En la frontera del haiku
Llovía no fuego, llovía no nieve, cenizas, aguacero de verano.
Suelo encontrarme con Susana Szwarc en un bar. Aquella tarde, la memoria de Antonio Di Benedetto estaría una vez más con nosotras.
Miré por la ventana, ella cruzaba bajo la lluvia, de pronto un caballero le ofreció su paraguas. Caminaron unos pasos bajo el mismo cielo y se despidieron.
Al entrar Susana dice: “Un ángel”.
Ese tono epifánico, el cruce de una calle -lo eterno y lo instantáneo, lo inesperado- está presente en todos sus cuentos. Líneas en cortocircuito engendran causas nuevas. Trasvasamiento de la ausencia al paisaje, arte de trazar cartas geográficas haciendo sentir al tiempo regido por una velocidad flexible. Un caracol nocturno en un rectángulo de agua, diría Lezama Lima.
Los cuentos de Susana Szwarc son paradójicamente incontables. Lo que narra reverbera, erosiona, se cuela entre discursos, sucede a contrapelo de lo decible, de lo visible, en abolición de cualquier modelo. Hay percusiones, actos y acontecimientos, no en ese orden, tampoco en desorden, los registros danzan: contagiados se entrelazan. Advertida de rigideces y prejuicios, lúcida en detectar puntos de coágulo, ella despliega un abanico de opciones. La gran ciencia del deseo: out of joint.
“Un crujido en la maleza: el pensamiento, el animal tímido; la cita: una pieza de la escena”, es una de las frases que Susana Szwarc elige de epígrafe ¿clave, figura del doble o su conjunción? A semejanza de Benjamin, no sólo escribe un pentagrama que incluye el malentendido, extrae del error la palabra poética. Muestra lo que no se escucha de lo que se oye, lo que no se sabe, lo que sólo cree conocer quien habla su propia lengua porque está prevenido, es buen minero pero el oficio reserva engaños, shhh: hay explosiones arbitrarias. Parece decirnos: sólo en la ficción de lo idéntico el bien y el mal curten un disfraz discernible ¿qué hacer con lo otro, qué hacer de lo otro? ¿No será el desgarro el puente de exploración? ¿Babel la única contraseña?
Frases, pensamientos, sueños, evitar ser blanco del gesto mísero, de la mala consciencia, de la canallada, del machismo, del detective de Los siete… Si la moral tuviese orejas, le arderían sus pabellones.
Coronada la ne-ce-si-dad, la afirmación subsume, el sí de Molly Bloom atempera la necedad: si tiene hambre, si tiene frío. . . sobreviene el dolor, sobreviene el aura: la literatura.
No se cura la vida pero un poema acude como el beso dormido en la boca del poeta, a la deriva del autor, en diálogo constante con la obra. Borges, Holan, un recuerdo infantil: Jabalí. Lo animal y lo humano circulan. También el interrogante suspendido que responde al “Nunca hay bastantes lágrimas…”:
¿Qué era primero, la cicatriz o la herida?
En Real, la muerte es recuerdo: una bolita de colores. Lo grande en lo pequeño para conseguir su punto de esplendor, el detalle. No apelar al autorretrato de circunstancia, rodar, seguir, seguir hasta que las fuerzas del morder no muerdan, pedir, repartir, partir. El azar del deseo.
Dolor, quiero que olvides.
Un buen dolor asoma su cabeza sin separarse del cuerpo. Lágrimas de seda retan desde la lejanía del último acto. El hambre, esa bestia de bosques talados pasa de boca en boca, desalma, no se detiene.
Dieciocho veces la palabra pan repica en este libro.
Del ritual a la fiesta, el azar cruje sin omitir dosis de humor: “Venir vestido al mundo tiene su encanto. Sabemos de inmediato cuál es gitana, cuál es india, cuál es monja, cuál es musulmana. No nos preocupa cuál es cuál porque nos gusta intercambiarnos, entre nosotras, la ropa”. De lápida en lápida, a oscuras el teatro edípico, la usina del amor desmedido hace causa en una fraternidad de mujeres. Los engranajes de la risa, el llanto, las poleas del odio, del crimen, el apego a la magia mayor: hacer volver. Sólo el padre se ha ido y está. Muerto. “O en los sueños”.
El Pañuelo cubre el rostro de la guerra grande, la gran guerra tiene cuatro vértices, cuatro mujeres circulan el viaje de la muerte, una travesía interminable por el pequeño pueblo.
El profesor del cuento Apelación hace perder el equilibrio, sus razones parecen adherir a las Reglas de Paconio. El dogma latino rige una lógica de aislamiento, envuelve al cuerpo de distancia. Desprecio. Repulsa. En Apelación la protagonista sufre un proceso similar precedido por interés, sensualidad, espíritu de exploración. Ella se mira en las nubes, se siente una nube, una nube más, el mundo entra en su boca, sabe que el hambre del mundo acecha.
Antes contaba “esos cuentos que madre nos contaba en la infancia y nos hacía reír hasta dormirnos”. Antes de tropezar con el profesor trabajaba contando historias, vivía en los andenes, las plazas, los circos, había tenido hijas y padres que bailaban en las estepas. Después, se despliegan escenas del vivir juntos al mejor estilo Barthes: campo y embudo de ansia e idiorritmia.
Sin embargo, después de algunos cuentos ese profesor transformado en otro
-u otro profesor- retorna en ciertos significantes: tropiezo, hambre, prisionera, nube. Los personajes no están solos, un perro o el perro del recuerdo los sigue, los habita, es viejo, sufre, debe ser sacrificado -se sacrifica lo animal. La gillette de Jabalí en Rapsodia es una navaja, la lengua de la mujer juega con piedras como un personaje becketteano. Puro despojamiento.
“Este pequeño espacio junto a la ventana es todo lo que necesito, lo que quiero”. El aire justo. Van y vienen destinos, países, idiomas, pensamientos.
A manera de condensación: El azar cruje, gesto verbal comprimido en su potencia atrapa ojos, atrapa vidas. Susana Swzarc enuncia en la frontera del haiku, un presente que violenta la ronda del tiempo desnudando lo que dice.
Liliana Heer
Llovía no fuego, llovía no nieve, cenizas, aguacero de verano.
Suelo encontrarme con Susana Szwarc en un bar. Aquella tarde, la memoria de Antonio Di Benedetto estaría una vez más con nosotras.
Miré por la ventana, ella cruzaba bajo la lluvia, de pronto un caballero le ofreció su paraguas. Caminaron unos pasos bajo el mismo cielo y se despidieron.
Al entrar Susana dice: “Un ángel”.
Ese tono epifánico, el cruce de una calle -lo eterno y lo instantáneo, lo inesperado- está presente en todos sus cuentos. Líneas en cortocircuito engendran causas nuevas. Trasvasamiento de la ausencia al paisaje, arte de trazar cartas geográficas haciendo sentir al tiempo regido por una velocidad flexible. Un caracol nocturno en un rectángulo de agua, diría Lezama Lima.
Los cuentos de Susana Szwarc son paradójicamente incontables. Lo que narra reverbera, erosiona, se cuela entre discursos, sucede a contrapelo de lo decible, de lo visible, en abolición de cualquier modelo. Hay percusiones, actos y acontecimientos, no en ese orden, tampoco en desorden, los registros danzan: contagiados se entrelazan. Advertida de rigideces y prejuicios, lúcida en detectar puntos de coágulo, ella despliega un abanico de opciones. La gran ciencia del deseo: out of joint.
“Un crujido en la maleza: el pensamiento, el animal tímido; la cita: una pieza de la escena”, es una de las frases que Susana Szwarc elige de epígrafe ¿clave, figura del doble o su conjunción? A semejanza de Benjamin, no sólo escribe un pentagrama que incluye el malentendido, extrae del error la palabra poética. Muestra lo que no se escucha de lo que se oye, lo que no se sabe, lo que sólo cree conocer quien habla su propia lengua porque está prevenido, es buen minero pero el oficio reserva engaños, shhh: hay explosiones arbitrarias. Parece decirnos: sólo en la ficción de lo idéntico el bien y el mal curten un disfraz discernible ¿qué hacer con lo otro, qué hacer de lo otro? ¿No será el desgarro el puente de exploración? ¿Babel la única contraseña?
Frases, pensamientos, sueños, evitar ser blanco del gesto mísero, de la mala consciencia, de la canallada, del machismo, del detective de Los siete… Si la moral tuviese orejas, le arderían sus pabellones.
Coronada la ne-ce-si-dad, la afirmación subsume, el sí de Molly Bloom atempera la necedad: si tiene hambre, si tiene frío. . . sobreviene el dolor, sobreviene el aura: la literatura.
No se cura la vida pero un poema acude como el beso dormido en la boca del poeta, a la deriva del autor, en diálogo constante con la obra. Borges, Holan, un recuerdo infantil: Jabalí. Lo animal y lo humano circulan. También el interrogante suspendido que responde al “Nunca hay bastantes lágrimas…”:
¿Qué era primero, la cicatriz o la herida?
En Real, la muerte es recuerdo: una bolita de colores. Lo grande en lo pequeño para conseguir su punto de esplendor, el detalle. No apelar al autorretrato de circunstancia, rodar, seguir, seguir hasta que las fuerzas del morder no muerdan, pedir, repartir, partir. El azar del deseo.
Dolor, quiero que olvides.
Un buen dolor asoma su cabeza sin separarse del cuerpo. Lágrimas de seda retan desde la lejanía del último acto. El hambre, esa bestia de bosques talados pasa de boca en boca, desalma, no se detiene.
Dieciocho veces la palabra pan repica en este libro.
Del ritual a la fiesta, el azar cruje sin omitir dosis de humor: “Venir vestido al mundo tiene su encanto. Sabemos de inmediato cuál es gitana, cuál es india, cuál es monja, cuál es musulmana. No nos preocupa cuál es cuál porque nos gusta intercambiarnos, entre nosotras, la ropa”. De lápida en lápida, a oscuras el teatro edípico, la usina del amor desmedido hace causa en una fraternidad de mujeres. Los engranajes de la risa, el llanto, las poleas del odio, del crimen, el apego a la magia mayor: hacer volver. Sólo el padre se ha ido y está. Muerto. “O en los sueños”.
El Pañuelo cubre el rostro de la guerra grande, la gran guerra tiene cuatro vértices, cuatro mujeres circulan el viaje de la muerte, una travesía interminable por el pequeño pueblo.
El profesor del cuento Apelación hace perder el equilibrio, sus razones parecen adherir a las Reglas de Paconio. El dogma latino rige una lógica de aislamiento, envuelve al cuerpo de distancia. Desprecio. Repulsa. En Apelación la protagonista sufre un proceso similar precedido por interés, sensualidad, espíritu de exploración. Ella se mira en las nubes, se siente una nube, una nube más, el mundo entra en su boca, sabe que el hambre del mundo acecha.
Antes contaba “esos cuentos que madre nos contaba en la infancia y nos hacía reír hasta dormirnos”. Antes de tropezar con el profesor trabajaba contando historias, vivía en los andenes, las plazas, los circos, había tenido hijas y padres que bailaban en las estepas. Después, se despliegan escenas del vivir juntos al mejor estilo Barthes: campo y embudo de ansia e idiorritmia.
Sin embargo, después de algunos cuentos ese profesor transformado en otro
-u otro profesor- retorna en ciertos significantes: tropiezo, hambre, prisionera, nube. Los personajes no están solos, un perro o el perro del recuerdo los sigue, los habita, es viejo, sufre, debe ser sacrificado -se sacrifica lo animal. La gillette de Jabalí en Rapsodia es una navaja, la lengua de la mujer juega con piedras como un personaje becketteano. Puro despojamiento.
“Este pequeño espacio junto a la ventana es todo lo que necesito, lo que quiero”. El aire justo. Van y vienen destinos, países, idiomas, pensamientos.
A manera de condensación: El azar cruje, gesto verbal comprimido en su potencia atrapa ojos, atrapa vidas. Susana Swzarc enuncia en la frontera del haiku, un presente que violenta la ronda del tiempo desnudando lo que dice.
Liliana Heer
1 comentario:
Hermoso texto, una puesta en acto poética que produce lo imposible de narrar. Interesante alusión a Benjamin, porque además del "pentagrama que incluye el malentendido" introduce esa cartografía necesaria... "libro de los pasajes" en donde la materialidad de lo incosnciente reverbera en las fachadas y calles de la ciudad. Aura que aparece, como epifanía... lituraterre.
Cariños
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