“De la
blandura literaria emanaba, como no podía ser menos, cierto consuelo
existencial...” Rafael Chirbes
Me proponía recomendar este mes a Kjell Askildsen. Toda su obra. Todo lo
que se ha traducido al castellano. Empecé por lo obvio. Que se trata de un
autor noruego, que los capítulos de sus libros son muy cortos, que casi todo lo
que relata sucede en hermosos jardines escandinavos llenos de incomunicación,
vacío y tristeza. Que no se trata en ellos de hambre y miseria, que no hay épica en el dolor que describen. Que
en su literatura hay una continua crítica a la familia, al matrimonio y a la
vida social burguesa. Que quizás sea el último gran escritor existencialista.
Pensé
entonces que con todo eso no estaba diciendo demasiado. Nada sobre la
particular valentía de Askildsen como artista,
sobre por qué me parece tan bueno, por qué deseo que traduzcan toda su
obra cuanto antes. Pensé que habría que ser atrevido y decirlo: que lo bueno de los libros de
Askildsen es que te meten el dedo todo el rato, sino en el ojo, por lo menos en
la nariz y en las orejas. Que sus diálogos
hacen que muchas veces tengas que parar de leer para tranquilizarte un poco pensando que no,
que tu no eres como ellos. Que son libros que te obligan a oler los pedos de
otros como si fueran tuyos.
Supe entonces que no se puede decir nada bonito para recomendar a
Askildsen y me detuve.
Pero, ¿por qué nos gustan los libros antipáticos? La pregunta vale,
claro, no sólo para el caso de Askildsen, sino de toda una gloriosa tradición
que lo precede y lo acompaña, de Baudelaire a Verhulst o Haneke, pasando por
Kafka, Jim Thompson y J.M. Coetzee. Y, más misterioso aún, ¿por qué a veces sentimos
el deber de recomendarlos con más fuerza que a los otros, a los libros bonitos,
a los que nos acarician la espalda resaltando y aumentando la belleza del mundo
y de nosotros los que lo poblamos?
“No hay
nada que pueda impresionarme tan desfavorablemente como el que alguien trata de
impresionarme favorablemente. Los simpáticos me caen siempre antipáticos; los
antipáticos me resultan, ciertamente incómodos en tanto dura la conversación,
pero cuando ésta se acaba se han ganado mi aprecio y simpatía. Ese viajero que
dice “Buenas noches”, al entrar en el compartimiento del vagón; que apenas alza
los ojos, sin interés alguno, a la comparecencia de viajeros nuevos, que no
vuelve a despegar los labios hasta llegar a su estación, para decir: “Que
tengan ustedes un buen viaje”, suscita en mi la convicción –probablemente tan
arbitraria como injusta- de que en un choque o un descarrilamiento se portaría
del modo más heroico y más socorredor, mientras que el dicharachero, que no ha
parado en todo el viaje de hablar y reír, de entablar relación con todo cristo,
y no digamos si -¡horror!- hasta contando chistes por añadidura, me impone, en
cambio, la más absoluta certidumbre de que no podría dar, en igual trance, sino
el más bochornoso espectáculo de histeria y cobardía. La simpatía es un
arcaísmo de quienes creen, quieren creer o necesitan fingir que hay todavía un
medio, un ámbito de vida pública, en el que los hombres pueden allegarse en
algún grado, de manera directa y espontánea, los unos a los otros. La antipatía
es resistencia y repugnancia a simular y escenificar –abyectamente- un mundo
que no existe.
Vendrán más
años malos y nos harán más ciegos, Rafael Sánchez Ferlosio, p. 14.
Quizás es eso, que los libros antipáticos, los libros de Askildsen, los libros de Ferlosio, nos transmiten una “arbitraria e injusta” certeza de su
dignidad moral: sabemos que en los días duros, en los días de descarrilamiento,
cuando de nada nos valga el consuelo existencial de la blandura literaria,
serán ellos los únicos –estoicos- que se la jueguen por nosotros, sin miedo a
acercarnos al espejo, sin miedo a susurrarnos lo que somos o lo que podemos llegar a ser.
Bonito, ¿no?
Las cuatro obras de Kjell Askildsen traducidas el castellano son “Últimas
noticias de Thomas F. para la humanidad”, “Los perros de Tesalónica”,
“Un vasto y desierto paisaje” y “???”. Todas han sido editadas por
la editorial Lengua de Trapo. Las tres primeras están reunidas también en
edición de bolsillo en un volumen titulado “Todo como antes” editado por Ediciones
Debolsillo.
Los perros de Tesalonica, su
libro más famoso, es una secuencia de relatos cortos sobre la vida matrimonial.
La crítica más fría y despiadada de la vida en pareja. En cada relato la
superficialidad y la angustia parecen conducir a los personajes hacia un
abismo, hacia una quiebra o giro que la banalidad y la hipocresía terminan
siempre posponiendo.
Pero su libro más brillante es, Últimas
noticias de Thomas F. para la humanidad. La idea es presentar las últimas entradas del diario de
un viejo escritor jubilado en los días o semanas anteriores a su muerte. Se
trata de relatos cortos de episodios cotidianos de una vida ya puramente
inactiva, ya meramente contemplativa, de una vida reducida a su mínima
expresión. Pero la contemplación de Thomas
F. es una contemplación crítica y rabiosa, de un escepticismo orgulloso e
infatigable. El encuentro con una hija,
con un hijo, con una enfermera, con su hermano o el paseo hasta un café,
sirven al lector para conocer la rebeldía del narrador, su resistencia a todo
sentimentalismo o impostura social. Quizás lo más extraño y conmovedor del
libro sea su significación ambigua de la soledad. Por un lado, de entrada, da
pena lo sólo que está ese viejo, viudo y que pasa la mayoría de los días sin
salir de casa. La soledad parece su condena, el veneno en el que se ahoga. Y,
sin embargo, por los pocos y esporádicos encuentros que tiene Thomas F. con otros seres, el lector se
convence que la soledad es el único bálsamo, el último reducto de la libertad.
Santiago Gerchunoff
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