Esta novela, Mal de piedras, de Milena Agus, no responde a una novela histórica, no hay aquí un autor omnisciente. No interesa la verdad o falsedad de los hechos. El lector está ante una verdad de otra clase. Tratamos con asuntos subjetivos, familiares, mínimos y privados. Es importante plantearse: “¿quién habla?”, en primer lugar, para comprender la índole del mensaje. No es la abuela, la que habla; no es la voz del pasado, ni la voz de la exacta reconstrucción histórica. Es la nieta la que habla (una voz joven, fresca, ingenua y actual), en el momento preciso en que ella va a contraer matrimonio, y se dispone además a restaurar la casa del pueblo, la casa de los abuelos, tras cuyas paredes la nieta encuentra la carta-respuesta del Veterano. Una casa que llevaba vacía diez años, aunque nunca había estado vacía del todo, porque siempre habían acudido a ella, por “amor”. Segunda reconstrucción histórica, después de la que llevaron a cabo los abuelos, tras la segunda guerra mundial. Y tercera generación, la de la nieta: la generación de la “verdad”. Es ahora cuando la carta llega a su destino. ¿De qué habla esta carta? ¿Qué transmisión de vida porta su mensaje?
Hay aquí una sabiduría de transmisión de la feminidad, una coherencia entre las generaciones, un relevo generacional, y una reparación subjetiva. Aquella transmisión de vida y de amor de la que careció la abuela (porque mirar y sonreír a un chico, porque escribir cartas o poemas de amor en su infancia y juventud extremadamente precarias equivalía a estar loca y endemoniada, azotada por su propia madre), queda reparada en la nieta, deslumbrada por la figura de esta abuela, transmisora al cabo de pasiones y fantasías legítimas, en un mundo más grande y más bueno. La nieta siente que haciendo el amor con su novio en la casa de su abuela, conseguirán amarse para siempre. La casa de la abuela es la casa del amor, el puchero siempre al fuego, la música de piano siempre presta a sonar, y ella misma, la nieta, de niña, siempre llena de cuentos y dibujos que regalar a sus mayores, en agradecimiento.
El estatuto de esta historia no es entonces el de la “verdad histórica”, sino el de la “novela familiar” (del neurótico, si se quiere), en el sentido más freudiano. Se trata de la novela familiar de la nieta, idealizada, fantaseada acaso, a partir de cosas vistas y oídas, pero verdadera en otro sentido. En el sentido de la transmisión generacional, que habla de vida, de amor, de muerte, y de reparación. ¿De qué se trata si no en toda novela familiar?
¿Y de qué habla esta novela familiar? Estamos ante un mundo familiar destruido por la segunda guerra mundial y sus consecuencias subjetivas a lo largo de al menos tres generaciones. Y no solo eso. Estamos ante un mundo rural, marítimo y ancestral, en el que una mujer no tiene derecho a la sensualidad ni a la libre elección de nada en absoluto, ya se trate del hombre, de la escritura, de los viajes, de la profesión o de lo que sea. Hay a lo largo de toda la novela un verdadero trastorno de filiación, el que ha traído la guerra, desde luego, pero no solo, está también simplemente esa ancestral condición femenina. Nadie sabe muy bien aquí de quién es hijo: el de la abuela parece ser del Veterano (hasta la revelación final); la hija del Veterano no es suya sino de un partisano, o, tal vez, más probablemente de un alemán; la madre de la misma nieta que escribe la novela es hija de madre soltera (su padre estaba casado con una mujer que no podía darle hijos y acaba por tirarse a un pozo)
Pues bien, esta precariedad, este trastorno de la filiación, este horror histórico, este rigor y esta locura de la realidad, no recubre toda la realidad, no la ha recubierto nunca, en ninguna época del hombre.
La novela parece querer decirnos que el enigma de la vida se las arregla siempre para transmitir su misterio y sus leyes por otros vericuetos. Las mujeres se arreglan en la pobreza, se juegan la vida por tener un pastel de cumpleaños, las vecinas se divierten juntas mientras friegan los platos. Sabiduría recóndita de las mujeres. Sabiduría que se transmite. Ellas saben cómo consentir a sus hombres llegado el caso, aunque solo sea por ahorrarse el dinero (ah, pero no solo, él estaba casi atractivo cuando sacó por primera vez su pipa, y el dinero también era para que él siguiera comprándose el tabaco y fumándose su pipa por las noches delante de ella), y saben guardarse sus sueños para sí mismas, llegado también el caso. Ambas cosas igualmente audaces y legítimas.
Esta novela no es meramente una novela de inverosímiles fantasmas sexuales, entre la puta y la madre. Es una transmisión recóndita de vida, estrictamente femenina, humilde, sencilla. Eterna, universal.
Volviendo a la cuestión de esta carta que llega a su destino al final de la novela en manos de la nieta, quisiera decir que no se trata solo de un juego literario o de un agradable efecto sorpresa. Dice mucho más, y recodifica retroactivamente todo el mensaje. Finalmente, hubo más amor en la realidad de lo que parecía, y menos amor en la fantasía de lo que también parecía. Es a partir de este juego de apariencias y realidades, de esta “verdad” y de esta sabiduría tal vez involuntariamente trasmitida por la abuela a la nieta, que la historia se escribe. La nieta lo dice: tal vez Veterano no quiso tanto Abuela; tal vez Abuela hubiera querido “querer” al abuelo, y, en este sentido, tal vez lo quiso. Para todo el resto, y para todo lo principal que siempre falta, queda la música y la literatura. Pura y hermosa pérdida.
Ana María Crespo
Hay aquí una sabiduría de transmisión de la feminidad, una coherencia entre las generaciones, un relevo generacional, y una reparación subjetiva. Aquella transmisión de vida y de amor de la que careció la abuela (porque mirar y sonreír a un chico, porque escribir cartas o poemas de amor en su infancia y juventud extremadamente precarias equivalía a estar loca y endemoniada, azotada por su propia madre), queda reparada en la nieta, deslumbrada por la figura de esta abuela, transmisora al cabo de pasiones y fantasías legítimas, en un mundo más grande y más bueno. La nieta siente que haciendo el amor con su novio en la casa de su abuela, conseguirán amarse para siempre. La casa de la abuela es la casa del amor, el puchero siempre al fuego, la música de piano siempre presta a sonar, y ella misma, la nieta, de niña, siempre llena de cuentos y dibujos que regalar a sus mayores, en agradecimiento.
El estatuto de esta historia no es entonces el de la “verdad histórica”, sino el de la “novela familiar” (del neurótico, si se quiere), en el sentido más freudiano. Se trata de la novela familiar de la nieta, idealizada, fantaseada acaso, a partir de cosas vistas y oídas, pero verdadera en otro sentido. En el sentido de la transmisión generacional, que habla de vida, de amor, de muerte, y de reparación. ¿De qué se trata si no en toda novela familiar?
¿Y de qué habla esta novela familiar? Estamos ante un mundo familiar destruido por la segunda guerra mundial y sus consecuencias subjetivas a lo largo de al menos tres generaciones. Y no solo eso. Estamos ante un mundo rural, marítimo y ancestral, en el que una mujer no tiene derecho a la sensualidad ni a la libre elección de nada en absoluto, ya se trate del hombre, de la escritura, de los viajes, de la profesión o de lo que sea. Hay a lo largo de toda la novela un verdadero trastorno de filiación, el que ha traído la guerra, desde luego, pero no solo, está también simplemente esa ancestral condición femenina. Nadie sabe muy bien aquí de quién es hijo: el de la abuela parece ser del Veterano (hasta la revelación final); la hija del Veterano no es suya sino de un partisano, o, tal vez, más probablemente de un alemán; la madre de la misma nieta que escribe la novela es hija de madre soltera (su padre estaba casado con una mujer que no podía darle hijos y acaba por tirarse a un pozo)
Pues bien, esta precariedad, este trastorno de la filiación, este horror histórico, este rigor y esta locura de la realidad, no recubre toda la realidad, no la ha recubierto nunca, en ninguna época del hombre.
La novela parece querer decirnos que el enigma de la vida se las arregla siempre para transmitir su misterio y sus leyes por otros vericuetos. Las mujeres se arreglan en la pobreza, se juegan la vida por tener un pastel de cumpleaños, las vecinas se divierten juntas mientras friegan los platos. Sabiduría recóndita de las mujeres. Sabiduría que se transmite. Ellas saben cómo consentir a sus hombres llegado el caso, aunque solo sea por ahorrarse el dinero (ah, pero no solo, él estaba casi atractivo cuando sacó por primera vez su pipa, y el dinero también era para que él siguiera comprándose el tabaco y fumándose su pipa por las noches delante de ella), y saben guardarse sus sueños para sí mismas, llegado también el caso. Ambas cosas igualmente audaces y legítimas.
Esta novela no es meramente una novela de inverosímiles fantasmas sexuales, entre la puta y la madre. Es una transmisión recóndita de vida, estrictamente femenina, humilde, sencilla. Eterna, universal.
Volviendo a la cuestión de esta carta que llega a su destino al final de la novela en manos de la nieta, quisiera decir que no se trata solo de un juego literario o de un agradable efecto sorpresa. Dice mucho más, y recodifica retroactivamente todo el mensaje. Finalmente, hubo más amor en la realidad de lo que parecía, y menos amor en la fantasía de lo que también parecía. Es a partir de este juego de apariencias y realidades, de esta “verdad” y de esta sabiduría tal vez involuntariamente trasmitida por la abuela a la nieta, que la historia se escribe. La nieta lo dice: tal vez Veterano no quiso tanto Abuela; tal vez Abuela hubiera querido “querer” al abuelo, y, en este sentido, tal vez lo quiso. Para todo el resto, y para todo lo principal que siempre falta, queda la música y la literatura. Pura y hermosa pérdida.
Ana María Crespo
6 comentarios:
Interesantes los comentarios. En los libros traducidos se echa en falta el nombre de los traductores. Es un dato importante y no cuesta nada citarlo
Pues sí, todos los que hemos leído a Milena Agus en este blog ha sido gracias a la traducción de Celia Filipetto,para Siruela.
Gracias por el dato, en el caso concreto de esta obra resulta esencial disponer de este dato
Se agradecerá a los participantes de Liter-a-Tulia que cuando comenten en sus reuniones una obra traducida, dediquen un momento a reflexionar sobre el trabajo del traductor.
Y que tengan en cuenta este detalle, nada despreciable, por cierto, a la hora de reseñar las lecturas mencionando el nombre del traductor.
Gran parte de nuestras lecturas no habrían sido posibles sin los traductores. Merecen que su nombres se mencione, tanto como el autor.
¿Por qué no escribes un artículo sobre la importancia del traductor en la literatura y nos lo mandas? Con mucho gusto lo publicaríamos y haríamos justicia literaria con quien, sin duda, lo merece. En las convocatorias a la tertulia tienes los datos para dirigirte a los organizadores. Un abrazo. Miguel Ángel Alonso
Ay, ¿acaso eres la mismísima Celia Filipetto la que nos comenta con tanta razón? Me da por pensar eso. O si no, eres algún otro traductor de oficio que sabe lo que se dice. Sí, labor invisible, seres umbrátiles en la sombra, los traductores. Nadie se da cuenta que son ellos los que ponen orden en el estruendo de Babel. Como la carta robada de Poe, es tan obvio que lo que se lee es en primer lugar un trabajo de ellos, que nadie lo ve. Extraordinaria esta traducción de Milena Agus, tan límpida como si hubiera sido escrita en castellano. Sabido es que la nueva Babel de internet ha descabalado por demás estos reconocimientos. Ojalá contemos con tu aprobación de vuelta.
Ana María Crespo
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