viernes, 13 de abril de 2012

Mª José Martínez comenta "Un Hallazgo" de Nadine Gordimer

Sorprendida por la aparente sencillez de este relato, me encuentro con un hombre que, desencantado de dos matrimonios anteriores, hechos por amor, dice que a sus mujeres se las lleve el diablo. Él se marcha a un balneario y es elegido por el azar para encontrar una nueva esposa a partir del anillo que ha de encajar perfectamente en su dedo. Y nos dice Nadine Gordimer, que esa esposa no fue ni mejor ni peor que otras, y que entre ellos no hubo más cosas no dichas de las que normalmente se dan en otras parejas. O sea que, para encontrar la persona ideal o para encontrar pareja, resumo yo que no es necesario casi nada de lo que a veces se discurre y se elabora en tantos y tantos escritos sobre el amor.

Hija de emigrantes judíos, premio Nobel de Literatura 1991 a la primera mujer africana, Nadine nació en Sudáfrica, tierra de viejos colonos boers, cuyos descendientes amasaron con sangre negra una tierra cuajada de conflictos aberrantes. Ella vivió contemplando la injusticia del apartheid y a pesar de alguno de sus libros fue prohibido, no se exilió y no perdió sus raíces. Es por esto que ahora, al ver la aparente sencillez del relato, me sorprende su limpieza de ideas y prejuicios y me gusta la frescura y modernidad que de él se desprenden.

Y de nuevo nos encontramos con los cuentos de hadas, con el zapatito mágico que, calzado perfectamente en el pie de la Cenicienta, nos dice que tal persona es la ideal o en este caso, que dicha persona le va a la otra, “como anillo al dedo”. Así es como Nadine moderniza la narración diciéndonos que para elegir una pareja no se necesitan muchas más precauciones que la de buscar, en medio de la simplicidad de los cuerpos desnudos, quién se adapte mejor a cierta medida. En este sentido es curioso ver cómo el protagonista, una vez en posesión del anillo que le envió el amplio mar del azar, hace varias cosas que son determinantes. Una de ellas es aprovechar bien ese azar, no cambiando el anillo por dinero, sino poniendo un bando para ver a quién pertenece. Luego madurar tumbado sobre rocas ásperas y puntiagudas, porque madurar no es fácil, mientras aguarda a que aparezca la persona adecuada. Y aquí es el varón y no la princesita, quien ha de madurar, en esa versión más moderna de aquella Cenicienta, que ya no lo es, donde en lugar de un zapato es un anillo el que ha de “calzar” perfectamente en el dedo de la amada. De ese hilo del anillo tirará él, cual si fuera del hilo de Ariadna, para no perderse y poder llegar hasta ella.

El relato sigue avanzando hasta que de una de las personas que reclaman la joya, una mujer, le llega una voz muy agradable. Esta voz le hace imaginar y construir el perfil fundamental de la persona deseada, amándola antes de poder amarla: requisito fundamental para toda búsqueda.

Pero, ¿como perdió ella el famoso anillo? ¿Quién se lo había regalado antes?

De eso no se dice nada, porque hoy el tema amoroso no se resuelve con explicaciones. Luego, después de conocer a la mujer, es cuando él intenta ponerle el anillo en el dedo corazón. Pero ¿qué ocurre? Pues que los asuntos del corazón están muy lejos de cualquier convenio y entonces la chica moderna, ideal, y de voz agradable, toma el mando, aparta el corazón, y en un acto de sabia y delicada prestidigitación, desliza el anillo sobre el dedo anular que cuadraba a su medida. Y hecha la prueba, y con esta práctica corrección, los dos juntos se fueron a cenar.

Tal vez este cuento fue cierto y no hizo falta más, porque a menudo lo que alberga el corazón, creo que dice Nadine, no es buen acomodo para la vida conyugal.


Mª José Martínez

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