lunes, 18 de junio de 2012

Las manzanas de Ferdinand Von Schirach o, El artista transforma su experiencia en símbolos. Por Sara Veiras

El primer libro del abogado berlinés Ferdinand Von Schirach, cuyo título Verbrechen (crimen, delito, delincuencia), nos ofrece Ediciones Salamandra como "Crímenes"; transcurre entre dos paréntesis. 




Cierra el libro una referencia a René Magritte “Ceci n`est pas une pomme”. Y lo abre una cita de Werner K. Heisenberg: “La realidad de la que podemos hablar jamás es la realidad en sí”. 

Como René Magritte pretendía cambiar la percepción preconcebida de la realidad, Von Schirach busca llamar la atención sobre el grado de acercamiento a la verdad que se puede esperar de la justicia. Todo ello montado sobre una pieza angular: Su tío juez -al que Ferdinand aún hoy echa de menos, todos los días-, decía: “La mayoría de las cosas son complicadas, y la culpabilidad es siempre un asunto peliagudo”. 

Y así como su tío juez les contaba, a él y a sus amigos, casos que pudieran entender, así Von Schirach nos cuenta en un tono ameno, estremecedor, divertido, romántico, reflexivo, y, por sobre todo, en un tono ligado al amor; casos que despliegan situaciones complicadas, donde siempre está presente la pomme como un objeto que señala la fina frontera entre el bien y el mal, con sus variados matices, colores, y transformaciones (páginas 16/22, 30, 51, 63, 79, 86, 114, 144, 150, 161, 168). 

Claro que me divertí leyendo de esta manera, pero de ello hablaré más tarde. 

Por ahora corresponde decir que igualmente me sorprendió, y mucho -no conozco el carácter alemán, ni su idioma, pero se oye por aquí, me refiero a la zona latina del mundo, hablar de la frialdad alemana-, encontrar tanto calor en Von Schirach. 

Calor acompañado de precisión, bien decir, puntuación, espacio. Un manejo del aire en la escritura que permite respirar lo atroz con el corazón encogido, aunque sin ahogarse. Leo aquí mucho mérito. 

Con respecto a sus compatriotas transcribo unas palabras del autor: 

”...los grandes discursos son cosas de los siglos pasados. A los alemanes ya no les gusta la grandilocuencia, han tenido demasiada. 

A veces, sin embargo, uno puede permitirse una breve escenificación...” 

Pero volvamos a las manzanas de Von Schirach. 


Empezamos con la compra de una finca con un pequeño parque donde hay 40 manzanos. ¿Qué pasa entre la adquisición de este campo pagado con una herencia -destaco este hecho porque hay diferencia entre pagar con dinero heredado y, pagar con el trabajo; resulta obvio que entre medias, en el primer caso, está la muerte-; y, “Vendían las manzanas de su jardín”? 

Entre esos dos momentos hay una luz intensa y cegadora que deslumbra, un descuartizamiento, un reguero de sangre, y hambre. 

Más tarde se nos cuenta que “Este año las manzanas son muy buenas”. 

II 

Las buenas manzanas puestas a la venta echan a rodar. 

Alguien, más allá, un cuñado que regenta una pastelería de la ciudad, las corta en rodajas y las sofríe con miel en grasa muy caliente; hace los mejores balli elmalar, dulces turcos que le encantan a otro heredero; el obeso y salvaje Pocol. Quien demuestra que comer manzanas en rodajas resulta peligroso. 

III 

También son peligrosas las manzanas que caen al suelo. 

La camioneta que transportaba la cosecha perdió una, casi redonda. Bajo el sol del mediodía se interpuso delante de una vespa y tres ricos herederos, Leonhard, Theresa, y el pobre Tackler, salen de escena en el preludio de la primera sonata. 

IV 

El verde manzana, como una cruz de ceniza, delata a uno de los hermanos Fataris del Líbano. Hermanos incapaces de comprender el mensaje en amarillo fosforescente que la sociedad pretende inscribir sobre su pecho: Obligados a trabajar. 

“Muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una muy importante”. Jueces y fiscales ya podían ser zorros..., pero ellos, los hermanos, eran herederos de una larga tradición de delincuentes, y uno de los hermanos sabía muy bien una cosa, que él era un erizo, y que domina su arte. 


Cuando llegamos a “Suerte” y a esa manzana que un joven chutó y mandó al otro lado de la calzada, mientras Kalle grita “No soy ningún asesino”, nos encontramos con el amor. 

Dos faltas abrazadas sobre el hielo, que sólo heredan la suerte, se encuentran con ese hermoso regalo. 

Ocurre a veces, dice el autor en el prólogo: Nos pasamos la vida danzando sobre una fina capa de hielo; debajo hace frío, y nos espera una muerte rápida. El hielo no soporta el peso de algunas personas, que se hunden. Ése es el momento que me interesa. 

“Si tenemos suerte”, no ocurre nada. Si tenemos suerte. 

VI 

Abbas robó una manzana en un puesto de frutas de Beirut. Tenía por entonces siete años. 

_ En nuestra familia no somos delincuentes _había dicho su padre. 

Había regresado donde el frutero y pagado la manzana. 

Summertime está ubicado en el centro del libro, dividiéndolo en dos bloques de cinco relatos cada uno. ¿Es esto una casualidad? 

Es el cuento más resbaladizo de todos. Donde el hielo parece afinarse hasta el punto de dejar caer al cliente. 

Así resume el autor el carácter de Boheim, el primer sospechoso del crimen: “Si ella se acercaba demasiado, él pondría fin al asunto”. “Boheim no era de los que se andan con rodeos”. 

“Pese a que todas las pruebas apuntaban lo contrario, Boheim se mantuvo fiel a su visión de los hechos. Y aun a pesar de las pésimas perspectivas, no perdió la calma ni el buen humor”. 

Comenta también que había heredado de su padre la mayoría accionarial de una empresa de componentes de automóviles. 

Era un millonario. Y gracias a un margen de sesenta minutos, Boheim sale absuelto. 

¿Se trata de suerte en esta ocasión, de la suerte sonriendo a Boheim? 

¿Representa Summertime la excepción a la regla de Von Schirach, un hombre que no depende de la suerte porque construye la suya propia? 

¿De aquí que el nombre de este relato aparezca en cursiva, y en el centro del libro? 

VII 

El hombre sacó la manzana del bolsillo y la limpió; tras un momento, el cabeza rapada se la quita de un manotazo y la aplasta, mientras la pulpa salpica sus botas militares. 

Poco después el cabeza rapada no se dio cuenta de que se estaba muriendo. 

VIII 

_ Si no mato a las ovejas, sus ojos quemarán la tierra. Los globos oculares son los pecados, las manzanas del árbol del bien y del mal, que lo destruirán todo. 

Philipp se echó a llorar como un niño... 

Philipp veía números en todas las cosas. Los números lo enloquecían. 

_ Nunca me has preguntado qué número soy _ le dijo a su abogado. 

_ ¿Qué número eres? 

_Verde. 

IX 

Feldmayer tenía algunas litografías, entre ellas Manzanas... Cuando el museo cambió a Feldmayer, Feldmayer descolgó los cuadros y los bajó a la basura. 


En la mesilla de noche estaba la navaja suiza, con ella había cortado la manzana que se había comido. 

Patrik es el único personaje del libro que come la manzana. Patrik se ve empujado a engullir por amor. 

XI 

El hombre... miraba fijamente la manzana que se estaba pudriendo a su lado. Observaba las hormigas, que arrancaban trocitos a mordiscos y los transportaban a otra parte. 

Su vida había comenzado como una fábula terrible. Michalka fue abandonado. Michalka fue recogido. Y, después de atravesar todos las vicisitudes impuestas por una vida difícil, llegó a Etiopía; la tierra donde empezó la vida del hombre. 

Víctima de la malaria cae inconsciente, pero antes sentencia: “Todo esto ha sido una mierda”. 

Lo cuidan los desheredados del mundo. Una mujer, un médico, y muchos desconocidos, todos negros. 

En los cinco últimos relatos, después de la bisagra constituida por Summertime, donde se insinúa la trampa que tienden los listos a la justicia; Von Schirach abre la puerta a los desheredados que caminan sobre su propia suerte, tentando con su peso, sin salvavidas, al hielo que se puede romper. 

Así vive Michalka, el más desheredado de todos. Un hombre que se construye a sí mismo a partir de una palangana de plástico verde. 

Michalka camina, hasta que se convierte en una persona apacible y serena. Pero... Un día las autoridades se fijaron en él. Querían ver su pasaporte. 

Las cosas volvieron a ponerse mal para Michalka. 

El pasado vuelve a cobrase su deuda. 

La cárcel. 

Un intento de huida. 

Nuevo atraco a un banco. 

Un abogado ideal entra en escena. ¿El sueño de Ferdinand Von Schirach? 

Después la justicia se pone de fiesta. 

La humanidad florece con esplendor. 

Llantos y risa. 

La escena es cualquier cosa menos la típica de un tribunal. 

Como decía el tío juez de Von Schirach, la culpabilidad es un asunto peliagudo. En la Edad Media era más sencillo, a un ladrón se le cortaba la mano. No importaba que hubiera robado por codicia o por hambre. 

Demostrada la bondad de Michalka y un trastorno asociado a la separación de sus seres queridos, salió un año después, las escabinas hicieron una colecta y le pagaron el pasaje. Michalka volvió a Etiopía. 

El hombre, en Etiopía, cultiva café, tiene hijos, y es feliz. El sueño bucólico se realiza después de la descomposición del objeto sobre un fondo verde. 

Así terminan estos relatos de Von Schirach, donde con respeto, cariño, y optimismo, nos habla de la lucha entre el bien y el mal; un combate peliagudo. Las cosas son complicadas, y cuando no hay suerte, se puede morir. 


Carta a Ferdinand Von Schirach 

Estimado Ferdinand, me gustó su libro. 

Disfruté tirando del hilo conductor de esa pomme, que a veces es verde, y va acompasando el pecado. 

Me gustó el comienzo. Un parque de manzanos heredado, donde estalla la sangre, poniendo en circulación un objeto que encierra muchas significaciones. 

Quién la come en rodajas, muere. Quien la encuentra a su paso y cree que ella es la causa, se equivoca. Quién la exhibe por ignorancia, es descubierto. Quién la tira lejos, ama. 

Quién la roba y paga su deuda, se salva. 

Quien la lleva en el bolsillo, puede con un cabeza rapada, incluso con dos y hasta con tres. 

Las manzanas del árbol de la ciencia del bien y del mal lo destruirán todo, si se interpretan con el entendimiento de un niño trastornado por la mitología religiosa. 

Cuando el hombre se vacía, la representación de ese mismo objeto va a parar a la basura. 

Comer la fruta prohibida, o dejar que se pudra bajo muestra mirada, ¿he aquí la cuestión? 

El autor arriesga su respuesta. Sólo en el segundo caso, y si la suerte acompaña, el hombre conseguirá ser feliz. 

Así lo he leído, Von Schirach. Me gusta la metáfora. Considero que nos ofrece una satisfacción. La realidad en sí, con su resistencia, abre una puerta a la libertad que se nutre de ese juego con el objeto que nos permite decir: Ceci n`est pas une pomme. 

Frente a ese cuadro podemos reír mientras lloramos, o, viceversa; aunque sea durante los breves minutos abrazados por esos dos corchetes que son el Verano y el Otoño. 

Sara Veiras

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