jueves, 2 de septiembre de 2010

Meditaciones literarias VII. Una forma de acercarse a la Literatura


Podríamos pensar que una obra literaria de referencia se teje desde las raíces de una subjetividad singular –los temas o motivos que se repiten en un autor—, de tal manera que ella nos podría dar el sentido de una existencia, la interpretación psíquica de la subjetividad de tal o cual escritor. Pero entra en juego un elemento que no puede pasar desapercibido, la capacidad del autor para trascender su espacio vital y convertir su escritura en universal.

También podríamos convenir que, si tenemos autores de referencia, es porque pensamos que ellos pueden iluminar en nosotros algo de una verdad que, en relación con nuestro ser, se torna problemática, dado que el sentido de nuestra existencia siempre se muestra en fuga. Desde este punto de vista, una forma de acercarse a la obra literaria no tiene como última finalidad hacerlo a un autor específico, que también, sino a nosotros mismos, a nuestra verdad, en definitiva, al ser humano en general. Es la proycección hacia un encuentro vital, en nuestro ser, con los elementos de la subjetividad que una obra literaria pone a la luz. Algo así decía Pascal respecto a la obra de Montaigne: “No es en Montaigne, sino en mí, donde encuentro lo que veo en él”.

Estamos entonces en el terreno una posibilidad, la de que el autor pueda trascender su singularidad subjetiva. Al respecto, me parece importante traer a colación a Fernando Pessoa. Dice lo siguiente:

La sinceridad es el gran obstáculo que el artista tiene que vencer. Sólo una larga disciplina, un aprendizaje de no sentir sino literariamente las cosas, pueden llevar al espíritu a esta culminación”.

En su ensayo Con Fernando Pessoa, Ángel Crespo ve con agudeza el significado del fingimiento literario, diferenciándolo de la mentira. Encuentra que el escritor portugués, en Páginas de Literatura y Estética, nos da la clave para entender uno de sus más famosos versos “el poeta es un fingidor”, las claves de una despersonalización, o lo que es lo mismo, la posibilidad de trascender, por parte del autor, la propia subjetividad. Fernando Pessoa distinguía diferentes grados de la poesía lírica, que van de inferior a superior.

En el primer grado, el autor mostraría una total simplicidad, pues expresa solamente su temperamento y sus emociones. En el segundo grado, va más allá, trataría asuntos diferentes, pero sigue sin desprenderse de su temperamento y sus emociones. Sería en un tercer tiempo donde comienza la despersonalización, donde ya expresaría sentimientos que no son propiamente suyos, pero son sentimientos que comprende. El cuarto grado resulta más problemático, pues además de expresar esos sentimientos que no son suyos, los vive, por lo que comienza el proceso creador, es decir, dar vida a una ficción en la cual esos sentimientos puedan ser tomados en su dimensión pura, de verdad, e independientes del autor.

Además de ofrecernos una explicación del surgimiento de los heterónimos, esta visión de Fernando Pessoa puede darnos algún tipo de respuesta sobre una pregunta que desde hace tiempo se me impone, y que constituía el punto de arranque de esta reflexión. ¿Se puede vincular la biografía de un autor con su obra hasta el punto de pensar que ésta ofrece una interpretación de su psiquismo?

Es evidente que todo autor tiene un pasado, una biografía de la que no puede huir. Pero la escritura literaria sería, según Fernando Pessoa, un saber hacer que va más allá del autor, incluso, como en su caso, un saber hacer que culminó en una auténtica despersonalización. Según esta audaz, osada, difícil y problemática posición, la obra no podría ser interpretable como lo sería una neurosis, donde sí están puestos en escena, de forma directa, los sentimientos y afectos propios. Según este tipo de acercamiento a la literatura, el autor de referencia lo sería, solamente, por su capacidad para trascender el sentido subjetivo de su existencia particular y mostrarnos algún eco de una verdad que nos implica a todos.

Desde mi punto de vista, esto tiene que ver con lo que considero una potencia de la literatura, a saber, su capacidad para colonizarnos, para conseguir que nos identifiquemos con los protagonistas de la misma. Y es que en esa trascendencia, el autor expone mecanismos que están escritos en todos los seres humanos. Si la literatura conmueve nuestros afectos y sentimientos más recónditos, es porque los afectos que ella porta son sintónicos con los que nosotros poseemos. Por eso tienen tanto sentido, la frase de Pascal que traíamos a colación en el principio de esta reflexión, y también la posición que nos enseña Fernando Pessoa.

De esto se desprende una de las funciones esenciales de la literatura. El saber que escriben los autores tiene la facultad de movilizar un saber que es nuestro, que conmueve nuestros afectos, pese a que no siempre se encuentra a disposición de nuestra conciencia. Lo cual tiene que ver con lo que muy atinadamente señalaba Rosa López en Meditaciones literarias V, era el mismo Sigmund Freud el que atribuía a los poetas el descubrimiento del inconsciente. Pero para hacerle justicia sólo cabría añadir que, sin embargo, fue él quien logró conceptualizarlo y enseñárnoslo en su verdadera operatividad.

Miguel Ángel Alonso

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