Comentario
de Esther Bendahan sobre La vengadora, de Carmen Botello:
Lo
primero que quiero comentar es que me siento feliz de ver que todavía hay gente
que lee, que le interesa la lectura y
que conforman una comunidad de lectores. Por lo cual, agradezco a los organizadores de esta tertulia
su invitación. Por motivos personales no
puedo acudir los viernes para estar con ustedes, pero siempre he estado informada de las
lecturas que hacen, me interesan los
temas que convocan y leo en el blog Liter-a-tulia
los desarrollos de la fantástica selección que hacen, de la cual voy aprendiendo.
El
cuento, en sí mismo, es un género que posee una capacidad que va
más allá de la novela, pienso, incluso, que tiene la fuerza del poema, en el sentido de que se muestra como una
revelación. Por eso me parece el género
más difícil.
Respecto
de La vengadora, el hecho de que introduzca el título desde el
inicio, nos pone sobre aviso en relación
a la tensión que va a suceder en algún momento del relato. Albergaría la intención de que el lector este
atento. Eso es lo que me sucedió, estuve atenta e, incluso, tuve que hacer un guión de nombres para hacerme
con los personajes.
Quiero
destacar el estilo del relato. Me parece
muy intenso. Hay algo en la manera de
narrar que me recuerda a la literatura hispanoamericana, quizá algunas
palabras, algunas construcciones, tal
vez la riqueza de los elementos sensoriales, es decir, hay algo en este cuento
que nos evoca un clima diferente a lo castellano. Esto sería lo primero que en
el cuento me empezó a interrogar.
Por
otro lado, la estructura nos lleva hacia un final como tiene que ser en un
cuento. Yo pienso que puede ser o no, pero en este caso el cuento está, desde
el principio, con el título mismo, dirigiéndonos hacia un final. Cuando leo un
cuento, lo primero que me interesa son las primeras frases, porque inmediatamente
nos introducen en el espacio, en el tiempo, en los personajes. Me parece uno de
los momentos más complicados, porque es cuando se produce la selección, surge
la pregunta de cómo hacer para entrar de pronto en la vida de los protagonistas,
en la casa de alguien, para verlo todo sin que apenas hayan dicho nada. Eso lo
vemos muy bien en Nueve cuentos, de
Salinger. En uno de esos relatos, desde la primera frase ya sabemos que estás
en un barco, en un espacio pequeño. Y eso, en muchas ocasiones, es
sorprendente. Creo que es una de las técnicas que hay que destacar. Y en este
caso, desde el inicio estamos con un padre que se sienta al fuego, y la narración
tiene unos elementos, muy presentes, que ya nos están indicando quiénes son los
personajes, dónde se sitúan, etc.
El
tiempo se va rompiendo en muchos elementos. Al comienzo parece que estamos
situados en una boda pero, en realidad, la boda ha pasado, el cuento te lleva a
saltos, algo que me ha gustado como se ha hecho, porque va propiciando una
evocación del presente, del pasado presente que hace que nos ligamos muy
rápidamente a la historia. Eso en cuanto a la parte de la estructura. En cuanto
a los personajes, creo que hay una línea que va contando, de una forma muy
sutil, una serie de relaciones que se van estableciendo.
Más
adelante leeré un párrafo que he seleccionado del final, que creo que es donde
radica una parte importante de la fuerza del cuento. Con frecuencia, trabajo
los cuentos desde el origen del nudo. En este sentido, una de las preguntas que
dirigiría a Carmen Botello, por mi propio interés narrativo, es cómo eligió el
momento del cuento, porque creo que lo importante de este cuento hay que
situarlo, aproximadamente, en la mitad de la narración. Eso hace que nos
vayamos precipitando hacia ese final ya cargados de elementos que, finalmente,
no son los que determinan el cuento. Es una pregunta relativa a construcción.
Otro
elemento importante es la relación con el padre. Aparece una idea sobre la
verdadera furia del personaje, que desemboca en una serie de personajes finales,
los que han causado el dolor, la herida. Alguna frase de Ofelia parece contener
toda la furia contra su mundo y contra su padre, que son quienes deberían haber
recibido todo ese golpe que recibe su perra. Ese nudo me parece estar latente
en gran parte del relato.
Carmen
Botello: Ese nudo que señalas es lo más decente del personaje
de Ofelia. Ésta sabe que es una privilegiada, y detesta que quienes deberían
saberlo también y obrar en consecuencia, no lo hagan. Detesta que no la maten a
ella, que es un enemigo objetivo y que, por eso, merecen su castigo, su
venganza. Y en vez de hacer eso, descargan su venganza contra un animal
indefenso que no tiene nada que ver.
Esther
Bendahan: Respecto a los asesinos de la perra, yo no sentí
que se estuvieran vengando, sino que actuaban gratuitamente. Y es verdad que
eso es lo más decente de Ofelia, porque en ella hay mucha furia y mucha violencia.
Finalmente,
he subrayado un párrafo en el final del relato, que dice lo siguiente:
Él dejó caer la
cabeza sobre el pecho como si su cuello se hubiera quebrado ante el peso de un
miedo incontenible que no tenía punto alguno por el que fugarse.
–Te has
equivocado. El juez del distrito nació en San Dieguito. Todo lo que sucede allí
le importa y mucho. Esto no va a acabar así.
–¿Fue alguna vez
tu alumno? –Ofelia exhaló un humo azul en que quedaron enredadas sus palabras.
–Tiene casi
cuarenta años. Abandonó el colegio mucho antes de que yo decidiese
incorporarme.
Ofelia
Sancristóval de Maldonado suspiró y sacudió la ceniza.
–Ya había notado
yo que carecía de esa esencial virtud que tú les quieres inculcar a tus
muchachos. Es fácil de corromper. Como todos los demás. Nadie va a pedir una
autopsia, te lo aseguro.
Aquí
nos indica muy bien cuál va a ser el final de todo el proceso. Sorprende la
relación con Alberto, el marido, y además da la sensación de que ese saber que
ella sugiere crea una sensación de futuro. Felicidades.
Luis
Teskiewicz: Parece evidente que el relato está ambientado en Latinoamérica,
probablemente en México. Por un lado, el relato presenta figuras, discursos y
actos pertenecientes a personajes que se presentan como esclavos. Entre ellos
están quienes matan a la perra, reacción que, si bien uno podría decir de
venganza, en realidad matan a la perra pero no a los que serían sus enemigos de
clase, sus enemigos objetivos.
Por
otro, nos encontramos con discursos de amos. En ellos, Ofelia asume el lugar de
amo. Tiene un amo mayor que ella, su padre. Pero ella asume el lugar de amo en
el sentido de que acepta la esclavitud en la que viven las mujeres en su propio
medio y en su propia clase social. Ofelia hace como su padre, y reacciona como
amo.
Lo
más interesante del cuento me parece la oposición entre Ofelia y Alberto, dos
posiciones originadas dentro de una misma clase, la de los amos. Alberto parece
más ingenuo con su benevolencia, su intención de ayudar, pero fuera de la
realidad. Ofelia, por el contrario, parece más realista, reconociendo las cosas
como son. Y en su lugar de amo se sitúa, no solo en su desprecio por estos
esclavos que no se revelan bajando a la calle, a la zona de los ricos para
matarlos, sino que se sitúa en una venganza donde tiene todo el dominio, el
poder, la garantía de impunidad que le da su clase. Pero no se trata sólo de
matar, primero es lastimar, golpear provocar sufrimiento y luego quemarlos
vivos. O sea, en su lugar de amo, Ofelia muestra un sadismo, realmente, muy
llamativo.
Yenia
Camacho: En cuanto al conflicto entre amos y esclavos, es
curioso cómo los personajes del lado de los esclavos, como la sirvienta india,
sienten las mismas preocupaciones que los señores, sus amos. Preocupaciones
sobre el matrimonio de Ofelia con un maestro, con un “simple” maestro. Y, efectivamente,
los que están en el lado de los esclavos, son inmaduros, si los tomamos desde
el lado de la rebeldía. En ese sentido, he visto también una venganza, no como
la de Ofelia, pero una venganza, la de los muchachos. Me parece que eligen el
sitio al que van, el veterinario, donde no sé si buscaban al perro de a Ofelia
o a cualquier otro animal. Pero hemos estado siendo advertidos profusamente a
lo largo del texto de que los animales, para los que no son amos, son más
importantes que ellos mismos. Luego, el hecho de elegir hacer daño a través de
un animal, creo que le da un poco más de fuerza a esa intención. Son muchachos que
han sufrido directamente, o a través de alguien de su entorno, los latigazos de
Ofelia. Como dice Alberto, su marido, viven con la conciencia de que, en su
mayoría, no van a pasar de los veinte años. Viven en la inmadurez de una
situación sin salida. Y en cierto sentido, el relato mismo nos plantea una
solución sin salida. El amo hace de amo, el esclavo hace de esclavo, y la supuesta
vía intermedia de Alberto, en realidad no es tal. Tiene buenas intenciones, pero
asiste impasible a los actos que va realizando su mujer. Él no reacciona. Probablemente
es una cuestión de clase, pues en ningún momento le hace frente hasta que el
hecho está consumado y lo va viendo venir. Me gustaría que Carmen Botello
comentara esa sensación que me ha dejado el relato, la sensación de que ahí
nada es posible. Me ha gustado mucho el lenguaje, lo encuentro fuerte, violento,
seguramente como la historia que nos cuenta, y la situación que se vivía en ese
país.
Carmen
Botello: Lo primero que quiero decir es que la historia no
está situada en ningún país concreto. Pero sí suenan palabras que,
efectivamente, nos podrían evocar México. Yo quería hablar de una mujer en un
entorno, como bien se ha señalado, de amos y esclavos, con la presencia de un mundo
animal, muy importante para comprender la furia de Ofelia. Imagínense que en
una hacienda nacen y mueren animales constantemente, la vida en el campo, en el
mundo rural, en principio, parece menos compasiva con los animales. Éstos
tienen la función de producir, y no se utilizan para otra cosa. Sin embargo,
quería que la obligación de Ofelia con el mundo animal fuese más profunda. Esa
relación se establece a través del padre, que es su héroe.
El
personaje de Ofelia me vino muy bien para tratar uno de mis temas favoritos en
la literatura, la venganza y su responsabilidad. No la culpa, sino la
responsabilidad. Ofelia, como queda remarcado en el mismo título, lleva su
nombre de goce: La vengadora. Es así
como se presenta ante el mundo. El hecho de ser una vengadora y gozar con ello,
era su condición. Y el hecho le viene favorecido porque está ubicada en una
clase social que se lo permite. Pero como en el fondo nadie es del todo una
mala persona, hace esfuerzos para atemperarse. Su marido Alberto tiene esa
función de atemperar. Pero también los animales. La compasión que le despiertan
la atempera. No así los esclavos, que la irritan profundamente, porque ella
sabe que deberían cortarle el cuello. Y lo sabe de forma racional, porque está
en una posición de ama a la cual no va a renunciar. Pero como digo, ella entendería
que alguien la agrediese a ella o le cortara el cuello. Ella no lo va a
permitir ni se lo va a poner fácil a nadie, pero le parecería muy razonable.
Siempre
que alguien cercano viaja a determinados lugares de Latinoamérica, le pregunto
por esa enorme diferencia social que existe allí. Tengo una amiga que dice que lo
primero que sintió, al bajar del avión en el aeropuerto de Bolivia en La Paz, era
cómo esa gente no les cortaba el cuello allí mismo. Y eso por la diferencia tan
brutal que observa. Es cuando uno se puede plantear su situación de privilegio,
pero sabiendo muy bien lo que merece.
Esther
Bendahan: Además de la historia sobre las clases sociales,
percibí una sensación de odio contra sí mismo. Ofelia habla de cortar el cuello,
y aparece la idea de matar al otro. Violencia que no aparece en la clase no
privilegiada, que no le corta el cuello al amo, sino en la clase privilegiada,
que no reconoce en el otro al hombre. Pero veo también una violencia de ella
misma contra lo propio.
Carmen
Botello: En efecto, vemos que no quiere tener hijos, que no
ama a Alberto, lo ridiculiza, lo utiliza, como dice su padre, para que la
atempere, para que alguien desde fuera ponga a prueba el valor de su familia. Es
una conducta malvada, Ofelia es un personaje malvado. Lo que pasa es que a mí
me cae muy bien. Pero es malvada sin paliativos.
Carmen
Peces: Mi
lectura no va en el sentido que planteó Luis Teskiewicz de amos y esclavos,
sino que me prendió la manera que Carmen Botello tiene de narrar, ese runrún de
los pensamientos de Ofelia, esa especie de soliloquios tan bien contados, momentos
de soledad cuando está bañándose, o poniendo la mascarilla. Son momentos
narrados de forma extraordinaria, momentos en que se despliega el suspense.
Yo
no tenía datos de la autora, no sabía nada de ella, ni sabía de qué país era
natural. Y situé la hacienda de un latifundista latinoamericano. Incluso
fantaseé con que esos apellidos tenían que ver con toda una historia ubicada en
un país de Latinoamérica.
Antes
de escuchar los comentarios que se están realizando, no había pensado en la
cuestión de los animales. Me parecía desproporcionada esa venganza motivada por
el hecho de matarte a la perra, tu animal de compañía. Ahora, escuchando los
comentarios, veo que está muy bien planteada esa venganza. La cuestión de los
animales está desde el inicio. Algo que Ofelia ha vivido desde su infancia. Se
hace la relación exhaustiva de todos los animales, y cuentas muy bien el
momento en que pare la vaca y cómo actúa el padre en ese momento. Entonces, que
le hayan matado a la perra no es baladí.
El
personaje de la madre, Piedad, me parece muy relevante, aunque le das sólo unas
cuantas líneas. Lo digo en el sentido de que Ofelia hace todo de forma muy
planificada. Previamente manda botellas de licor, de forma anónima, y
envenenadas, para que cuando ella llegue estén los muchachos medio muertos. Y
en algún momento, Ofelia fantasea con que su madre vea en esa escena, brotar de
la sangre de uno de los tres chicos. Claro, eso te deja sobrecogida. ¿A dónde
va encaminada la venganza de esta mujer?
Carmen
Botello: Ofelia es la vengadora que encuentra la excusa
perfecta en la matanza de su perra. Pero ella tiene que vengarse de muchas
cosas.
Carmen
Peces: En un momento determinado pensé que iba a matar a
su marido. Porque se va gestando algo que ella no soporta, y es que no soporta
que Alberto se inmole en una simple escuela de pueblo. De algún modo culpa al
marido de la muerte de la perra. Es decir, se va gestando algo de ira contenida
que yo no sitúo en relación a las clases sociales en nada de clases sociales
sino de algo que como ésta lleva puede ser la bomba punto
Carmen
Botello: La vengadora se llama Ofelia San Cristóbal de
Maldonado. Mal donado. Los nombres no son tampoco inocentes. Esta Ofelia está
incluida en un volumen de relatos dedicados a mujeres extraviadas, que se
vuelven locas. Ésta también va más allá de lo razonable, de la venganza razonable,
de la venganza que se puede entender por la clase social. Su condición de goce
es ser la vengadora. Entonces, si no hubiera pasado lo de Margot, la perra, si los
muchachos no hubieran irrumpido… Yo a los chicos no los pensé vengándose, estaban
ciegos de lo que fuera, de coca, y entraron con las motos destrozando todo.
Hicieron eso como podrían haber hecho cualquier otra cosa. Ellos no iban a
vengarse de nada, no son vengadores, simplemente son gente irresponsable con
los recursos que les dio el barrio de San Dieguito, recursos que no les han
servido de nada. Se dedican a portarse rematadamente mal. Y dieron con Ofelia en
ese momento, dieron con una vengadora. Y porque puede lo hace.
Ana
Castaño: En primer lugar quiero felicitar a Carmen Botello,
es un auténtico placer tenerla hoy con nosotros. Su relato me parece
extraordinario. Me evoca la película de Amores Perros, película de una dureza
tremenda en la relaciones. Del personaje de Ofelia me resulta llamativo cómo vas
describiendo los acontecimientos del cuerpo. Leemos esa escena en la que ella
está sola, también con su propio goce, dónde piensa que si se quedo embarazada
que va a ser de ella. Describe en esa escena cómo siente todo lo que le va
pasando en el cuerpo, lo mismo que en los encuentros con Alberto.
Al
título de La vengadora yo añadiría la gozadora. Es como que está a la espera de
algún acontecimiento que le dé licencia para pasar a la acción. En efecto, no
tiene ninguna culpa el propio Alberto cuando se va a enfrentar a los chavales.
Y creo que precisamente está esperando eso porque lo que le atempera, que son
los animales y Alberto, la atempera hasta que deja de atemperarle. Precisamente
en el momento en que empieza a ver al marido como un pobre hombre, se produce
una herida, algo se le hace insoportable en el marido, lo cual me hace pensar
que en esta vengadora hay una ausencia de amor. Ofelia no ama.
Carmen
Botello: Realmente, sólo ama a su padre y a los animales.
Rosa
López: Quiero comentar algo a propósito de lo planteó
Carmen Peces. Ella tuvo la impresión de que Ofelia podía llegar a matar a su
marido Alberto. Y la cuestión es que lo mata. Pues matando a los chicos, mata todo
lo que en el marido hay de bello, de ideal, de piadoso. El párrafo que citó
Esther es de un cinismo que te deja pasmado. Cuando se refieren al juez dice:
–¿Fue alguna vez
tu alumno? –Ofelia exhaló un humo azul en que quedaron enredadas sus palabras.
–Tiene casi
cuarenta años. Abandonó el colegio mucho antes de que yo decidiese
incorporarme.
Ofelia
Sancristóval de Maldonado suspiró y sacudió la ceniza.
–Ya había notado
yo que carecía de esa esencial virtud que tú les quieres inculcar a tus
muchachos. Es fácil de corromper. Como todos los demás. Nadie va a pedir una
autopsia, te lo aseguro.
Es
un acto en el que, verdaderamente, mata todo.
Y
si la madre no se llama Piedad de forma casual, también es obvio que el único
amor que hay en la vengadora, es hacia el padre, con un tufo incestuoso
impresionante. Un padre con unos trastornos del humor brutales, que pasa de un
acto al otro de una manera inopinada. Como Ofelia misma, es el Doctor Jekill y
Míster Hyde, monstruo egoísta o dama encantadora y educada. La escena en que la
madre se enamora del padre, escena en la que éste ayuda a parir a una vaca, se evoca
varias veces. Y el hecho de que el padre le regale la galga, es una metonimia
del padre, un objeto que el padre le ha pasado. Y el único amor y creo que
incestuoso, está en ella y lo dice varias veces. Al respecto, hay frases muy
notables, como que a la única persona que le importaba complacer en la vida era
al padre. Y de hecho, cuando aparece Alberto, el padre le dice que actúe como la
gente piensa que debe ser, aunque nosotros sepamos que eso es una estupidez. Entonces,
ocurre que hay algo en el padre que lo que transmite es el amor a lo que no es
humano, a los animales. Es decir, el padre no ama, es una fiera. No es un
animal, ni mucho menos, porque sólo los seres humanos pueden ser tan fieros, pero
hay algo de la fiereza del padre que pasa a la hija, que tampoco ama. Además,
lo dice en algún momento, no siento la menor piedad por la gente que sufre, por
el dolor de las personas. Es decir, las personas no le interesan nada, los
niños aún menos, el ser humano nada. Sin embargo, los animales están en la
línea del único amor conocido por Ofelia, es ese amor psicótico del padre hacia
la naturaleza, hacia el campo. Ofelia es una loca. Todo aquello que es humano debe
morir. Deben morir los ricos, deben morir los pobres, deben de morir los
miedosos. Deben de morir todos menos los animales, eso es sagrado. Es terrible
esta mujer.
Rosa López
Comentario
de Gustavo Dessal sobre La vengadora, de
Carmen Botello:
Como
no soy crítico literario, me puedo
permitir afirmar que la obra de Carmen Botello tiene un gran peso específico en
las letras españolas. Me lo puedo
permitir porque mi juicio se basa, por
una parte, en mi gusto personal (admiro
a los autores que dicen lo que hay que decir, o lo que consideran que deben decir más allá
de todo convencionalismo), y por abordar
los temas cruciales de la existencia sin ahorrarnos disgustos. No es una literatura para entretenerse en el
tren o tomando el sol en la playa. Sus
novelas y relatos son decididamente terribles. Su extraordinario mérito consiste en ponernos
de cara a todo aquello que preferiríamos no ver, pero haciéndolo de tal modo que no podemos
resistirnos, porque nos convoca mediante
una prosa poética de una belleza hipnótica. Su manejo del lenguaje, de la metáfora, de la palabra que hiela o quema según la ocasión,
la convierte en una autora peligrosa. Quiero destacar muy especialmente una de sus
obras más logradas: Un error (Ediciones El Nadir, Valencia 2004), un conjunto de relatos que pueden leerse por
separado, pero que conforman una unidad
narrativa que tiene por escenario un lugar del mundo tras una suerte de
apocalipsis nuclear. Ya sabemos que
sobre este tema se han escrito muchas cosas, pero este libro no es una obra de ciencia
ficción. Por el contrario, y al igual que La carretera de Cormac McCarthy
(al que nada tiene que envidiar) se trata de una reflexión sobre el ser, una especie de metafísica del mal que nos
envuelve en una atmósfera cautivante, en
la que una vez más, lo como lo vemos en
el relato que hoy nos ocupa, Carmen teje
admirablemente los hilos de la belleza y el horror para formar un lienzo que
nos deja un dolor en la mirada.
Cuando
leí su novela Un perro en las nubes (El Nadir, Valencia 2007), me quedé extasiado con el epígrafe que Carmen
eligió para encabezar el libro. Es una
cita de una obra de Marlen Haushofer que se titula La puerta secreta (Ed.
Siruela, 2003). La cita es la siguiente: “El malestar en el
que vive el hombre moderno es la
tragedia silenciosa de las pérdidas de honor no vengadas. Pasar por alto y no vengar las ofensas nunca
ha generado otra cosa que resentimiento. Resentimiento por ambas partes, porque quien ofende sabe lo que se merece”. Haushofer
dice que devolver el golpe no responde a una sed de venganza, “sino al restablecimiento de un orden que
fue violado con el primer golpe”.
Voy
a recordar otra frase, pero esta vez de
Nietzsche, y que pertenece a su Más
allá del bien y del mal, donde dice
que “En la venganza, como en el amor,
la mujer es más bárbara que el hombre”.
¿Cuán de cierto hay en esto? En todo
caso, quizás no sea por azar que los
griegos encarnaran en deidades femeninas, las Eríneas, la dimensión de la venganza.
La
temática de la venganza es un espectro que sobrevuela en muchos momentos de la
escritura de Carmen Botello. Los
escritores tenemos, cómo no, nuestros propios fantasmas, y debo decir que la venganza es también uno de
mis favoritos, al. De que no se me
escapa que cuando escribí “La explosión”, un relato que pertenece a mi segundo libro, estaba bajo el influjo de la cita de Marlen
Haushofer.
Como
suele suceder, “La vengadora” es
un cuento que admite diversas lecturas. Carmen nos introduce de lleno en una realidad
tremenda, cada vez más acentuada, y que aunque la reconozcamos claramente como
una acción que tiene lugar en alguna región de Latinoamérica, tal vez México, es posible extenderla a cualquier parte del
planeta. Vno de los aspectos que más me
gusta de la manera en que Carmen emplea su afilado lenguaje es el hecho de no
hacer concesiones a ninguno de los “ismos” que cada vez más inundan la
literatura. No es feminista, no es machista, ni pacifista ni belicista. No es políticamente correcta, y por lo tanto a través de Ofelia San
Cristóbal lanza verdades muy duras, de
esas que escandalizan a la izquierda europea y hacen fruncir el ceño a la
derecha. Podemos hacer una lectura
“política” y “social” de este relato, seguramente legítima, en la que entre muchas otras cuestiones Carmen
arroja preguntas cruciales: ¿debemos creer en la reeducación? ¿La violencia es
dócil a los principios de la razón? Más aún, ¿debería serlo? Porque de inmediato advertimos
que, a través de Ofelia, Carmen se abstiene de juzgar dónde está el
bien. Si Ofelia desprecia los nobles e
inútiles intentos de Alberto por redimir a los olvidados de la tierra, no lo hace desde la posición reaccionaria del
amo. Ofelia experimenta un odio
despiadado hacia la chusma que ha profanado su vida, y al mismo tiempo desprecia a esos seres por no atreverse a
pasar a degüello a todos sus verdugos, o
sea, a aquella clase que durante siglos
los redujo a la nada. Ofelia no
retrocede ante el odio y la venganza. Se
muestra, en ese punto, más implacable que un hombre. Y es aquí -no puedo evitarlo, es la fuerza de mi oficio el que me hace
hablar- que me inclino por otra lectura que no invalida la anterior y que me he
limitado a indicar.
Entremos,
entonces, en otro terreno, en el que Carmen se mueve con la destreza de
quien conoce los territorios donde jamás sale el sol, y nos cuenta lo que allí sucede empleando el
fuego graneado e inmisericorde de un lenguaje que hiere sin atravesar en ningún
momento el límite del pudor. No es
necesario ser demasiado explícito para hablar del mal y lograr que el lector lo
respire: basta con escribir bien. Medeas,
Antígonas, Ofelias, son las mujeres que transitan por las
historias de Carmen Botello. La Ofelia
de esta tarde, construida con la
amalgama feroz del amor incestuoso al padre y la identificación a los valores
viriles que simbolizan la tradición en la que ella está inscrita, es mucha mujer. La historia nos muestra muy bien la
dialéctica imposible entre los ideales de Alberto (a quien no le ha faltado la
valentía de renunciar a su posición social), y Ofelia, que encarna el exceso, el odio que no atiende a razones, la insensatez de quien está dispuesto a todo, porque en el fondo no tiene nada que perder. La valentía de Alberto se rige por la renuncia,
mientras que la de Ofelia está gobernada
por una voluntad que, como Antígona o
Medea, no se detendrá ante nada. La venganza se sobrepone a la culpa, y Ofelia se entrega a ejecutarla porque
desprecia cualquier forma de medida o de límite. No teme, no piensa en las consecuencias, ni tiembla; no cree en lo que el varón
representa: el freno de la civilización, la moral, las buenas intenciones, la segunda oportunidad.
Desde
luego, Ofelia ha sido forjada en el amor
incondicional de su padre, al que ella
corresponde sin vacilaciones. Ningún
hombre estará a la altura del padre, y
Alberto es para ella algo más próximo a la debilidad de Doña Pilar, su madre. Carmen no necesita más que unos
pequeños trazos para dibujar con gran precisión el universo subjetivo del que
Ofelia es parte. El valor de la
protagonista no se limita a ser aquello que su padre le ha reconocido y alabado.
No es el valor de la joven que se lanza hacia adelante respaldada por la mirada
paterna. Ni siquiera podríamos estar seguros de que aquí la palabra valor sea
la apropiada. Porque la venganza de
Ofelia no nos es presentada en el marco de las virtudes del coraje, ni se trata de una conducta circunscripta por
los límites de la acción moral. Ella se
identifica a la furia ciega, a la fuerza
pulsional desatada. Es la dignidad de la
locura del ser femenino. Pero convierte
afinar que no se trata de una violencia fuera del sentido, de un rapto, porque la venganza se ejecuta siguiendo las
líneas de un plan perfecto, de un deseo
sin vacilaciones. Me encanta esta Ofelia.
No estoy muy seguro de que, a pesar de su sugerente belleza, me atreviese a dormir con ella. No obstante, como creo que le habrá sucedido a más de un
lector, no puedo menos que admirarla.
¿Qué
es lo que ella no está dispuesta a perdonar? No es exactamente el crimen que ha
cometido la pandilla, sino el hecho de
que se hayan ensañado con la víctima equivocada. Ofelia sabe que se trata de una guerra, y asume el odio en toda su reciprocidad. “Deberían prenderle fuego a sus barrios
miserables e invadir como una furia las calles de los barrios ricos, blandiendo a sus hijos como si fuesen espadas,
armados de orgullo y cólera…descuartizar
con sus manos a algún descarajado como mi suegro, rico a morir…”
Matar
a Margot, dice Ofelia, ha sido una venganza indigna. Y ella va a ocuparse de que la venganza
recobre el sentido de la dignidad. Sin
duda, esto nos abriría a un debate para
el que necesitaríamos incontables horas. Pero entretanto, celebro que exista una literatura que se
atreva a desafiar los temas prohibidos.
Gustavo Dessal
Carmen Botello: Muchas gracias por esta
lectura de mi Ofelia. Es una Ofelia sin medida, loca, sabiamente loca, y con una
ética. Lo que más me gusta del personaje es justamente eso –lo otro no se le
puede respaldar— la posición ética de aceptar su odio y el odio que puedan
tener hacia ella, o lo que es lo mismo, aceptar que tiene que pagar un precio.
Es lo que salva a ese personaje, si no, sería una loca de atar, sin más.
La venganza es un tema apasionante. Si lo pensamos un poco, legislamos para
organizar la venganza de un modo civilizado. El Código Penal es la venganza
ordenada, es decir, el límite que ponemos a nuestras venganzas. Siempre digo
que me encantaría vengarme de cantidad de cosas, pues tengo deseo de vengarme
de ellas, por eso entiendo que se legisle en mi contra, porque soy una buena
persona.
En el caso de la literatura no puedes hacer nada más que escribirlo, o
hacer un acto creativo realizando una película, etc. Es lo que podemos hacer
con la venganza. Y el Código Penal tiene la función de atemperarnos y de
organizar la venganza.
Miguel Ángel: Pensando el tema de las leyes, si no hubiera un miedo
al castigo, qué cosas seríamos capaces de hacer. Y en los regímenes
dictatoriales ocurre esto, no hay miedo al castigo y pueden hacer lo que quieran.
De ahí la propia corrupción nuestra de cada día. No sé si ese es el mecanismo.
Carmen Botello: La impunidad es lo que
garantiza que se puedan cometer todo tipo de actos. Ofelia también teme al
castigo, le preocupa el castigo y se protege, pues corromperá a quien tenga que
corromper para que no le pase nada. En ese sentido, no es trigo limpio. Ella
maneja la situación. Pero si no hubiera miedo al castigo, nos soportaríamos muchísimo
peor. No hay más que ver los tiempos que corren, las ganas que tiene la gente, no
de portarse mal, yo diría de portarse bien, pero sosteniendo unos deseos que si
los proyectase encontraría el castigo. Así que, antes de que llegue la ley
mordaza, voy a decir algo que quizás dentro de algún tiempo me cueste treinta
mil euros. Este país no tiene honor, ha perdido el honor.
Intervención: Yo quiero felicitarte porque me parece que estamos ante
un relato muy intenso, muy sugerente y, además, porque has construido muy bien
a los personajes. Encuentro que Ofelia está muy bien construida desde el
comienzo y considero que es una persona muy caprichosa, porque lleva a cabo una
venganza desproporcionada en relación al daño que le han hecho. Pero es también
muy caprichosa porque quiere que demostrar que puede hacer todo lo que hace porque,
en efecto, es impune.
Carmen Botello: Lo hace porque puede. Es la
impunidad, el manto con el que recubrimos las acciones.
María José Martínez Sánchez: Este personaje puede
hacer lo que hace y, además, corromper al juez, porque ha sido educada en ser
dueña y ama de los demás. Pero yo me pregunté acerca de la rabia de esta mujer,
que podría ser un hombre o cualquiera, ¿si no hubiese sido educada en este
capricho, si hubiera nacido entre los pobres, sería un líder revolucionario? Esa
rabia relativa a los imbéciles que no le cortan el cuello a ella, quizá ella sí
los cortaría. Encontré esa doble vertiente.
Carmen Botello: No podemos saberlo. ¿Una
vengadora en el otro lado? No podemos pensarlo en términos de revolución porque
ahí entran cuestiones sociales y políticas. Creo que esta Ofelia, como otras
mujeres que han tomado venganza, está impulsada por una convicción tomada de
una ética propia. Y no sé si educada de otra manera…
María José Martínez Sánchez: Tiene la ética de
la maldad asumida y del poder, de modo que su venganza es muy pensada, muy
meditada. Es lo que resulta más impresionante. Sobrepasa los límites de un
simple golpe.
Carmen Botello: En efecto, ella se recrea
previamente, cuando piensa en esa escena viendo que la madre es salpicada con
la sangre.
Intervención: Resulta curiosa una cuestión que le plantea el padre. “Tienes que demostrarle que eres capaz de
vivir como le parece que es mejor, aunque tú y yo sepamos que se trata de una
estupidez”. Pero luego dice: “Debe
creer que careces de carácter, de la fortaleza que se adquiere únicamente
forzando los talentos con los que nacemos al compás que marca la naturaleza”.
Le está remitiendo a una ética que está por fuera del orden social
civilizatorio, y está apelando a un orden natural, con una especie de
romanticismo y con lo grupal de la naturaleza. En definitiva, apela a un orden
no civilizatorio, contrapuesto al orden educativo del que está hablando Alberto.
Lo cual también es una actitud hipócrita porque, en realidad, él no ha sido valiente
ante nada.
Carmen Botello: Se ha enfrentado a su padre.
Intervención: Pero vive con Ofelia, que tiene dinero, y el entorno lo
ha arropado. Él forma parte de lo que el padre de ella considera aceptable. Es
un marido conveniente.
Rosa López: Estoy muy de acuerdo con este planteamiento. Pero creo
que no se le puede llamar ética, ética de la naturaleza. Reducir al ser
hablante, humano, a la condición animal de la naturaleza, es sacarlo de la
civilización, de la ley y de la ética. ¿Cómo introducir la ética del mal? Podríamos
hablar en esos términos, pero es necesario hacer alguna aclaración.
En primer lugar, estamos ante un personaje excelentemente recreado. Es la
sabiduría que tiene Carmen Botello, con una gran finura clínica. Yo,
inevitablemente, leo con el gusto de la lectura, pero también desde la
vertiente clínica. Y cuando habla de sus cambios de humor tan precipitados, que
despistaban a los dos personajes en serie, la madre y Alberto, los despistaba
hasta el punto de que ellos pensaban que se estaban equivocando, que lo estaban
percibiendo mal, interpretando la mal. Era una cosa que producía un efecto
distorsionador en el otro, menos en el padre, que sabe bien de lo que se trata.
Se trata de esta cosa bestial, fiera de la naturaleza que forja el carácter. Es
impresionante la cantidad de puntos clínicos que Carmen ha ido planteando sobre
un personaje psicótico. Al respecto, es un extraordinario ejemplo con una lógica
implacable.
Y en relación al problema de la ética, yo diría que la ética es la ética
del deseo, y aquí se trata de la pulsión pura y dura. Ni deseo, ni amor, ni dialéctica,
ni ambivalencia, ni nada de lo que humaniza al ser humano. Ofelia es la pulsión
desatada.
El tema de la venganza es muy sugerente. Hay venganzas que, cuando las
leemos en la literatura, o cuando las vemos en el cine, nos producen una
satisfacción. Nos satisface porque notamos que solamente se hace justicia de
esa manera cuando ya se ha apelado a todas las cosas. De hecho, recuerdo una
mujer en Alemania, en los años 70, que mató en pleno juicio al violador de su
hija de 6 años, a la que había asesinado. Delante de sus abogados le pegó los
tiros sin esperar a la sentencia. Y eso producía satisfacción. Este libro, en
su lectura, no me ha producido ningún gusto, no sé a los demás lectores. A mí
me ha espanto la posición de Ofelia. Es Medea matando a los hijos de Alberto. Es
un horror, pero el personaje está muy bien escrito.
Carmen Botello: Hay que decir que ella no
hace lo que hace para que le corten el cuello, aunque sepa que eso es lo que le
toca, lo hace porque está tomada por esa pulsión, porque quiere, porque puede, porque
a pesar de tener ese pensamiento de que deberían de cortarle el cuello, ella no
lo va a permitir. Antes va a cortar el cuello a los otros. No hay una moral en
su comportamiento. Lo hace porque puede hacerlo y tiene la suficiente lucidez
como para pensar que aquellos son unos esclavos y si se comportan como tal, miel
sobre hojuelas.
Respecto a la cuestión del incesto. No lo pensé demasiado, me pareció que
era lo que tocaba en una persona cómo esta con ese loco amor al padre. Pero no
hay incesto real. Ese bulto que está en los corrales corresponde a una niña que
el padre trae porque puede. Después de estar con la madre gozando de ella, surge
algo bestial, baja los escalones y remata la faena con una criatura que ha
robado. Los hechos son muy bestiales. Y lo malo es lo que decía Gustavo, que el
mundo está lleno de gente así.
Gustavo Dessal: Quiero comentar algo sobre el
tema de la venganza. Merecería muchas reuniones de literatura porque es muy interesante,
pero quisiera señalar una cuestión que es curiosa. Decíamos que era la
prohibición lo que impedía que la venganza fuese más frecuente. Yo no estoy tan
seguro. Porque hay algo muy notable. La venganza es un fenómeno increíblemente
escaso en proporción al número de situaciones que podrían motorizarla. Podemos
poner miles de ejemplos. ¿Cómo es posible que en el país de donde provengo,
Argentina, después de que hayan hecho desaparecer a treinta mil personas, que cada
una de las cuales tuviese, como mínimo, tres o cuatro seres cercanos, cómo es
posible que entre esas más de cien mil personas no haya habido ni un solo caso
de alguien que se haya tomado la justicia por su mano? Muchas veces me pregunto
qué me hubiera pasado a mí como padre, si a una de mis hijas le ocurriera algo
como lo que le ha ocurrido algunos de estos argentinos. ¿Me dejaría amedrentar
por el miedo al castigo o por la condena? En mi fantasía creo que no tendría la
más mínima duda en tomar la justicia por mi mano. Sin embargo, tengo la
impresión de que los casos en que las víctimas se han vengado de sus verdugos,
por ejemplo en España tras la guerra civil, ha ido casi anecdótico. No sé si
hay algún caso documentado siquiera. Lo cual hace pensar que, efectivamente, aunque
creemos que la venganza estaría al alcance de la mano, y que sólo el freno
externo impediría cometerla, la cuestión debe ser mucho más compleja. Porque la
gente no tiene tantas vacilaciones en cometer otra clase de trasgresiones que
implican la cárcel. De todas las trasgresiones posibles, yo diría que la menor
de todas es la venganza. La gente mata por pasión, por dinero, hace todo tipo
de cosas desafiando y a sabiendas de que va a pagar un castigo. De todos los
motivos que podrían llevar a la cárcel, la venganza es, en términos
estadísticos, es insignificante.
Carmen Botello: La violencia de género está
encubierto con ese nombre, pero la mayor parte de las veces son venganzas.
Gustavo Dessal: No digo que no exista, digo
que la proporción es, numéricamente, muy pequeña. Además, la violencia de
género es un saco en el cual se incluyen cosas muy variopintas. En realidad, de
todos esos casos, los que estrictamente podríamos clasificar en el grupo de la
venganza, igual es diez por ciento.
Graciela Amorín: Yo creo que la venganza no
existe tanto porque existe el futuro. Cuando yo terminé de leer esta novela,
pensaba en el futuro. En un mundo así no hay futuro. Pienso que tantas veces, en
algunas situaciones no me vengué porque eso me iba a traer más problemas que
aguantarme. Es decir, pensé en el futuro, y si la venganza, generalmente, no se
lleva a cabo, es porque se piensa en el futuro.
Rosa López: Hay formas de venganza que no tienen por qué pasar por
el asesinato del otro. Lo vemos continuamente en la vida amorosa, en la
familiar, y en tantos otros lugares. No cualquiera pasa al acto. Eso es algo
rarísimo, afortunadamente. Lo explicó muy bien Freud en El malestar en la cultura cuando plantea que al principio la ley es
externa. El niño renunciaría a la pulsión, a darse el gusto de matar al otro,
pero el impulso original de todo ser humano sería la agresividad hacia el otro.
De ahí partimos. Posteriormente, se introduce la aceptación de la ley, primero
por miedo a perder el amor de los padres. Pero claro, miedo a perder el amor de
los padres significa que si mis padres no me ven, puedo agredir al otro. Y esos
son los asesinos impunes, si no me ven, mato. Pero dice que luego la ley se
interioriza en cada uno de nosotros, ni siquiera necesitaríamos conocerla
escrita ni tenerla al lado para sujetarnos. La ley es interiorizada. Es el
momento en que se crea la conciencia moral, tal como dice Freud. El miedo a la
pérdida del amor del otro no funciona, no sirve como freno. La conciencia moral
se establece cuando se produce la interiorización. Por fortuna, eso hace que no
nos matemos los unos a los otros.
Carmen Peces: Gustavo planteaba la cuestión de si había
documentaciones de venganzas después de la Guerra Civil. Lo que está
documentado son actos de no venganza. En algunos casos se relata cómo, con cierta
frecuencia, en los pueblos pequeños, los asesinos conviven con todo el mundo, y
no ocurre nada. A lo mejor es así por lo que plantea Graciela, por lo que se
refiere al futuro, o bien por otras razones que hacen a la ética singular de
cada cual.
Carmen Botello: Para finalizar quiero decir que
Marlen Haushofer fue una escritora austríaca. Su obra es tremendamente profunda,
en ella encontramos una estela del horror del nazismo. No lo dice en ningún
momento, pero se puede percibir en esa sociedad golpeada y dolida. Es una
escritora en el orden de esa capacidad que tiene Clarice Lispector de entrar
con tres palabras simples en el corazón de un conflicto. Yo la estimo muchísimo.
No tiene mucha obra traducida, tampoco dejó una cantidad importante porque
murió muy joven, pero es tremendamente precisa. Conoce muy bien lo femenino, no
se engaña nunca con las apariencias y con los ismos, y tiene una novela magnífica,
El muro, que está descatalogada. Una novela,
podríamos decir, de ciencia ficción, pero no, es de anticipación. Cuenta la historia
de una mujer que se queda sola y aislada en un determinado territorio, como una
nueva Robinson que tiene que enfrentarse con todo. No hay un final feliz, nada
más que la conclusión de esa vida. Estas escritoras han sido fundamentales para
mi trabajo. Cuando escribí la primera versión de Otras Ofelias, a alguna de ellas no las conocía. Y la lectura que
he hecho de Lispector, por ejemplo, o de Anna Kavan, o de
Marlen Haushofer, han modificado mi percepción de la literatura y me han colocado en un lugar
que no es el lugar del que había partido. Agradezco muchísimo la presencia de
esas escritoras en mi vida porque iluminaron un camino que en principio parecía
que no podía tomar. Les rindo homenaje siempre que puedo.
Alberto Estévez: Muchas gracias Carmen Botello
por haber asistido a nuestra tertulia. Has suscitado un diálogo muy fructífero
para todos.
Carmen Botello: Muchas gracias a vosotros
porque me habéis recibido de forma extraordinaria.
Liter-a-tulia
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