jueves, 11 de noviembre de 2010

¿Fue él? Una reseña de Mª José Martínez Sánchez

Con cara de ingenuo y de no haber roto un plato, Ponto nos mira desde la portada. –Tienes razón, fue así –dice–: la niña esa me molestaba y me la quité de delante, era lógico, o ¿es que los humanos no hacéis lo mismo a todas horas persiguiendo vuestro deseo, vuestros más íntimos deseos?
Sólo faltan estas palabras en la obra de Zweig para completar ese cuento, a medias fábula, donde un animal toma la forma humana del deseo y lo lleva hasta sus últimas consecuencias. Inteligentísimo Zweig, imaginativo, envolvente, relato ameno y bien articulado en presentación, nudo y desenlace, no deja resquicios para que leyéndolo de un tirón, como han de leerse los cuentos, encontremos todo tan verosímil y posible como para cumplir con la obligación de prevenirnos, en este caso, sobre la astucia y la maldad.
Y hablando de maldad, nos encontramos con una forma de razonar que no es la debida, porque en un cuento no hemos de pararnos nunca a analizar si tiene elementos absurdos, o si una circunstancia es rara, como lo fue que el perro estuviese suelto o que los padres, cuidadosos en todo, dejen solo el carrito con la niña, o cosas así. El cuento ha de leerse de corrido para permitir, de antemano, que cumpla en nosotros con la función que le ha sido encomendada que es, la de advertirnos de cosas que pueden pasar, de todo lo posible que pueda darse en la vida, y dejarlo ahí, en nuestras cabezas, como un conocimiento que, sin duda, de no ser por haber escuchado esa narración, tardaríamos mucho en adquirir, y sería difícil de ver. Y es en esta enseñanza donde radica el meollo de la cuestión haciendo una fuerte llamada a nuestro inconsciente con la siguiente pregunta: ¿Hay maldad en esa actuación que acaba con la vida de una niña, o solo se ha seguido aquí la secuencia lógica de un deseo?
Difícil nos lo pone Zweig al poner este acto de muerte entre las manos-patas de un perro que, como en toda fábula, nos habla de nosotros mismos, pero sin apelar, de ningún modo, ni a la razón, ni a las leyes humanas, ni a nada. Deseo puro, lógica secuencia del que no ha de razonar, puro egoísmo o tal vez, lo que podríamos llamar deseo-necesidad, necesidad absoluta de ser felices. Y nada más, para decirnos que esa manera ingenua de mirarnos existe ya desde detrás de unos ojos que siguen sin entender, primero, porque se le aparta de sus satisfacciones diarias para dárselas a otro, y, segundo, por qué no resolver el problema directamente sin más vueltas. Si lo primero es comprensible desde nuestro punto de vista, véase el caso de tantos hermanos destronados, no lo es lo segundo. Pero ese sería el punto de vista desde un correcto discurrir, y discurrir adulto. Y no caigamos en la tentación de analizar cómo fue educado y admitido ese perro en aquella casa donde el dueño, desquiciado de lo real, parece actuar sin una lógica que contenga en sí misma una cierta medida, porque esto se da en la vida, sí, la vida absurda que a veces envuelve, tapa y justifica el crecimiento de un deseo absurdo también en nuestras vidas. Pero Zweig, que con esto nos habla de lo humano exterior y anterior al deseo, no pretende justificar ni explicar nada, sino solamente dejar constancia de todo lo que ocurre. Y eso es lo más inquietante del cuento.
Animales de fábula, cuentos, inquietantes cuentos sobre seres humanos mezclados, como en este caso, con animales que comparten con nosotros mucho más que un espacio doméstico. Y tal vez sea esa la mezcla difícil para convivir, humano y animal cercanos, en la misma patria, en el mismo pueblo, en la misma casa, o bien humano y animal dentro del mismo cuerpo que habitamos, a veces, sin darnos cuenta de que es así, aunque esta convivencia se lleve por recorridos separados que parecen disimular una unión inexplicable y cierta, y que con mirada clara intentan hacerse perdonar, o hacerse entender por los que desde fuera nos miran con la duda, con la misma duda de Bettsy, la narradora, a la que su marido decía que juzgaba las cosas con demasiada precipitación.
Mª José Martínez Sánchez.

lunes, 8 de noviembre de 2010

La Noche del Eclipse Tú, VIII premio de poesía Fray Luis de León; un comentario de Luis Salvador López Herrero



En primer lugar, quiero agradecer al poeta Luis Artigue, mi participación en este acto de poesía, yo que no me siento suficiente poeta aunque me esfuerzo en ello.
Pero antes de continuar debo decir que no hay interpretación posible del poema, puesto que éste es ya una interpretación del decir del poeta. Sin embargo, si me gustaría formular algún comentario del texto a partir de los guiños psicoanalíticos del autor, así como de las resonancias y ecos poéticos que me han suscitado.
Si tuviera que elegir un título a mi intervención acerca del poemario, éste sería Laboratorio del deseo. Porque el texto nos muestra claramente el funcionamiento del deseo a partir de la asunción de la paternidad por el autor. Trabajo del poeta que culminara con la adopción de un nombre, gestado simbólicamente, a partir de una ausencia. Lorca será el nombre, cosificado además, en la dedicatoria, a los engranajes que lo alienaran primitivamente a la historia generacional: Artigue y Ballesteros.
¡No se alarmen por mis palabras! Es así para muchos y es la mejor manera de entrar en la vida. Porque un nombre es siempre una conjunción de deseos, un eclipse, hasta el punto de cada uno de ustedes puede preguntarse en el curso de la vida: ¿por qué este nombre mío? ¿Qué deseo lo constituyó? ¿Qué deseo vehiculiza verdaderamente mi nombre?
Y esto es lo que trata de poner en juego el poeta a través del poemario. Porque más allá del tipo de paternidad comprometida –biológica o social-, en el mundo humano atravesado por el lenguaje, todos tenemos que ser adoptados por el deseo del Otro para garantizar mínimamente nuestra entrada en la vida. De ahí la acertada adopción del poeta para describir el título con que arropa el conjunto de poemas iniciales: embarazo simbólico. Concepto que sirve también para dar forma con palabras, tanto a esa ausencia simbólicamente presente que estimula el deseo, fuente del poema, como a la propia transformación subjetiva del poeta que recorre el texto. Presencia de palabras e imágenes que contornean la historia del poeta como entrega de su amor (bosque, abuelo, abuela, libros, circo, Van gogh, Rilke, Kafka…, locura). Paisajes y vivencias del poeta que tratan de asegurar o de permitir a esa existencia sin nombre, su entrada en un mundo humano de palabras. No en vano nuestro poeta cree suficientemente, tanto en el padre y su función como en las palabras. “Mi padre es mi estrella polar”, nos dice en silencio poético.
Me interesa destacar igualmente, en este trabajo de gestación simbólica del poeta, el nombre que finalmente surgirá como producto de elaboración. No cabe duda de que un nombre siempre precede al ser vivo, yendo éste íntimamente ligado a esa parte tan desconocida para cada uno de nosotros. Porque “yo es otro”, como muy bien nos ilustra en la portada el pintor Modesto Llamas. En este sentido, el nombre que irrumpe finalmente no será ni Federico ni García, sino Lorca. Además, Lorca, siguiendo las palabras del autor, en la estela del poeta mártir. Pero, ¿mártir de qué?, podríamos preguntarnos. Sin duda del significante, mártir de la letra.
Nadie sabe tanto como el poeta acerca del martirio de la letra, queriendo hacer justamente con las palabras ese antídoto particular al dolor de existir, como el propio poeta se preguntara al final del texto, allí cuando el nombre ya ha germinado a partir de la tensión y el conflicto promovido por el funcionamiento del deseo. “¡Nunca la ternura llegó tan lejos como al descubrir aquí cual será tu nombre!”
Otra cuestión que merece esclarecerse es lo que podríamos denominar la metamorfosis del poeta, como consecuencia de ese trabajo de gestación simbólica que supone la propia asunción de la paternidad. Porque, insisto, la paternidad humana es un trabajo simbólico a realizarse y, justamente, esto es lo que el poeta ha sabido transmitirnos a lo largo del poema.
Metamorfosis del poeta, despertar o proceso de descubrimiento a partir del desconocimiento del origen. Se pregunta el autor: “¿Cuándo un día leas esto sabrás que lo he escrito para entregarme a esa irritación que da origen a la perla de tu existencia; de la existencia?” Es decir, “de tu existencia” y “de la existencia” propia. Luego “tu existencia” y “la existencia” propia configuran así también un eclipse a desvelar, en donde el poeta trabaja insistentemente, aprovechando la función paterna y el empuje de la pasión narcisista.
Sí, tanto la paternidad como la poesía, son una tensión fantasmática que se nutren de la propia falta. Y, en este punto, el poeta nos muestra una especial sensibilidad. ¿No será, entonces, que la posición femenina, en su relación con la falta, está más cerca del alumbramiento poético?
Dejémonos llevar por las palabras del autor acerca de este momento tan crucial. “El poema nos une… Estoy enamorado de alguien que no conozco. Tú… Sí, quiero ir contigo al reino de las cosas tal como empezaron siendo… Nuestra metamorfosis…”. Diferentes frases que nos muestran la aureola narcisista que ha configurado el poema. Porque, efectivamente, “yo es siempre otro”, esto es, desconocimiento para todos acerca de nuestro origen y de nuestro ser.
Es así, la metamorfosis que ejerce el amor, como elixir que recorre todo el poema, quien nos alumbra en esa espera el funcionamiento del deseo del poeta.
Para concluir hay una cuestión que merece nombrarse porque interroga al propio poeta en su trabajo de elaboración, y que considero relevante en los tiempos hipermodernos que corren. La escritura y publicación de este poema, efecto de ese deseo que atraviesa al autor, ¿es un instante de sinceridad, un gesto de valentía para rescatar la feminidad que todo macho alberga y que esconde bajo la fortaleza del tener o, más bien, es un acto de locura poética?
A mi modo de ver, es un esfuerzo para dar cuenta de cómo opera el deseo a partir del martirio de la letra, teniendo como eje de elaboración la propia paternidad. El poeta se mira en el espejo enigmático del desconocimiento acerca del origen y escribe, conociendo que “yo es otro”. Sin embargo, a partir de esta mirada anhelante el espejo no estalla. Estamos ya advertidos de que el texto es obra de un poeta que vive a través de las palabras y de sus encantamientos. Luego, es la locura poética, en el sentido del empuje de la letra en el corazón del poeta, quien alumbra el texto, configurando así, un escrito poético suficientemente contenido, nada extrañado ni mucho menos explosionado en su propio enunciado. No en vano el poeta pretende ser un faro de orientación a aquello que alberga en su deseo, construyendo para ello, con dedicación, sinceridad y amor, todo este mundo simbólico de palabras que le van a acoger.
Gracias por este esfuerzo de poesía ante la paternidad, y os deseo mucha suerte en el momento del nuevo eclipse…, Lorca, Luis y Elena.

Luis-Salvador López Herrero.