martes, 12 de marzo de 2013

Desarrollo de la tertulia 42 sobre El Ruletista, un relato del escritor rumano Mircea Cartarescu

Luis Teszkiewicz: “Creo que ese aspecto presentaba también la estancia en la que el Ruletista se decidió a cargar el revólver con tres cartuchos. Ahora tenía exactamente tantas posibilidades de sobrevivir como de jugar por última vez a ese juego demente. Porque el nuevo ambiente, el lujo ostentoso que envolvía como una crisálida el insecto terrorífico de la ruleta, no hacía más que incrementar la excitación de los espectadores ante el olor de la muerte. Todo era, por lo demás, absolutamente real. Es cierto que el Ruletista se peinaba con brillantina, que vestía esmoquin y los pantalones anchos de la época, pero el revólver era de verdad y las balas eran reales, y la posibilidad del tan esperado “accidente” era mayor que nunca. El arma pasó de nuevo por todas las manos dejando en los dedos un delicado olor a aceite. Ni las señoras más refinadas de la sala se cubrían los ojos; en ellos se leía el perverso deseo e ver con sus propios ojos lo que algunas conocían solo de oídas: el cráneo reventado como una cáscara de huevo y esa sustancia ambigua, líquida, del cerebro, salpicando sus vestidos. Por mi parte, siempre me ha estremecido el deseo femenino de acercarse a la muerte, su fascinación por los hombres que huelen a pólvora de forma casi metafísica. El increíble éxito que tenía entre las mujeres aquel chimpancé estúpido y apergaminado que de vez en cuando ponía en peligro su propia vida, debía de tener su origen ahí. Creo que aquellas mujeres nunca habrían amado con más pasión que después de haber asistido a su muerte. Habrían llegado a casa con sus amantes y se habrían arrancado los vestidos ensangrentados, manchados de pegotes de una sustancia cenicienta y de líquido ocular” P. 43, 44.

Creo que en este párrafo Mircea Cartarescu nos deja claro que no pretende ahorrar el horror que se desprende de su historia. Un juego siniestro en el que se citan el azar y la muerte, con todo el peso real de esta palabra.
Más que el protagonista del cuento, al que da título, con su acto suicida siempre postergado por su “mala suerte”, me impresionan los accionistas, el patrón, los espectadores, el narrador… seres “exitosos” que tienen al alcance de su goce todos los objetos que la sociedad puede ofrecerles, y que buscan un goce más siniestro y horroroso que culminará, idealmente, con los sesos de un pobre diablo escurriéndose por las paredes, o con el ligero escalofrío de lo que pudo ser y no fue, si se produce el final más desfavorable (los accionistas apuestan por la muerte) y más acorde con las probabilidades en juego. Un goce sádico al que se suma la confirmación de que tienen lo que hay que tener para hacer de amos, para disponer de la vida y la muerte de otro hombre: dinero. Quizás también una forma de exorcizar la propia muerte.
“Patrón” y “accionistas”  representan cómo la búsqueda de un goce cada vez mayor, más extremo, sólo puede conducir a la perversión, a un sadismo que no encuentra más límite que la muerte, y no una muerte cualquiera, sino una muerte brutal, con el cerebro “esparcido por las paredes y el suelo”.
De entrada se nos informa que se trata de una ruleta rusa (“También yo aullé en esos sótanos pequeños y lloré de alegría cuando sacaban a un hombre con los sesos reventados” p.20), se nos presenta al Ruletista (“… el único hombre al que le fue concedido vislumbrar al infinito Dios matemático y luchar cuerpo a cuerpo con él”) y se nos anuncia el misterio de su muerte que servirá para atrapar nuestro interés (“por culpa de un revólver, pero no de un balazo”).
Tres rasgos destacan en el personaje: la psicopatía, una increíble mala suerte en cualquier juego de azar, su inevitable decadencia. Ni una luz de simpatía sobre este Ruletista.
El casual encuentro con su ahora próspero amigo, conducirá al narrador a una espiral de horror. En palabras del narrador, “un paraíso sangriento”, entonces; “un infierno edulcorado por el olvido” en el presente en que escribe, pero terrorífico siempre por la mera posibilidad de su existencia.
El narrador nos describe minuciosamente el ritual, el escenario sórdido en que las cucarachas pululan y en el que se huele la excitación de los “accionistas”, en el que uno solo apostará lo único que tiene, su miserable vida, por la posibilidad de hacerse con una suma importante de dinero, y otros apostarán cifras elevadas de dinero contra esa vida, en una experiencia siniestra de goce.
El revólver lubricado, objeto fetiche (“nadie quería renunciar al placer de acariciar de forma casi voluptuosa el cañón del revólver”), gira de mano en mano y se inicia el juego mortal que esta vez culminará en un chasquido para decepción e indignación de los espectadores, siempre dispuestos a atrapar el instante efímero de la muerte ajena.
Un juego “tan estúpido y atractivo como cualquier otro”, aunque con la aureola de “esa pizca de sangre que resulta del gusto de nuestra infamia”.
El Ruletista acaba con el juego porque lo lleva a la perfección. Después de las primeras jugadas ya reúne el dinero suficiente para ser su propio “patrón”, y acaba con la ilusión de que sólo el dinero puede llevar a un hombre a arriesgar su vida de esa manera.
De apuesta en apuesta va aumentando el número de balas en el tambor, haciendo que la ley de probabilidades juegue cada vez más en su contra. 
El cuento nos confronta con el goce de un puro horror, un goce que sólo puede despertar repulsión en el lector.
Llega un momento en que el juego perverso ya sólo se juega entre el Ruletista y la muerte. Sus solitarias actuaciones, su reiterada agonía sobre el cajón, su repetida supervivencia.
Después de la apuesta del revólver cargado con dos balas, que reduce la probabilidad de la supervivencia, intuimos que esa apuesta sólo puede aumentar en número. Consciente de esto, el autor acelera la narración desde el revólver cargado con 3 balas hasta el cargado con 5. Luego la interrumpe para exhibirnos las quejas y la miserable situación del anciano narrador.
Inicia el último acto describiendo un decorado que recuerda, estilizándolos, los sórdidos decorados del inicio.  Un público elitista se reúne para asistir a un suicidio anunciado. Seis balas en el tambor, ninguna posibilidad de supervivencia.
El Ruletista se sumerge por última vez en el goce de la agonía… Y entonces interviene Dios, o el diablo, o la naturaleza, el azar definitivo que imposibilita la muerte del Ruletista en la ruleta y prolonga su vida: el terremoto. El juego entre el Ruletista y la muerte ha alcanzado su perfecto final. Pero no.
El narrador nos brinda entonces su explicación, con la que podemos coincidir o no, pero que está construida astutamente desde el inicio de la historia. El protagonista, de extraordinaria mala suerte en los juegos de azar, aquel que “casi lloraba por la humillación de perder siempre”, en el juego macabro de la ruleta apostaba siempre en su contra. Cada una de sus actuaciones era un suicidio fracasado.
Ya sólo falta concluir la historia con la muerte del Ruletista la única vez que apuntó a su sien un revólver sin cartuchos. La única vez en que no apostó contra sí mismo, murió de miedo. Él, que se había enfrentado tantas veces a la muerte, muere de un susto.
Pero el cuento no se limita a contarnos la extraordinaria aventura del Ruletista. No está narrado en tercera persona sino por un narrador testigo y personaje de la propia narración. En paralelo con la historia de la ruleta y el Ruletista nos narra las vicisitudes del narrador en su propia lucha contra la muerte. Una muerte menos extraordinaria, más natural, si alguna muerte lo fuera, una muerte hacia la cual lo precipita su ancianidad, su no esperar nada ya de esta vida. Una muerte a la que parece engañosamente resignado.
El narrador–escritor le permite a Cartarescu reflexionar sobre la literatura, es decir que también sobre este cuento: “la literatura no es el medio adecuado para decir algo real sobre uno mismo”, porque “en esa mano que sujeta la pluma, entra, como en un guante, una mano ajena, burlona, y tu imagen reflejada en el espejo de las páginas, se escurre por todas partes como si fuera azogue”. Nosotros podríamos agregar que la literatura, en casos como éste, toca algo más real que la realidad aparente en que vivimos, y que refleja al autor en aspectos probablemente desconocidos para él mismo.
El cuento se inicia con este ex escritor, un narrador de ficciones que ha dejado de serlo, “uno que tiene ochenta años y no tiene mañana”.
 Sin embargo, escribe, y escribe esta narración que no es un cuento porque, por primera vez, escribe una historia real, aunque inverosímil. Podría ser un juego literario que pretendiera añadir veracidad a lo narrado. En ese caso habría fracasado: lo que escribe se lee como un cuento, es un cuento. Pero creo que no es ésta la intención del autor, sino una bien diferente, como explicaré más adelante, una que hace que este cuento sea la “gran apuesta” del narrador.
En los tiempos oscuros, o luminosos, todo depende de cómo queramos verlos, el narrador escribe libros “idealistas” y “delicados”, “nobles” y “generosos”, “humanos”, mientras se sumerge cada vez más en el morboso juego de la ruleta. Sólo una vez pasado todo, incluso su fluidez para escribir, su éxito y su fama, narra esta sórdida historia. ¿A quién? “A nadie”, a “nada”, “para que nadie las lea” según el narrador. Es decir a nosotros, que la estamos leyendo. Mientras él juega su propio juego con la muerte, que adivina próxima. Juego en el que el relato de la aventura del Ruletista juega un papel fundamental. “Estas hojas contienen mi proyecto de inmortalidad”, nos dice el narrador. Proyecto que no se le revela, y a nosotros con él, hasta casi el final del cuento. Un cuento en el que “todo es verdad” y, a la vez, inverosímil. Un cuento con tres personajes protagónicos: el Ruletista, el narrador y la muerte.
Después del impresionante sueño de Dios multiplicado, el autor nos muestra sus cartas. La narración que se proponía trascender a la literatura, inevitablemente es literatura. El narrador, aparentemente, inconscientemente, ha escrito esta narración para hacerse personaje de la misma y así inmortalizarse. Pero en realidad va más allá: lo que estamos leyendo es una ficción, el Ruletista es un personaje de ficción, y puesto que el narrador lo ha conocido y ha sido testigo de esta historia, él también es un personaje de ficción. Inmortal entonces… mientras haya lectores que lo lean.
 Cartarescu ha jugado con nosotros, con la fácil confusión entre narrador y autor, siendo el narrador, autor supuesto del cuento, sólo un personaje surgido de la imaginación del auténtico autor. De esta manera ha hecho también una reflexión sobre la literatura.
Y con la apurada narración de la muerte y el entierro del Ruletista, termina también la existencia del narrador, tan efímera y fijada para siempre como la narración de la que participa.

Alberto Estévez: Hace ya unos años recuerdo que nuestra compañera, Graciela Kasanetz, me recomendó este relato; es una satisfacción haber encontrado un hueco en el tambor del revólver de LITER-a-TULIA para introducir este cartucho que pretendemos que en la reunión de hoy se dispare al igual que lo deseaban los apostadores de la ruleta en el cuento.

Se ha producido cierta asociación entre las dos últimas reuniones de LITER-a-TULIA, aunque no ha habido intención en ello, al menos una intención de la que los responsables seamos conscientes. Algunos de ustedes recordarán, porque además tuvieron ocasión de disfrutarlo, que José María Merino nos visitó en la última reunión y conversamos con él acerca de “El río del Edén”, su última novela, bueno, sobre su novela y muchas más cosas que tan generosamente compartió con nosotros. Pues bien, la semana antes de la tertulia recibimos la noticia de que Mircea Cartarescu visitaba España, en concreto Madrid, y a través de los amigos de la librería Muga conectamos con el editor de Impedimenta, Enrique Redel, que nos dio la posibilidad de entrevistar al autor. Miguel se encargó de llevar a cabo una entrevista que hemos publicado en la que pudimos preguntarle sobre algunas cosas, también sobre El Ruletista, y se produjo un diálogo muy interesante que fue posible gracias a la presencia de Mariam Ochoa de Eribe, que es la traductora de Cartarescu al castellano y que firma el prólogo del cuento de hoy; les aconsejo que lean la entrevista si tienen oportunidad. Lo cierto es que sin darnos mucha cuenta las dos últimas reuniones han estado marcadas por esto, dos autores dando cuenta de su obra, uno en persona, el otro en el blog.

Este cuento que seleccionamos para hoy permite muy bien ver algo más allá de la historia narrada y sus pormenores, la reunión última y la de hoy dan testimonio de la relación que estos dos autores tienen con la literatura y lo que el acto de escribir supone para ellos, eso nos interesa especialmente dado que esta reunión se celebra en torno a algo escrito, igual que un banquete se organiza alrededor de la comida, nosotros en estas casi dos horas nos llevamos las palabras escritas a la boca, alimentamos nuestro espíritu con ello, aunque tal vez porque  acarreamos también con un cuerpo celebramos nuestros encuentros en un restaurante, para poder llevarnos un trago o una patata frita a esa boca.

La relación que cada autor tiene con la escritura es fundamental, la ficción que se trate siempre estará preñada de la relación del autor con el acto de escribir, en el caso de Cartarescu y como dice en el comienzo de la entrevista que realizó Miguel, la literatura es la forma de indagar en su propio ser. Si este ser es considerado en su condición de falta escribir suele constituirse como forma de rellenar un vacío doloroso, y aquí el autor es meridiano en la diferenciación de lo que constituye el arte y lo que no lo alcanza al decirnos que no hay arte sin una herida interior, en su caso la escritura es un intento de suturarla, “por eso escribo a mano, esa forma de escribir mantiene una relación esencial con el hilo que parte de esa herida” lo cual sugiere que el brazo sería una especie de prolongación a través del cual la herida se manifiesta, y es curioso que utilice la palabra “hilo” porque éste justamente se utiliza para suturar heridas abiertas.

En mi lectura de El Ruletista lo que aprecio sobre todo es una loa de la literatura, una literatura que vivifica, y su condición de posibilidad es inseparable de nuestra funesta condición de seres mortales, condenados a desaparecer, este es el único destino que no podemos cambiar, nuestra existencia viene marcada por un final y todo final, también el de un cuento, adquiere las resonancias de nuestro propio final. Cartarescu llega a confesar en la entrevista que para él la literatura es una forma de inmortalidad.

Se aprecia muy bien en el relato como ambos personajes, el autor que nos habla en primera persona y el protagonista, nuestro ruletista justamente tienen en común este aspecto, ambos combaten con la muerte, es indudable que si el relato hace que el personaje sobreviva a 6 cartuchos lo convierte en cuasi inmortal, de la misma manera que un anciano debe seguir la ley natural a la que el personaje del narrador, ya entrado en años, se resiste y se subleva por no tener mañana.

Es por esto mismo, porque el elemento fundamental del cuento es la muerte y su relación con la existencia que está convocada la religión en sus páginas, porque la religión es la maquinaria por excelencia para dar un sentido a lo que no lo tiene, a lo que nos resulta imposible de representar, por ello todos tenemos algo religioso, y es por eso mismo, en la medida que el ruletista va saliendo airoso una y otra vez en su partida con el azar, que empieza a convertirse en un desafío para Dios mismo, por ello los espectadores inquietos comienzan a situarlo del lado del diablo, otorgando así finalmente un sentido a aquello que no lo tiene. Opino que cuando nos hablan de las circunstancias en que ha devenido este juego en términos de grandeza teológica es porque ya no se juega únicamente la vida de un hombre, se trata de una vertiente moral de esa teología en la que se someten a juicio las acciones de un hombre que escenifican la pelea entre el sentido y lo absurdo, entre el orden y el caos.

Hay una transformación que resulta muy interesante en el propio juego de la ruleta, un paso de las apuestas a las entradas, se pasa de apostar contra él a apostar por él, o quizá más bien apostar por la exposición directa a una experiencia con la muerte y en este sentido el público que asiste al espectáculo celebra el mortal desafío del que un sujeto sale vivo.

Sin embargo esto no era así desde el principio, no así del todo al menos, porque cuando regían en el juego las apuestas no era posible apostar por la vida del ruletista, siempre la apuesta era por su muerte, y si el desgraciado muere, entonces cobran. Es indudable que este formato es muy adictivo porque de una manera u otra el apostador siempre gana, si el percutor del revólver encuentra el cartucho el disparo está garantizado y entonces se gana mucho dinero, pero si no es así, si el cartucho no rellena la recamara de turno y no hay disparo, lo que se gana es la vida. La vida que burla a la muerte. Creo que es esta misma muerte la que causa que el juego pase a ser envuelto de sedas, terciopelos y lujos, y abandone los sótanos con olor a sangre, es un cierto efecto de envolvimiento de lo terrorífico y monstruoso que conlleva.

Este mismo efecto de envolvimiento lo observamos en el libro cuando trata de reducir algo tan vasto como es el azar a los términos del lenguaje de la probabilidad; números y más números que en realidad responden a la función de establecer un velo, pero ¿qué habría que velar?: que un hombre dispara un arma contra sí mismo.

Ven por dónde nos movemos; velar, suturar una herida, rellenar un vacío doloroso, producir un sentido, porque como seres del lenguaje somos maquinarias de producir sentido, el sentido lo producimos nosotros, y como bien señala Mircea Cartarescu, fuera del hombre no hay sentido, y la muerte es un afuera imposible de significar, pero indudablemente nos deja huella en vida, una zona de sombras en la que la supuesta luz purificadora del yo no consigue alumbrar, definitivamente se muestra insuficiente.

La paradoja reside en el hecho de que, como decía al principio el autor, esa nada, esa falta es la única oportunidad para producir buena literatura, “Un artista es una criatura impulsada por demonios” reza la cita de Faulkner en nuestro marcapáginas, y en realidad es también la oportunidad para cada uno de vivir un poco más libre. En este sentido resultan admirables los términos en los que el texto cita el éxito de esa apuesta, “transformar la sempiterna burla en un triunfo eterno”. Cuando propone que el personaje protagonista apuesta por su mala suerte interpreto una invitación a apostar por nuestra condición, apostar por el Común, por eso que todos compartimos, por nuestra condena, nuestra falla constitutiva al estar parasitados por el lenguaje, por nuestros síntomas en suma, pero no pensemos en ellos como enigmas a descifrar, como aquella primera concepción psicoanalítica de un sentido reprimido que el síntoma aloja y que hubiera que hacer consciente. Transformar la sempiterna burla tiene una lectura del lado de la respuesta ante una imposibilidad, imposibilidad sempiterna. Una respuesta que tiene una característica, es singular en cada sujeto y se produce ante lo que es incurable en la vida; una respuesta que es una apuesta, una apuesta por fuera del sentido, apostar por el sinsentido como forma de agujerear la dura coraza de un destino que ya estuviera escrito incluso antes de que comience el juego de la existencia de cada uno.

Ya ven lo extraño que resulta entonces concebir que esta burla que nos condena pueda convertirse para cada uno en el sostén de su existencia, y sobre todo, la única posibilidad de proyectar un horizonte más libre, hasta que el percutor encuentre el cartucho que marque el fin de nuestra ficción.

Miguel Alonso: El ruletista se me revela como una parábola metafísica muy sugerente, con una trama literaria muy original y un pensamiento muy potente. Incluso, haciendo un símil musical, este relato podría tomarse como un canon literario-metafísico, con tres voces que, in crescendo, se dirigen hacia una realización con estruendoso final.   

“Concede el consuelo de Israel a uno que tiene ochenta años y no tiene mañana”

Esta cita del comienzo corresponde a un verso del poema Simeón, de Eliot. Se trata de Simeón el Bueno, personaje bíblico, y elíptico para el relato, enfrentado al trance de su muerte. Este verso sugiere, de entrada, los hilos conductores de una posible lectura. Lo que parece evidente es que El ruletista nos sitúa, de entrada, ante una pregunta: ¿Puede el ser humano trascender el límite de sí mismo, de su mundo? En este sentido, el relato nos sitúa en el límite del pensamiento, ese límite desde el que se divisa el exceso de la ausencia, de la nada, del vacío y de la muerte. Estamos ahí atrapados y no podemos salir, en toda la lectura, del tránsito por ese límite.

Otra de las circunstancias del relato tiene que ver con una serie de afectos y estrategias que se ponen en juego ante la evidencia de que el mundo es una morada que se le hace pequeña al hombre. Éste se siente cercado por el orden y los horizontes banales que él mismo crea. Observamos a Simeón tratando de trascender ese orden buscando unas leyes y esencias superiores más allá de la apariencia de las cosas y del mundo. O bien observamos al narrador y al ruletista sintiéndose cercados sin remedio y sin posibilidad de trascender. Tanto Simeón el bueno como el narrador, como el ruletista, están en el límite, atosigados por el límite, y poniendo en juego diferentes estrategias y diferentes afectos.  

Desde este punto de vista, el relato de Cărtărescu tiene importantes dosis de Filosofía, Arte, Religión y Ciencia. Éstas estarían presentes en El ruletista tuteándose con el infinito, de tal manera que la Literatura se nos acaba revelando como una forma de inmortalidad.

Estamos, en los tres casos, ante variaciones de lo que planteaba Freud como horror al vacío y a la muerte y las diferentes estrategias que los sujetos ponen en juego para tratar de eludir el ese espanto que produce lo real. Para Freud, las tres maneras eran, precisamente, la Ciencia, la Religión y el Arte. Y en el relato encontramos, claramente, las tres disciplinas.  

Tres personajes, tres estrategias, tres afectos. Simeón pone en juego el miedo, la Religión, la fe y Dios; El Narrador, el aburrimiento, la ausencia de Dios y el arte, es decir, la escritura; el Ruletista pondría en juego el aburrimiento, la ausencia de Dios y, sin saberlo, las matemáticas y el infinito.

El Simeón evocado por Cărtărescu es contemporáneo de Jesús de Nazaret, el anciano que llevó en brazos a Jesús al templo de Jerusalén para ser presentado al Señor. Aparece en el Evangelio según San Lucas. Profetizó a María:

¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!

Versos que aparecen también en el poema de Eliot.

Simeón me parece una personificación del ser humano que busca una forma de trascendencia,  en este caso la religiosa. Pero, a pesar de su fe, lo vemos confrontado de una forma ambigua al horror esencial de lo humano, la muerte. No es capaz de despojarse de él. Leemos en los versos de Eliot: “el viento de la muerte”, “el viento helado”, “día de la soga, del azote y del gemido”, “la hora del monte desolado”, “la hora del materno dolor”, “la hora del nacimiento y de la muerte”. Calificativos del horror que produce la falta de sustancia de lo humano.

Este personaje elíptico de Simeón se sitúa en la lógica de suturar su vacío en un más allá divino que, sin embargo, no posee el carácter de infinitud, porque Simeón no puede ir más allá del pensamiento. Y es que no logra borrar su ambigüedad, su terror, su humanidad. Su solicitud a Dios parece un poco desesperada en el momento que se tiene que despojar de sus vestimentas humanas, en este caso las vestimentas que constituyen su moral. Es decir, ante su desposesión, no logra acceder al terreno de la Serenidad, de la lucidez. 

El personaje más fascinante del relato me parece el narrador. Quizá llegó tarde para alcanzar la serenidad. Sólo pudo quedarse en un estrato anterior, el aburrimiento. Porque su estado anímico es el aburrimiento, no el superficial y objetivo, sino el profundo y estructural. Es decir, un aburrimiento que no se puede atribuir a ninguna situación ordinaria, a ningún hecho ordinario, a ningún Otro, sino que es atribuible al tiempo, al vacío, a la nada, a la ausencia, que se presentan como auténticos desconocidos en su indeterminación. En realidad, es el aburrimiento de estar ante uno mismo, ante la desnudez, ante lo que uno es, o sea, un ser abandonado, arrojado al mundo desde siempre y ya desposeído de toda impostura. Es el aburrimiento donde las palabras pierden, de forma definitiva, la memoria de las calles recientes.

El narrador, desposeído así de su yo, de sus vestimentas, de sus objetos, es nadie y se dirige a nadie. Su estrategia sólo puede ser la escritura. Es este el mayor momento de lucidez de toda su existencia. Es el narrador lúcido. Es escritor. 

¿Por qué su aburrimiento es un estado de lucidez?

Porque sólo desde la lucidez puede accederse al lugar paradójico de la escritura. Ella se le vuelve imprescindible más allá de toda impostura, más allá incluso de cualquier anhelo. La experiencia de escritura, donde hay que vivirla, para que ella se llame Literatura con mayúsculas, es en el cuerpo. La verdadera escritura –casi se puede decir la poesía del narrador— no se escribe ya con afán de trascendencia, sino que busca su lugar propio, su hoja blanca, y esa no es otra que la misma la piel. Esa es la página blanca de la auténtica Literatura, el cuerpo, lo real del cuerpo. Es lo que nos enseña el narrador: 

De esta manera, El ruletista constituye una auténtica reflexión sobre la Literatura. ¿Cómo autorizarse a denominarse escritor literario sin sentir el dolor de la escritura en la página del cuerpo? ¿Cómo autorizarse a denominarse escritor sin haber conocido, jamás, la angustia de la página en blanco? En este sentido, resulta reveladora la respuesta que Mircea Cărtărescu dio a la primera pregunta que le dirigimos en la entrevista que concedió a nuestro blog Litera-a-tulia, y que se puede leer en el apartado 3. Escritores. Mircea Cărtărescu.    

Sabemos que el narrador, antes de su lucidez, vivió la literatura con minúsculas, vivió en el juego consolador del convencionalismo. Por eso resulta revelador el límite con el que tropieza el pensamiento cuando plantea la trascendencia:

Estoy harto de escribir sin la esperanza de poder superarme algún día, de poder saltar más allá de mi propia sombra”

Su lucidez, entonces, consiste en darse cuenta del lugar propio de la escritura. Sólo se es verdadero escritor en la confrontación con lo real, con la vivencia de la imposibilidad, con la idea de que ya no exista nada ahí afuera. Sólo ahí la escritura se impone como imprescindible, como la comida para el vivir.

El ruletista, como tercer personaje del relato, ante el aburrimiento que le produce el vacío, parece identificarse como un paradigma de personaje melancólico. Se muestra como ese residuo que espera arrojarse por el sumidero de la nada. Hasta extremos imposibles consigue llevar el juego de la ruleta con la pretensión de lograr el triunfo de esa melancolía. Pero fracasa, consigue sobrevivir.

Al igual que el narrador, el afecto que lo toma es el aburrimiento. Pero un aburrimiento que parece más superficial. El ruletista no se sitúa ante su desnudez, sino que mira a los objetos del mundo. Son ellos quienes lo aburren, le aburre la gente, las palabras, las reuniones, le aburre todo. En este sentido, no parece un personaje tan profundo como el narrador.

Lo importante es que su acción hay que considerarla un fracaso pues hay una gran diferencia entre lo que pretende, y lo que le va a suceder. Y es que, de los tres personajes, es el único que se dirige, aunque de forma inconsciente, hacia la trascendencia, por medio de una ley que gobierna más allá de toda lógica, de todo pensamiento: la contingencia. Es decir, una simple suma realizada con el orden simple de los números naturales, sitúa al ruletista en el límite del pensamiento, para llevarlo, quién lo diría, a la confrontación con el infinito. Una bala + una bala + una bala + una bala + una bala + una bala + la contingencia = personaje literario. La contingencia diluye el límite para llevar al ruletista al infinito, a la eternidad que sólo se puede poseer como personaje de la Literatura, o mejor, del Arte.   

La contingencia le permite ir, al menos momentáneamente, más allá de las posibilidades del pensamiento, a través de la estructura matemática. Si desde el pensamiento no hay trascendencia para nadie, ni para Simeón por no ser capaz de desprenderse del terror, ni para el narrador por no poder comprender el vacío, sí la hay para el ruletista. El personaje es tomado por la eternidad de la Literatura a través de la estructura matemática.   

Mircea Cărtărescu explica esa potencia de la Literatura:

El enfrentamiento radical con el infinito es la introducción de las seis balas, porque en ese momento cualquier posibilidad está destruida. Entonces, la idea que viene a la cabeza es que vives en una historia, en un relato, y el personaje se da cuenta de que es un personaje”. (Entrevista con Liter-a-tulia)

Es importante resaltar que ya no se trata de pensamiento, sino de Literatura. Igual que en la Oda a una urna griega, donde los personajes son eternos porque son personajes de una historia:

Hermosísima joven, nunca cesa tu canto
debajo de esos árboles que no pierden sus hojas;
intrépido amante, nunca logras tu beso
aun estando tan cerca; pero no te lamentes,
ella no ha de esfumarse aunque no halles tu dicha,
¡amarás para siempre y será siempre hermosa!

John Keats. Oda a una urna griega


Sheila Codeso: Lo primero que hice al comprar el libro fue fijarme en la portada y preguntarme quién sería el hombre que aparece en la portada. Me llamaron la atención sus mejillas coloradas, así como la expresión vacía y fría de su cara. No sabía nada del autor, y pensé que, quizá, sería el mismo Mircea Cărtărescu. Luego, en las páginas 21 y 25 encontré una descripción del ruletista, y me quedé con la impresión de que ese personaje de la portada podría ser el personaje de la historia, aunque no lo sé.

Por otro lado, de esta historia destacaría el uso continuo que hace el autor de lo real frente a lo ficticio. Creo que destaca tres temas principales. Por un lado la Literatura; por otro, el tema de Dios, el infierno, la muerte, la fe y la religión; por último, el tema del sueño.

En cuanto al tema de la Literatura, quien describe al ruletista –no Cărtărescu, sino el narrador, anciano, moribundo y deprimido, a quien ya no le queda nada— plantea un juego al lector entre lo real y lo ficticio. En la página 19 comienza la trama insistiendo en que el ruletista es un hombre real, no un sueño ni una alucinación. El ruletista existió, igual que la ruleta, aunque nunca hayamos oído hablar de ella. Luego muestra sus cartas y reconoce que ha ocultado su juego, porque ha apostado por la Literatura, ese lugar donde lo imposible es posible, donde existe un hombre más poderoso que el azar. Incluso concluye este juego diciendo que no tiene ninguna duda, el ruletista es un personaje.

En segundo lugar, ligado al tema primero, está la muerte, a la que personifica convirtiéndola en el lector de esta historia, y a la que, con este proyecto ficticio-real, pretende dar una lección y demostrarle que la Literatura puede hacer a un hombre inmortal. En este juego se refiere muchas veces a Dios, a lo infernal, a la fe. Afirma que no es creyente, sin embargo se refiere a estos temas con bastante asiduidad y, sin creer en Dios, termina describiendo una visión que tiene de un Dios verdadero.

Por último destacará el sueño, ámbito en el que nuestro cerebro crea historias, muchas veces surrealistas, personajes surrealistas que nosotros mismos no entendemos, sin embargo lo describe como un lugar donde se refleja él mismo de forma realista.

Intervención: Yo no tengo mucha idea de psicoanálisis, pero veo que habéis analizado el texto desde un punto de vista psicoanalítico. Sin embargo, para mí, el texto es una comedia. Negra, pero comedia. No sé qué opináis sobre esto, pues nadie ha dicho nada al respecto.

Por otra parte, el personaje del escritor me parece incompleto, una especie de Salieri, aburrido por el triunfo del ruletista. Es una especie de competencia. El escritor, siendo mucho más que el otro, en realidad es menos. Me da la impresión de que este personaje del narrador es el Alter ego del mismo Cărtărescu.   

Graciela Kasanetz: Quería tomar el punto de lo real de la fisiología y de la sustancia del cerebro, y la atracción que esto ejerce en, por lo menos, tres grandes escritores.

En Patrimonio de Philip Roth encontramos que a su padre anciano le hacen un escáner o una resonancia. Lo que le impresiona es que en esa fotografía ve lo real del cerebro de su padre. Y es que ahí radica lo que su padre es y ha sido para sí mismo y para los otros, porque sin esa sustancia no habría existido su padre.

El otro es Kenzaburo Oé que, como hemos visto hace poco en una de las tertulias, cuando habla de su hijo, tanto en la realidad como en la ficción, tanto en una entrevista como en su libro Como sobrevivir a nuestra locura, cuando hablaba de su hijo, y cuando habla de aquella masa rojiza que salía supurando de su cerebro, también quedaba fascinado por la materialidad de ese cerebro.

Y por último, y en tercer lugar, en este relato de Cărtărescu hay algo que, más allá de todos los análisis y de los distintos puntos de vista que hagamos, encontramos la fascinación por la materia esparcida, esta vez por un revólver, del cerebro humano. Y no es lo mismo que cogieran a un perro para matarlo, lo degradado tenía que ser un hombre, es decir, algo totalmente diferente de cualquier animal.

La cuestión es la siguiente: ¿cuál es la sustancialidad de lo humano?, ¿la sustancia cerebral es lo sustancial del cerebro?, ¿qué es lo sustancial cuando, a través de la Literatura, trata de abordar lo que desborda de la sustancia? Creo que la sustancialidad de lo humano está regida por otras leyes.

Respecto a la entrevista que le hicisteis a Cărtărescu, pensaba que hacía una broma en una de sus respuestas. Le preguntáis si ha leído psicoanálisis, si ha leído Freud, si ha leído Lacan. Evita decir sí o no a Lacan, pero deja entrever que no. Dice que ha leído a los clásicos del psicoanálisis, y que ha leído y lee mucha fisiología cerebral con muy buen aprovechamiento. Pero lo de la fisiología cerebral, después de haber desgranado un cuento como éste, me parece una broma.

Antes de la tertulia yo bromeaba diciendo que, a lo mejor, Cărtărescu habrá inventado un vocablo como “fisiología poética”, porque termina diciendo que todo lo que compete al cerebro humano es pura poesía. Resultaría entonces que estamos en el terreno de la fisiología poética, o lo que es lo mismo decir que la fisiología del cerebro humano –no la anatomía— sólo puede abordarse a través de la poesía.

Silvia Lagouarde: Hay algo de este texto que me hace preguntarme si es un relato. Con esto quiero referirme también a lo que planteaba el compañero cuando plantea que el relato le parece una comedia. En contestación a esto, efectivamente, podía ser una comedia si se lleva a la escenografía. Pero yo no estoy tan segura que esto sea un relato, y tampoco que sea un relato de ficción. Más me parece que Cărtărescu plantea un tratado sobre la Literatura y el Arte de hoy.

Me pareció muy interesante también lo que dijo Sheila. Iba también por este lado. El autor, a través del narrador, preguntándose sobre la trascendencia, padece de un tremendo desencanto con la vida.

Pero creo que, además de esa pregunta sobre la trascendencia, se plantea si el Arte puede seguir existiendo en esta apertura del siglo XXI. Porque lo que se hace patente es la gran voracidad del goce del Otro que toma al ruletista, porque lo que hace produce dinero. Vemos que, en el mundo que estamos viviendo, el dinero ocupa un gran espacio dentro del arte. A los escritores sólo les preocupa publicar y que sus libros se convirtieran en Best seller, les preocupa si eso va a generar beneficios. Lo mismo ocurre en la pintura y en cualquier vertiente de lo artístico.

El ruletista no es un personaje que vaya a trascender como Madame Bovary, ni como los hermanos Karamazov. No es un personaje que el lector vaya a amar eternamente, porque no genera lo necesario en la subjetividad del lector. Lo que genera el ruletista es una pregunta sobre el arte en el siglo XXI y sobre el horror que se está generando a través del dinero. Repito, lo único que importa hoy es el beneficio.

En definitiva, veo El ruletista como un tratado filosófico sobre la Literatura y el Arte. Por eso me pregunto si, realmente, es un relato. 

Intervención: ¿Tú crees que al ruletista lo mueve el dinero?

Silvia Lagouarde: Creo que es una metáfora. Sí, lo que le mueve es el dinero. Pero hay que ir más allá de este personaje, hay que llevarlo a una pregunta sobre la existencia y al planteamiento sobre el Arte en el siglo XXI. En otros tiempos se dio vida a personajes que forman parte de nuestra cultura, Madame Bovary, hermanos Karamazov, etc., personajes que forman parte de la trascendencia del arte y la cultura. Pero hoy encontramos una gran decadencia en cualquier manifestación artística. Y creo que El ruletista se puede enfocar por este registro. 

María Lizcano: Quería preguntarle a Miguel sobre la impresión que tuvo en su entrevista con Cărtărescu.

Miguel Alonso: El autor nos recibió de maravilla, y considero una pena no entender rumano para poder precisar mejor las preguntas y las respuestas. La impresión que me dio es la de un personaje que transita por un saber fronterizo a aquél por el que nosotros nos movemos. Saqué una impresión extraordinaria de su discurso, a pesar de esas referencias fisiológicas que a uno lo llenaban de escepticismo, pero de un escepticismo que Cărtărescu mismo se encargaba de diluir cuando respondía que todo lo relativo al cerebro era pura poesía. La entrevista, sin duda, me resultó estimulante para la lectura de su obra.

Respecto a que el narrador es el alter ego de Cărtărescu, creo que podría ser. Tuve la impresión de que sólo puede escribir. Y eso implica que, de algún modo, tiene siempre presente ese lugar límite de la existencia, lo cual implica, a su vez, una cercanía del vacío, del sinsentido, de lo caótico, de lo innombrable. Quizá en algún momento de su vida Cărtărescu pudo tener conciencia de lo traumático y eso, indefectiblemente, lleva a tener que hacer algo con ello. Uno de los modos de hacer es la escritura. Al respecto recuerdo una frase a la que no puedo poner autor, porque no lo sé:  

Cuando todo está destruido, la única posibilidad es poética

Es una frase extraordinaria que podría tener que ver con la posición de Cărtărescu y, con seguridad, con la del narrador.  

Antonio: Cartarescu plantea que la Literatura es teratología. El narrador lo dice cuando escribe desasosegadamente, al constatar que la pluma termina yendo por caminos distintos de los que el autor querría. Teratología es la parte de la biología que estudia las malformaciones de los seres vivos. Entonces, la literatura es una malformación, es una penosa impostura. Pero agrega que en sus páginas está todo lo que ha sido capaz de escribir honestamente sobe sí y más allá del vacío, de la nada que es la existencia, que es la vida.

Lo que dice el autor es que la Literatura da cuenta de un otro que es él mismo, más auténtico incluso que él mismo. El texto es de un siniestro que bordea todo el rato el horror. El autor creo que es el narrador, lo cual hace al relato todavía más auténtico.

Jesús Gómez Tejedor: Es la segunda vez que vengo a esta tertulia, la anterior fue a la de José María Merino. Vengo encantado y tengo que decir que me están gustando mucho los desarrollos que se están haciendo hoy. Estoy de acuerdo con lo que se dijo de los personajes, Simeón, el narrador y el ruletista.

Simeón es el gran envidiado de esta historia. Cărtărescu da por hecho su trascendencia, cree en algo superior, y lo tiene resuelto. Pero los otros personajes tienen más problemas, y debido a ello, es con los que nos identificamos el resto de los mortales, es decir, los lectores.

También para mí el narrador es el personaje más interesante, precisamente porque plantea constantemente la duda, Dios, no Dios, creer, no creer, fe, no fe, es un envidioso de Simeón, lo dice claramente cuando plantea que tiene compañeros que creen pero él, sin embargo, por mucho que lucha, no es capaz de tener fe. Al mismo tiempo, en esa lucha, es capaz de llegar a Dios a través del sueño.

Yo creo que esa duda es algo que permanece constantemente en nosotros. Por eso digo que es un personaje que nos resulta más interesante y más fácil de identificarse con él.

Y respecto del tercero, efectivamente, Cărtărescu lo enfrenta al infinito. Porque lo enfrenta con la certeza, seis de seis balas. Lo enfrenta con la verdad, con eso que Jesucristo decía ante Pilatos, estoy aquí para dar testimonio de la verdad. Pilatos sería el narrador en ese caso. ¿Y qué es la verdad? Lo enfrenta con la certeza, y ésta es divina. Otra cosa es que un hombre no pueda llegar a la certeza, pero Cărtărescu, como es muy inteligente, lo arregla perfectamente con un terremoto.   

Miguel Alonso: Respecto a la cuestión de la teratología que planteaba Antonio. Efectivamente, una mano escribe más allá de la voluntad, y escribe a otro que es uno mismo. Es un gran pensamiento. Ese otro podría ser considerado, así, una deformación del yo que uno cree construir voluntariamente. En este sentido puede tomarse la Literatura como una teratología. Pero considerar al yo como normalidad, sería una simplificación en la que no creo que caiga Cărtărescu.

La teratología estudia las deformaciones biológicas, y lo hace con respecto a una normalidad. Sin embargo, la Literatura tiene como objeto el ser humano, el sujeto, pero éste no tiene una normalidad a la que referirse, no tiene un universal respecto de lo que algo pueda ser considerado una deformación, no tiene un centro al que dirigir su vida, pues el centro de su vida es una ausencia. 

Por eso me cuesta entender que la Literatura sea una teratología. Casi podríamos decir que lo normal en el ser humano es la anormalidad. ¿Pero con respecto a qué?  

Graciela Kasanetz: Recurrir al humor no debe ser casual ante un relato como éste en el que encontramos tanto horror. Precisamente Freud y Lacan, cuando hablan del humor y de lo cómico, siempre hablan de la necesidad del tercero. Y cuando estamos en la necesidad del tercero estamos en el lazo social. En este sentido, me ha dejado muy desolada este cuento.

¿Por qué elige la ruleta rusa?

Es algo que existe en la realidad, que congrega a la gente, pero no hace lazo. Congrega por el puro goce. No hay nada que haga lazo sino masa, turba de todos los que participan y que no son el ruletista.

Hay otro personaje, el patrón. El ruletista cambia de estatuto, se hace patrón para abolir los patrones. Y lo logra, porque una vez que sube la apuesta radicalmente, se acaba la ruleta rusa, se acaba el juego de todos los otros patronos. Él es el único patrón, porque a nadie le interesa ya una ruleta rusa donde sólo haya cargadas tres balas. Pues bien, a mí me pareció un relato desolador, precisamente porque apunta a la soledad del ruletista, a la soledad del narrador, a la soledad de los lectores.

Y hay algo que, salvo en unas mínimas pinceladas, está ausente por completo en este cuento. Tenemos tres elementos, el amor, la locura y la muerte. La locura está presente en este sumergirse en el goce. ¿Donde está el amor? En una pincelada en el parque, el narrador con su hijo o hija, patinando en la nieve, o en un trineo. Es la única pincelada, en todo el cuento, de un lazo fundado en el amor.

Podríamos pensar que el narrador no cree en el padre, pero además no se sirve de él. ¿Qué le queda si no es el goce? Hay una increencia y un no servirse del padre en todo el sueño que narra.

El cuento me evoca otra cuestión, el juego de muñecas rusa. Porque los tres personajes están uno dentro del otro, el narrador, el ruletista y Mircea Cărtărescu. No se sabe quién es quién, ni cuál está dentro del otro.

Me parecieron muy acertadas todas las interpretaciones que se hicieron, como siempre me enriquecen mucho. Por ejemplo, pienso que, sin duda, hay una reflexión sobre el arte actual, con esta desolación de que todo es objeto, de borrar lo singular y lo subjetivo. En este sentido, resulta muy significativo que este narrador, escritor muy famoso, muy exitoso, que ganaba mucho dinero, sin embargo se convirtió en uno de los asistentes permanentes al juego de la ruleta rusa.

Y lo que me parece una ironía enorme en el autor, es que diga que los libros que escribía eran de una generosidad, de un valor moral y humano, del cual el narrador, cuando habla, carece por completo.

A mí me parece un libro sobre la soledad. ¿Qué otra inmortalidad se puede desear que perdurar en los otros humanos, no como un objeto, sino como aquello que uno fue para los otros? Es decir, nadie hará un duelo por un narrador a quien no se halla amado, porque el duelo se hace por alguien que uno cree necesario para sí mismo. Y lo que aquí brilla por su ausencia es precisamente este ser necesario para el Otro.

La figura del ruletista era la del perdedor, porque no era necesario para nadie. Lo único que encontró es que el azar era más fuerte que Dios. Luego resulta que un pobre chico asustado le pone una pistola vacía, y un hombre que se había enfrentado a seis balas sobre seis, se muere del susto. Se muere por una pistola, pero no por una bala.

Respecto a la Literatura, la pregunta que me produce Mircea Cărtărescu es la siguiente: lo escrito, además de indeleble, en sentido inmortal, ¿es inmortal porque sin los lectores no sería más que letra muerta?, ¿es lo escrito el contacto con la inmortalidad si no hay lectores para contextualizarlo?

Es decir, podría cuestionarse que seis balas sobre seis sean la muerte segura. Este relato lo cuestiona. Como lo cuestiona la paradoja de Bertrand Russel cuando le dan a elegir si morir en la horca de mentira o en la horca de la verdad. En las palabras, en literatura, en el escrito, en el discurso, seis balas sobre seis no son la muerte segura. Pero lo que es seguro es la condena a muerte de cada uno de nosotros.

Pero la condena a muerte es tal cuando no aceptamos vivir la vida contando, entre ella misma, la muerte. Pero no como pura destrucción, no como goce. Voy a recurrir a Lacan cuando dice que el amor es lo único que permite al goce condescender al deseo. Realmente, lo que no está presente aquí es el deseo. Esta el goce empujando a todos los personajes, pero nadie está movido desde dentro por algo a donde ir. Es como si sólo la muerte se hubiera instalado.

Que el cerebro sea pura poesía, me parece el contenido de este libro. Para mí es la clave.

Silva Lagouarde: Este texto me hizo una pregunta sobre la certeza y la finitud, sobre la contingencia y el azar. El personaje del ruletista desafía a Dios o a las leyes de la razón. Y lo paradójico es que el azar haga que éste obtenga la muerte a través de un revólver sin bala. La pregunta que hago es la siguiente: ¿lo contingente y el azar tienen que ver con que para el narrador, o para el escritor, esto confirmaría la existencia de Dios, o es todo lo contrario?

Luis Teszkiewicz: El cuento trata, evidentemente, de la muerte, hasta el punto de que en algún momento la nomina como la gemela que nació con cada uno. Y luego encontramos las distintas formas de tratarla por parte de los distintos personajes. El ruletista apuesta por el suicidio, por la agonía de gozar su muerte cada vez que se sube al escenario. La agonía de gozar su propia muerte. Y llega a la certeza del suicidio total con las seis balas en el revólver. Pero muere cuando el revólver lo empuña otro, cuando no es él quien está jugando ese juego de desafío con la muerte. El narrador elige la inmortalidad de hacerse personaje, lo dice claramente:

Así cierro yo también mi cruz y mi mortaja de palabras bajo las que esperaré hasta mi resurrección, como Lázaro, cuando oiga tu voz clara y poderosa, lector”.

Luego vienen las palabras de Eliot. O sea, él apuesta su inmortalidad a hacerse personaje de su propia narración. No sé cual es la apuesta de Cărtărescu. Para mí el narrador no es un alter ego de Cărtărescu. Éste ha hecho al narrador personaje. ¿Pero cuál es la apuesta de Cărtărescu en todo esto? La respuesta, para mí, está sustraída en el cuento.

María José Martínez: Yo no he leído el libro, no he podido, pero de lo que os oigo a todos, se me ocurre algo. Tengo la impresión de que aquí hay un poco, decía el compañero, de comedia. No exactamente una comedia, pero hay un espectáculo. Monta la ruleta como un espectáculo, se pone gomina, se arregla, es una fiesta, un espectáculo, la gente va a mirar, porque hay un reto a la muerte. En realidad, alguien dijo que había un narrador aburrido. Puede ser que se aburran de todo y quieran reírse de la muerte. Por ejemplo, nosotros tenemos la legión, los que van a ella son un poco aventureros, y cantan un himno en el que dicen “soy el novio de la muerte”, y disfrutan, llevan una cabra delante, desfilan, etc. Esta gente quiere reírse un poco del tema. Y a mí lo que me hace gracia es que al final este señor no se muere por las balas, hay alguien que se ríe un poco más y le pone un terremoto y un susto. Es una ironía. Hay quien se quieren reír de la muerte y monta una ironía sobre una historia.  

Silvia Lagouarde: ¿Qué genera este texto al que lo lee? Un gran deseo de saber, un gran deseo de venir acá y escuchar lo que la gente quiere decir, porque es un texto enigmático que genera un deseo de saber. Creo que en este texto hay muchísimo deseo por parte del escritor, y que este deseo de saber tiene que ver con el amor por la sabiduría. Me parece que es un texto validísimo desde el punto de vista del deseo y del amor.

Miguel Alonso: Respecto a la cuestión del infinito creo que Cărtărescu lo plantea del mismo modo que se planteó en la tertulia por parte de muchos de vosotros. Decía:  

El enfrentamiento radical con el infinito es la introducción de las seis balas, porque en ese momento cualquier posibilidad está destruida. Entonces, la idea que viene a la cabeza es que vives en una historia, en un relato, y el personaje se da cuenta de que es un personaje”.

Me parece que el ruletista no desafía a Dios. Es más, creo que no cree en Dios. No se trata de ningún desafío a Dios. Él quiere morir, quiere suicidarse. Lo que pasa es que también ahí hay un poco de ambigüedad en el personaje, porque cuando aprieta se desmaya como consecuencia del terror que siente. Siente terror ante la muerte, pero a la vez quiere morir. En cada momento que va a apretar el gatillo, está esperando morir. 

Silvia Lagouarde: Yo creo que se trata de un desafío a las leyes de la razón. Por lo tanto, se podría ir un poco más allá, un desafío a ver si puedo con Dios. Aunque finalmente Dios pudo con él. Pero creo que tiene que ver con la posición de toda la subjetividad con el exceso de goce. Este exceso también es un desafío de la razón.

Miguel Alonso: Creo que sí es un desafío. Pero lo plantea, no con el pensamiento mismo, sino con su estructura matemática. Con el pensamiento no hay ninguna posibilidad de trascender ese límite, la única posibilidad es empleando la estructura matemática. Descarta desde el comienzo que ese trascender el límite, ese ir hacia el infinito, sea posible con el pensamiento. Eso está descartado. Sólo la matemática haría posible esa trascendencia al infinito.

Sheila Codeso: Hablamos de que este hombre se quería suicidar. Pero ¿por qué no se suicidó? Creo que quería suicidarse, pero no sé exactamente lo que pretendía. No está claro. Si uno quiere hacerlo, directamente habría puesto las seis balas, o  habría puesto la bala en su lugar adecuado y acabaría con todo. Quizá juega con el azar, o el autor quería jugar. Alguna vez os escuché hablar de la pulsión de muerte, y lo cierto es que el relato me evoca esos anuncios en los que se juega con cosas relacionadas con la muerte, con las serpientes, etc. Pero no tengo muy claro que este hombre quisiera suicidarse, quizá quería jugar con el azar.

Alberto Estévez: Si el personaje trasciende al autor, me parece que es otro debate. De todas maneras, no forzaría tanto las cosas para afirmar que el ruletista quiere suicidarse. Él dice trasformar la sempiterna burla en el triunfo eterno, es decir, apuesta por su mala suerte. Y creo que el desmayo, esa cara convulsa que da con sus huesos en el suelo, tiene que ver con el hecho de que entra en la posibilidad de morirse. Es lo que planteó Graciela Kasanetz, es decir, la única posibilidad de ser un poco más libre es contar que en la vida hay muerte, y que efectivamente, eso está ahí. Y el ruletista sabe que las balas están, pero no puedo concluir que se quiera suicidar. Si se quiere suicidar lo tiene más fácil.

Jesús Gómez Balmaseda: El personaje es un personaje típico de la mala suerte. Hasta cuando tiene la suerte de cara, tiene muy mala suerte. La otra cosa de la que no me he podido separar al leer el relato, es algo tan cercano como las corridas de toros, donde la gente se mata por ir a ver a José Tomás y está todo el tiempo en el mismo escenario que narra este hombre. Además, en cuanto a esa ironía que decía María José, no sé si sabréis que en la puerta de la Plaza de toros de Las Ventas, hay un monumento a Antonio Bienvenida. Era un torero magnífico, y un día en una tienta, se abre la puerta de un chiquero accidentalmente, sale una vaquilla chiquita, lo coge por detrás y lo mata. Eso cuando ya estaba retirado. De eso han hecho un monumento.

Entonces, una de las cosas que he pensado en relación a lo que hemos leído, es que la muerte debe ser tan seria, tan seria, que para poder asimilar algo hay que hacer arte, o algo de rito, u otra cosa, si no, es imposible de soportar. De ahí, quizá, la preeminencia del arte, para poder vivir. Sería lo que pensó este hombre.

Y por último, con las circunstancias en las que este hombre ha estado viviendo en su país, las persecuciones, la represión, etc., probablemente algunos escritores rumanos cuando escribían se lo jugaban a la ruleta rusa, porque podían terminar en el Gulag. Por eso no me parece una idea tan descabellada establecer esta relación entre la Literatura y la ruleta rusa.

Intervención: Quiero romper una lanza a favor de la tesis sobre la comedia. Porque el relato tiene algunos elementos cómicos. Es bastante cómico que una persona que se dedica a jugar al póker nunca sea capaz de llevarse el dinero de los demás, que siempre pierda. O que en el bar le muestren dos cerillas solamente, una corta y una larga, y nunca saque la larga, saque la pequeña y, como consecuencia de ello, no pueda tomarse tan siquiera una caña.

Yo creo que el ruletista es un hombre dominado por el azar. Cărtărescu lo hace un personaje dominado por el azar desde el principio, por su aspecto físico, por su presentación ante los demás. Y, además, nunca le sale nada bien, ni siquiera matarse.

Aunque yo no creo que quiera matarse. Al revés, él se encuentra haciendo un papel, y quiere hacerlo cada vez más, hasta que llega a lo que decíamos antes, enfrentarse al infinito. Pero ni tan siquiera eso, porque es verdad que en la vida, por muy bien que se den las cosas, hay muchos elementos que no somos capaces de explicar aunque creamos que estamos dominados por la materia cerebral. Tantas veces es el azar el que entra en nuestra vida, el que incluso nos desgarra o nos alegra la vida.

Luis Teszkiewicz: Creo que, a pesar de todo lo que nos hace hablar, es un cuento en que las cosas están dichas. No es un cuento misterioso que oculte la baraja, está prácticamente todo dicho. Es cierto, el relator no dice que el ruletista sea un suicida, dice que apostaba contra sí. Pero consciente de que su apuesta la perdería. Pero lo dice Cărtărescu con una claridad que no deja lugar a dudas, lo dice el narrador en la página 57:

Lo he sabido desde el principio, pero, con la astucia de un animal acosado, he ocultado mi juego, mi postura, mi apuesta, a tus miradas. Porque, finalmente, he apostado he apostado por la Literatura. He seguido, en mi razonamiento masoquista, pascaliano, precisamente aquello que parecía estar en mi contra. He aquí todo mi razonamiento. Eso que me hace llevar hasta el final (sólo yo sé con cuanto esfuerzo) esta  “historia”: he conocido al ruletista. Esto no puedo ponerlo en duda. A pesar del hecho de que era imposible que él existiera, lo cierto es que ha existido. Pero hay un lugar en el mundo donde lo imposible es posible, se trata de la ficción, es decir, la Literatura

Alberto Estévez: Respecto de lo que comentó Antonio y luego Miguel, la literatura como teratología. No sé si hay una posibilidad, no sé si pretende Cărtărescu hablar de la normalidad del sujeto frente a la deformación, no veo tanto eso, sino el hecho de que, quizá les haya pasado, cuando escriben algo y pasa un tiempo, van a revisar lo escrito y no se reconocen, uno tiene la sensación de que lo escribió otro. Creo que es esto lo que dice Cărtărescu. No se puede escribir desde el yo. Uno es tomado hasta la mano, hasta el brazo, por otro que es el que escribe. Y cuando uno va a confrontarse con su escrito pasado un tiempo, se sorprende. La sensación incluso es de extrañeza.


Quería hacer referencia a una cuestión que aparece en el prólogo. Los psicoanalistas freudianos y lacanianos somos especialmente sensibles a una palabrita que se utiliza con frecuencia y que nos rechina especialmente. La traductora la usa, Cărtărescu no. Éste la utiliza como lo hacemos nosotros. La traductora, dos veces, en el prólogo dice subconsciente. Para nosotros el subconsciente no existe, se trata del inconsciente. No hay sub, no hay conciencia arriba y lo otro abajo. Probablemente la traductora no tenga por qué saberlo, es más, tanto en el cine como en los medios la palabra que se repite habitualmente es “subconsciente”, la influencia de la versión norteamericana del psicoanálisis tiene mucho que decir al respecto. Quería aclararlo dado que Cartarescu es lector de Freud, no obstante, esto no es óbice para reconocer que la traducción de este relato me parece maravillosa, una cosa no quita la otra.

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