El gran cuentista hispanoamericano, Julio Cortazar, no deja de sorprendernos. Lo hace hoy en esta narración espeluznante en la que crea un juego que sin duda asombró también a sus contemporáneos, al pasar de un plano a otro de la realidad. Y digo realidad, con intención, porque ambas ambos planos contienen realidades, una inventada y posible y otra ya pasada, separadas entre si muchos años y muchos kilómetros. Esto ocurre dentro del relato, como si de pronto y por arte de magia, el espacio y el tiempo se fundieran. Pero lo curioso es que no sólo en el cuento, sino en la mente del protagonista y dentro de la mente humana, las dos realidades pueden estar muy cerca y hasta confundirse, al pasar de una a otra por un estrecho túnel del que no sabemos bien en donde empieza ni de qué materiales está construido. Y todo esto porque quizá nunca el hombre había soñado tanto.
¿Nunca el hombre había soñado tanto?
Estamos en la época de las vanguardias y los sueños cobran razón de ser dentro de la Literatura. Y con ella cobran materialidad cambiante, al poder vivir y expresar, por ejemplo, el deseo de identificación con un héroe o con un personaje histórico escondido en nuestra memoria, y el deseo que en los años treinta pudiera soñar un hombre a partir de una faldita que se moviera bailando un charlestón, o el de esta misma chica soñando unos zapatos de claqué. Y eso, tan antiguo, y a la vez tan ajeno aparentemente a lo que hoy leemos, lo demuestra el gran Cortazar al enseñarnos en sus cuentos la posibilidad de vivir varias vidas en varios planos. Pero para eso hacía falta llegar hasta esta época y hacer el recorrido literario correspondiente, rizar el rizo, y saltar nosotros el Atlántico, en pos de aquel terrible sueño mejicano que era una realidad dentro de la terrible historia de la Guerra Florida.
Y esto es así, porque ninguna ficción o realidad es imposible en este relato en el que un personaje es perseguido por medio de las palabras que el autor desdobla y que hace circular por debajo de las cosas que aparentemente son inofensivas, para que el perseguido y el lector, puedan llegar a conocer lo pavoroso. Así es que, a partir de un golpe y una anestesia, el protagonista se moverá por lugares tenebrosos haciendo un tránsito interminable entre la vida y la muerte, y subiendo por una pirámide escalonada hasta llegar a la mesa sacrificial en la que un sacerdote le sacará el corazón. Y Cortazar nos hace temblar. Y lo hace para que nos situemos a su lado en esta aventura donde las manos huelen, la mesa chorrea sangre y el amuleto ya no está en el cuello que debiera, en ese espacio situado debajo del cuchillo de piedra. Y así entramos en el pánico personal, el miedo al sueño, el lógico miedo a una realidad posible dentro de una imaginación desenfrenada que nos puede convencer de que esa fue, o es, precisamente, la verdadera realidad del sujeto, dentro de esa dualidad de opciones en la que gana la más fuerte.
Con esta nueva manera de contar, Cortazar es la Literatura total, la ficción de lo real o lo real de la ficción. Él da fe a esa posibilidad de vivir la vida de los otros, de trasladarnos a ese tiempo sagrado del lado de los cazadores, a esa vida hecha de palabras encadenadas con maestría y que esconden en su seno las estrellas que señalan el punto de inflexión, hacia lo real de uno y hacia lo real del otro, en el otro plano. Así se desborda totalmente la fantasía que ningún otro escritor se había atrevido a rebasar. Y así es como el pro¬tagonista se verá arrastrado por unas extrañas fuerzas ancestrales que se alinean de parte de los perseguidores.
Poder, mucho poder en la mente que de alguna manera raya la locura para desde allí contemplar la totalidad de lo real, en el plano material y cotidiano, y en el correspondiente a lo divino. Luego, el lógico deseo del protagonista por salir de allí, de liberarse del horror, porque no toda fantasía es buena, de poder volver a lo diario, a lo que materialmente lo sostiene, al delicioso sustento rutinario de lo cotidiano, aunque la rodilla le doliese, porque allí seguramente es donde aquel pobre guerrero perseguido hubiera querido estar. ¡Qué gran metáfora la del imaginativo y loco Cortazar, y que extraordinaria manera de hacernos circular por ciertos pasadizos!
Hoy estamos preparados. Fórmulas matemáticas nos demuestran no ya la cuarta, sino la quinta, sexta, séptima dimensión, y muchas más, todas las que necesitemos para vivir la realidad desde varios planos, para disfrutar del no tiempo y del no espacio, y para volar y soñar imaginando lo que de momento sólo podemos vislumbrar.
De nuevo el sueño, siempre el sueño: el humano sueño que salva al hombre, como el del charlestón de los años treinta, o el sueño maléfico que nos puede matar.
Mª José Martínez
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