompaña la intención más o menos evidente en esta tertulia; sabida la importancia de la literatura en la historia del psicoanálisis, qué puede aportar este a la lectura de una obra literaria.Estoy seguro que el resultado de esta fusión dejará un saldo pleno de interés. Al menos habrá renovado el impulso que acerca al psicoanalista a la literatura.

Alberto Estévez

LITER-a-TULIA

Liter-a-tulia quiere constituirse como un espacio abierto a todos los que os sentís atraídos por lo literario, por la ficción, y concernidos por la verdad y la sabiduría que su palabra porta. Sabemos con certeza que, en un mundo que pretende por encima de todo la objetividad, suena extraña la apacible convivencia de ciertas palabras que tradicionalmente se hacen compañía, la vida como sueño, la verdad como ficción, la incertidumbre como sabiduría. Pero nosotros creemos en la literatura y en el psicoanálisis como reverso de la prosaica vida que, obstinadamente, nos propone el mundo actual, reverso del anhelo y de la avidez por los objetos, reverso de la certeza de los números exactos, reverso del obsesivo encuentro con el sentido, porque sabemos que la cosa está irremediablemente vacía, la exactitud no consuela nuestra incertidumbre, y el sentido irremediablemente se nos fuga.

La iconoclasta ilustración actual rechaza escuchar lo que la palabra del sujeto tiene que decir, sus pasiones, su sufrimiento, su goce, su deseo. En su afán por hacer de la experiencia humana algo totalmente transparente y homogéneo, la reducen a la falacia de lo orgánico, de manera tal que, nuestro extraordinario decir, quien lo diría, no supone para ella ninguna esencia, ni singular, ni particular, con respecto al código comunicativo/genético de los animales. Falacia que, aunque burda, echa raíces. Intentan atrapar al hombre, reducir su palabra verdadera, la de la ficción, la de los sueños, la de la paradoja, la del equívoco, la de la metáfora, la de la metonimia, la de la incertidumbre, la del divertimento, a la reclusión del más abyecto silencio. No está de más, pues, que reivindiquemos lo tautológico: ¡¡somos seres que hablamos!! Y ello no se puede ignorar sin pagar un precio muy alto. Dan fe de ello, en la actualidad, los manuales de autoayuda de las pseudociencias, no dan abasto en su cascada delirante.

De los Seminarios de Jacques Lacan extraemos la siguiente cita:

No hay ningún verdadero sujeto que se sostenga, salvo el que habla en nombre de la palabra

Nuestra pretensión es continuar transitando esta senda. Habla la tradición, escuchamos la palabra en sus múltiples voces y nombres, en la voz asintótica de Dios, en la enigmática de Diotima que habla a Sócrates, en el Oráculo de Delfos consultado por Edipo, en la voz que musita la musa, en los ineludibles sueños, en la invocación áfona del inconsciente, etc. Es preciso dejarse colonizar por ella, permitir que nos transite. Escríbase en nosotros la ficción, que nos lleve por su inigualable aventura, caminemos con ella La Mancha incierta del ser. Esa es nuestra fortuna, nuestra verdad, nuestra libertad. Esa es nuestra elección.

Literatura y psicoanálisis saben que las pasiones del sujeto no son susceptibles de ser reducidas al pensa-miento, al oculta-miento, a la medida, ni a un saber total, por tanto, no pueden ser asimiladas a ningún saber que se pretenda objetivo. Proponemos Liter-a-tulia para leer, sin ningún temor, la incertidumbre. Es responsabilidad de cada uno inventar su libertad, y una forma privilegiada para conseguirlo es acudir al lugar en donde se puedan encontrar claves de nuestro devenir. La literatura es el texto imprescindible en el que todos estamos escritos y nombrados, cada uno con el nombre que le otorgaron al nacer. La ficción es vida, y la vida es ficción, y nosotros somos personajes de un drama infinito, que en la vasta Literatura, si bien se mira, no cesa de no escribirse.

Nuestro deseo es la aventura, ir al posible encuentro con la fortuna que supondría inventar nuevos espacios, palabras nuevas para el cotidiano devenir. Abramos la obra literaria, ella habla transitando una comunidad, corpus indisoluble establecido alrededor de la puesta en juego de una parcialidad del ser del sujeto: el texto. Palabras que transitan al autor, privilegiado amanuense quizá, y prosiguen su digresión por el activo lector, que las hace clásicas. Y en ese trayecto estamos a la espera de que, tarde o temprano, tengamos la fortuna de escuchar un eco lejano, de leer una escritura difusa en la que, sin embargo, ese texto toque el ser del sujeto y conmueva certidumbres.

Escuchemos a Borges: “Está bien que cada texto sea un Proteo, que pueda tomar diversas formas, ya que la lectura puede ser un acto creador, no menos que la escritura... un libro es una cosa entre las cosas, una cosa muerta, hasta que alguien lo abre. Y entonces puede ocurrir el hecho estético, es decir, aquello que está muerto resucita –y resucita bajo una forma que no es necesariamente la que tuvo cuando el tema se presentó al autor—, toma una forma distinta, bueno, esas preciosas variaciones de que usted hablaba recién”.

Proponemos liberarnos de los pasos quietos que nos proponen los prosaicos de la objetividad. Con la obra literaria no estamos ante signos ni significados unívocos. Eso sería poco cauce para un infinito caudal de resonancias. Si estuviesen unidas a protagonistas definidos, a paisajes concretos, a pasiones intransferibles, en definitiva, a palabras que cargan cosas, serían textos pesados, muertos, inmóviles, además de, obviamente, falsos. Es otra palabra la que nos concierne. Si la literatura perdura es porque trasciende acotaciones rígidas, porque los seres humanos, en su infinita variedad, nos reconocemos en ella, y acudimos en su auxilio para saber acerca de nuestro ineludible enigma.

Creemos que se puede sentir con claridad, no estamos ante una estética, ni ante una simple erudición, ni ante un divertimento sin más, sino en el centro de un compromiso. Como decía Ernesto Sábato:

“… la literatura no es un pasatiempo ni una evasión, sino una forma –quizá la más completa y profunda— de examinar la condición humana”.

Si la literatura es la memoria y el escenario excelso del sujeto, el psicoanálisis es, no sólo su sustento conceptual, sino el espacio vital en el que la ficción se hace cuerpo, porque su protagonista, el sujeto que habla su sufrimiento, es literato en la ficción del sueño que en él se elabora, novela y poesía en la sesión analítica, y representante de un drama en el escenario enigmático de la vida.

Todo indica que hablaremos en el seno de una buena e ineludible alianza, la de la literatura y el psicoanálisis. Te esperamos para escribir el texto de un lugar común de palabra verdadera: Liter- a- tulia.

Miguel Ángel Alonso