viernes, 3 de julio de 2009

La madre: entre el deseo y el goce. Por Edit Tendlarz.

El presente ensayo ha propuesto investigar y reconstruir la argumentación que guió una hipótesis de Jacques–Alain Miller referida a la secuencia del trabajo sobre el mito de Jacques Lacan[1]. Esta serie temporal se puede articular según orientaciones sucesivas. Nos situamos en el momento de “Edipo en la actualidad”.



En el mito freudiano de Edipo, bajo el nombre de “la madre” se resumen todos los valores del deseo y del goce. Lacan, a partir del análisis que realiza de la tragedia de los Coûfontaine de Paul Claudel, puede señalar, en una frase, que cuando el hijo de esta familia se casa con la mujer de su padre, no se casa con su madre como en el Edipo de Sófocles. En la trilogía claudeliana, la madre biológica del hijo, que aparece en la primera obra del ciclo, ha muerto[2]. Según Miller, en esto, precisamente, consiste la versión contemporánea del Edipo. Por oposición al mito freudiano, donde la madre es el “punto de vértigo de la libido”.



Aquí nos encontramos con una disposición mucho más compleja: es la descomposición estructural de la que, hasta ahora, se resumía bajo el nombre de la “madre”. En el mito lacaniano, esta “madre” se ha disociado de la “mujer del padre”[3]. La pregunta “¿Qué fue para ese niño su madre?” es el eje que permite conducir un camino en la singularidad de la clínica. En el despliegue de nuestro trabajo hemos procurado arrojar luz sobre esta compleja cuestión, a través de un recorrido y un minucioso análisis de aquellos puntos en los que -en sus textos y en su enseñanza- Lacan se ha detenido a fin de trabajar este escenario.



II. La madre freudiana y la madre lacaniana



En la medida en que cada sujeto es hijo de una madre, las consecuencias que la sexualidad femenina tenga para la clínica han de constituir la primera orientación en el trabajo de psicoanálisis con niños. Por lo que respecta a la clínica con neuróticos, resulta interesante detenerse en las dificultades que estos ofrecen con relación a poder aceptar que su madre es una mujer: no admiten que “madre” y “mujer” queden condensadas en la misma figura.



En la mujer freudiana, tiende a darse una superposición entre la madre y la mujer; para Lacan, en cambio, ser madre no oblitera el enigma de qué es ser una mujer. Para el neurótico, ya sea hombre o mujer, la cuestión es que no se es el falo de la madre, y esto se presenta como falta en ser.



La trilogía freudiana donde se sostiene que la degradación de la vida erótica hace “descomponer” la figura de la madre es un conjunto de tres breves textos sucesivos: “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre” (1910), “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa” (1912) y “El tabú de la virginidad” (1918).



En todos estos textos, Freud, aunque no renuncia a su concepción de una madre que es el punto de vértigo de la libido, sin embargo anticipa lo que luego será la madre lacaniana. Por un lado hay una mujer idealizada pero inaccesible porque sobre ella opera el tabú del incesto del Edipo, y por otro una mujer degradada, a la que se puede acceder sexualmente. Desde luego, esto es el resumen de la posición freudiana sobre el dilema del neurótico heterosexual. En Lacan, esta cuestión tiene una resolución diferente, más compleja.



Para citar un punto de inflexión que registra el viraje lacaniano, podemos aludir a un pasaje del Seminario V: Las Formaciones del Inconsciente: “El hombre tiene el falo y lo que lo traumatiza, en efecto, es saber que su madre no lo tiene [...] en el temor primitivo ante las mujeres mostraba Karen Horney uno de los mecanismos más esenciales del complejo de castración [...] En la línea del deseo, es decir, en la medida en que ha de obtener su satisfacción, el hombre también va a buscar el falo”[4].



III. Recorriendo el Seminario IV: El falo y la madre insaciable.



En el Seminario IV: La relación de objeto, Lacan se ocupa de la cuestión del desdoblamiento de la figura de la madre. Es muy preciso, e indica que la madre también es mujer. La relación de la madre/mujer con su propia falta es lo determinante para cada sujeto. Lacan señala de qué manera se juega la relación de la madre/mujer con su propia falta como determinante para cada sujeto en el caso del pequeño Hans. .



En la relación madre-hijo, a lo que apunta el deseo de la madre es al falo. El padre sólo entra posteriormente y como cuarto elemento. Con lo cual quedaría: madre-hijo-falo-padre. Por ello, según Miller, la madre lacaniana es una fiera[5]: la función primaria de esta madre es la devoración y no el cuidado del niño. Porque está en falta, busca devorar. Del lado del niño existe el devorar a la madre (la relación oral), pero esto está invertido en ser devorado por ella.



Podríamos formular la pregunta con relación a qué es lo que hace falta para no quedar encerrado en el fantasma imaginario materno siendo objeto de goce de su madre. Hans, con su muralla fóbica, busca preservarse de convertirse en el condensador del goce materno.[6]



IV. Las dos madres de Leonardo da Vinci



Introduciéndonos en el desdoblamiento de la figura materna en el texto freudiano “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci” (1910), podemos observar que Lacan lo retoma en su Seminario IV como una línea de continuación de lo trabajado a propósito de “Hans el fetiche”[7].



Lacan elige este texto por el análisis que realiza Freud acerca de la doble madre de Leonardo. Para ello, se basa sobre las imágenes del pintor renacentista en las que aparecen representadas la Virgen María y su madre Santa Ana. Resulta coherente que Lacan culmine su seminario con Leonardo, ya que de esta manera pone en evidencia el análisis freudiano y la cura en el caso del pequeño Hans, donde atribuyó un lugar muy importante a la abuela.



A partir del dicho de Lacan -con un padre a quien ha tratado de estimular a lo largo de toda la observación, suplicándole que hiciera su trabajo de padre-, a partir de estas vicisitudes del complejo de Edipo en el cual, según Lacan, puede presumirse que no hay una realización completamente típica, podemos orientarnos según el eje de una serie clínica central apoyada sobre la analogía de la doble madre en el pequeño Hans y en Leonardo: la madre y abuela paterna de Hans, la Virgen y Santa Ana (abuela materna) en Leonardo[8].



Lacan pone en evidencia que, si se dice que hay un “padre insuficiente”[9], no puede sostenerse que hay forclusión del significante del nombre del padre. Lo que sí se puede afirmar es que la metáfora paterna se encuentra desviada. Esto significa que colocar esta carencia en el nivel simbólico es hablar de un padre real que no logra transmitir la operatoria del significante del nombre del padre.



Por tal motivo, la transmisión del nombre del padre se efectúa por otra vía. Esto conlleva una consecuencia clínica que en el análisis que efectuara Lacan sobre Gide, irá a buscar la descomposición estructural de la figura de la madre en la división entre la madre real de Gide y su tía. Miller destaca cómo el aporte de Lacan, que fue tan importante al situar la otra mujer en la histeria, fue sin embargo menos advertido cuando señaló la importancia de la doble madre en los campos de la neurosis y de la perversión, donde si bien es cierto que no hay forclusión del significante del nombre del padre, sin embargo la transmisión de éste no se efectúa por el padre real.



Este modo de transmisión por medio de la doble madre puede verse ya en el caso del pequeño Hans, que trabaja para construir la metáfora paterna pero lo hace a partir de elementos femeninos de su historia: su madre y su abuela. Al decir de Miller, Lacan concluye que “al final de la cura, Hans, en realidad, no sale del dominio imperial de la madre”[10].



Continuando con el tema que venimos desarrollando en relación con la doble madre, podemos ver aquí, finalmente, de qué manera confrontan el pequeño Hans y Leonardo: “ (…) el hecho de que el niño, aislado en la confrontación dual con la mujer, se encuentra al mismo tiempo enfrentado al problema del falo en cuanto falta para su partenaire femenino -es decir, en este caso, para el partenaire materno- alrededor de esto gira todo lo que Freud elucubra a propósito de Leonardo da Vinci”.[11] Desde este contraste podemos ubicar la diferencia entre la neurosis del pequeño Hans y la llamada “homosexualidad” de Leonardo. [12]



V. Conclusión: “¿Qué fue para ese niño su madre?”. El caso André Gide



Ahora podemos ocuparnos de la cuestión de la doble madre en un caso que sí entra dentro de lo que ha dado en llamarse perversión; sin embargo, Miller destaca que en el análisis de Lacan “el término de perversión está ausente y la palabra fetiche aparece una sola vez”[13].



Tal como Freud, en su trabajo sobre Leonardo, había esclarecido conceptos fundamentales para el psicoanálisis (un ejemplo central sobre narcisismo), Lacan ilustra, a propósito de Gide, una versión contemporánea del mito de Edipo en su estudio de la descomposición estructural de la figura de la madre.[14] Formula una pregunta y una observación que nos permiten ir bastante lejos en la construcción y formalización de este caso: “¿Qué fue para ese niño su madre? (...) Se sabe bien que para querer sobremanera a un niño hay más de un modo, y también entre las madres de homosexuales”[15].



Miller destaca que la polimadrización tiene un punto de partida y otro de llegada. Desde la madre biológica hasta llegar al matrimonio blanco de Gide con Madelaine hay un abanico de mujeres que, puestas en constelación, lo que hacen es justamente desestructurar la figura de la madre. Dentro de este conjunto Lacan particulariza a la tía[16], madre de quien luego fuese su esposa Madelaine. Sería prudente interrogarnos acerca de esta cuestión. Para ello Miller se plantea en primera instancia otra pregunta y es: “¿Qué acceso a la mujer permitió esta madre a este sujeto?”



Lacan funda sobre la disociación entre el amor y el deseo -diagnóstico de Jean Delay- la tesis de las dos madres: hay una madre para el amor y otra para el deseo. Para Delay, en Gide el deseo está unido con el mal, según su educación puritana, mientras que a esto se opone una imagen ideal capaz de soportar un amor desencarnado, es decir, no mezclado con la carne. A esto Delay lo llama “sublimación mística”. De esta manera puede vincular a Gide con el amor cortés.



Por lo demás, Lacan evoca justamente esta cuestión en su reseña del libro de Delay sobre Gide. La determinación del objeto de amor se desprende de la disociación en el caso de Gide, que es calificada por Delay como ángel. En el polo opuesto encuentra al objeto de deseo de Gide, que es un niño de piel morena. Esta polarización entre un objeto amoroso elevado a ángel y otro objeto de deseo no elevado lleva a Gide al matrimonio blanco. La interpretación de Lacan es que Madelaine, como dice Miller, “tenía cierta inclinación hacia esa posición de ángel”[17].



Miller resume esta cuestión en una fórmula de origen pascaliano: quien hace las veces del ángel del lado del amor, hace de la bestia del lado del deseo. Delay denomina a Gide “angelista”, creando así la categoría de la sexualidad de los angelistas, la de aquellos que aman a los ángeles: este amor angélico es el que profesa a su madre real y desplaza a Madelaine.



Según Delay, quien constituía una figura de autoridad no era Paul Gide sino su tiránica madre Juliette, responsable de la educación rigorista. Ella ocuparía el lugar de la ley y el deber dejado ausente por el padre muerto cuando el niño tenía 11 años.



En Gide la transmisión del significante del nombre del padre se realiza a partir del desdoblamiento entre su madre Juliette, madre del amor, y su tía Mathilde, madre del deseo. La madre del amor no es solo poseedora de la ley y del deber, sino también la que, consagrada al amor homosexual por su institutriz inglesa Shackleton[18], acentúa la pendiente del amor homosexual.



Para concluir, el desdoblamiento de la madre en el caso de Gide se acompaña según Miller de una división. Por un lado la mortificación del deseo y por el otro su positivización a través de la exigencia del atributo fálico en la pareja. Así, la descomposición estructural de la figura de la madre en el caso de Gide finaliza un recorrido que ha llevado en primer término a la atípica resolución del complejo de Edipo en la fobia del pequeño Hans, y luego a la “homosexualidad” no menos atípica de Leonardo[19]. Este arco nos ha permitido transitar “un estallido que es de nuestro tiempo”: si en el mito freudiano la madre representaba, como dijimos, el punto de vértigo de la libido, en Lacan nos encontramos con una disposición más rica y compleja.



VI. Referencias



Freud, Sigmund, Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu Editores, XXIV vv., 1982-1986.



Lacan, Jacques, Seminario IV: La relación de objeto. Buenos Aires: Paidós, 1994.



Lacan, Jacques, Seminario V: Las Formaciones del Inconsciente. Buenos Aires: Paidós, 1999. Lacan, Jacques, Seminario VIII: La Transferencia. Buenos Aires: Paidós, 2003.



Lacan, Jacques, “Juventud de Gide, o la letra y el deseo”, en Escritos. Buenos Aires: Siglo XXI, 1985.



Laurent, Eric, Hay un fin de análisis para los niños. Buenos Aires: DIVA, 1999.



Miller, Jacques-Alain, Acerca del Gide de Lacan. Buenos Aires: Malentendido, 1990.



Miller, Jacques-Alain, “Trabajo de Lacan sobre el mito”, en Freudiana 3 (1991).



Miller, Jacques-Alain, Elucidación de Lacan: Charlas brasileñas. Buenos Aires: EOL-Paidós, 1998.



[1] Cf. Miller, Jacques-Alain, “Trabajo de Lacan sobre el mito”, en Freudiana 3 (1991), pp. 53-57.



2] Lacan, Jacques, Seminario VIII: La Transferencia. Buenos Aires: Paidós, 2003, p. 363.


[3] Este punto será desarrollado al abordar la relación madre-hijo. Cf. Miller, Jacques-Alain, Elucidación de Lacan: Charlas brasileñas. Buenos Aires: EOL-Paidós, 1998, p. 439.


[4] Lacan, Jacques, Seminario V: Las Formaciones del Inconsciente. Buenos Aires: Paidós, 1999, p. 359.


[5] Miller, Jacques-Alain, Op. Cit., p. 439.



[6] Sobre este punto, cf. Laurent, Eric, Hay un fin de análisis para los niños. Buenos Aires: DIVA, 1999, p. 41.


[7] Lacan, Jacques, Seminario IV: La relación de objeto. Buenos Aires: Paidós, 1994, pp. 415-440.


[8] A esta serie Lacan agrega el caso de André Gide del cual nos ocupamos en el apartado V.


[9] Miller, Jacques-Alain, Elucidación de Lacan: Charlas Brasileñas. Buenos Aires: EOL-Paidós, 1998, p. 447.


[10] Miller, Jacques-Alain, Elucidación de Lacan: Charlas Brasileñas. Buenos Aires: EOL-Paidós, 1998, p. 447.


[11] Lacan, Jacques, Seminario IV: La relación de objeto. Buenos Aires: Paidós, 1994, p. 430.


[12] En Leonardo “varios pasaron por su vida pero ningún vinculo importante marcó su estilo verdaderamente. Y si hubiera que calificar a alguien como homosexual sería más bien a Miguel Ángel” y “la inversión de Leonardo, si es que puede hablarse de su inversión, está muy lejos para nosotros de poder reducirse a la paradoja, incluso la anomalía, de sus relaciones afectivas. En todo caso, este registro aparece marcado por una singular inhibición” (Lacan, Jacques, Op. Cit., pp. 436-438).


[13] Miller, Jacques-Alain, Acerca del Gide de Lacan. Buenos Aires: Malentendido, 1990, p. 13.


[14] Miller, Jacques-Alain, “Trabajo de Lacan sobre el Mito”, en Freudiana 3 (1991), p. 56.



[15] Lacan, Jacques, “Juventud de Gide, o la letra y el deseo”, en Escritos. Buenos Aires: Siglo XXI, 1985, p. 729. Cf. Miller, Jacques-Alain, Acerca del Gide de Lacan. Buenos Aires: Malentendido 1990, p.13.


[16] Gide quedaría fijado a una escena infantil de iniciación sexual en la que se tía, Mathilde, un día de verano, desabrocha su camisa y, descendiendo la mano, le acaricia el torso, el vientre, hasta que de un brusco sobresalto él huye. Cf. Los poderes de la palabra: Textos reunidos por la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 1996, p. 493.


[17] Miller, Jacques-Alain, Op. Cit., p. 38.


[18] Como indica Miller, es posible caracterizar a la madre de Gide, siguiendo la orientación de Lacan “en forma púdica, discreta, velada, a situarla a ella, y no solamente a su vástago, del lado de la homosexualidad femenina, que al parecer no fue llevada a cabo corporalmente”. Miller, Jacques-Alain, Op. Cit., p. 51.


[19] Miller, Jacques-Alain, “Trabajo de Lacan sobre el mito”, en Freudiana 3 (1991), p. 56.